Título: Crónicas de un sofá magenta.

Autora: FanFiker_FanFinal

Beta: Paradice-Cream
Pareja: Phoenix Wright/Miles Edgeworth
Rating: NC-17
Género: Humor, Romance

Advertencias: Slash.
Disclaimer: Phoenix Wright Ace Attorney y toda su saga son propiedad de Capcom para Nintendo. No se recibe ningún óbolo ni reconocimiento monetario de la presente historia.


CRÓNICAS DE UN SOFÁ MAGENTA

FanFiker_FanFinal

Beta: Paradice-Cream

Soy especial. Conmigo se han empleado los más lujosos y excelentes materiales, la mejor materia prima; me sustento sobre madera noble, nogal pardo rojizo, oscuro y uniforme: un elemento caro y difícil de encontrar, puro, homogéneo y poco poroso, madera pulida, bien abrillantada para dar una buena impresión. Mi tapizado es nobuck color magenta, transpirable, antiácaros y antimanchas. Cuando alguien me toca no puede quedarse más que maravillado por las sensaciones, de suavidad y calidez enviadas a su piel. Fui hecho por encargo; en cuanto se me insufló vida supe que mi destino sería algún salón de lujo o alguna tienda de un barrio moderno, algo que se confirmó cuando vi al dueño que me había comprado. Una punzada de felicidad me asaltó cuando el tipo pronunció el color exacto de mi tapizado; por regla general me dicen que soy rosa, o rojo, incluso algunas personas tienen dificultades en precisar el color; pero cuando le escuché decir "magenta" y vi que portaba el pantone Rhodamine Red no solo en su ropa, sino también en el resto de la decoración, supe que sería un mueble con estilo para siempre. En general nadie quiere deshacerse de mí, en primer lugar porque soy pertinaz y en segundo lugar porque cuando alguien apoya sus posaderas, está condenado. No necesito hacerme cama; soy perfecto como soy, te tumbas sobre mí y velaré tu descanso: cierto inspector de policía puede corroborarlo, a pesar de las protestas de mi amo para que no se tomara tantas confianzas conmigo; me siento cuidado, me limpian de la forma correcta y me frotan la tapicería cada cierto tiempo. Corono una oficina vestida con cortinas del mismo tono; frente a mí hay un mueble enorme de madera de haya y a mi lado izquierdo un tremendo escritorio de roble con cajones. También es clásico y por la noche nos contamos nuestras intimidades.

Mi amo ha traído un nuevo mueble decorativo a la oficina: se trata de un tablero de ajedrez de madera de ébano con piezas talladas a mano. Las piezas están coloreadas de rojo y azul y el amo pasa unos días mirándolas con detenimiento; finalmente, deja todas en su lugar menos dos de ellas: una roja y otra azul están juntas en el centro del tablero. En ocasiones, cuando está pensativo, coge el peón azul y lo mira, contemplándolo como si quisiera extraer más información, incluso frunce el ceño. El escritorio y yo no entendemos esta actitud, pero él me cuenta que ha estado distraído los últimos días, que en ocasiones garabatea un hombre con el pelo de pincho y que guardó alguno de los bocetos en uno de los cajones.

Hoy me han apartado para colgar un retrato interesante: he podido verlo antes de volver a mi sitio, contra la pared y frente al mueble biblioteca. Era un traje rococó color magenta. Tras varios años, puedo afirmar que este hombre tiene una obsesión con ese color; empiezo a imaginar cómo hubiera sido mi tapicería si Miles Edgeworth no me hubiera comprado; ¿azul como el cielo? ¿negra como la noche? ¿beige como la madera? No obstante, el hombre es elegante, todas sus maneras y sus ademanes parecieran calcados de alguien. De hecho, sé de quién. Un tal Von Karma que aparece a veces por aquí, se sienta y se tira unas ventosidades que me hacen perder la conciencia. Vuelvo a despertar cuando se ha marchado, afortunadamente. El tipo debería visitar un médico, su estómago no debe estar bien.

De las muchas personas que entran en esta oficina, una de ellas bien podría ser pareja de nuestro bienamado dueño: una mujer delgada, de cabello castaño y lacio, siempre con un fular rojo anudado al cuello y cuatrocientas condecoraciones —¿se dice así o hay un término más adecuado para definirlas?— sobre su uniforme. El escritorio y yo apostamos cuánto tiempo tardarían en liarse, pero el mueble biblioteca, que viene de otro sitio y conoce a la mujer del fular se carcajeó de nosotros. Dijo algo así como "al dueño los peces payaso no le van", una frase que tuvimos dificultades en entender, porque ni la señorita Lana Skye parece payasa ni entendemos por qué la compara con un pez.

