PROLOGO
Habían pasados un mes desde el final victorioso del Trió, ahora ellos intentaban comenzar sus vidas a un ritmo de los jóvenes magos que eran.
Harry Potter una semana después de la batalla le pidió a Ginny la hermana menor de su amigo que volvieran a ser pareja y ella acepto encantada.
En cuanto a Ronald y Hermione empezaron su relación inmediatamente después de los funerales.
Así mismo 31 días después de la batalla a las ocho de la mañana los habitantes de La Madriguera se iban levantando.
Una vez en la cocina, todos desayunando, había varias conversaciones, una de ellas era la que mantenían Harry y Ginny:
Me gustaría poder cambiar parte de todo lo que ha pasado – le diecia Harry a su novia.
Amor sabes que eso es imposible, no hay nada que mas me gustaría que hubieras conocido a tus padres y abuelos – le contesto Ginny
Ya lo sé pero de sueños también se vive no crees – le dijo Harry
Que estáis hablando vosotros dos – pregunto un curioso Ron
Nada que te importe hermanito – contesto la novia del niño que venció
Ron quieres dejar que tu hermana y Harry hablen tranquilos – le regaño Hermione
Mira Ron le estaba diciendo a tu hermana que me gustaría cambiar parte de lo pasado – explico Harry
Ya veo compañero, y perdón por cortar vuestra conversación – se disculpo Ron
En eso la madre de Ron estaba fregando las tazas de su marido, cuando observo que una lechuza de color dorado se acercaba a la ventana y la abrió.
Llega correo para alguien – anuncio la señora
En esto todos miraron extrañados el sobre y a la lechuza no la conocían. Esta llevaba un sobre color marfil con caligrafía femenina y ponía lo siguiente
Sr. Harry James Potter Evans
Cocina "La Madriguera"
Oest beach (Londres)
Harry cogió el sobre de la pata de la lechuza y comenzó a leer:
Estimado Sr. Potter
Se le ruega que se presente en el ministerio de magia el día de hoy a las 1200h, para una entrevista con el Sr. Ministro y la Directora de Howard.
Se le permite venir acompañado si gusta de sus amigos el Sr. Ronald Bilius Weasley, Sta. Hermione Jane Granger y Sta. Ginevra Molly Weasley.
Esperamos su respuesta inmediatamente, conteste en el reverso de la carta con la lechuza que se la entrego.
Atentamente la Secretaria del Ministro
Sra. María Isabel Pitt
Harry que crees que quieren decirte – le pregunto Hermione
No lo sé pero si no vamos no lo averiguaremos – comento Harry – claro que si tenéis algo que hacer voy solo de acuerdo.
Yo voy contigo – afirmo Ginny
Y nosotros también – contestaron la pareja.
Muy bien pues a las 1130h partimos rumbo al Ministerio por Red Flu – dijo Ginny – subo a cambiarme.
Así los cuatro se asearon y a las 1115h los chicos esperaban que bajaran las chicas.
Ron se había puesto una túnica de color azul eléctrico y Harry se puso una de color marrón claro.
A las 1130h las chicas bajaron Hermione con una túnica de paseo color naranja claro y Ginny con una túnica color lila.
Y una vez listo partieron al ministerio.
Una vez en el despacho del ministro siendo ya las 1155h, se les solicito que tomaran asiento.
Ya estando todos en la sala, la Directora de Howard la profesora McGonalls empezó a explicarles el por qué de la reunión.
Buenos días, bueno muchachos el tema a tratar aquí es el siguiente, el otro día hablando con el profesor Dumbledore, me comentaba como el mayor deseo del Sr. Potter era poder cambiar el pasado para que el futuro no se viera tan afectado, bueno el caso es que me comento que hay una forma y una manera de que les cuenten todo sin olvidar detalle, pero se hará solo bajo la condición que vosotros cuatro le contéis lo de las partes del alma de Voldemort al Dumbledore de ese tiempo.
Les explico cómo sería la cosa y luego me dicen si aceptan tenemos el cuarto año de Harry escrito en un libro y el tema es que tenemos un hechizo para hacer venir a los Potter, Sirius, Remus y Dumbledore a nuestro presente que será su futuro, pues bien nuestra intención es hacerlos venir en el momento que Lily está embarazada de 8 meses de Harry y contarles todo lo que quieran saber siempre y cuando les quede claro que no tiene que decírselo a nadie más, de acuerdo que les parece.
Profesora a mi me parece estupendo – dijo Harry ilusionado
Y nosotros estaremos para apoyar a Harry en lo que sea – dijeron los otros tres
Por donde empezamos profesora - pregunto Harry
Bien nos dirigiremos a la sala de los menesteres, allí la petición será clara una sala donde el tiempo de fuera se congele que de la sensación que solo ha pasado un minuto – explico la directora del colegio.
Espere y la comida como nos la traerán – pregunto Ron
Pues el elfo de Harry estará allí todo el rato escondido y os proporcionar toda la comida necesaria – les contesto la profesora.
Una vez en la sala de menesteres Hermione tenía un pergamino con las instrucciones para llamar a los del pasado y así lo hizo.
De repente un humo dorado apareció en medio de la sala y entre el se distinguía distintas figuras.
Pelirroja que has hecho no te dijo el medimago que no hicieras magia hasta que naciera mini-cornamenta – se escucho la voz el joven Sirius
Yo no he sido Black, así que no molestes – le contesto la voz de Lilly
Canuto no te metas con Lily siempre igual hombre – le regaño la voz de James
No cambiaras nunca he, donde estamos lo sabéis – pregunto la voz de Remus
No pero quizás estos amables alumnos nos explicarían – contesto la voz del Profesor.
LAS PRESENTACIONES
Bueno como ha dicho el profesor, nosotros podemos explicarles – dijo Harry – Primero hare las presentaciones y luego les explico les parece.
Si contestaron – todos los del pasado
Bien yo soy Harry Potter – se presento Harry – este es Ronald Weasley, Hermione Granger y Ginny Weasley
Como que Harry Potter mi hijo todavía no ha nacido y no sé si será niño o niña – exclamo asustado James
Bueno pues yo te saco de la duda soy tu hijo – le contesto Harry
Lily amor lo has escuchado vamos a tener un niño, por cierto muy atractivo.
James ya me había dado cuenta que era nuestro hijo – contesto Lily – tiene mis ojos y tu pelo.
Bueno Harry yo soy tu padrino – le dijo Sirius
Ya lo sabía – le dijo Harry
Yo soy Remus – se presento
Yo supongo que sabes quién soy sino no me habrías llamado profesor – le dijo Dumbledore – pero dime que hacemos aquí
Pues estáis aquí para cambiar ciertos aspecto de mi pasado y de vuestro presente y futuro – les explico Harry
Si, si lo que tu digas pero dime tienes novia – le pregunto Sirius a Harry
Esto sí - les contesto
Y yo sé quien es – les dijo a todos James
A si pues dime quien es mi nuera, Jimmy – le dijo Lily sonriendo
La chica pelirroja Ninny has dicho que se llama – dijo James
Ginny papa se llama Ginny, y como lo has sabido – pregunto intrigado Harry
Porque todas las mujeres con las que se han casado las 30 generaciones de hombres Potter eran pelirrojas – le explico James
Oh Ginny y tu queriéndole arrancar los pelos a Cho, y resulta que Harry iba a caer rendido a tus pies – le dijo riendo Hermione
Muy graciosa cuñadita – le contesto sonrojada
No pasa nada Ginny – le dijo Lily a su nuera – a mi me pasaba lo mismo con su padre cuando se le acercaba alguna chica
Gracias Sra. Potter
De nada pero llámame Lilly
Bueno tenemos que empezar y lo haremos leyendo un libro sobre mi cuarto año en el colegio les parece – pregunto Harry
Vale – Contestaron todos
Quien lee primero – pregunto Harry
Yo leeré primera – contesto su madre
Toma mama el libro – se lo dio Harry
Gracias mi amor – le sonrió Lily
HARRY POTTER Y EL CALIZ DE FUEGO
Parece que se va a celebrar el torneo de los tres magos en el colegio ese año – comento Sirius
Tú que sabes canuto – le dijo Remus
Pues que en mi familia me lo han contado – replico Sirius
A valee – dijo Remus
Bueno que empiezo o no – dijo Lily empezando a enfadarse
Si, si mujer no te enfades que se te ponen arrugas en la cara – le dijo Sirius
Black ERES UN DESGRACIADO, INSENIBLE QUE TE DA IGUAL HERIR LOS SENTIMIENTOS DE LA MADRE DE TU FUTURO AHIJADO – le grito Lily y empezó a leer.
La Mansión de los Ryddle
Hijo que haces en la mansión del Voldemort – le pregunto con curiosidad James
James seguro que el libro lo explica todo – le contesta Ginny
Tienes razón pelirroja – le dijo Sirius
Remus continuas por favor – le dijo Remus
Los aldeanos de Pequeño Hangleton seguían llamándola «la Mansión de los Ryddle» aunque hacía ya muchos años que los Ryddle no vivían en ella.
