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Aprendiendo a Querer
Esta historia, es básicamente la muestra de que todo el mundo puede volver a amar. Sesshomaru Taisho, un importante accionista de su propia cadena hotelera sufre el peor desplante de su vida, al enterarse que su novia, Kagura Matsumaru lo traicionó con su mejor amigo Naraku Tokai. Kagome Higurashi, una insignificante sirvienta del hotel, formará parte del proceso de aprendizaje de este hombre frustrado y decepcionado del amor, quien junto a ella aprenderá a querer nuevamente, y se dará cuenta de que el amor verdadero existe.
Capitulo uno:
Eran las siete en punto de la mañana. Sentada frente a su coqueta se cepillaba el cabello despacio mientras contemplaba su reflejo en el espejo. Cualquiera diría que era muy vanidosa, pero se le había vuelto rutina mirarse por unos minutos mientras se peinaba. Se agarró el cabello en una cola alta y se puso su ropa de trabajo. Era una sirvienta como cualquiera en el hotel más importante de toda la cadena hotelera Taisho; bajó hasta el piso de limpieza y se encerró en el cuarto de lavado del hotel. Una gran habitación de color blanco, llena de ropa de los muchos residentes o viajeros que se detenían por unos días a disfrutar de Japón.
Más ropa sucia cayó por el conducto de cada habitación, hasta un montón de más de un metro de alto. Todas las lavadoras estaban ocupadas pero la rapidez con la que trabajaban, satisfacían a los clientes. Una chica de cabello castaño sobre los hombros; y ojos azules entró en la habitación con un poco de pañuelos y se plantó frente a un planchador para comenzar a planchar.
—Hoy tendremos más trabajo que nunca –dijo la recién llegada
— ¿Por qué? –preguntó la otra
—Vamos Kagome, ¿No sabes por que hay tanto ajetreo hoy? –preguntó
—La verdad que no –contestó Kagome restándole importancia
—Que despistada. Bueno, el caso es que hoy, en una fiesta muy importante, el hijo mayor del Señor Inu-taisho, le propondrá matrimonio a su novia, es por eso que nos mandan esta cantidad de ropa. La quieren para esta noche.
—Eso es imposible –gruñó Kagome—. Lavar tanta ropa nos ha de llevar todo el día de hoy y la mitad de la noche, Megumi.
—Pues nos tocará hacer magia, porque el Señor Inu-taisho se pondrá furioso si le van con quejas de que el servicio de lavandería es deficiente, nos corren a las dos –dijo Megumi planchando los pañuelos.
—Pues me parece algo estúpido, ellos saben muy bien que las lavadoras están saturadas, pero no te preocupes, el Señor Inuyasha nos ayudará de seguro –dijo Kagome con entusiasmo—. El siempre nos ayuda.
—Eso es verdad –concedió Megumi—. Pero no siempre va ha estar aquí para protegernos de su padre y de sus hermanos.
Kagome y Megumi continuaron con sus labores de lavandería. Mientras, en las oficinas del piso más alto del edificio (sobre el penthouse), se encontraban Inuyasha y su mejor amigo, celebrando en corto el compromiso de Sesshomaru. Tenían copas de vino, del más fino, entre los dedos y una caja de frutas confitadas importadas desde la India. Ese era su bocadillo favorito entre comida y comida, y para celebraciones especiales.
— ¡Por fin! Tu hermano ya no será un solterón –chillo Miroku, el amigo de Inuyasha
—Si… ya era hora la verdad. Yo estoy casado, y soy feliz con mi esposa… Kikyo es una gran mujer –dijo Inuyasha con la mirada perdida
—Tú bien sabes que ella nunca me cayó bien, y no pienso cambiar de opinión, pero como es tu esposa debo respetarla –dijo Miroku fingiendo pesar, mientras mecía la cabeza de un lado al otro
—Si, si.
—Llamaré a Kagome –dijo Miroku
— ¿Para que?
—Quiero verla, es muy linda y tiene unas piernas… ni se diga de la cintura, además es buena consejera, y tengo un problema amoroso, y tú no eres el indicado para ayudarme con eso… con la esposa que escogiste.
