Vi como el viento de principios del verano que entraba por la ventana de mi habitación que las cortinas se elevaran. La noche me convocaba, y yo la obedecí.
Desplace las cobijas que me cubrían, camine hacia la ventana y flote por la oscuridad de la medianoche. Mientras volaba sobre las oscuras calles del pueblo, sentí que el viento me golpeaba vertiginosamente. La gente dormía en sus casas, las cuales se veían como guijarros en la playa; al zigzaguear entre ellas, me regodee en el inmenso placer de mi viaje secreto. Estaba tan absorta en la sensación que, repentinamente, me encontré frente al enorme campanario de la iglesia del pueblo, una construcción del siglo XVIII. Me detuve ante el blancuzco e intrincado chapitel y me vi obligada a bajar y flotar frente al vitral circular de la iglesia. A pesar de que a la luz del cielo nocturno no se distinguían los colores del vitral, juraría que este me miro como lo habría hecho un sacerdote desde el pulpito: juzgándome. ¿Cómo no había notado el vitral antes, en mis otros sueños?
Sin advertencia alguna, el viento aumento su velocidad y me golpeo en la cara. Era fresco y húmedo, con olor a mar. De pronto sentí que la iglesia y las otras construcciones del pueblo, incluso las calles, me aprisionaban. Entonces desee estar en la libertad del océano.
Mis omoplatos se elevaron y se expandieron. Alinee los brazos y piernas para tener mayor velocidad. Di un cerrado giro hacia la izquierda para alejarme de la iglesia, y las pedregosas playas de la costa de Maine, la civilización iba desaparecido. Debajo de mí, el flujo y el reflujo de las enormes olas del océano rompían en la playa, seduciéndome para que me adentrara más y más sobre el mar.
Una luz brillante sobre un rocoso promontorio llamo mi atención. En la profunda oscuridad de la noche sin luna, la luz se consumía vigorosa e inexplicablemente. Me aleje del hipnótico llamado de la marea y descendí en picada hacia el promontorio para inspeccionar aquella imprevista desviación en mi sueño recurrente.
Al acercarme al pedregoso afloramiento, observe que la luz que yacía sobre la superficie no provenía de la fogata ni de una lámpara. Era un hombre. Aquello que me había parecido una luz era el resplandor de su cabello negro: era tan blanco el resplandor que relucía a pesar de la escasa iluminación nocturna.
La figura miraba hacia el mar y tenía las manos en los bolsillos de los jeans. Lucia joven, tal vez mi edad, dieciséis años. Que el notara mi presencia.
A pesar de la tenue luz hacia que su rostro se viera borroso, sentí una poderosa conexión con él. Me sentí atraído. Tenía ojos color avellana y su piel estaba extraordinariamente bronceada. Siendo su cabello negro, yo esperaba que su piel fuera más clara.
Entonces cambio de posición y así pude ver mejor su barbilla partida y sus ojos en forma de avellana. Pero entre más estudiaba su rostro, mas diferente se veía. Los ojos se veían azules en lugar de verdes, la nariz se alargó un poco y los labios se veían más rellenos. De pronto ya no lucia tan joven como yo, ni viejo como mis padres; parecía no tener edad. Sus rasgos se tornaron más angulares y perfectos, y su piel mas pálida, casi como si estuviera transformando en frio y pulido mármol. Casi como si un gran escultor hubiese convertido a un ser humano en una criatura etérea.
Luego volteo y me miro como si supiera que llevaba ahí un rato. Me mostro una espantosa sonrisa, una sonrisa que me hizo sentir que lo sabía todo. Su rostro perfecto ya no licia como la escultura de un ángel, sino como un demonio, y entonces supe que había mirado el rostro mismo del mal.
Abrí la boca para emitir un grito de terror. Y entonces, caí.
