Hola

Bueno, pues nada. Más aventuras del trío.

Para las que habéis leído "Llamas en la noche", y "Luces y sombras", quizá este capítulo resulte un poco soso, más que nada porque en la primera parte, Nadya se dedica un buen rato a recordar. Pero me pareció bueno escribirlo así, y refrescaros también la memoria un poco. Probablemente esta historia vaya más despacio, pq no está escrita del todo, pero espero que tengáis paciencia conmigo.

Van a aparecer muchos, muchos personajes nuevos, y conoceremos más a algunos que ya se han ido presentando en las anteriores. En especial, aparecerá uno que me encanta, ya os diré cuál es cuando lleguemos a él. Pero os aseguro que está en mi lista de "Vampiros favoritos" jaja.

Arthemisa, sigo con la idea de la segunda parte de "La muchacha en las sombras", pero me está costando un riñón, y no me gusta empezar una historia hasta que, al menos, la tengo totalmente en la cabeza. Pero estoy en ello, estoy en ello.

Ah, y aquí se resuelven algunas de las preguntas que teníais acerca de Cora y Árvidas. Bueno, todas, diría yo.

Espero que os guste, y ya sabéis, como siempre. Si queréis que siga, tocad el botoncito ese tan mono que pone Go. Los reviews son la tinta de mi pluma, y si me dejáis sin ellos, no puedo escribir.

Prólogo. NADEZHDA. Recuerdos.

La noche ya había caído cuando Leo y Lyosha decidieron salir a cazar. Si los conozco mínimamente, su excursión tardará mucho más del cuarto de hora escaso que nos ocupa cuando yo los acompaño. A pesar de que me habían ofrecido ir con ellos, preferí dejarlos marchar solos. Los dos disfrutan mucho más de sus cacerías cuando no tienen que soportar lo que Leo denomina "mi exasperante aprecio por la sangre de alce", y se merecen un poco de diversión después de los días que llevamos preparando la casa de Canadá para que todo esté listo a nuestra llegada. La plácida sucesión de horas después de la batalla en Chernobil y los problemas con Cora, su hermano Demis y la muerte de éste y de Armand a manos de los cazadores, está empezando a mermar sus mal templados nervios. A mi me entusiasma esta serenidad. Los días tranquilos en los que hay poco más que mencionar que largos ratos de pereza que se suceden unos a otros sin solución de continuidad. Pero mis chicos necesitan la acción casi tanto como un humano necesita respirar, así que cuando Lyosha sugirió salir de caza a pesar de que todos sabíamos que no necesitaba alimentarse aún, me ofrecí a solucionar lo que quedaba pendiente mientras ellos marchaban juntos. Al principio se molestaron en fingir que preferían que los acompañara, pero no tardaron demasiado en traspasarme todos los papeles con los que llevaban horas peleándose y se dirigieron a los terrenos de caza tan rápido como les fue posible, por si yo cambiaba de opinión.

Miré las notas que tengo en las manos con una sonrisa. No queda mucho por hacer, pero hasta yo tengo que reconocer que todo ira mucho más rápido si me encargo sola. Busqué las carpetas que contienen toda la documentación a nombre de nuestras nuevas identidades canadienses, para tenerla a mano por si la necesito. Lisías se había ocupado de conseguirla con su habitual eficacia, aunque sospecho que Alejandra ha tenido mucho que ver en la rapidez con la que se resolvió el tema. Al igual que mis compañeros, Lisías parece tener la memoria de los peces para todo lo que signifique papeleo. Cuando me ofrecí a poner en orden la documentación de Leo después de aguantar sus gruñidos durante toda una tarde, no sabía lo que estaba haciendo. Lyosha al menos es metódico, aunque detesta la burocracia y procura saltársela siempre que puede, pero el caótico sistema de Leo para organizar sus propiedades y cuentas, me mantuvo tres días delante del ordenador pirateando más sistemas de los que nunca hubiera llegado a imaginar. Y menos mal que pude hacerlo de ese modo. Si hubiera intentado poner en orden sus asuntos intentando darles al menos una apariencia de legalidad, me llegaría el fin del milenio sin haberlo descifrado todo. Después de varios intentos fallidos, me limité a convencer a los ordenadores de que todo lo que mi compañero posee, ahora pertenece a sus otras identidades, abandonando su idea inicial de fingir su propia muerte y heredarse a sí mismo una vez más. No quiero ni imaginar la de dinero que ha debido perder cada vez que intentó sucederse como su propio heredero. Pero claro, eso a él no le preocupa lo más mínimo. Al igual que Lyosha, afirma tener mucho más de lo que nunca podrá gastarse, lo cual es sin duda cierto, así que le da igual lo que se pierda cada vez que necesita un cambio de identidad.