Un día vino acompañada de un abogado con tal clase que estuve a punto de atraparlo en mi tapicería: alto, delgado, con buena forma física y un cabello perfecto: solía llevar un gorro del oeste. Él y Lana eran muy buenos amigos y tenían cierta complicidad, así que cuando los vimos en acción descartamos la pareja Miles Edgeworth-Lana Skye. Las ilusiones del escritorio se vinieron abajo: las mías también, sobre todo al enterarme de la muerte de ese espécimen de raza humana, maldigo a quien lo haya asesinado, le clavaría todas mis astillas. Le guardé luto durante un mes; después vino su hermano y funcionó como sustituto temporal, hasta que Miles el fiscal desapareció y nos dejó en la penumbra durante un año. El escritorio dijo que había dejado una nota que decía "El fiscal Miles Edgeworth elige la muerte" y estuvimos muchos meses pensando que tendríamos que separarnos, que seríamos enviados a otras oficinas de mal gusto y ya no estaríamos combinados. Fue toda una tragedia.

La verdad, no entiendo por qué quiso suicidarse: las cortinas aseguran que tiene una fan fiel que le envía flores de vez en cuando; no debe ser muy atractiva, porque Miles Edgeworth bufa cada vez que ve su tarjeta. La bonita figura que descansa sobre la alfajía de la ventana emulando a un samurái de una serie para niños se la hizo llegar ella: podemos dar fe de ello.

Aparte de la mujer nada atractiva, se pasea por aquí una joven completamente embelesada con él, al parecer es hermana de Lana Skye y lo admira mucho; debe considerarla una muchacha, porque la trata como si fuera universitaria. La silla del escritorio nos dijo que quizá lo es.

De todos modos ninguna de esas personas causan sensación en el fiscal; yo lo sabía, porque el amo ha pasado mucho tiempo durmiendo sobre mí, extasiado, soñando y pronunciando el nombre de alguien que lo agita y lo remueve, alguien que en una ocasión le propició una polución nocturna; muy avergonzado, el amo se disculpó conmigo y a partir de entonces ponía una sábana si iba a quedarse a dormir; me llenó de ternura ese gesto tan delicado, porque si bien soy antimanchas hay ciertos fluidos imposibles de eliminar. Sin embargo, cuando me enteré de que más bien estaba preocupado por su reputación me rebelé y les conté a los demás su secreto mejor guardado: la persona por la que suspira por las noches.

Cinco letras.

W

R

I

G

H

T

Sí, así como lo lees. Estos esnobs son tan comedidos que se hablan por sus apellidos. Nos pasamos horas imaginando el porte de la mujer; conociendo al señor fiscal, no sería una cualquiera; pronuncia su apellido constantemente, mientras lee, mientras investiga, incluso cuando toca la pieza de madera del ajedrez. Cuando queremos hablar con ella decimos directamente, "Wright" y la pieza se vuelve hacia nosotros, bastante irritada. Dice que no tenemos derecho a asignarla un nombre cuando no sabemos qué tipo de humano es. Cierto. Tiene su punto, pero no deja de ser gracioso.

Un día, un abogado cruzó la puerta junto a una muchacha con ropajes bien raros. Cuando le escuchamos decir "Wright", nos quedamos patidifusos: esa chica es muy joven para él, además no parece tener mucha clase y gesticula, ansiosa por ir a cenar. Nos miramos, escamados. Y cuando el tipo de azul la llamó por su nombre, casi nos carcajeamos. Es que… ¿Maya Wright? Por favor, qué mezclas hacen ahora.

Sin embargo, debe ser ella, porque en cuanto se fueron el fiscal se llevó la mano a la cabeza diciendo:

"Wright, me vuelves loco".

Así que ponemos más atención en lo que hace, en su comportamiento, no para de nombrarla a cada minuto, soñando con ella, cagándose en ella (debe ser una relación de amor-odio perpetua) y un día…

Un abogado vestido con un azul demasiado chillón entra en la oficina. El fiscal se levanta de inmediato y lo atiende. Y pronuncia, en un paladeo pausado, el ya tan conocido: "Wright".

Chasco carrasco.

Sin anestesia.

Wright es un hombre.