Porque nadie vive allí – pregunta Sirius
Canuto deja de preguntar y espera – le dijo Lily con una mirada "o te callas o ya verás"
Erigida sobre una colina que dominaba la aldea, tenía cegadas con tablas algunas ventanas, al tejado le faltaban tejas y la hiedra se extendía a sus anchas por la fachada. En otro tiempo había sido una mansión hermosa y, con diferencia, el edificio más señorial y de mayor tamaño en un radio de varios kilómetros, pero ahora estaba abandonada y ruinosa, y nadie vivía en ella.
En Pequeño Hangleton todos coincidían en que la vieja mansión era siniestra. Medio siglo antes había ocurrido en ella algo extraño y horrible, algo de lo que todavía gustaban hablar los habitantes de la aldea cuando los temas de chismorreo se agotaban. Habían relatado tantas veces la historia y le habían añadido tantas cosas, que nadie estaba ya muy seguro de cuál era la verdad.
Todas las versiones, no obstante, comenzaban en el mismo punto: cincuenta años antes, en el amanecer de una soleada mañana de verano, cuando la Mansión de los Ryddle aún conservaba su imponente apariencia, la criada había entrado en la sala y había hallado muertos a los tres Ryddle.
La mujer había bajado corriendo y gritando por la colina hasta llegar a la aldea, despertando a todos los que había podido.
— ¡Están allí echados con los ojos muy abiertos! ¡Están fríos como el hielo! ¡Y llevan todavía la ropa de la cena!
Eso es un Avada – dijo Remus
De verdad lunático que no lo sabíamos – dijo James con mofa
Llamaron a la policía, y toda la aldea se convirtió en un hervidero de curiosidad, de espanto y de emoción mal disimulada. Nadie hizo el menor esfuerzo en fingir que le apenaba la muerte de los Ryddle, porque nadie los quería. El señor y la señora Ryddle eran ricos, esnobs y groseros, aunque no tanto como Tom, su hijo ya crecido. Los aldeanos se preguntaban por la identidad del asesino, porque era evidente que tres personas que gozan, aparentemente, de buena salud no se mueren la misma noche de muerte natural.
El Ahorcado, que era como se llamaba la taberna de la aldea, hizo su agosto aquella noche, ya que todo el mundo acudió para comentar el triple asesinato. Para ello habían dejado el calor de sus hogares, pero se vieron recompensados con la llegada de la cocinera de los Ryddle, que entró en la taberna con un golpe de efecto y anunció a la concurrencia, repentinamente callada, que acababan de arrestar a un hombre llamado Frank Bryce.
— ¡Frank! —gritaron algunos—. ¡No puede ser!
Pobre hombre – exclamo Hermione
Frank Bryce era el jardinero de los Ryddle y vivía solo en una humilde casita en la finca de sus amos. Había regresado de la guerra con la pierna rígida y una clara aversión a las multitudes y a los ruidos fuertes. Desde entonces, había trabajado para los Ryddle.
Varios de los presentes se apresuraron a pedir una bebida para la cocinera, y todos se dispusieron a oír los detalles.
—Siempre pensé que era un tipo raro —explicó la mujer a los lugareños, que la escuchaban expectantes, después de apurar la cuarta copa de jerez—. Era muy huraño. Debo de haberlo invitado cien veces a una copa, pero no le gustaba el trato con la gente, no señor.
—Bueno —dijo una aldeana que estaba junto a la barra—, el pobre Frank lo pasó mal en la guerra, y le gusta la tranquilidad. Ése no es motivo para...
—¿Y quién aparte de él tenía la llave de la puerta de atrás? —La interrumpió la cocinera levantando la voz—. ¡Siempre ha habido un duplicado de la llave colgado en la casita del jardinero, que yo recuerde! ¡Y anoche nadie forzó la puerta! ¡No hay ninguna ventana rota! Frank no tuvo más que subir hasta la mansión mientras todos dormíamos...
Los aldeanos intercambiaron miradas sombrías.
—Siempre pensé que había algo desagradable en él, desde luego —dijo, gruñendo, un hombre sentado a la barra.
—La guerra lo convirtió en un tipo raro, si os interesa mi opinión —añadió el dueño de la taberna.
—Te dije que no me gustaría tener a Frank de enemigo. ¿A qué te lo dije, Dot? —apuntó, nerviosa, una mujer desde el rincón.
Es injusto que lo culpen a él cuando no ha sido – exclamo Ginny
Pero ha que mago se le puede ocurrir matar a la familia de Voldemort si son muggle- pregunto Sirius
Ya te enteras con el tiempo – dijo Harry exasperado
—Horroroso carácter —corroboró Dot, moviendo con brío la cabeza de arriba abajo—. Recuerdo que cuando era niño...
A la mañana siguiente, en Pequeño Hangleton, a nadie le cabía ninguna duda de que Frank Bryce había matado a los Ryddle.
Pero en la vecina ciudad de Gran Hangleton, en la oscura y sórdida comisaría, Frank repetía tercamente, una y otra vez, que era inocente y que la única persona a la que había visto cerca de la mansión el día de la muerte de los Ryddle había sido un adolescente, un forastero de piel clara y pelo oscuro.
Nadie más en la aldea había visto a semejante muchacho, y la policía tenía la convicción de que eran invenciones de Frank.
Entonces, cuando las cosas se estaban poniendo peor para él, llegó el informe forense y todo cambió.
La policía no había leído nunca un informe tan extraño. Un equipo de médicos había examinado los cuerpos y llegado a la conclusión de que ninguno de los Ryddle había sido envenenado, ahogado, estrangulado, apuñalado ni 4 herido con arma de fuego y, por lo que ellos podían ver, ni siquiera había sufrido daño alguno. De hecho, proseguía el informe con manifiesta perplejidad, los tres Ryddle parecían hallarse en perfecto estado de salud, pasando por alto el hecho de que estaban muertos. Decididos a encontrar en los cadáveres alguna anormalidad, los médicos notaron que los Ryddle tenían una expresión de terror en la cara; pero, como dijeron los frustrados policías, ¿quién había oído nunca que se pudiera aterrorizar a tres personas hasta matarlas?
No hallaran ninguna explicación lógica a lo que les paso – dijo Ron
O a lo mejor son muy listos y si la encuentran – repuso Sirius
Por favor Canuto si pudieran demostrar eso, el mundo mágico estaría perdido – contesto- Lilly
Mientras tanto solo Ginny se había dado cuenta en lo tenso que se había puesto Harry, entonces lo beso con pasión.
A qué viene esto – pregunto Harry
Si no te gusta no te vuelvo a besar – le contesto un poco enfadada Ginny
No, no es eso es que me has sorprendido - repuso Harry
Oye vosotros dos manos quietecitas que os estoy vigilando - les corto Ron
Ronald déjalos en paz, siempre estas igual – le dijo Hermione a Ron
Como no había la más leve prueba de que los Ryddle hubieran sido asesinados, la policía no tuvo más remedio que dejar libre a Frank. Se enterró a los Ryddle en el cementerio de Pequeño Hangleton, y durante una temporada sus tumbas siguieron siendo objeto de curiosidad. Para sorpresa de todos y en medio de un ambiente de desconfianza, Frank Bryce volvió a su casita en la mansión.
—Para mí él fue el que los mató, y me da igual lo que diga la policía —sentenció Dot en El Ahorcado—. Y, sabiendo que sabemos que fue él, si tuviera un poco de vergüenza se iría de aquí.
Pero Frank no se fue. Se quedó cuidando el jardín para la familia que habitó a continuación en la Mansión de los Ryddle, y luego para los siguientes inquilinos, porque nadie permaneció mucho tiempo allí. Quizá era en parte a causa de Frank por lo que cada nuevo propietario aseguró que se percibía algo horrendo en aquel lugar, el cual, al quedar deshabitado, fue cayendo en el abandono.
El potentado que en aquellos días poseía la Mansión de los Ryddle no vivía en ella ni le daba uso alguno; en el pueblo se comentaba que la había adquirido por «motivos fiscales», aunque nadie sabía muy bien cuáles podían ser esos motivos. Sin embargo, el potentado continuó pagando a Frank para que se encargara del jardín. A punto de cumplir los setenta y siete años, Frank estaba bastante sordo y su pierna rígida se había vuelto más rígida que nunca, pero todavía, cuando hacía buen tiempo, se lo veía entre los macizos de flores haciendo un poco de esto y un poco de aquello, si bien la mala hierba le iba ganando la partida.
Pero la mala hierba no era lo único contra lo que tenía que bregar Frank.
Los niños de la aldea habían tomado la costumbre de tirar piedras a las ventanas de la Mansión de los Ryddle, y pasaban con las bicicletas por encima del césped que con tanto esfuerzo Frank mantenía en buen estado. En una o dos ocasiones habían entrado en la casa a raíz de una apuesta. Sabían que el viejo jardinero profesaba veneración a la casa y a la finca, y les divertía verlo por el jardín cojeando, blandiendo su cayado y gritándoles con su ronca voz.