Bueno, pero eso ya está solucionado. Los papeles están en regla, y el sistema organizado para que, cuando dentro de unos cuantos años tengamos que volver a hacer un cambio, todo sea mucho más simple. Siempre y cuando lo haga yo, claro, aunque dudo mucho que ninguno de mis compañeros se decida a volver a pelearse con la burocracia humana ahora que me tienen a mí para arreglarlo. Con un suspiro me sumergí en mis notas, tachando tareas ya realizadas, y ordenando las que quedan por preparar. Comprobé con alivio que sólo faltan por resolver un par de temas que no me ocuparán mucho tiempo. Me animé a empezar por los que se refieren a la titularidad de los suministros de luz, agua y demás. Después de pelearme con media docena de ineptos empleados de un sinfín de departamentos de atención al cliente, decidí resolverlo yo misma colándome en los sistemas de las distintas compañías, solucionando en menos de cinco minutos lo que la última estúpida telefonista me indicó con cierta sorna que tardaría al menos dos meses. Miré nuevamente mi lista, y no me llevó ni un segundo optar por resolverlo todo de la misma manera. Menos de un cuarto de hora después, ya tenía todas las tareas solucionadas. Sólo falta por decidir la fecha en la que nos trasladaremos, pero eso no depende sólo de mí.

Me senté junto al fuego, dispuesta a leer un rato, pero mi mente no dejaba de vagar, sumergiéndome en los recuerdos del último año, y sobre todo del último mes. Cuando apenas había empezado a acostumbrarme a la idea de que lo que se abría ahora ante mí no era una vida humana de setenta u ochenta años, sino toda una eternidad junto al hombre que me ha convertido en lo que ahora soy, nuestro mundo estuvo a punto de desmoronarse por culpa de un grupo de descontrolados bebedores de humanos que estaban atrayendo mucha más atención de la que es aconsejable. Por fortuna, todo se resolvió con más o menos dificultades y –no pude evitar pensar con un deje de orgullo– gracias a mi capacidad para conocer la historia de todo aquel del cual beba su sangre. Y en el medio de toda esa locura, mi mundo volvió a dar una voltereta insospechada. Lo único que yo esperaba era que se solucionara toda esa situación, y volver a la casa que compartía con Lyosha en Irkutsk para seguir con nuestra vida en común. O con lo que sea que los puristas del idioma quieran llamar a lo que mi especie tiene en lugar de vida. Pero el destino no estaba dispuesto a ponérmelo tan fácil, e hizo aparecer una complicación más en mi camino. Aunque esta vez se trataba de una maravillosa complicación, todo hay que decirlo. No pude reprimir una sonrisa al pensar en lo confundida que me había sentido en ese momento. Hasta que Leo apareció en nuestra vida, yo sabía que amaba a Lyosha no sólo más de lo que jamás había amado a ningún hombre, sino mil veces más de lo que era capaz de amar siendo humana. Y desde mi punto de vista, todavía odiosamente mortal, era incapaz de entender la atracción que el impulsivo y deslenguado Leo provocaba en mí. Pero al poco de conocerlo difícilmente podía negarme a mi misma que, a pesar de que mi amor por Lyosha no había menguado ni un ápice, lo que sentía por Leo no podía clasificarse sólo de amistad ni con la más inocente de las intenciones. Intenté con todas mis fuerzas resistirme a esa atracción. Lo intenté mucho más de lo que nadie puede llegar a imaginar, mientras bloqueaba mi mente con decisión ante cualquier acceso de Lyosha a esos pensamientos. Y cuando ya estaba convencida de tener mis sentimientos bajo control, mi compañero me sorprendió haciéndome reconocer lo que yo tanto había intentado ocultar, y diciéndome que estaba bien, que era correcto, que nada le agradaría más que llamar a ese hombre su hermano. Si me hubiera abofeteado, no me habría causado más impresión. Mi patológicamente celoso compañero no sólo no se sentía ofendido al saber que me había enamorado de otro hombre, sino que parecía encantado con la idea. Me llevó mucho entender el concepto de familia de mi nueva especie, muchos malentendidos y confusiones que ahora me parecen tan absurdos que casi siento vergüenza de mi misma. Ahora que los dos forman parte de mi vida y que no tardaremos en trasladarnos a nuestra nueva casa para formar el clan que mis dos compañeros han esperado durante tanto tiempo, a duras penas puedo recordar mi vida anterior, cuando era una humana solitaria y creía que la familia era un accidente genético y el amor sólo cosa de dos.