Miroku agarró un teléfono especial, que estaba conectado junto a la puerta. Marcó a la lavandería. Megumi contestó el teléfono y le pasó el recado a Kagome, quien subió de inmediato. Lo bueno de los ascensores de ese hotel, era que tenían una gran velocidad y una podía llegar rápido a cualquier piso. Se detuvo en el penthouse para ayudar a una anciana a salir al pasillo, y siguió subiendo hasta llegar a las oficinas del hotel. Miroku le abrió la puerta y Kagome pasó algo incomoda, ya que le molestaba un poco estar en compañía de dos hombres con el uniforme que llevaba puesto: un traje al estilo sirvienta antigua, de color blanco con negro; un escote en el pecho, no muy revelador; una cofia blanca con encaje negro y zapatos de tacón.
— ¿Para que me necesita señor Miroku? –preguntó Kagome con cortesía
—Deja los títulos, solo dime Miroku –dijo este escudriñándola disimuladamente
—Como ordene.
—Tengo un problema, y como eres mujer se que podrás ayudarme.
—Bueno, sólo dígame lo que le pasa –dijo Kagome sentándose, al ver que Inuyasha la invitaba a hacerlo—. Gracias.
—Bien. Mi problema es Sango, tú la conoces y casi siempre viene aquí por que es amiga de Kikyo. Creo que estoy enamorado de ella y quiero invitarla a salir –explicó Miroku con rapidez—. ¿Qué hago?
—Pues es sencillo. Si yo fuera la señorita Sango, me encantaría recibir un ramo de rosas, las más rojas que existan, con una tarjeta que indique la hora, el lugar y el día de la cena –dijo Kagome, con una sonrisa en los labios—. Le aseguro que le gustará.
— ¿Dónde aprendes todas esas cosas? –preguntó Inuyasha, que hablaba por primera vez en el tiempo que llevaban de conversación
—Eso no se aprende, es sólo que el amor es la especialidad de las chicas. Los hombres se dedican al sexo y a otras cosas, pero no estoy diciendo que usted lo haga señor Inuyasha. Usted es un hombre respetable, que ama a su mujer y que nunca le haría daño.
—Ella tiene razón Inuyasha, los hombres somos unos cerdos –dijo Miroku sonriendo entre dientes
—No, claro que no. No todos los hombres son así –dijo Kagome—. Pero los que yo conozco si –susurró, y agachó la cabeza
— ¿Qué dijiste? –preguntó Inuyasha, quien se había dado cuenta de que Kagome estaba llorando—. ¿Por qué lloras?
—No es nada, solo recordé algo, eso es todo. Me retiro –dijo Kagome, antes de salir corriendo
— ¿Qué le habrá pasado? –se preguntó Inuyasha
—Se nota que eres tonto, algún tipo debió de hacerle mucho daño y por eso opina así del resto.
Inuyasha se quedó con esa idea en la cabeza por el resto del día. A las seis de la tarde terminaba el turno de Kagome, y de ahí debía de ir a la universidad, ya que tomaba clases de medicina. Se puso unos jeans apretados al cuerpo; una blusa ombliguera de color negro; y zapatos de caucho negros. Agarró su mochila, pero cuando se disponía a salir, chocó con el menor de los hermanos Taisho. Koga.
—Buenas tardes Señor Koga –lo saludó Kagome con una sonrisa
—Ahora son buenas –dijo sonriendo tentadoramente—. ¿Ya te vas?
—Si, tengo clase en la universidad –dijo Kagome
—Lamento decirte que vas a tener que cambiar tu horario de clases y de trabajo. Por orden de mi padre todas las empleadas, de lavandería y limpieza deberán trabajar de cinco de la tarde hasta muy entrada la noche.
—Pero yo no puedo cambiar mis clases, eso cuesta mucho dinero –dijo Kagome agachando la cabeza—. Tendré que buscar otro empleo.
—Claro que no. Yo cubriré los gastos del cambio, pero ahora quiero que vayas a ponerte el vestido de gala que usarán todas las sirvientas del hotel. Te necesitamos en el salón –dijo Koga sujetándola de los hombros
—Muchísimas gracias Señor Koga, usted es muy bueno conmigo.
—Hago todo esto por que quiero verte feliz –dijo mientras le sujetaba el mentón
—Gracias –susurró con el rostro enrojecido.
Corrió a cambiarse de ropa, ya que según unos carteles que estaban pegados en las áreas de servicio, la fiesta comenzaba a las ocho en punto, y faltaba sólo media hora para que todo comenzara.