Frank, por su parte, pensaba que los niños querían castigarlo porque, como sus padres y abuelos, creían que era un asesino. Así que cuando se despertó una noche de agosto y vio algo raro arriba en la vieja casa, dio por supuesto que los niños habían ido un poco más lejos que otras veces en su intento de mortificarlo.
La verdad que si mi hijo hiciera ese tipo de bromas a una persona mayor lo castigaría – declaro Lilly
Pero lils eso no lo haría nuestro hijo, por que las estaría guardando todas para cuando fuera a Howard – repuso James, en ese momento Lily le pego una colleja.
Lo que lo había despertado era su pierna mala, que en su vejez le olía más que nunca. Se levantó y bajó cojeando por la escalera hasta la cocina, con la idea de rellenar la botella de agua caliente para aliviar la rigidez de la rodilla.
De pie ante la pila, mientras llenaba de agua la tetera, levantó la vista hacia la Mansión de los Ryddle y vio luz en las ventanas superiores. Frank entendió de inmediato lo que sucedía: los niños habían vuelto a entrar en la Mansión de los Ryddle y, a juzgar por el titileo de la luz, habían encendido fuego.
Frank no tenía teléfono y, de todas maneras, desconfiaba de la policía desde que se lo habían llevado para interrogarlo por la muerte de los Ryddle.
Así que dejó la tetera y volvió a subir la escalera tan rápido como le permitía la pierna mala; regresó completamente vestido a la cocina, y cogió una llave vieja y herrumbrosa del gancho que había junto a la entrada. Tomó su cayado, que estaba apoyado contra la pared, y salió de la casita en medio de la noche.
La puerta principal de la Mansión de los Ryddle no mostraba signo alguno de haber sido forzada, ni tampoco ninguna de las ventanas. Frank fue cojeando hacia la parte de atrás de la casa hasta llegar a una entrada casi completamente cubierta por la hiedra, sacó la vieja llave, la introdujo en la cerradura y abrió la puerta sigilosamente.
Penetró en la cavernosa cocina. A pesar de que hacía años que Frank no pisaba en ella y de que la oscuridad era casi total, recordaba dónde se hallaba la puerta que daba al vestíbulo y se abrió camino hacia ella a tientas, mientras percibía el olor a decrepitud y aguzaba el oído para captar cualquier sonido de pasos o de voces que viniera de arriba. Llegó al vestíbulo, un poco más iluminado gracias a las amplias ventanas divididas por parteluces que flanqueaban la puerta principal, y comenzó a subir por la escalera, dando gracias a la espesa capa de polvo que cubría los escalones porque amortiguaba el ruido de los pies y del cayado.
En el rellano, Frank torció a la derecha y vio de inmediato dónde se hallaban los intrusos: al final del corredor había una puerta entornada, y una luz titilante brillaba a través del resquicio, proyectando sobre el negro suelo una línea dorada. Frank se fue acercando pegado a la pared, con el cayado firmemente asido. Cuando se hallaba a un metro de la entrada distinguió una estrecha franja de la estancia que había al otro lado.
Pudo ver entonces que estaba encendido el fuego en la chimenea, cosa que lo sorprendió. Se quedó inmóvil y escuchó con toda atención, porque del interior de la estancia llegaba la voz de un hombre que parecía tímido y acobardado.
Me recuerda a alguien, por cierto por que Peter con nosotros – se extraño James
Papa cuando termine el libro tenemos que tener una conversación – le dijo Harry muy serio a su padre, en ese momento Ginny le cogió la mano en señal de apoyo.
—Queda un poco más en la botella, señor, si seguís hambriento.
—Luego —dijo una segunda voz. También ésta era de hombre, pero extrañamente aguda y tan iría como una repentina ráfaga de viento helado. Algo tenía aquella voz que erizó los escasos pelos de la nuca de Frank—. Acércame más al fuego, Colagusano.
Colagusano? Que hace Peter en casa de la familia de Voldemort – pregunto extrañado Sirius.
Frank volvió hacia la puerta su oreja derecha, que era la buena. Oyó que posaban una botella en una superficie dura, y luego el ruido sordo que hacía un mueble pesado al ser arrastrado por el suelo. Frank vislumbró a un hombre pequeño que, de espaldas a la puerta, empujaba una butaca para acercarla a la chimenea. Vestía una capa larga y negra, y tenía la coronilla calva.
Enseguida volvió a desaparecer de la vista.
— ¿Dónde está Nagini? —dijo la voz iría.
Porque esta Peter con la serpiente de Voldemort- pregunto confusa Lily.
Mama sigue leyendo – le dijo Harry a su madre.
—No... no lo sé, señor —respondió temblorosa la primera voz—. Creo que ha ido a explorar la casa...
—Tendrás que ordeñarla antes de que nos retiremos a dormir, Colagusano —dijo la segunda voz—. Necesito tomar algo de alimento por la noche. El viaje me ha fatigado mucho.
Frunciendo el entrecejo, Frank acercó más la oreja buena a la puerta. Hubo una pausa, y tras ella volvió a hablar el hombre llamado Colagusano.
—Señor, ¿puedo preguntar cuánto tiempo permaneceremos aquí?
—Una semana —contestó la fría voz—. O tal vez más. Este lugar es cómodo dentro de lo que cabe, y todavía no podemos llevar a cabo el plan.
Sería una locura hacer algo antes de que acaben los Mundiales de quidditch.
Frank se hurgó la oreja con uno de sus nudosos dedos. Sin duda debido a un tapón de cera, había oído la palabra «quidditch», que no existía.
— ¿Los... los Mundiales de quidditch, señor? —preguntó Colagusano. Frank se hurgó aún con más fuerza—. Perdonadme, pero... no comprendo. ¿Por qué tenemos que esperar a que acaben los Mundiales?
—Porque en este mismo momento están llegando al país magos provenientes del mundo entero, idiota, y todos los mangoneadores del Ministerio de Magia estarán al acecho de cualquier signo de actividad anormal, comprobando y volviendo a comprobar la identidad de todo el mundo. Estarán obsesionados con la seguridad, para evitar que los muggles se den cuenta de algo. Por eso tenemos que esperar.
Frank desistió de intentar destaponarse el oído. Le habían llegado con toda claridad las palabras «magos», «muggles» y «Ministerio de Magia».
Evidentemente, cada una de aquellas expresiones tenía un significado secreto, y Frank pensó que sólo había dos tipos de personas que hablaran en clave: los espías y los criminales. Así pues, aferró el cayado y aguzó el oído.
— ¿Debo entender que Su Señoría está decidido? —preguntó Colagusano en voz baja.
—Desde luego que estoy decidido, Colagusano. —Ahora había un tono de amenaza en la iría voz. Siguió una ligera pausa, y luego habló Colagusano. Las palabras se le amontonaron por la prisa, como si quisiera acabar de decir la frase antes de que los nervios se lo impidieran:
—Se podría hacer sin Harry Potter, señor.
Está claro que Peter esta con Voldemort por que se comporta como un estúpido mortífago todavía no lo sé pero lo averiguare – dijo Sirius
Tu eres tonto no Sirius pero no te das cuenta que quiere coger a mi bebe - le dijo Lily
Tranquila mujer no le voy a permitir que secuestre a nuestro bebe – le dijo James, y se gano un beso de su pelirroja.
A todo esto Harry los miraba sonrojado por el hecho de que lo llamaran Bebe, y Ron estaba por los suelos riéndose de la cara de su amigo y cuñado.
Hubo otra pausa, ahora más prolongada, y luego se escuchó musitar a la segunda voz:
—¿Sin Harry Potter? Ya veo...
— ¡Señor, no lo digo porque me preocupe el muchacho! —Exclamó Colagusano, alzando la voz hasta convertirla en un chillido—. El chico no significa nada para mí, ¡nada en absoluto! Sólo lo digo porque si empleáramos a otro mago o bruja, el que fuera, se podría llevar a cabo con más rapidez. Si me permitierais ausentarme brevemente (ya sabéis que se me da muy bien disfrazarme), podría regresar dentro de dos días con alguien apropiado.
—Podría utilizar a cualquier otro mago —dijo con suavidad la segunda voz—, es cierto...
—Muy sensato, señor —añadió Colagusano, que parecía sensiblemente aliviado—. Echarle la mano encima a Harry Potter resultaría muy difícil. Está tan bien protegido...
— ¿O sea que te prestas a ir a buscar un sustituto? Me pregunto si tal vez... la tarea de cuidarme se te ha llegado a hacer demasiado penosa, Colagusano. ¡Quién sabe si tu propuesta de abandonar el plan no será en realidad un intento de desertar de mi bando!
— ¡Señor! Yo... yo no tengo ningún deseo de abandonaros, en absoluto.
