Disclaimer: Axis Powers Hetalia no me pertenece; el autor es Hidekaz Himaruya.


(WE'RE SO STARVING)

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N.A: Bueno, este es mi primer UsUk (?)

No tengo perdón de dios. Aún no termino mi long fic PruAus y ya ando publicando de otra pareja XD pero es que NO podía aguantar más. Llevo pensando en esto hace como SEIS meses u.u

Sobre el fic PruAus, ya juré que no voy a abandonarlo (es más, con este primer capítulo he subido actualización de ese). Sobre este, debo hacer un par de aclaraciones:

–No será shota.

–Es UsUk, no UkUs

–Aún no sé cuántos capítulos tendrá, pero no serán muchos... Tengo planeado que cada uno esté estrechamente vinculado con las canciones del Pretty Odd (lea la siguiente aclaración) y Take a Vacation, de The Young Veins

–El título del fic es el nombre de una canción del grupo que amo más que a mi vida (?) Panic! At The Disco.

–Si alguien, por quién sabe qué motivos, espera leer porno, conmigo no funciona así (?) Lo siento, pero el lemon es algo que procuro evitar. Solo lo pondría si la historia diera para ello.

El título de este apartado es porque, como dice la canción, estoy "hambrienta" luego de pasar tanto tiempo alejada de FanFiction.

Creo que eso es todo. Agradezco de antemano a quien decida darle una oportunidad a esta historia n_n


I

NINE IN THE AFTERNOON

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Supo que alguien se había mudado.

Su madre lo había ido a recoger al colegio y cuando estaban a punto de regresar a casa, encontrarse con una vecina los retuvo unos minutos.

Entonces lo escuchó.

Tenía cinco años en ese momento. Ese mismo día había tenido un pleito con el hijo de la vecina, un rubio de ojos azules que a sus ojos era insoportable y engreído, porque este se empeñó en quitarle los crayones nuevos que le había regalado su mamá. Al final la maestra intervino y los regañó a ambos, lo que lo dejó de mal humor ya que no le parecía justo; él simplemente estaba defendiendo lo suyo.

No congeniaba bien con sus compañeritos. Mientras ellos jugaban a la pelota y corrían de aquí para allá, preocupando a su maestra, él se mantenía en su mesa garabateando su cuaderno. No era bueno socializando, parecía más bien una persona algo gruñona y cuando lo intentaba no sabía bien de qué hablar. Cuando tenía intención de jugar con ellos, los equipos ya estaban completos. A veces ya ni tenía deseo de intentarlo, porque pese a su ingenuidad, veía en los demás cierto desagrado en sus ojos.

Estaba lejos de imaginar que era en parte debido a su origen. Él, al igual que sus padres, era inglés de nacimiento, pero su familia decidió mudarse a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades. Los niños lo veían como alguien raro y muy delicado, que tenía una forma extraña de pronunciar algunas palabras. No tenían tiempo para intentar entenderlo, así que decían alejarse de él rápido.

Le emocionaba que llegue la hora de salida. Su madre llegaría por él y lo devolvería a la seguridad y tranquilidad del hogar paterno. Saber que llegaría un momento en que podría regresar era lo que le permitía sobrellevar la soledad de la escuela.

—Dicen que han llegado de Boston. Una familia extraña, ciertamente... —reflexionó la vecina—. Son todos hombres.

—¿Y cómo son?

—Un sujeto alto de lentes, uno un poco más bajo que él, que tiene un rostro muy lindo, y un anciano.

—Nunca he estado en Boston...

—No hace falta. Eso no ayuda a hacerse una idea de ellos: son extranjeros. Al menos dos de ellos.

—¡Vaya! —exclamó su madre con la esperanza de encontrar compatriotas—. ¿De dónde son?

—No lo tengo muy claro, porque apenas los he visto, pero tampoco son ingleses. Lo siento.

—Oh... No importa. Me gustaría conocerlos de todos modos. Quizá me pase por su casa más tarde con algo de comer-

—M-Mejor yo preparo algo... A mí se me da mejor cocinar... Tú prepara té y galletas.

