Tinta...
Summary: Un tatuaje significa mucho. Los diseños a veces tienen historias que ni las mismas personas que los hacen pueden recordar. Los tatuajes hablan por sí mismos. Los tatuajes marcan comienzos y finales. Los tatuajes están hechos con tinta, sangre, recuerdos y dolor, pero también, con amor.
Disclaimer: Harry Potter es obra de J. K. Rowling. Sin embargo, este fic es mío.
¡Hola! ¿Cómo estáis? Quiero presentaros a mi nuevo bebé, y que no sólo es mío, es el regalo de cumpleaños para Madhara Flux. Mi dulce y preciosa Lunática M, espero que te agrade este regalo, hecho con todo, todo, todo el amor. ¡Feliz cumpleaños, cariño!
Este fic es algo que no acostumbro a hacer, en primer lugar porque recién voy escribiendo cuatro capítulos y bastante cortos, de menos de dos mil palabras. Además de que tengo una trama algo... bien, no sabría describirlo, por lo que publicaré los capítulos así, sin corregir, y luego más adelante, cuando tenga todo en orden, lo corregiré como pueda. Voy con tres capítulos de adelanto e intentaré publicar con breves periodos de tiempo entre capítulo y capítulo. Pero ya, no me extiendo. Espero que os guste ;) En especial a ti, Lunática M. Besosbesosbesos *
1
… en la piel
—No hay cupos hasta junio.
El muchacho no tendría más de la propia edad de Harry. Tenía un ralo cabello rubio en púas, rapado a ambos lados de la cabeza, con varios mechones en brillante color verde. Mascaba desganadamente una dulce y garabateaba con un bolígrafo en los bordes de una servilleta. Harry podía ver un diseño tétrico: los tentáculos de un calamar retorciéndose, trepando sobre la hoja.
—Quisiera reservar uno, entonces.
El muchacho le miró como si le estuviera insultando. Claro, estaban a diciembre. Y seguramente el muy imbécil estaba intentando sacárselo de encima, porque claro, Harry Potter parecía exactamente el tipo de personas que jamás en su vida se harían un tatuaje: camisa color pergamino lisa, sweater rojo sobre la camisa, bufanda a rayas rojas y doradas, dedos sin ningún tipo de anillo, semi metidos en los bolsillos de los jeans. Además del estropicio negro que llevaba por cabello, y las gafas garrafalmente erróneas, demasiado grandes para su cara. Harry estaba totalmente seguro que nadie se lo esperaría encontrar en La Guarida de la Serpiente, el estudio de tatuajes más reconocido de Londres.
—Mira, tío —el hombre se inclinó sobre el escaparate en el que estaba apoyado. Piercings y expansores de diferentes colores, tamaños y formas se hallaban bajo—, no soy quien para decidir por ti, pero de verdad no luces como el tipo que se haría un tatuaje. Y para tatuarte el nombre de tu novia, bueno, no creo que quieras tener el nombre de cualquier zorra permanentemente en la piel cuando tengas unos cuernos enormes que no te permitan pasar por la puerta, ¿eh? Así que, colega, yo que tú me guardaría el dinero para otra cosa y me marcharía derechito por la puerta.
Con dependientes así, Harry no tenía idea de por qué aquel estudio era tan popular y reconocido. Rose, su hermana, se había ofrecido a venir con él: la muchacha pelirroja tenía un encanto brillante, parecía latir. La gente se acercaba a ella como atraídos por su magnetismo, algo envidiable. Normalmente, la gente solía rehuir a Harry, y Harry simplemente no le daba importancia.
—Mira, chaval —Harry esbozó una ligera, ligerísima sonrisa nerviosa—, yo quiero tatuarme, y mis motivos a ti te importan una mierda, ¿eh, colega? Lo que quiera tatuarme no es asunto tuyo. Así que dame el próximo turno, el más cercano que tengas.
El muchacho resultó ligeramente sorprendido. Entonces, algo brilló en sus ojos castaños, y sacó de la parte inferior del escaparate una gruesa carpeta. Abrió –se hallaba llena de nombres, números de móvil y fechas– y observó un pequeño hueco.
—Tengo un turno libre el ocho de enero, a las diez y media de la mañana. ¿Te va?
Harry sonrió. Repentinamente, el chaval le caía mejor.
—Hecho.