— ¡No me mientas! —Dijo la segunda voz entre dientes—. ¡Sé lo que digo, Colagusano! Lamentas haber vuelto conmigo. Te doy asco. Veo cómo te estremeces cada vez que me miras, noto el escalofrío que te recorre cuando me tocas...
— ¡No! Mi devoción a Su Señoría...
—Tu devoción no es otra cosa que cobardía. No estarías aquí si tuvieras otro lugar al que ir. ¿Cómo voy a sobrevivir sin ti, cuando necesito alimentarme cada pocas horas? ¿Quién ordeñará a Nagini?
—Pero ya estáis mucho más fuerte, señor.
—Mentiroso —musitó la segunda voz—. No me encuentro más fuerte, y unos pocos días bastarían para hacerme perder la escasa salud que he recuperado con tus torpes atenciones. ¡Silencio!
Colagusano, que había estado barbotando incoherentemente, se calló al instante. Durante unos segundos, Frank no pudo oír otra cosa que el crepitar de la hoguera. Luego volvió a hablar el segundo hombre en un siseo que era casi un silbido.
—Tengo mis motivos para utilizar a ese chico, como te he explicado, y no usaré a ningún otro. He aguardado trece años. Unos meses más darán lo mismo. Por lo que respecta a la protección que lo rodea, estoy convencido de que mi plan dará resultado. Lo único que se necesita es un poco de valor por tu parte... Un valor que estoy seguro de que encontrarás, a menos que quieras sufrir la ira de lord Voldemort.
— ¡Señor, dejadme hablar! —Dijo Colagusano con una nota de pánico en la voz—. Durante el viaje le he dado vueltas en la cabeza al plan... Señor, no tardarán en darse cuenta de la desaparición de Bertha Jorkins. Y, si seguimos adelante, si yo hecho la maldición...
— ¿«Si»? —Susurró la otra voz—. Si sigues el plan, Colagusano, el Ministerio no tendrá que enterarse de que ha desaparecido nadie más. Lo harás discretamente, sin alboroto. Ya me gustaría poder hacerlo por mí mismo, pero en estas condiciones... Vamos, Colagusano, otro obstáculo menos y tendremos despejado el camino hacia Harry Potter. No te estoy pidiendo que lo hagas solo. Para entonces, mi fiel vasallo se habrá unido a nosotros.
—Yo también soy un vasallo fiel —repuso Colagusano con una levísima nota de resentimiento en la voz.
—Colagusano, necesito a alguien con cerebro, alguien cuya lealtad no haya flaqueado nunca. Y tú, por desgracia, no cumples ninguno de esos requisitos.
—Yo os encontré —contestó Colagusano, y esta vez había un claro tono de aspereza en su voz—. Fui el que os encontró, y os traje a Bertha Jorkins.
—Eso es verdad —admitió el segundo hombre, aparentemente divertido—. Un golpe brillante del que no te hubiera creído capaz, Colagusano. Aunque, a decir verdad, ni te imaginabas lo útil que nos sería cuando la atrapaste, ¿a qué no?
—Pen... pensaba que podía serlo, señor.
—Mentiroso —dijo de nuevo la otra voz con un regocijo cruel más evidente que nunca—. Sin embargo, no niego que su información resultó enormemente valiosa. Sin ella, yo nunca habría podido maquinar nuestro plan, y por eso recibirás tu recompensa, Colagusano. Te permitiré llevar a cabo una labor esencial para mí; muchos de mis seguidores darían su mano derecha por tener el honor de desempeñarla...
— ¿De... de verdad, señor? —Colagusano parecía de nuevo aterrorizado—. ¿Y qué...?
—¡Ah, Colagusano, no querrás que te lo descubra y eche a perder la sorpresa! Tu parte llegará al final de todo... pero te lo prometo: tendrás el honor de resultar tan útil como Bertha Jorkins.
A sí que él la tenia y todo el ministerio buscándola – dijo Ron, entendiendo el porque nunca la encontraron.
A todo esto los chicos del pasado le miraron con una pregunta en el rostro.
No lo entenderías si lo explico ahora – les dijo Ron.
—Vos... Vos... —La voz de Colagusano sonó repentinamente ronca, como si se le hubiera quedado la boca completamente seca—. Vos... ¿vais a matarme... también a mí?
—Colagusano, Colagusano —dijo la voz iría, que ahora había adquirido una gran suavidad—, ¿por qué tendría que matarte? Maté a Bertha porque tenía que hacerlo. Después de mi interrogatorio ya no servía para nada, absolutamente para nada. Y, sin duda, si hubiera vuelto al Ministerio con la noticia de que te había conocido durante las vacaciones, le habrían hecho unas preguntas muy embarazosas. Los magos que han sido dados por muertos deberían evitar encontrarse con brujas del Ministerio de Magia en las posadas del camino...
Colagusano murmuró algo en voz tan baja que Frank no pudo oírlo, pero lo que fuera hizo reír al segundo hombre: una risa completamente amarga, y tan fría como su voz.
— ¿Que podríamos haber modificado su memoria? Es verdad, pero un mago con grandes poderes puede romper los encantamientos desmemorizantes, como te demostré al interrogarla. Sería un insulto a su recuerdo no dar uso a la información que le sonsaqué, Colagusano.
Fuera, en el corredor, Frank se dio cuenta de que la mano que agarraba el cayado estaba empapada en sudor. El hombre de la voz fría había matado a una mujer, y hablaba de ello sin ningún tipo de remordimiento, con regocijo. Era peligroso, un loco. Y planeaba más asesinatos: aquel muchacho, Harry Potter, quienquiera que fuese, se hallaba en peligro.
Ves James este loco no parara hasta matar a nuestro bebe – decía llorando Lily.
Al verla así James corrió abrazar a su mujer.
Frank supo lo que tenía que hacer. Aquél era, sin duda, el momento de ir a la policía. Saldría sigilosamente de la casa e iría directo a la cabina telefónica de la aldea. Pero la voz fría había vuelto a hablar, y Frank permaneció donde estaba, inmóvil, escuchando con toda su atención.
—Una maldición más... mi fiel vasallo en Hogwarts... Harry Potter es prácticamente mío, Colagusano. Está decidido. No lo discutiremos más. Silencio... Creo que oigo a Nagini...
Y la voz del segundo hombre cambió. Comenzó a emitir unos sonidos que Frank no había oído nunca; silbaba y escupía sin tomar aliento. Frank supuso que le estaba dando un ataque.
Y entonces Frank oyó que algo se movía detrás de él, en el oscuro corredor. Se volvió a mirar, y el terror lo paralizó. Algo se arrastraba hacia él por el suelo y, cuando se acercó a la línea de luz, vio, estremecido de pavor, que se trataba de una serpiente gigante de al menos cuatro metros de longitud. Horrorizado, Frank observó cómo su cuerpo sinuoso trazaba un sendero a través de la espesa capa de polvo del suelo, aproximándose cada vez más. ¿Qué podía hacer? El único lugar al que podía escapar era la habitación en la que dos hombres tramaban un asesinato, y, si se quedaba donde estaba, sin duda la serpiente lo mataría.
Mira para ser muggle y no conocerlo sabe reconocer el peligro – comento Sirius intentando romper la tensión del ambiente.
Antes de que hubiera tomado una decisión, la serpiente había llegado al punto del corredor en que él se encontraba e, increíble, milagrosamente, pasó de largo; iba siguiendo los sonido siseantes, como escupitajos, que emitía la voz al otro lado de la puerta y, al cabo de unos segundos, la punta de su cola adornada con rombos había desaparecido por el resquicio de la puerta.
Frank tenía la frente empapada en sudor, y la mano con que sostenía el cayado le temblaba. Dentro de la habitación, la iría voz seguía silbando, y a Frank se le ocurrió una idea extraña, una idea imposible: que aquel hombre era capaz de hablar con las serpientes. No comprendía lo que pasaba. Hubiera querido, más que nada en el mundo, hallarse en su cama con la botella de agua caliente. El problema era que sus piernas no parecían querer moverse.
De repente, mientras seguía allí temblando e intentando dominarse, la fría voz volvió a utilizar el idioma de Frank.
—Nagini tiene interesantes noticias, Colagusano —dijo.
Ya esta lo ha pillado – dijo Ron
Yo de el echaría a correr todo lo rápido que pudiera – dijo Sirius
— ¿De... de verdad, señor?
—Sí, de verdad —afirmó la voz—. Según Nagini, hay un muggle viejo al otro lado de la puerta, escuchando todo lo que decimos.
Frank no tuvo posibilidad de ocultarse. Oyó primero unos pasos, y luego la puerta de la habitación se abrió de golpe.
Un hombre bajo y calvo con algo de pelo gris, nariz puntiaguda y ojos pequeños y llorosos apareció ante él con una expresión en la que se mezclaban el miedo y la alarma.
—Invítalo a entrar, Colagusano. ¿Dónde está tu buena educación? La fría voz provenía de la vieja butaca que había delante de la chimenea, pero Frank no pudo ver al que hablaba. La serpiente estaba enrollada sobre la podrida alfombra que había al lado del fuego, como una horrible parodia de perro hogareño.