Y hablando de amor, no pude evitar preguntarme si la joven Cora estaría con Árvidas. Desde la muerte de su odioso y santurrón hermano a manos de los cazadores, el primo de Lisías se ha convertido en su amigo y confidente, pero es evidente a ojos de todos, salvo a los de Cora, que desea ser mucho más que eso. Los hasta ahora estériles esfuerzos de Árvidas, provocan un sinfín de insinuaciones maliciosas por parte de los hombres de su familia y de mis compañeros, lo que no resulta nada sorprendente. Hasta a mí, que aún me cuesta deshacerme de la pátina de prejuicios humanos en algunas cosas, me parece que todo está yendo mucho más despacio de lo que debería.

Le estaba dando vueltas al tema de Cora y Árvidas, cuando un delicioso olor inundó mis fosas nasales. O debería decir dos deliciosos olores, aunque atenuados por un leve rastro de sangre animal. Mis compañeros han regresado de la cacería, y se acercan a mí, atravesando el jardín para llegar a la casita anexa que Shannen y Alejandra nos han asignado como alojamiento mientras gocemos de su hospitalidad. En teoría, dado nuestro rango como aliados de su familia, tendríamos que ocupar una habitación en la mansión principal, pero las dos son lo bastante prudentes como para mantenerme alejada de los comentarios maliciosos de sus primas, lo que no sé si agradecerles. Empiezo a sospechar que muchas más de las que yo desearía han compartido cama con al menos uno de mis compañeros en el pasado, y aunque sé que probablemente saber el número exacto va a enfurecerme, no me hace ninguna gracia que los demás parezcan conocer un dato que me atañe y que ignoro por completo. Hasta este momento no he tenido oportunidad de poner a Leo y Lyosha contra la pared para que se sinceren por fin, pero ahora que ya hemos solucionado todos los asuntos pendientes, ese tema está muy arriba en mi lista de prioridades. No tuve tiempo de pensar mucho más en ello. Están lo suficientemente cerca como para que Lyosha pueda leer mis pensamientos, y no quiero ponerlos sobre aviso acerca de mis intenciones. No tengo ninguna duda que se pondrán de acuerdo entre los dos para salirse por la tangente y tomarme el pelo, despistándome, como ya han hecho en el pasado. Fingí concentrarme en la lectura, mientras bloqueaba el acceso de Lyosha a todo lo que tuviera que ver con mis intenciones. Unos cuantos segundos más tarde, entraban en la casa, de un humor excelente, como siempre que salen a cazar. Alcé la vista del libro, para dedicarles la mejor de mis sonrisas.

"¿Ya estás leyendo una de esas deleznables novelas históricas tuyas, querida?", comentó Lyosha.

Respondí con un bufido. Siempre se mete con mis novelas, históricas o del género que sean. Leo rió entre dientes, mientras sus ojos, increíblemente bien afinados incluso para un miembro de nuestra especie, se deslizan sobre los renglones de la página que yo estaba leyendo.

"Diablos, sólo he leído diez renglones y ya he encontrado una docena de errores históricos", rió. "Si quieres saber algo acerca de la sucesión de los Hasburgo, ¿por qué no nos lo preguntas directamente, querida? Somos fuentes mucho más fidedignas que quien quiera que haya escrito todas esas tonterías"

"¿Quieres saber por qué no te pregunto, Leo? Por que cada vez que lo hago, tu hermano y tú termináis embarcándoos en algún interminable relato sobre vuestras aventuras, que no aclara ninguna de mis dudas"

"Por que no escuchas con atención", replicó. "Es evidente que tanto mi hermano como yo sabemos mucho más de las costumbres de cualquier época posterior al siglo IX que un mortal que sólo puede hablarte de lo que ha leído en otros libros, escritos por otros mortales tan ignorantes como él"

"Es que los libros de historia no suelen recoger la descripción de todos los lupanares del medioevo, Leo", respondí molesta.