…
Su casa era un desorden. Su habitación era un desorden. Su vida era un desorden. Rose, luego de navidades, había regresado al colegio. Sus padres habían considerado que era mejor para ella y para su otro hermano menor asistir a un internado, mientras que Harry, siempre su conejillo de indias en lo que padres se trataba, había cursado en un colegio muy cercano, yendo a dormir siempre a casa, cómodo y tranquilo. Se había preguntado por qué sus hermanos eran diferentes a él, por qué él era diferente a sus hermanos. Por mucho tiempo.
Al final, había dejado de preguntar.
…
El ocho de enero nevaba. No era, woah, una gran nevada, simplemente algunos copos de nieve descendían suavemente sobre los paraguas y las chaquetas impermeables. Harry se limpió los pies de nieve antes de adentrarse en el estudio de tatuajes.
La recepción estaba cubierta de fotografías de tatuajes, pero a ella ya la conocía. También fotografías de piercings y expansores, y de algunos cabellos terriblemente coloridos. Harry se sintió extrañamente confortable con el aroma a desinfectante que aparecía en las paredes y el suelo. El mismo chaval, ahora con expresión de dormido, le guió hasta la trastienda, diciéndole que era mejor que no se arrepintiera luego.
Harry tomó asiento en una silla plástica, esperando. A un lado suyo reposaba una mujer con ambos brazos cubiertos de cicatrices y tatuajes simultáneamente. Llevaba los labios muy rojos y unos minutos después, cuando vio a la muchacha que salía con el brazo envuelto en plástico y un hinchado maniquí de dibujar tatuado, una sonrisa curvó completamente aquel rostro suave. Ambas se abrazaron y se despidieron del tatuador. Harry, que jugueteaba nervioso con los bordes de su abrigo, no alzó la mirada hasta que ellas se marcharon.
—Tú debes ser Harry Potter.
Harry alzó la vista. Entonces, su mundo se detuvo. Abrió los labios, dispuesto a decir que sí, que ese era su nombre, pero que cualquier cosa que pudieran decirle de él era mentira, pero todas las palabras quedaron trabadas en su lengua, en la expresión extraña del hombre de piel blanca, pálida hasta lo inverosímil, y cabello negro ensortijado, rapado a un lado de la cabeza y con la melena cayendo por el lado que lo llevaba largo.
El tatuador esbozó una ligerísima sonrisa.
—Sí, ya lo veo. Tú eres Harry Potter. Ven, pasa. ¿Deseas escoger un diseño hecho o has traído algo tú?
Harry dudó y sacó de su bolsillo un papel doblado. Le había costado horrores hacer aquel diseño. Después de todo, él no era una luz dibujando. Pero había quedado más o menos presentable, entendible aquel diseño que deseaba. El tatuador examinó el dibujo con ojo crítico.
—Un lirio… blanco, puedo suponer… ¿y la cabeza de un reno?
Harry enrojeció abruptamente.
—Se supone que es un ciervo.
—Oh —el tatuador sonrió más ampliamente—. Creo que podremos mejorarlo. Ven, y quítate ese abrigo.
Harry siguió al tatuador hasta la sala de tatuajes. Estaba mentalizado para dolor, pero no para la apariencia aséptica del lugar, el aroma a alcohol y desinfectante, los dibujos a blanco y negro en las paredes. Una camilla en un rincón, una silla en otro, varias máquinas de aspecto extraño, la máquina de tatuar… Harry tragó saliva.
—Ven, toma asiento.
Harry lo hizo. El hombre atrajo una carpeta y la apoyó sobre su regazo. Entonces, con el dibujo de Harry como base, sus dedos elaboraron un complejísimo diseño: un lirio, sombrado a la perfección, luciendo como un lirio, y la cabeza de un ciervo de perfil pareciendo surgir entre los pétalos de la flor, con la cornamenta elevándose, imponentes. Lo hizo en menos de cinco minutos, con el bolígrafo jamás cometiendo un error. Harry se maravilló totalmente.
—¿Así va?
—Es… perfecto.
El tatuador sonrió.
—Muy bien, Harry. ¿Dónde quieres el tatuaje? ¿Brazo, espalda, cintura…? Si tienes vello allí, lamento decirte que deberemos depilarlo.
Harry no estaba preparado para ello. Se mordisqueó el labio nerviosamente y señaló la muñeca derecha.