Tiró un poco del vestido de su madre para hacerse notar y le mostró un puchero. Ella, conmovida, lo recogió en sus brazos y tras despedirse de la vecina, se echó a andar.

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Berwald y Tino eran tipos muy reservados. Llevaban ya más de seis años, casi siete, de ser vecinos, y nunca tuvieron la más mínima intención de participar de las actividades del vecindario. Tino al menos daba la cara y se disculpaba con las mujeres que los visitaban para informarles de todo lo que organizaban. Era bastante amable con ellas y sonreía mucho, por lo que ninguna pudo sentir algún resentimiento. Berwald, en cambio, parecía mudo. Es más, su silencio, sumado a su imponente presencia debido a su estatura, provocaba temor en los demás.

Davie era otra historia.

Davie era un hombre mayor, de ojos bondadosos y sonrisas discretas. A veces ocurría que se lo cruzaba de camino a casa luego de la escuela y este, que a pesar de los años aún podía movilizarse en bicicleta, detenía su marcha para ofrecerse a llevarlo. Colocaba la cartera con libros sobre el cesto de la parte delantera y se aferraba a la cintura del hombre, sintiendo sobre su rostro el golpe del viento. Una vez frente a la puerta, como si hacerle ese favor fuera poco, le regalaba alguna galleta o dulce, con los que siempre contaba.

Según había oído, Davie sí era estadounidense, solo que por motivos de salud tuvo que viajar por unos años a Europa para tratarse, viaje del que regreso con una salud excelente. Sabía también que no estaba solo en el mundo, ya que además de Tino y Berwald, parientes no tan cercanos, también tenía una hija. Desafortunadamente, vivía en otro estado y no podía viajar a verlo. Apenas le llegaban algunas noticias sobre ella, pero eso le bastaba para vivir tranquilo, porque comprendía que debía ser independiente al ser ya una adulta.

Vivía con Berwald y Tino, según decía, por la gentileza de estos. La extraña amistad, forjada desde hacía muchos años entre ambos los llevó a vivir juntos, y al saber que el viejo Davie ya no tenía a su hija con él, decidieron permitirle vivir con ellos. Sobre esos dos, solo sabía que vivían en Estados Unidos porque les gustaba el clima y deseaban tener una casa de campo.

Con doce años, seguía sin irle bien en el colegio. Eso en cuanto a la tarea de hacerse amigos, porque en sus estudios no le iba nada mal. Quizá por eso mismo no les caía bien. Al menos le quedaba el consuelo de que, desde hacía un par de años, el rubio engreído se había marchado junto a su familia rumbo a Alemania.

—Muy bien, niños. Es todo por hoy. Guarden todos sus cuadernos en sus maletas y prepárense para irnos —ordenó la maestra al ver que quedaban cinco minutos para la hora de salida.

Había insistido mucho a su madre para que le permita volver solo a casa. Se sentía mayor y andar con su mamá solo le acarrearía burlas, y no quería eso. Ya bastante tenía con no hacerles nada como para querer darles verdaderos motivos. Así que, vestido con una camisa, pantalones hasta las rodillas, medias cortas a cuadros y el pulóver abrigándolo, inició la vuelta a casa tras darle un beso en la mejilla a su profesora.

Ya en la esquina, a tres casas de llegar a la suya, vio a un grupo de vecinas conversando frente a la casa de Davie, entre ellas su madre. Apuró el paso y al alcanzarlas, vio que su amigo tenía el semblante cambiado. Parecía a punto de romper en llanto, pero se estaba conteniendo debido a la presencia de aquellas mujeres.

—¡Davie! —exclamó, tomándolo por la manga—. ¿Qué te ha pasado?

—Ve a casa, cariño —pidió su madre, de cuclillas frente a él—. Ya te contaré luego.

—¡Pero-!

—Este es un asunto de adultos. Compórtate y obedece.

Decidió obedecer a medias. Llegó a casa, dejó la mochila en la silla de su habitación y se colgó por la ventana para llegar al árbol del jardín y treparse a este. Desde sus ramas, podía ver y oír lo que decían.

Sin embargo, la conversación estaba muriendo, ya que una a una iban alejándose.