"No es culpa mía que sean tan inexactos", contestó con una divertida sonrisa, sin arredrarse lo más mínimo a pesar de la mirada asesina que le dediqué.

"Creo que es mejor que vaya a darme una ducha", canturreó Lyosha, mientras subía las escaleras, seguido por un sonriente Leo, que se volvió para dedicarme un guiño divertido.

Sacudí la cabeza. No soy capaz de estar enfadada con ninguno de los dos demasiado tiempo, y ellos lo saben perfectamente. Cada vez que empiezan a notar mi mal humor por una tontería como esta, desaparecen de mi vista un rato, y cuando vuelven sonrientes a mi lado, ya no soy capaz de mantener mi actitud molesta por más que lo intente. Por supuesto, esta vez no fue la excepción. Cuando cesó el sonido del agua en el piso superior, y llegaron hasta mí sus voces charlando alegremente en el dormitorio, mi furia se desvaneció como el humo. No tardaron en reunirse conmigo, mientras su delicioso olor, ahora libre del rastro de sangre, inundaba mis fosas nasales haciéndome sonreír.

"¿Seguimos trabajando?", ofreció Lyosha.

Sonreí. Su ofrecimiento es sincero, pero no ha conseguido disimular el tono de resignación que encierran esas dos simples palabras.

"No es necesario. Ya he arreglado todo lo que teníamos pendiente"

Los ojos de ambos se abrieron como platos.

"¿En serio? ¿O sólo lo dices para alegrarnos el día?", preguntó Leo.

"Totalmente en serio. Sólo falta decidir la fecha de partida", sonreí.

"Has hecho trampa", me acusó Lyosha sonriente. "Has estado usando el ordenador, ¿verdad?"

"Lo intenté por las buenas, palabra. Pero no os podéis ni imaginar a todos los inútiles que me atendieron", gruñí a modo de excusa.

"Querida, ese tono de disculpa es totalmente innecesario", rió Leo. "Ni te imaginas lo mucho que te lo agradecemos. Odio el papeleo humano"

"Lo único que no podremos perdonarte es que no lo hicieras cuando estábamos aquí, Nadya", añadió Lyosha con la mejor de sus sonrisas maliciosas.

No pude evitar una carcajada. A los dos les vuelve locos verme trabajar. Lyosha me ha explicado una y mil veces el cambio que se opera en mí cuando me pongo delante de mis máquinas, pero yo no soy consciente de lo que sucede ni en mi, ni a mi alrededor en ese momento. Y bastantes problemas nos había traído eso ya, recordé, pensando en Armand. De no ser por el poder de Lisías para detectar y modificar estados de ánimo, el francés hubiera muerto en ese mismo instante, sólo por poner sus manos encima de mí. Quizá mis compañeros no se celen uno del otro, pero la cosa es bastante distinta con cualquier otro hombre.

"No me lo recuerdes", gruñó Lyosha, en mi mente. "Y lo que lo condenó fue su falta de respeto, no nuestros celos. No somos tan celosos"

"No, que va", repliqué con sarcasmo, sin hacer ningún ademán al recibir sus pensamientos.

Leo siempre envidia la intimidad de nuestras conversaciones mentales, y tanto Lyosha como yo intentamos disimularlas cuando él está presente.

Quizá había sido la falta de respeto de Armand lo que lo había ocasionado su expulsión de la familia de Lisías y su posterior muerte a manos de los cazadores, a quienes lo había entregado el propio Lyosha. Pero todo había empezado en el momento en el que coqueteó conmigo. Desde que se enteraron, mis compañeros le habían tomado una terrible inquina. Y él había tenido la poca prudencia de no tomársela en serio, continuando su acoso sobre mí a pesar de saber que yo era su compañera. Y por supuesto, eso es más de lo que los mal templados nervios de Leo y Lyosha pueden tolerar. Son muy quisquillosos con lo que a las normas de cortesía se refiere.