El salón ya se estaba empezando a llenar, y la cantidad de gente que se aparecía era increíble. Kagome y sus amigas no podían creer la cantidad de personas que conocían a la familia Taisho, y entre ellas, estaba Kikyo, la esposa de Inuyasha. Una mujer muy parecida a Kagome pero de mundos diferentes.
Los vestidos que llevaban puestos eran abiertos hasta medio muslo; sin tiras y de color negro con una tela brillante por encima. Tomaron charolas repletas de copas de vino y de bocadillos, que ofrecerían a los invitados. Cuando las puertas del salón se abrieron hacia ellas, entraron como si hubieran ensayado, y se acercaron a los invitados para invitarles algo de comer. Kikyo alcanzó a Kagome con la vista y la llamó.
—Buenas noches Señorita Kikyo –dijo Kagome bajando la charola—. ¿Vino?
—Gracias Kagome –dijo Kikyo con una sonrisa—. Me gustan sus vestidos.
—Si, son hermosos. La señorita Sango los escogió.
—Siempre dije que tenía buen gusto. ¿Has visto a mi esposo? –preguntó mientras bebía un sorbo de vino
—Sí. Está en su oficina en compañía del Señor Sesshomaru, su padre, el joven Koga y el Señor Miroku –contestó Kagome rápidamente
—Bien. Necesito que le subas esto a Inuyasha –dijo mientras le ponía un sobre gordo de color negro en las manos—. Pero debe ser ya, no tengo mucho tiempo, dedo impedir que Sesshomaru se comprometa con Kagura.
Kagome tardó receptar el mensaje, ya que la oposición de Kikyo, en contra de la boda era muy extraña. Dejó la bandeja en una mesa apartada y corrió hacia los ascensores; marcó el último piso y esperó, con las manos temblando, hasta llegar a la oficina.
Corrió por los pasillos de las oficinas hasta llegar a la de Inuyasha; llamó dos veces y la fría vos de Inu-taisho la invitó a pasar.
—Disculpen. Señor Inuyasha, debo hablar con usted –dijo Kagome con la voz temblorosa
—Un momento –dijo mientras salía al pasillo—. ¿Qué pasa? –preguntó una vez afuera
—No lo se, estoy muy confundida. La señorita Kikyo le envía esto, y dijo algo acerca de impedir el matrimonio de su hermano.
— ¿Qué? –Preguntó Inuyasha en voz baja—. Kagome, ¿Alguien te vio subir?
—No señor, nadie se dio cuenta –respondió Kagome
—Pasa a mi oficina, debo hablar con todos y debes ser testigo, y de paso conoces al mayor de los Taisho, ya que llevas muy poco tiempo aquí como para haberlo conocido.
—Si lo conozco –dijo Kagome—. Permítame pasar.
Kagome giró la chapa y entró a la oficina. Mirando al suelo caminó hasta un rincón, ya que la apenaba estar rodeada, de los hombres más guapos que alguna vez pudo haber visto en su vida. Inuyasha abrió el sobre y desperdigó un montón de fotografías sobre su escritorio. Los demás se acercaron, incluida Kagome, quien soltó un gritito casi inaudible al ver las fotografías: Era Kagura Matsumaru, la prometida de Sesshomaru en los brazos de otro hombre. Al parecer alguien la había mandado a seguir y había conseguido pruebas bastante creíbles para anular el matrimonio, pero como el escepticismo siempre existe, Inuyasha destapó un video y la cámara con la que habían tomado las fotos.
El rostro de Sesshomaru se mantenía frío y serio, pero en sus ojos se podía notar la tristeza, dando a entender que el mismo había enviado a seguir a su prometida para asegurarse de que no le fuera infiel. Un sentimiento de pena mezclado con reproche nació en el pecho de Kagome, y sintió nuevamente como le temblaban las manos.
—Koga, Miroku. Váyanse con Kagome, no quiero que oigan esta conversación. Y señorita Higurashi, esto, es un secreto que la unirá a nuestra familia por siempre, espero que lo mantenga callado –dijo Inu-taisho, perforando a Kagome con la mirada, que por un segundo vio como se deslizaba hasta el escote del vestido.
—Si señor. Puede confiar en mí –dijo Kagome saliendo de la oficina
—Nos vemos después –dijeron Koga y Miroku mientras salían de la oficina detrás de Kagome
—Con que Kagura resultó ser la perra que todo el mundo nos dijo que era –gruñó Koga entre dientes—. Maldita, ¿Cómo se atreve a lastimar a mi hermano?