Con una seña, Colagusano ordenó a Frank que entrara. Aunque todavía profundamente conmocionado, éste agarró el cayado con más fuerza y pasó el umbral cojeando.
La lumbre era la única fuente de luz en la habitación, y proyectaba sobre las paredes largas sombras en forma de araña. Frank dirigió la vista al respaldo de la butaca: el hombre que estaba sentado en ella debía de ser aún más pequeño que su vasallo, porque Frank ni siquiera podía vislumbrar la parte de atrás de su cabeza.
— ¿Lo has oído todo, muggle? —dijo la fría voz.
— ¿Cómo me ha llamado? —preguntó Frank desafiante, porque, una vez dentro y llegado el momento de hacer algo, se sentía más valiente. Así le había ocurrido siempre en la guerra.
—Te he llamado muggle —explicó la voz con serenidad—. Quiere decir que no eres mago.
—No sé qué quiere decir con eso de mago —dijo Frank, con la voz cada vez más firme—. Todo lo que sé es que he oído cosas que merecerían el interés de la policía. ¡Usted ha cometido un asesinato y planea otros! Y le diré otra cosa —añadió, en un rapto de inspiración—: mi mujer sabe que estoy aquí, y si no he vuelto...
—Tú no tienes mujer —cortó la fría voz, muy suave—. Nadie sabe qué estás aquí. No le has dicho a nadie que venías. No mientas a lord Voldemort, muggle, porque él sabe... él siempre sabe...
— ¿Es verdad eso? —respondió Frank bruscamente—. ¿Es usted un lord? Bien, no es que sus modales me parezcan muy refinados, milord. Vuélvase y dé la cara como un hombre. ¿Por qué no lo hace?
—Pero es que yo no soy un hombre, muggle —dijo la fría voz, apenas audible por encima del crepitar de las llamas—. Soy mucho, mucho más que un hombre. Sin embargo... ¿por qué no? Daré la cara... Colagusano, ven a girar mi butaca.
El vasallo profirió un quejido.
—Ya me has oído, Colagusano.
Lentamente, con el rostro crispado como si prefiriera hacer cualquier cosa antes que aproximarse a su señor y a la alfombra en que descansaba la serpiente, el hombrecillo dio unos pasos hacia delante y comenzó a girar la butaca. La serpiente levantó su fea cabeza triangular y profirió un silbido cuando las patas del asiento se engancharon en la alfombra.
Y entonces Frank tuvo la parte delantera de la butaca ante sí y vio lo que había sentado en ella. El cayado se le resbaló al suelo con estrépito. Abrió la boca y profirió un grito. Gritó tan alto que no oyó lo que decía la cosa que había en el sillón mientras levantaba una varita. Vio un resplandor de luz verde y oyó un chasquido antes de desplomarse. Cuando llegó al suelo, Frank Bryce ya había muerto.
Mira que eres feo Voldy – dijo Sirius
A trescientos kilómetros de distancia, un muchacho llamado Harry Potter se despertó sobresaltado.
Mira cariño parece que nuestro bebe tuvo una pesadilla- dijo Lily mirando a Harry el cual estaba escondido en la melena de su novia.
El resto del grupo estaba riendo.
Bueno quien lee ahora – pregunto Harry
Yo leo ahora – contesto James
Harry le dio el libro.
2 La cicatriz
Harry se hallaba acostado boca arriba, jadeando como si hubiera estado corriendo. Acababa de despertarse de un sueño muy vívido y tenía las manos sobre la cara. La antigua cicatriz con forma de rayo le ardía bajo los dedos como si alguien le hubiera aplicado un hierro al rojo vivo.
Que le pasa a tu cicatriz – le pregunto Lily a Harry.
Suele dolerme cuando sueño con Voldemort o está Cerca – contesto este.
Se incorporó en la cama con una mano aún en la cicatriz de la frente y la otra buscando en la oscuridad las gafas, que estaban sobre la mesita de noche. Al ponérselas, el dormitorio se convirtió en un lugar un poco más nítido, iluminado por una leve y brumosa luz anaranjada que se filtraba por las cortinas de la ventana desde la farola de la calle.
Cornamenta ha heredado tu miopía – se rio Remus
Remus te crees muy gracioso no – le dijo Harry
Volvió a tocarse la cicatriz. Aún le dolía. Encendió la lámpara que tenía a su lado y se levantó de la cama; cruzó el dormitorio, abrió el armario ropero y se miró en el espejo que había en el lado interno de la puerta. Un delgado muchacho de catorce años le devolvió la mirada con una expresión de desconcierto en los brillantes ojos verdes, que relucían bajo el enmarañado pelo negro. Examinó más de cerca la cicatriz en forma de rayo del reflejo.
Mira Lily ha sacado mi pelo y tus ojos estoy deseando que nazca ya – le dijo James a su mujer mientras esta le sonreía y se acariciaba el vientre de ocho meses de embarazo.
Pues parece que te escucha, no para de moverse – le dijo Lily y James se acerco a acariciar el vientre donde estaba su hijo.
Puedo Sra. Potter – pregunto Ginny
Claro querida y llámame Lily – le sonrió
Parecía normal, pero seguía escociéndole.
Harry intentó recordar lo que soñaba antes de despertarse. Había sido tan real... Aparecían dos personas a las que conocía, y otra a la que no. Se concentró todo lo que pudo, frunciendo el entrecejo, tratando de recordar...
Vislumbró la oscura imagen de una estancia en penumbra. Había una serpiente sobre una alfombra... un hombre pequeño llamado Peter y apodado Colagusano... y una voz fría y aguda... la voz de lord Voldemort. Sólo con pensarlo, Harry sintió como si un cubito de hielo se le hubiera deslizado por la garganta hasta el estómago.
Eso porque Harry- pregunto Remus
No obtuvo respuesta
Apretó los ojos con fuerza e intentó recordar qué aspecto tenía lord Voldemort, pero no pudo, porque en el momento en que la butaca giró y él, Harry, lo vio sentado en ella, el espasmo de horror lo había despertado... ¿o había sido el dolor de la cicatriz?
¿Y quién era aquel anciano? Porque ya tenía claro que en el sueño aparecía un hombre viejo: Harry lo había visto caer al suelo. Las imágenes le llegaban de manera confusa. Se volvió a cubrir la cara con las manos e intentó representarse la estancia en penumbra, pero era tan difícil como tratar de que el agua recogida en el cuenco de las manos no se escurriera entre los dedos.
Voldemort y Colagusano habían hablado sobre alguien a quien habían matado, aunque no podía recordar su nombre... y habían estado planeando un nuevo asesinato: el suyo.
Oye Harry porque ese empeño en matarte por parte de Voldemort – Pregunto de repente Dumbledore
Profesor se lo explicare al final del libro tengo un par de cosas que comentarle – respondió Harry
Harry apartó las manos de la cara, abrió los ojos y observó a su alrededor tratando de descubrir algo inusitado en su dormitorio. En realidad, había una cantidad extraordinaria de cosas inusitadas en él: a los pies de la cama había un baúl grande de madera, abierto, y dentro de él un caldero, una escoba, una túnica negra y diversos libros de embrujos; los rollos de pergamino cubrían la parte de la mesa que dejaba libre la jaula grande y vacía en la que normalmente descansaba Hedwig, su lechuza blanca; en el suelo, junto a la cama, había un libro abierto. Lo había estado leyendo por la noche antes de dormirse. Todas las fotos del libro se movían. Hombres vestidos con túnicas de color naranja brillante y montados en escobas voladoras entraban y salían de la foto a toda velocidad, arrojándose unos a otros una pelota roja.
A ti te gusta el quidditch – le pregunto emocionado James a Harry.
Sí, soy buscador en el equipo de mi casa- le contesto
En que casa estáis – pregunto Sirius
No te lo vamos a decir – le contestaron los chicos del futuro
Harry fue hasta el libro, lo cogió y observó cómo uno de los magos marcaba un tanto espectacular colando la pelota por un aro colocado a quince metros de altura. Luego cerró el libro de golpe. Ni siquiera el quidditch en opinión de Harry, el mejor deporte del mundo) podía distraerlo en aquel momento. Dejó Volando con los Cannons en su mesita de noche, se fue al otro extremo del dormitorio y retiró las cortinas de la ventana para observar la calle.
El aspecto de Privet Drive era exactamente el de una respetable calle de las afueras en la madrugada de un sábado. Todas las ventanas tenían las cortinas corridas. Por lo que Harry distinguía en la oscuridad, no había un alma en la calle, ni siquiera un gato.