Un rápido giro de cabeza de ambos en dirección a la puerta, me arrancó de mis recuerdos. En las caras de los dos se pintaban sendas sonrisas irónicas, y sin necesidad de olfatear el aire para percibir el rastro que se acercaba, supuse acertadamente que Árvidas se disponía a visitarnos. Naturalmente, no llamó a la puerta. Apenas se hubo acercado a ella, Lyosha lo invitó a entrar. Llamar a la puerta no es una costumbre entre los nuestros. ¿Para qué llamar, si quien estaba tras ella sabe perfectamente que está ahí, y si lo desea te invitará a entrar o a marcharte y regresar en un momento más oportuno?

Árvidas entró y se reunió con nosotros junto al fuego. Es sorprendente la atracción que todos sentimos por el calor del fuego, cuando es el único elemento en este universo que puede acabar con nosotros. Probablemente sea lo mismo que el agua caliente de las duchas y los baños. El calor contrasta tan deliciosamente con nuestros gélidos cuerpos, que es una tentación difícil de resistir.

Árvidas tomó asiento en una silla, junto a mi sofá y frente al sillón que ocupaban mis compañeros. En los últimos días, sus visitas se han convertido en una grata rutina. Leo y Lyosha han decidido tomar a la joven Cora bajo la protección de nuestra familia, y Árvidas intenta estrechar sus lazos con nosotros, sin duda movido por sus sentimientos hacia ella.

"¿Habéis decidido ya la fecha de vuestra partida?", preguntó.

"Precisamente hablábamos de eso mismo hace un instante", respondió Lyosha. "Pero aún no tenemos nada decidido. Al menos nada concreto"

"Quizá tú puedas ayudarnos", comentó Leo con una sonrisa maquiavélica. "¿Cuándo crees que estará todo solucionado por fin, amigo?", le provocó, recordándole que no nos iríamos hasta saber si él nos acompañaría como compañero de Cora, o permanecería en la familia de Lisías.

Al contrario que en días anteriores, Árvidas no pareció tomarse bien la pulla de Leo, a la que respondió con un suave gruñido que me hizo levantar la cabeza de mi libro de inmediato. Hasta ahora, ha recibido con resignado humor los frecuentes comentarios acerca de sus escasos avances en su relación con mi nueva prima, y este no es ni de lejos el más malicioso de ellos.

"¿Ha ocurrido algo?", pregunté.

Leo y Lyosha miraron hacia él con expresión inquisitiva. Árvidas sacudía la cabeza, y supe que una parte de él se resistía a hablar, mientras la otra deseaba desahogarse. Me pregunté a que vendría su debate interior, mirando hacia Lyosha, por si estaba buscando respuestas en su mente. Su expresión fastidiada me dijo que se había encontrado con el bloqueo de Árvidas. Y aunque Lyosha podría fácilmente saltarse las barreras mentales de Árvidas, la cortesía le impide hacerlo. En ocasiones como esta desearía que fuera el impulsivo Leo el que tuviera la facultad de leer mentes y no mi sensato Lyosha. Mi querido Leo no hubiera resistido la curiosidad ni un segundo. Luego se disculparía, arrepentido sinceramente. Pero medir las consecuencias de sus actos no es su punto fuerte. Algo por lo que yo no puedo culparle, esa tampoco es mi mejor baza.

"Árvidas, sea lo que sea, puedes contárnoslo", le insté amablemente.

En realidad, estoy dispuesta a obligarle si es necesario. Cora está bajo mi tutela, y cualquier cosa que se refiriera a ella era más asunto mío que de nadie. Y al diablo con la cortesía.

Él dudó un instante más, pero finalmente tomó un innecesario aliento antes de empezar a hablar.

"Esta tarde salimos de caza. Todo fue perfecto. Me refiero a Cora. Está controlando muy bien sus instintos, no parece necesitar presas más consistentes, al menos por ahora, que no puede olerlas", comenzó.

Todos asentimos, esperando el resto de la historia. Cora había decidido beber sólo animales desde el primer momento en que se le dijo que eran suficientes para alimentarla. No puedo hablar por propia experiencia, ya que yo soy única en eso. Jamás he deseado la sangre de los humanos. Pero mis compañeros me han contado lo difícil que es llegar a inmunizarse contra el olor de las presas naturales de mi especie y los avances de Cora a la hora de controlar su sed siempre son recibidos con una prudente alegría, en espera de ver como reacciona cuando deje el protegido mundo de la mansión y se encuentre cara a cara con un mortal. El que no sienta la compulsión de salir por uno de ellos cuando se disparan sus instintos de caza, es buena señal, pero hay que tomarla con precaución. Las recaídas son frecuentes, y es necesario estar preparado para ellas. Pero evidentemente, los progresos de Cora no pueden ser la causa del molesto estado de ánimo de Árvidas, y aunque me agrada saber de ellos, no es lo que quiero escuchar en este momento. No obstante, él parece necesitar contar la historia desde su mismo principio, y ni mis compañeros ni yo nos atrevimos a interrumpirlo.