—Mi más sentido pésame... Si necesita algo, como ropa de niño, puede decirme. —Era su madre, que acariciaba el hombro de Davie—. ¿Cuándo llegarán?

—Tendré que viajar para el entierro... Supongo que volveré en una semana o dos.

—No puedo creer que le haya ocultado algo así...

—No estaba obligada a decirme —sonrió en respuesta él—. ¿Sabe que los hijos no son nuestros, sino prestados? Pues yo sentí que me la prestaron hasta que cumplió la mayoría de edad. Desde ese momento le permití elegir.

Luego de alguna cosa que le respondió su madre, algo que no alcanzó a oír, esta también se despidió de él y volvió a la casa.

De un brinco estuvo de regreso en su habitación, y decidió que lo mejor sería fingir que había estado leyendo.

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Notó la ausencia de Davie al instante. Estaba enterado de que iba a marcharse por unos días debido a que había oído esa conversación entre su madre y él, pero necesitaba terminar de comprender qué había ocurrido. Ya había pasado más de una semana en la que estuvo presionando a su madre para que le cuente, tal como le había asegurado aquel día, pero ella no cedía.

—Me dijiste que me contarías.

—Hijo...

—Me mentiste —recriminó, profundamente herido.

Ante eso, ella no pudo más.

—De acuerdo —suspiró—. Supongo que preguntas porque quieres mucho a ese señor... Seguro viste que estaba triste. —Él asintió—. Estaba así porque su hija falleció. Tuvo que viajar para ver todo el trámite y el entierro.

—¿Se tramita algo cuando se entierra a alguien?

—No, no... Es decir, sí, pero no es sobre eso el trámite... Esto es más complicado de explicar...

—Yo entenderé. Ya soy grande —aseguró. Su madre no pudo evitar sonreír.

—A veces... A veces una mamá no tiene a su lado a papá. Cuando eso ocurre, es por muchos motivos. Quizá a mamá o a papá les gusta estar solos, por su lado, así como a ti te gusta devolverte solo a casa... —Su índice le dio un pequeño golpe en la punta de la nariz—. Y ese es el caso de la hija de Davie. Tuvo un hijo, así como yo te tuve a ti, pero no tenía a su esposo con ella.

—¿Y Davie no lo conoce?

—Él vivía aquí y nunca se presentó la oportunidad, así que ahora no sabe cómo es ni cómo encontrarlo... Pero eso no importa, porque Tino y Berwald han dicho que el niño puede vivir aquí. ¡Así que alégrate! —Su madre le tomó por los hombros y le sacudió levemente, regalándole una enorme sonrisa—. ¡Pronto llegará un nuevo amiguito para ti solo!

—¿Cuántos años tiene? —preguntó, algo receloso.

—No me dijo nada, pero creo que es más pequeño que tú. ¡Pero tranquilo! Como será nuestro vecino, tendrás todas las tardes para conocerlo. Ahora, ve a hacer tus deberes. —Le sacudió los rubios cabellos, le apretó una mejilla y se dirigió a la cocina para terminar de preparar la cena.

La expectativa de conocer a alguien le generaba diversas emociones. Por una parte, estaba el miedo a que este lo rechace, tal como hacían el resto de niños y por otra, que quizá, tal como decía su madre, se podrían volver verdaderos amigos.

Pero quiso ser optimista, y fue a encerrarse a su habitación para imaginarse cómo sería ese niño.

No se sentía capaz de aguantar la espera.

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Justo bajo la ventana de su habitación se hallaba el jardín de la casa. Estaba rodeado por una cerca alta de madera, la cual tenía una pequeña puerta. Su padre se encargó de colocar una mesa y unas cuantas sillas bajo la copa de los dos árboles que tenían sembrados para poder disfrutar de la hora del té bajo la sombra de estos, tal como correspondía a una legítima familia inglesa. La mesa, una reliquia que pasó de generación en generación, estaba cubierta con un mantel blanquísimo, sobre el cual su madre colocaba pequeños platos con galletas de diferentes sabores y al centro, la tetera de porcelana. Esta, blanca también, tenía pintados a una señorita que vestía una enorme falda y a un muchacho que le tendía la mano, ambos muy pálidos pero de sonrosadas mejillas. Las tacitas, pequeñas y frágiles, tenían el mismo decorado, además de una delgada línea alrededor de color dorado.