De golpe entendimos muchas cosas, como la maldita frase del mueble biblioteca, que nos miró con expresión de "ya os lo dije", pero sobre todo, lo del color magenta, que no es otro que un derivado del rosa. Comprendimos que se parece mucho al tipo del dibujo guardado porque lleva el pelo igual. La pieza de ajedrez azul cayó al suelo, de la fuerte impresión, suponemos. Y entonces el señor Wright se inclinó y la cogió, la miró y dijo que se parecía a él. Tuvimos que contener las risas. Pero es cierto: la pieza lleva el pelo de punta; es azul; y está rodeada por cientos de piezas rojas. ¿Por qué? Edgeworth no hace nada sin que lleve una razón lógica. ¿Qué es lo que pretende nuestro fiscal con ese abogado? Lo observamos; parece poco profesional, pero es agradable; al menos, es sincero con el señor Edgeworth y le dice las cosas que piensa a la cara. Un día, estando la oficina abierta, el abogado estuvo curioseando la habitación. Le impresionó todo: los muebles, el diseño, las paredes, supongo que piensa en el fiscal como alguien inalcanzable. Y eso no está bien, porque el fiscal ha pasado mucho tiempo colgado de ese tipo, tanto que ni Lana Skye ha logrado distraerlo; tampoco el sheriff vaquero, de lo cual me alegré, porque sigo teniendo a su hermano en un lugar de mi corazón. En resumen, queremos asignarle un compañero para gozar. Las historias del mueble biblioteca acerca de funcionarios fornicando en las oficinas nos parecieron fuera de lugar para el señor Edgeworth; de hecho, le vemos incluso frígido para un beso. De cualquier modo, no disfrutamos este tipo de escenas, solo es un comentario. El abogado Wright, al parecer, se enfrenta en varias ocasiones a Edgeworth en el tribunal y lleva muy mal perder, pero en el fondo lo admira.

El tipo me está cayendo cada día mejor. Trata de llevar al fiscal a la vida real donde la gente se relaciona y no pasa todo su tiempo enredado entre papeles, pero Edgeworth es bien pasota. No me extrañaría que el abogado lo mandara a la mierda.

Hoy me ha tocado la fibra, pero en el sentido literal, mientras decía "Edgeworth, este sofá es extraordinario. Podría tumbarme y quedarme dormido en cualquier momento".

"Ya lo haces en el tribunal, no me sorprendería", fue el comentario rancio de Edgeworth.

"Siéntate conmigo, deja esos papeles. Necesitas relajarte".

"Déjame solo, Wright".

Bueno. Después de sentir mi ego inflado, asistir a esta hecatombe fue una canallada. Las piezas nos dijeron que tenían un plan; también estaban hartos de ver que Edgeworth es cada día más irritante y desagradable con el abogado. Así que las rojas volvieron a su lugar en el tablero, y las piezas azules rodearon a una pieza voluntaria roja. Cuando el fiscal las miró, al día siguiente, se frotó los ojos, pensando que había tomado alguna sustancia estupefaciente. Después cogió la pieza roja y la alzó para mirarla mejor.

"Qué extraño".

Nuestro plan era de órdago, pero siendo muebles y estando condenados a no moverte, tienes tus limitaciones. Edgeworth volvió a colocar las piezas en su lugar.

La cosa no quedaría así.

No, señor.

En la siguiente visita, Wright se sentó en el escritorio. El mueble aprovechó para abrir el cajón poco a poco y Wright curioseó. Vio el dibujo, lo cogió y lo contempló con cara de póker. Después se lo guardó. No le dijo nada a Edgeworth.

Qué par de panolis.

El mundo no sobrevive con especímenes como ellos, sin contar con que ni siquiera pueden procrear.

Hasta el mueble biblioteca baja de su escalón de narcisismo para compartir con nosotros su irritación. La próxima vez que Phoenix Wright visita la oficina, un ligero cuaderno con tapas de cuero se precipita al suelo. El moreno lo coge y le da varias vueltas. Cuando Edgeworth vuelve y le ve con aquello entre las manos, nos excitamos demasiado porque comienza a gritar y a preguntar qué hace con su diario. Cáspitas. El abogado abre la boca y mueve a los lados la cabeza, excusándose de que él no puede saber que ese es su diario, que parece otro libro de consulta y que no se preocupe, que no lo ha leído. Lo deja en la mesa, algo sobrepasado por la reacción impropia del fiscal y se marcha sin decir adiós.

Nada resulta.

Todo es fútil.

Y de repente, todos queremos leer el diario: si ese simple gesto ha provocado tanta rabia en el fiscal, algo importante debe contener; no se puso tan furioso cuando la pluma alemana cayó en manos del inspector Gumshoe y se derramó sobre sus pantalones al manipularla. Pero no podemos leer, porque somos muebles; no podemos chillarle a Edgeworth que es idiota y que dejará pasar la oportunidad de su vida, entre otras cosas, porque tampoco sabemos si el abogado le corresponde. Y hasta aquí las crónicas de un sofá magenta.


CONTINUARÁ

Pobres muebles, lo que tienen que aguantar, jajaja.