"Cora estaba encantada con sus pequeños progresos. Por primera vez desde la muerte de Demis, hablaba sin parar y sonreía a la menor oportunidad", explicó.

Mis compañeros le dirigieron una mirada severa. Dejar que se entusiasme, no traerá nada bueno.

"Por supuesto, la habrás serenado", inquirió Lyosha, y sus palabras sonaron más como una amenaza velada que como una pregunta.

Árvidas no se ofendió por el tono de mi compañero. Al igual que todos, comprende la importancia de mantener los pies de la joven Cora bien firmes sobre la tierra.

"Naturalmente. A pesar de que no me apetecía nada frenar su entusiasmo, le recordé que habría que esperar a ver, que no era lo mismo controlar los instintos que mantenerse firme ante el olor de un humano. En fin, ya sabéis, tampoco hace falta que os cuente los detalles de la conversación. Le dije lo que se suele decir, nada más. Ni nada menos".

Leo y Lyosha asintieron y yo no pedí más aclaraciones. Creo que puedo imaginar que es lo que se suele decir en estos casos, aunque jamás he tenido que enfrentarme a esa conversación. Las cuidadosas instrucciones que me dio Lyosha cuando salimos por primera vez a cazar tras mi transformación, son más que suficientes para hacerme comprender lo difícil que puede llegar a ser adquirir el dominio necesario.

"Aún así, a pesar de mis advertencias, nada parecía ensombrecer la felicidad de Cora esta tarde", estaba diciendo Árvidas. "Temí que, como suele sucederle, al quedarse sola en su habitación se encerrara de nuevo en sí misma. Así que le ofrecí pasear un rato por el jardín, y al contrario que otros días, aceptó de inmediato"

Contuve a duras penas la risa al ver como Leo estaba a punto de abrir la boca, y Lyosha le hacía callar con un disimulado codazo.

"Puedo imaginármelo más o menos, pero ¿qué iba a decir exactamente?", pregunté.

"¿Y por qué diablos no solucionaste el problema de su soledad metiéndote en su habitación de una maldita vez, condenado indeciso?", rió Lyosha en mi mente.

Bajé la cabeza hasta mis manos para disimular mi sonrisa. La imitación mental que del tono impaciente de Leo había hecho Lyosha, era casi perfecta, y aunque esperaba una salida similar, me costó reprimir la risa. La atracción que Árvidas y Cora sienten el uno por el otro, es evidente hasta para los ojos menos curiosos, y la mía es una especie muy curiosa. Aunque quizá debo reconocer que en este caso, cotilla es la palabra más adecuada. Al día siguiente de la muerte del hermano de Cora, Árvidas había permanecido junto a ella cada momento que tenía libre, provocando inmediatamente todo tipo de comentarios maliciosos que se trasmitían de boca a boca con la velocidad del rayo. El primer día, todo parecía ir mejor que bien. Era fácil encontrárselos juntos, con Árvidas rodeando la cintura de mi prima, y susurrando en su en su oído con la intimidad de un amante algo que provocaba la sonrisa de la muchacha, o toparte con ellos mientras él le besaba las manos o acariciaba sus mejillas. Cuando esa noche Árvidas acompañó a Cora a la mansión, todos los ojos estaban puestos en ellos con más o menos disimulo. Pero el hombre no consiguió pasar de la puerta. Se inclinó para besarla en los labios y ella le ofreció la mejilla ante la frustración de todos los curiosos. Y lo mismo sucedió al día siguiente. Y al siguiente. No habían avanzado ni un milímetro más. Hasta Lyosha, que odia utilizar su don para lo que él llama con desprecio "juegos de salón", se había decidido a rebuscar en la mente de Cora sus sentimientos por Árvidas, por si habíamos malinterpretado la situación. Tras confirmar que mi prima se sentía tan atraída por él como él por ella, todos pensamos que sólo era cuestión de tiempo, y nos decidimos a esperar y ver. Todos menos Leo, cuya paciencia disminuía con cada día que pasaba, mientras crecía su incredulidad ante los escasos avances de Árvidas. No es que me sorprenda, claro. Hasta donde yo sé, la mujer por la que más tiempo ha tenido que esperar Leo fui yo. Y aún así, no tardó ni cinco días en meterse entre mis sábanas.