Su padre se hallaba ya sentado, y él ayudaba a su madre a llevar algunos de los pastelitos que había horneado. Listo todo, fue corriendo a lavarse las manos antes de que se le haga tarde. De vuelta, ya tenía servida su taza y a su disposición algunas galletas.

Ya le había dado un sorbo a su té, sostenía la taza en una mano, cuando oyeron que llamaban a la puerta. El sonido de la madera era inconfundible. Su padre se disculpó y se acercó para atender, pero en menos de un minuto ya estaba de regreso.

—¡Davie! —exclamó, y estuvo a punto de saltar de la silla para correr a sus brazos, pero lo detuvo la presencia de su madre. Estaba en la mesa y debía respetarla.

—¡Hola, Arthur! —respondió él, pero volvió el rostro de inmediato al sentir que algo tiraba de su pantalón—. Vamos, no seas tímido. Es momento de presentarte.

La familia entera se puso de pie, sorprendidos al notar lo que Davie tenía a su espalda.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó para facilitarle todo—. Vamos, diles tu nombre.

—A-Alfred... —alcanzó a articular, asomando el rostro.

—¿Cuántos años tienes? —continuó.

El niño soltó el pantalón que aferraba y extendió tres de sus deditos. Sus ojitos azules examinaron a cada uno de los presentes.

—Así que es él... ¿A quién se parece?

—Es idéntico a su madre. Si se fija bien, hasta algo de Berwald tiene. [1]

El pequeñito, cobrando valor, se acercó dando cortos pasos. Arthur, al notarlo, se acuclilló frente a él y le dedicó una tenue sonrisa. Definitivamente no era lo que esperaba; se había hecho a la idea de que llegaría un niño de su edad, alguien con quién compartir tardes, y en su lugar llegaba ese niño que apenas contaba con tres años.

Los ojitos azules repasaron su rostro con curiosidad, mas no con miedo ni desagrado. Y para Arthur era lindo que eso suceda.

—Yo soy Arthur —explicó. Sintió el impulso de acercar una mano y acariciarle la cabeza, pero se frenó antes de cometer una imprudencia— ¿Tú eres Alfred?

—Sí —respondió, aún observándole. De pronto, reparó en un detalle. A sus ojos asombrados se sumó un dedo acusador—: ¡También eres rubio!

—Aquí muchas personas lo son —respondió él, sonriéndole con cariño—. ¿Quieres una galleta?

Alfred asintió fuerte con la cabeza. Arthur estiró un brazo y cogió un par de pastelitos y dos galletas que tenía al alcance. Extendió la mano, exhibiéndole lo que tenía para que escoja, y el niño se decidió por el pastelito.

—¿Qué tal? ¿Te gusta? —inquirió, volviendo a acuclillarse para poder quedar a su altura—. Mi mamá los hace. Si te apetece, puedes venir a comerlos todos los días a esta misma hora.

Bajo la luz del sol, el cabello de Alfred parecía dorado. El de Arthur no era tan rubio, era un poco más claro, al igual que el de sus padres, y precisamente por eso se le figuraba muy bonito. Se veía radiante.

—¡Muchas gracias! —exclamó el niño al terminar de comer. Tenía dibujada en el rostro una sonrisa enorme y en los ojos un brillo encantador.

—Es hora de irnos —anunció Davie, que había estado platicando con los padres de Arthur hasta ese momento—. Despídete de todos.

Alfred agitó una mano en el aire, aún sonriente, y tomó la de Davie para echarse a andar.

Arthur se incorporó y mientras lo veía marcharse, notó que el pequeño volvía el rostro para mirarlo.

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[1]: Berwald es un familiar de Alfred por parte materna aquí. Digamos que sería como ese primo que nunca ves, pero igual es tu primo (?) Pero al pertenecer a una misma rama, de todos modos Alfred "heredó" algunos rasgos físicos. Pocos. Apenas algunos.

N.A: Alfred es un bebé adorable :'D Por cierto, algunos detalles ya se irán aclarando con el paso del tiempo.

Gracias por leer n_n