Harry que haces viviendo en una urbanización de muggle – le dijo Lily a Harry
Ya lo veras mama – le contesto
Y aun así, aun así... Nervioso, Harry regresó a la cama, se sentó en ella y volvió a llevarse un dedo a la cicatriz. No era el dolor lo que le incomodaba: estaba acostumbrado al dolor y a las heridas. En una ocasión había perdido todos los huesos del brazo derecho, y durante la noche le habían vuelto a crecer, muy dolorosamente. No mucho después, un colmillo de treinta centímetros de largo se había clavado en aquel mismo brazo. Y durante el último curso, sin ir más lejos, se había caído desde una escoba voladora a quince metros de altura. Estaba habituado a sufrir extraños accidentes y heridas: eran inevitables cuando uno iba al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y él tenía una habilidad especial para atraer todo tipo de problemas.
Mira lo que has conseguido James que este todo el día en la enfermería como tu – le dijo preocupada Lily
No, lo que a Harry le incomodaba era que la última vez que le había dolido la cicatriz había sido porque Voldemort estaba cerca. Pero Voldemort no podía andar por allí en esos momentos... La misma idea de que lord Voldemort me-rodeara por Privet Drive era absurda, imposible.
Harry escuchó atentamente en el silencio. ¿Esperaba sorprender el crujido de algún peldaño de la escalera, o el susurro de una capa? Se sobresaltó al oír un tremendo ronquido de su primo Dudley, en el dormitorio de al lado.
Harry se reprendió mentalmente. Se estaba comportando como un estúpido: en la casa no había nadie aparte de él y de tío Vernon, tía Petunia y Dudley, y era evidente que ellos dormían tranquilos y que ningún problema ni dolor había perturbado su sueño.
Que hace mi hijo viviendo con tu hermana Lils – dijo James
No lo sé Jimmy no los se – dijo Harry
Cuando más le gustaban los Dursley a Harry era cuando estaban dormidos; despiertos nunca constituían para él una ayuda. Tío Vernon, tía Petunia y Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía. Eran muggles (no magos) que odiaban y despreciaban la magia en cualquiera de sus formas, lo que suponía que Harry era tan bienvenido en aquella casa como una plaga de termitas. Habían explicado sus largas ausencias durante el curso en Hogwarts los últimos tres años diciendo a todo el mundo que estaba internado en el Centro de Seguridad San Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables.
Delincuente – exclamo Lily – su hijo seguro que es un delincuente
Mama cálmate por favor – le dijo Harry a su madre
Eso Sra. Potter cálmese no vaya a volver loco a Harry – dijo Ron
Ron no le digas eso a la madre de Harry – le regaño Hermione
No pasa nada Hermione y tu Ron llámame Lily – les dijo con una sonrisa
Los Dursley estaban al corriente de que, como mago menor de edad, a Harry no le permitían hacer magia fuera de Hogwarts, pero aun así le echaban la culpa de todo cuanto iba mal en la casa. Harry no había podido confiar nunca en ellos, ni contarles nada sobre su vida en el mundo de los magos. La sola idea de explicarles que le dolía la cicatriz y que le preocupaba que Voldemort pudiera estar cerca, le resultaba graciosa.
Y sin embargo había sido Voldemort, principalmente, el responsable de que Harry viviera con los Dursley. De no ser por él, Harry no tendría la cicatriz en la frente. De no ser por él, Harry todavía tendría padres...
Tenía apenas un año la noche en que Voldemort (el mago tenebroso más poderoso del último siglo, un brujo que había ido adquiriendo poder durante once años) llegó a su casa y mató a sus padres. Voldemort dirigió su varita hacia Harry, lanzó la maldición con la que había eliminado a tantos magos y brujas adultos en su ascensión al poder e, increíblemente, ésta no hizo efecto: en lugar de matar al bebé, la maldición había rebotado contra Voldemort. Harry había sobrevivido sin otra lesión que una herida con forma de rayo en la frente, en tanto que Voldemort quedaba reducido a algo que apenas estaba vivo.
COMO, QUE ESTA DICIENDO ESE LIBRO LOCO, MI HERMANO Y MI CUÑADA MUERTOS – chillo fuera de si Sirius
En ese momento los Potter entendieron por que no estaban con su hijo, y Lily se aferro llorando a James que no estaba mejor que ella.
Y a ti por qué no pudo matarte – pregunto Remus
Porque mama me protegió – contesto llorando Harry mientras tanto su novia y amigos lo abrazaban.
Desprovisto de su poder y casi moribundo, Voldemort había huido; el terror que había atenazado a la comunidad mágica durante tanto tiempo se disipó, sus seguidores huyeron en desbandada y Harry se hizo famoso.
Fue bastante impactante para él enterarse, el día de su undécimo cumpleaños, de que era un mago. Y aún había resultado más desconcertante descubrir que en el mundo de los magos todos conocían su nombre. Al llegar a Hogwarts, las cabezas se volvían y los cuchicheos lo seguían por dondequiera que iba. Pero ya se había acostumbrado: al final de aquel verano comenzaría el cuarto curso. Y contaba los días que le faltaban para regresar al castillo.
Mira James mi ahijado a conseguido lo que nosotros no – le dijo Sirius
A que te refieres canuto – le pregunto Ginny
Pues muy simple pequeña pelirroja, nuestro mayor sueño era que todo el mundo nos reconociera por todos lados y tu novio lo ha conseguido – le contesto este.
Pero todavía quedaban dos semanas para eso. Abatido, volvió a repasar con la vista los objetos del dormitorio, y sus ojos se detuvieron en las tarjetas de felicitación que sus dos mejores amigos le habían enviado a finales de julio, por su cumpleaños. ¿Qué le contestarían ellos si les escribía y les explicaba lo del dolor de la cicatriz?
De inmediato, la voz asustada y estridente de Hermione Granger le vino a la cabeza:
Harry – le dijo Hermione mirándole enfurecida
Lo siento – le dijo de regreso Harry
¿Qué te duele la cicatriz? Harry, eso es tremendamente grave... ¡Escribe al profesor Dumbledore! Mientras tanto yo iré a consultar el libro Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes... Quizá encuentre algo sobre cicatrices producidas por maldiciones...
Todos se reían de la imaginación de Harry.
Sí, ése sería el consejo de Hermione: acudir sin demora al director de Hogwarts, y entretanto consultar un libro. Harry observó a través de la ventana el oscuro cielo entre negro y azul. Dudaba mucho que un libro pudiera ayudarlo en aquel momento. Por lo que sabía, era la única persona viva que había sobrevivido a una maldición como la de Voldemort, así que era muy improbable que encontrara sus síntomas en Enfermedades y dolencias mágicas frecuentes. En cuanto a lo de informar al director, Harry no tenía la más remota idea de adónde iba Dumbledore en sus vacaciones de verano. Por un instante le divirtió imaginárselo, con su larga barba plateada, túnica talar de mago y sombrero puntiagudo, tumbándose al sol en una playa en algún lugar del mundo y dándose loción protectora en su curvada nariz. Pero, dondequiera que estuviera Dumbledore, Harry estaba seguro de que Hedwig lo encontraría: la lechuza de Harry nunca había dejado de entregar una carta a su destinatario, aunque careciera de dirección. Pero ¿qué pondría en ella?
Querido profesor Dumbledore:
Siento molestarlo, pero la cicatriz me ha dolido esta mañana. Atentamente, Harry Potter.
Incluso en su mente, las palabras sonaban tontas.
Oye Harry no sabía que tuvieras una imaginación tan graciosa – le dijo Ron
Eso lo heredo de su padre – le dijo Lily riéndose a Ron
Así que intentó imaginarse la reacción de su otro mejor amigo, Ron Weasley, y al instante el pecoso rostro de Ron, con su larga nariz, flotaba ante él con una expresión de desconcierto:
¿Que te duele la cicatriz? Pero... pero no puede ser que Quien-tú-sabes esté ahí cerca, ¿verdad? Quiero decir... que te habrías dado cuenta, no? Intentaría liquidarte, ¿no es cierto? No sé, Harry, a lo mejor las cicatrices producidas por maldiciones duelen siempre un poco... Le preguntaré a mi padre...
El señor Weasley era un mago plenamente cualificado que trabajaba en el Departamento Contra el Uso Incorrecto de los Objetos Muggles del Ministerio de Magia, pero no tenía experiencia en materia de maldiciones, que Harry supiera. En cualquier caso, no le hacía gracia la idea de que toda la familia Weasley se enterara de que él, Harry, se había preocupado mucho a causa de un dolor que seguramente duraría muy poco. La señora Weasley alborotaría aún más que Hermione; y Fred y George, los gemelos de dieciséis años hermanos de Ron, podrían pensar que Harry estaba perdiendo el valor. Los Weasley eran su familia favorita: esperaba que pudieran invitarlo a quedarse algún tiempo con ellos (Ron le había mencionado algo sobre los Mundiales de quidditch), y no quería que esa visita estuviera salpicada de indagaciones sobre su cicatriz.
Ron, Ginny agradecer a vuestra madre el que se preocupe por mi bebe – les dijo Lily a los dos Weasley.