Me concentré de nuevo en el relato de Árvidas, que estaba explicando como pasearon durante largo rato sin que el humor de Cora empeorara ni lo más mínimo. Más bien al contrario, parecía cada vez más alegre. En ese punto de la historia, Árvidas se detuvo bruscamente. Suspiró un instante, perdido en sus pensamientos mientras se miraba las manos distraídamente. Cuando volvió a hablar, su voz apenas era un susurro.

"Después del paseo, llevé a Cora hasta la puerta de la mansión. En lugar de despedirse de mí ahí, como suele hacer, ella me pidió que la acompañara hasta su habitación"

"¡Por fin!", exclamó Leo, sonriente, alzando las manos al cielo, como si diera gracias a uno de los muchos dioses en los que no cree. En su cara apareció su mejor sonrisa maliciosa. "Somos hombres de mundo, Árvidas, no escatimes en detalles por escabrosos que sean. Es más, olvídate del resto, y ve directamente a los detalles escabrosos, podré soportarlo" rió, mientras yo le apuñalaba con la mirada.

Lo que, por supuesto, no le afectó lo más mínimo.

Árvidas le dedicó una sonrisa amarga, que hizo que la de Leo muriera en sus labios de inmediato.

"Oh, demonios. No me digas que no fuiste con ella. No te atrevas a decírmelo"

"Por supuesto que fui, Leonardo. Quizá no tenga tu fama, pero no soy ningún niñato", replicó molesto.

Leo alzó las manos en un gesto de sincera disculpa.

"Perdona, amigo. No pretendía ofenderte"

Árvidas aceptó sus disculpas con la misma amarga sonrisa.

"No me has ofendido. Y me alegra ver que no soy el único que ha malinterpretado toda esta situación", respondió apesadumbrado.

"¿Malinterpretado?", exclamó Lyosha. Sonreí al ver que hasta mi sereno compañero se estaba impacientando. "No veo mucho que malinterpretar. Una mujer que se siente atraída por ti, y a la que llevas días cortejando, te invita a su habitación. ¿Qué puede malinterpretarse en eso?"

Hasta yo me hubiera decidido a hacer algún comentario de ese tipo, de no ser por la mirada de Árvidas. Es a todas luces evidente que algo ha sucedido, pero desde luego no se trata de lo que mis compañeros esperan. Como el hombre no parecía capaz de explicarse, puse en palabras la idea que había empezado a surgir en mi mente.

"Te rechazó", afirmé con seguridad.

Los ojos de mis compañeros se clavaron en mí con incredulidad. Parecían dispuestos a reírse de mi comentario, hasta que se volvieron hacia Árvidas, que me miraba fijamente, y sus críticas murieron en sus labios antes de ser pronunciadas.

"Ojalá sólo me hubiera rechazado. Aunque debo reconocer que era lo último que esperaba, estaría preparado para que me rechazara. Para lo que no estaba preparado es para la forma en que lo hizo", murmuró.

"¿Qué ocurrió?", pregunté, inquieta al ver su rostro aturdido.

Él se limitó a negar con la cabeza. No parece dispuesto a hablar, así que decidí ir en busca de Cora en cuanto se marche. Si no me entero de la historia por uno de los implicados, me enteraré por el otro.

"Quizá será mejor que te vayas ya, querida. Me parece que Árvidas hablará antes si se queda a solas con nosotros", me urgió Lyosha.

"Cosas de hombres, ¿eh?", repliqué, un poco molesta.

"Algo así", respondió él, disimulando su sonrisa.

"Nadya, quizá deberías ir a ver si Cora está bien", sugirió Leo, sin duda compartiendo la idea de su hermano.

Casi puedo decir que estaba esperándolo. En ocasiones juraría que son ellos los que se leen la mente.

"Iría yo mismo, pero confía más en ti", añadió.

Fingí dudar un segundo, tras el cual me puse en pie y salí en dirección a la habitación de Cora.