—Partiendo de la muñeca derecha, en el interior del brazo.
—Entonces, yo que tú me quitaría el abrigo. Y si quieres agradarme mucho, también la camisa —el hombre rió, jovial—. Oh, vamos, es broma. No retrocedas.
Harry no había retrocedido, pero tal vez algo había cruzado por su rostro que le demostraba que era lo próximo que había estado a punto de hacer.
Harry se retiró el abrigo y abrió los botones de la camisa. Debajo llevaba una camiseta de rugby. El mohín de decepción pasó muy desapercibido por el rostro del tatuador.
Una vez camisa y abrigo fuera, Harry extendió el brazo. El hombre lo limpió con un algodón desinfectante, y procedió a hablar con un tono más bien suave, preguntándole si había tenido alguna experiencia así antes, cuán alto era su rango de dolor, que si le dolía, le dijera de forma tal que se detuvieran. Harry sentía su cara y su cuello arder. El hombre era guapo, sí, e incluso parecía que estaba a punto de follárselo, no de hacerle un tatuaje.
Entonces, el proceso comenzó. Una vez que el diseño y el tamaño estaban asegurados, la aguja se enterró en su piel. Dolió, claro que dolió. Pero se sintió como una liberación.
…
Tal vez el caos no estaba en su habitación, ni en su casa, ni en sus paredes, ni en su cocina, ni en sus rincones. Tal vez el caos estaba en su alma, en su alma sacudida y dolorida. Sentía que había vivido mucho para sus diecinueve años, y al mismo tiempo, no sabía qué era lo que le hacía sentir aquella sensación. Su pecho pesaba como si un hombre excedido de peso estuviera parado allí, constantemente. Su respiración se agitaba en las situaciones más extrañas. Por las noches, despertaba de una pesadilla y buscaba con las manos… algo. Una sensación de soledad e incomprensión que se desvanecía con el correr de las horas.
Tal vez el caos estaba en su interior, y debía dejar de buscar calma en el exterior para encontrarse a sí mismo en la calma que debía habitar en su pecho.
Algún día. Tal vez.
…
El diseño ocupaba seis pulgadas. No era ni muy grande ni muy pequeño. Sin embargo, el tatuador se negó a terminarlo en aquel momento.
—Vuelve otro día. En una o dos semanas, cuando tu piel esté menos hinchada. No podemos hacer los sombrados ahora. Además, creo que ya has sufrido mucho por hoy.
Harry se sentía eternamente agradecido. Bendito sean los buenos tatuadores.
El hombre limpió con un algodón embebido en alcohol los restos de tinta que goteaban. Ardía, por su puesto. Aún faltaba sombrear los pétalos y la cornamenta. No sería mucho. Harry se sentía ligero, como una pluma, y cuando el tatuador le envolvió el tatuaje con un plástico y comenzó a decirle la cantidad de cosas con las que debía tener cuidado, cómo debía tratarlo los primeros días… Harry oyó atentamente y concertaron una cita para dentro de diez días. Ambos creían que aquel era un momento adecuado.
—Por cierto, Harry —el tatuador le apresó contra una pared mientras salía. Tenía el abrigo debajo del brazo, pensando ponérselo apenas saliera; no quería lagrimear por el dolor estando en frente de aquel tatuador—. Tom. Mi nombre es Tom.
Harry sonrió.
—Tom.
—Prometo ser más suave la próxima vez —le guiñó un ojo y le dejó ir.
Harry caminó por la nieve sintiendo como los copos suaves se derretían contra el calor de sus mejillas.
…
Es entonces cuando te das cuenta que acabas por llegar al mismo lugar donde comenzaste. Pero de una forma ligeramente diferente. El lugar y las personas son los mismos, o tal vez también son ligeramente diferentes. De lo único que pueden estar seguros es que aquello ya lo han vivido. Que son incapaces de coexistir sin la presencia del otro a su lado.
Tal vez, tal vez eso, de momento, sea suficiente.
Así que... ¿reviews? :D
Cualquier pregunta, cualquier comentario, cualquier detalle, cualquier dedazo, cualquier momento que queráis compartir... ¡Comentad! ¡Dejad un hermoso y sensual review de los vuestros, y os amaré! *corazón gay*
Y salgo al ritmo de... yo le digo ¡hola! ella me dice goodbye!~ askldjalsjd babai.