Harry se frotó la frente con los nudillos. Lo que realmente quería (y casi le avergonzaba admitirlo ante sí mismo) era alguien como... alguien como un padre: un mago adulto al que pudiera pedir consejo sin sentirse estúpido, alguien que lo cuidara, que hubiera tenido experiencia con la magia oscura...
Y entonces encontró la solución. Era tan simple y tan obvia, que no podía creer que hubiera tardado tanto en dar con ella: Sirius.
Hasta que te acuerdas de mí – le reprocha Sirius a Harry
Lo siento pero como explica el libro hacia poco tiempo que te conocía – explico Harry
Harry saltó de un brinco de la cama, fue rápidamente al otro extremo del dormitorio y se sentó a la mesa. Sacó un trozo de pergamino, cargó de tinta la pluma de águila, escribió «Querido Sirius», y luego se detuvo, pensando cuál sería la mejor forma de expresar su problema y sin dejar de extrañarse de que no se hubiera acordado antes de Sirius. Pero bien mirado no era nada sorprendente: al fin y al cabo, hacía menos de un año que había averiguado que Sirius era su padrino.
Había un motivo muy simple para explicar la total ausencia de Sirius en la vida de Harry: había estado en Azkaban, la horrenda prisión del mundo mágico vigilada por unas criaturas llamadas dementores, unos monstruos ciegos que absorbían el alma y que habían ido hasta Hogwarts en persecución de Sirius cuando éste escapó. Pero Sirius era inocente, ya que los asesinatos por los que lo habían condenado eran en realidad obra de Colagusano, el secuaz de Voldemort a quien casi todo el mundo creía muerto. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, sabían que la verdad era otra: el curso anterior habían tenido a Colagusano frente a frente, aunque luego sólo el profesor Dumbledore les había creído.
De que asesinatos hablan dime Harry – le pregunto nervioso Sirius
Después cuando termine todo lo entenderás – respondió este
Durante una hora de gloriosa felicidad, Harry había creído que podría abandonar a los Dursley, porque Sirius le había ofrecido un hogar una vez que su nombre estuviera rehabilitado. Pero aquella oportunidad se había esfumado muy pronto: Colagusano se había escapado antes de que hubieran podido llevarlo al Ministerio de Magia, y Sirius había tenido que huir volando para salvar la vida. Harry lo había ayudado a hacerlo sobre el lomo de un hipogrifo llamado Buckbeak, y desde entonces Sirius permanecía oculto. Harry se había pasado el verano pensando en la casa que habría tenido si Colagusano no se hubiera escapado. Había resultado especialmente duro volver con los Dursley sabiendo que había estado a punto de librarse de ellos para siempre.
No te preocupes por nada hijo desde hoy no vamos a confiar más en Colagusano – dijo James con rabia
Tranquilo amor – le dijo Lily
No obstante, y aunque no pudiera estar con Sirius, éste había sido de cierta ayuda para Harry. Gracias a Sirius, ahora podía tener todas sus cosas con él en el dormitorio. Antes, los Dursley no lo habían consentido: su deseo de hacerle la vida a Harry tan penosa como fuera posible, unido al miedo que les inspiraba su poder, habían hecho que todos los veranos precedentes guardaran bajo llave el baúl escolar de Harry en la alacena que había debajo de la escalera. Pero su actitud había cambiado al averiguar que su sobrino tenía como padrino a un asesino peligroso (oportunamente, Harry había olvidado decirles que Sirius era inocente).
Ese es mi hijo- dijo James
Desde que había vuelto a Privet Drive, Harry había recibido dos cartas de Sirius. No se las había entregado una lechuza, como era habitual en el correo entre magos, sino unos pájaros tropicales grandes y de brillantes colores. A Hedwig no le habían hecho gracia aquellos llamativos intrusos y se había resistido a dejarlos beber de su bebedero antes de volver a emprender el vuelo.
A Harry, en cambio, le habían gustado: le habían hecho imaginarse palmeras y arena blanca, y esperaba que dondequiera que se encontrara Sirius (él nunca decía dónde, por si interceptaban la carta) se lo estuviera pasando bien. Harry dudaba que los dementores sobrevivieran durante mucho tiempo en un lugar muy soleado. Quizá por eso Sirius había ido hacia el sur. Las cartas de su padrino (ocultas bajo la utilísima tabla suelta que había debajo de la cama de Harry) mostraban un tono alegre, y en ambas le insistía en que lo llamara si lo necesitaba. Pues bien, en aquel momento lo necesitaba...
La lámpara de Harry pareció oscurecerse a medida que la fría luz gris que precede al amanecer se introducía en el dormitorio. Finalmente, cuando los primeros rayos de sol daban un tono dorado a las paredes y empezaba a oírse ruido en la habitación de tío Vernon y tía Petunia, Harry despejó la mesa de trozos estrujados de pergamino y releyó la carta ya acabada:
Querido Sirius:
Gracias por tu última carta. Vaya pájaro más grande: casi no podía entrar por la ventana.
Aquí todo sigue como siempre. La dieta de Dudley no va demasiado bien. Mi tía lo descubrió ayer escondiendo en su habitación unas rosquillas que había traído de la calle. Le dijeron que tendrían que rebajarle la paga si seguía haciéndolo, y él se puso como loco y tiró la videoconsola por la ventana. Es una especie de ordenador en el que se puede jugar. Fue algo bastante tonto, realmente, porque ahora ni siquiera puede evadirse con su Mega-Mutilation, tercera generación.
Yo estoy bien, sobre todo gracias a que tienen muchísimo miedo de que aparezcas de pronto y los conviertas en murciélagos.
Sin embargo, esta mañana me ha pasado algo raro. La cicatriz me ha vuelto a doler. La última vez que ocurrió fue porque Voldemort estaba en Hogwarts. Pero supongo que es imposible que él ronde ahora por aquí, ¿verdad? ¿Sabes si es normal que las cicatrices producidas por maldiciones duelan años después?
Enviaré esta carta en cuanto regrese Hedwig. Ahora está por ahí, cazando. Recuerdos a Buckbeak de mi parte.
Harry
Me gusta tu carta – le dijo Harry con una sonrisa.
«Sí —pensó Harry—, no está mal así.» No había por qué explicar lo del sueño, pues no quería dar la impresión de que estaba muy preocupado. Plegó el pergamino y lo dejó a un lado de la mesa, preparado para cuando volviera Hedwig. Luego se puso de pie, se desperezó y abrió de nuevo el armario. Sin mirar al espejo, empezó a vestirse para bajar a desayunar.
Bueno - dijo James – quien lee ahora
Yo – dijo Sirius y cogió el libro
3 La invitación
Donde te invitaron – pregunto James
Ya lo veras papa – contesto Harry
Los tres Dursley ya se encontraban sentados a la mesa cuando Harry llegó a la cocina. Ninguno de ellos levantó la vista cuando él entró y se sentó. El rostro de tío Vernon, grande y colorado, estaba oculto detrás de un periódico sensacionalista, y tía Petunia cortaba en cuatro trozos un pomelo, con los labios fruncidos contra sus dientes de conejo.
Buenas descripciones – le alago Lily a su hijo
Dudley parecía furioso, y daba la sensación de que ocupaba más espacio del habitual, que ya es decir, porque él siempre abarcaba un lado entero de la mesa cuadrada. Cuando tía Petunia le puso en el plato uno de los trozos de pomelo sin azúcar con un temeroso «Aquí tienes, Dudley, cariñín», él la miró ceñudo. Su vida se había vuelto bastante más desagradable desde que había llegado con el informe escolar de fin de curso.
Como de costumbre, tío Vernon y tía Petunia habían logrado encontrar disculpas para las malas notas de su hijo: tía Petunia insistía siempre en que Dudley era un muchacho de gran talento incomprendido por sus profesores, en tanto que tío Vernon aseguraba que no quería «tener por hijo a uno de esos mariquitas empollones». Tampoco dieron mucha importancia a las acusaciones de que su hijo tenía un comportamiento violento. («¡Es un niño un poco inquieto, pero no le haría daño a una mosca!», dijo tía Petunia con lágrimas en los ojos.)
Pero al final del informe había unos bien medidos comentarios de la enfermera del colegio que ni siquiera tío Vernon y tía Petunia pudieron soslayar. Daba igual que tía Petunia lloriqueara diciendo que Dudley era de complexión recia, que su peso era en realidad el propio de un niñito saludable, y que estaba en edad de crecer y necesitaba comer bien: el caso era que los que suministraban los uniformes ya no tenían pantalones de su tamaño. La enfermera del colegio había visto lo que los ojos de tía Petunia (tan agudos cuando se trataba de descubrir marcas de dedos en las brillantes paredes de su casa o de espiar las idas y venidas de los vecinos) sencillamente se negaban a ver: que, muy lejos de necesitar un refuerzo nutritivo, Dudley había alcanzado ya el tamaño y peso de una ballena asesina joven.