—Espero que esto lo haga entrar en razón, y así termine con ella –dijo Miroku sin reparar en Kagome—. Lo siento –se disculpó al verla
—No se preocupe Señor Miroku –dijo Kagome sin levantar la cabeza—. Iré por el ascensor de servicio, no quiero incomodar, y de seguro tienen mucho de que hablar. Con permiso.
—Espera –dijo Koga tomándola de la muñeca—. Baja con nosotros a la fiesta, no te hará daño
—Como ordene Joven Koga.
Los tres entraron al ascensor, y mientras bajaban, podían escuchar la música del salón que salía de unos altoparlantes sobre ellos tres. Kagome, como siempre, vivía nerviosa. Nunca en su vida había estado tanto tiempo entre hombres, y que hombres. Los más cotizados por, modelos, actrices y cantantes (incluido Inuyasha); se acomodó el vestido y se pegó a la pared del ascensor mientras esperaba paciente, hasta llegar al salón.
La puertas se abrieron, y los tres salieron de el con una sonrisa y se fue cada uno por su lado. Algunas mujeres se quedaron viendo a Kagome, al igual que sus compañeras, quienes la miraban con curiosidad. Agarró una charola con champaña y se mezcló entre los invitados, ofreciendo copas de vino, con una falsa sonrisa, ya que en realidad, se preguntaba como terminaría aquella noche.
Las luces se apagaron, y por fin, se prendió una sola luz en el centro del salón. Kagome y Megumi se colocaron frente a unas viejas, bastante altas para poder mirar un palmo sobre sus cabezas. Sesshomaru Taisho, subía al escenario acompañado de Kagura. Una bella y exuberante mujer, de cuerpo envidiable; ojos vino; y cabello negro. Le sujetó una mano, mientras con la otra sostenía una caja negra de terciopelo; todo el mundo hizo silencio, y en medio de la negrura, salió a relucir la voz de Sesshomaru, que sonaba como el más dulce de los susurros.
—Buenas noches a todos –dijo con calma—. Me alegra mucho que hayan tenido tiempo para venir a esta fiesta en honor a mi compromiso con Kagura.
—Sesshomaru –se escuchó por todo el salón. Era Kagura, quien había susurrado su nombre
—Primero que nada, quiero pedirle a Naraku Tokai que venga aquí –continuó Sesshomaru
Kagome lo reconoció. El hombre de las fotos era ese tal Naraku. Kagura dibujó una mirada de incredulidad imposible de ocultar; y Kagome, satisfecha, sonrió entre dientes. Pero esa sonrisa se borró inmediatamente, al ver la fría mirada de Sesshomaru clavada en Naraku. Y se dio cuenta de que la bomba, recién estaba por estallar.
—Quiero que les den un aplauso, por hipócritas y traicioneros –dijo con sorna, que no ocultaba del todo su tristeza
— ¿De que hablas mi amor? –preguntó Kagura, fingiendo inocencia
— ¿De que hablo? ¿De que hablo? –Repitió con burla—. Hablo de que eres una perra Kagura, creí que me amabas, y resulta que sales con este imbécil a mis espaldas.
— ¡NO! –Chilló Kagura—. Eres un idiota Naraku.
—Pues ya era hora de que todo el mundo supiera. No iba a ocultarlo más. Kagura y yo llevamos 6 años de casados –dijo Naraku triunfante.
Esa fue la gota que derramó el vaso. Sesshomaru le dio tal puñete que lo mandó de espaldas al instante. Este se regresó con la misma agilidad, y en medio del salón se enfrascaron en una fuerte pelea. Muchas mujeres gritaban; corrían; y se escondían detrás de sus acompañantes, mientras que Miroku y Koga intentaban separarlos. Kagome, quien estaba más cerca de ellos, vio el telón de color azul que se usaba para dividir el salón, y a pocos pasos de ella, la cuerda para lanzarlo hacia abajo. Su mirada se cruzó con la de Inuyasha, como quien dice, para darle permiso de mandar el telón abajo, y así lo hizo. De repente todas luces quedaron cubiertas por el telón, y el salón se quedó a oscuras, mientras que Naraku y Kagura salían corriendo del hotel, por la puerta de servicio.
Desde esa noche, Sesshomaru Taisho juró nunca más, volver a creer en una mujer, ya que para el, todas eran unas miserables estúpidas que no merecían el amor y cariño de nadie, salvo de ellas mismas.