Tan gordo esta – pregunto Sirius
Si te digo que parece un cerdo con peluca que dices que lo está o no – comento Harry
Y de esa manera, después de muchas rabietas y discusiones que hicieron temblar el suelo del dormitorio de Harry y de muchas lágrimas derramadas por tía Petunia, dio comienzo el nuevo régimen de comidas. Habían pegado a la puerta del frigorífico la dieta enviada por la enfermera del colegio Smeltings, y el frigorífico mismo había sido vaciado de las cosas favoritas de Dudley (bebidas gaseosas, pasteles, tabletas de chocolate y hamburguesas) y llenado en su lugar con fruta y verdura y todo aquello que tío Vernon llamaba «comida de conejo». Para que Dudley no lo llevara tan mal, tía Petunia había insistido en que toda la familia siguiera el régimen. En aquel momento le sirvió su trozo de pomelo a Harry, quien notó que era mucho más pequeño que el de Dudley.
A juzgar por las apariencias, tía Petunia pensaba que la mejor manera de levantar la moral a Dudley era asegurarse de que, por lo menos, podía comer más que Harry.
A tu hermana le voy hacer una visita de la que se acordara toda la vida – le dijo James a su mujer
Pero tía Petunia no sabía lo que se ocultaba bajo la tabla suelta del piso de arriba. No tenía ni idea de que Harry no estaba siguiendo el régimen. En cuanto éste se había enterado de que tenía que pasar el verano alimentándose de tiras de zanahoria, había enviado a Hedwig a casa de sus amigos pidiéndoles socorro, y ellos habían cumplido maravillosamente: Hedwig había vuelto de casa de Hermione con una caja grande llena de cosas sin azúcar para picar (los padres de Hermione eran dentistas); Hagrid, el guardabosque de Hogwarts, le había enviado una bolsa llena de bollos de frutos secos hechos por él (Harry ni siquiera los había tocado: ya había experimentado las dotes culinarias de Hagrid); en cuanto a la señora Weasley, le había enviado a la lechuza de la familia, Errol, con un enorme pastel de frutas y pastas variadas. El pobre Errol, que era viejo y débil, tardó cinco días en recuperarse del viaje. Y luego, el día de su cumpleaños (que los Dursley habían pasado olímpicamente por alto), había recibido cuatro tartas estupendas enviadas por Ron, Hermione, Hagrid y Sirius. Todavía le quedaban dos, y por eso, impaciente por tomarse un desayuno de verdad cuando volviera a su habitación, empezó a comerse el pomelo sin una queja.
Muchas gracias a todos – les dijo Harry a sus amigos
Oye que tenéis comida por ahí – preguntaron de golpe Ron y Sirius
No cambiaran verdad – exclamaron todos riéndose
Tío Vernon dejó el periódico a un lado con un resoplido de disgusto y observó su trozo de pomelo.
—¿Esto es el desayuno? —preguntó de mal humor a tía Petunia.
Si so melón que mas quieres – le contesta su cuñada con mofa
Ella le dirigió una severa mirada y luego asintió con la cabeza, mirando de forma harto significativa a Dudley, que había terminado ya su parte de pomelo y observaba el de Harry con una expresión muy amarga en sus pequeños ojos de cerdito.
Tío Vernon lanzó un intenso suspiro que le alborotó el poblado bigote y cogió la cuchara.
Llamaron al timbre de la puerta. Tío Vernon se levantó con mucho esfuerzo y fue al recibidor. Veloz como un rayo, mientras su madre preparaba el té, Dudley le robó a su padre lo que le quedaba de pomelo.
Si que tiene hambre la bola de cebo – comento riéndose Sirius
Oye Sirius es un niño no te pases hombre – le dice Remus
Harry oyó un murmullo en la entrada, a alguien riéndose y a tío Vernon respondiendo de manera cortante. Luego se cerró la puerta y oyó rasgar un papel en el recibidor.
Tía Petunia posó la tetera en la mesa y miró a su alrededor preguntándose dónde se había metido tío Vernon. No tardó en averiguarlo: regresó un minuto después, lívido.
—Tú —le gritó a Harry—. Ven a la sala, ahora mismo.
COMO TE VUELVA A GRITAR VERAS – grito Lilly
Mama tranquila ya verás cómo lo calmo – le dijo Harry riéndose
Desconcertado, preguntándose qué demonios había hecho en aquella ocasión, Harry se levantó, salió de la cocina detrás de tío Vernon y fue con él hasta la habitación contigua. Tío Vernon cerró la puerta con fuerza detrás de ellos.
—Vaya —dijo, yendo hasta la chimenea y volviéndose hacia Harry como si estuviera a punto de pronunciar la sentencia de su arresto—. Vaya.
A Harry le hubiera encantado preguntar «¿Vaya qué?», pero no juzgó prudente poner a prueba el humor de tío Vernon tan temprano, y menos teniendo en cuenta que éste se encontraba sometido a una fuerte tensión por la carencia de alimento. Así que decidió adoptar una expresión de cortés desconcierto.
—Acaba de llegar esto —dijo tío Vernon, blandiendo ante Harry un trozo de papel de color púrpura—. Una carta. Sobre ti.
El desconcierto de Harry fue en aumento. ¿Quién le escribiría a tío Vernon sobre él? ¿Conocía a alguien que enviara cartas por correo?
Tío Vernon miró furioso a Harry; luego bajó los ojos al papel y empezó a leer:
Estimados señor y señora Dursley:
No nos conocemos personalmente, pero estoy segura de que Harry les habrá hablado mucho de mi hijo Ron.
Como Harry les habrá dicho, la final de los Mundiales de quidditch tendrá lugar el próximo lunes por la noche, y Arthur, mi marido, acaba de conseguir entradas de primera clase gracias a sus conocidos en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.
Espero que nos permitan llevar a Harry al partido, ya que es una oportunidad única en la vida. Hace treinta años que Gran Bretaña no es la anfitriona de la Copa y es extraordinariamente difícil conseguir una entrada. Nos encantaría que Harry pudiera quedarse con nosotros lo que queda de vacaciones de verano y acompañarlo al tren que lo llevará de nuevo al colegio.
Sería preferible que Harry nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual, ya que el cartero muggle nunca nos ha entregado una carta y me temo que ni siquiera sabe dónde vivimos.
Esperando ver pronto a Harry, se despide cordialmente
Molly Weasley
P. D.: Espero que hayamos puesto bastantes sellos.
Sí, mi hijo ira al mundial – dijo James saltando de alegría – pelirrojos decirle a vuestros padres que los adoro
Lo que usted diga Sr. Potter – exclamaron a la vez los Weasley
Llamarme James – dijo este
Tío Vernon terminó de leer, se metió la mano en el bolsillo superior y sacó otra cosa.
—Mira esto —gruñó.
Levantó el sobre en que había llegado la carta, y Harry tuvo que hacer un esfuerzo para contener la risa. Todo el sobre estaba cubierto de sellos salvo un trocito, delante, en el que la señora Weasley había consignado en letra diminuta la dirección de los Dursley.
—Creo que sí que han puesto bastantes sellos —comentó Harry, como si cualquiera pudiera cometer el error de la señora Weasley.
Todos en la sala se reían y Lily comento:
Solo hace falta un sello - aclaro
Hubo un fulgor en los ojos de su tío.
—El cartero se dio cuenta —dijo entre sus dientes apretados—. Estaba muy interesado en saber de dónde procedía la carta. Por eso llamó al timbre. Daba la impresión de que le parecía divertido.
Harry no dijo nada. Otra gente podría no entender por qué tío Vernon armaba tanto escándalo porque alguien hubiera puesto demasiados sellos en un sobre, pero Harry había vivido demasiado tiempo con ellos para no comprender hasta qué punto les molestaba cualquier cosa que se saliera de lo ordinario. Nada los aterrorizaba tanto como que alguien pudiera averiguar que tenían relación (aunque fuera lejana) con gente como la señora Weasley.
Tío Vernon seguía mirando a Harry, que intentaba mantener su expresión neutra. Si no hacía ni decía ninguna tontería, podía lograr que lo dejaran asistir al mejor espectáculo de su vida. Esperó a que tío Vernon añadiera algo, pero simplemente seguía mirándolo. Harry decidió romper el silencio.
—Entonces, ¿puedo ir? —preguntó.
Si no te deja yo me encargare de el – dijo un enfadado Remus
Un ligero espasmo cruzó el rostro de tío Vernon, grande y colorado. Se le erizó el bigote. Harry creía saber lo que tenía lugar detrás de aquel mostacho: una furiosa batalla en la que entraban en conflicto dos de los instintos más básicos en tío Vernon. Permitirle marchar haría feliz a Harry, algo contra lo que tío Vernon había luchado durante trece años. Pero, por otro lado, dejar que se fuera con los Weasley lo que quedaba de verano equivalía a deshacerse de él dos semanas antes de lo esperado, y tío Vernon aborrecía tener a Harry en casa. Para ganar algo de tiempo, volvió a mirar la carta de la señora Weasley.
—¿Quién es esta mujer? —inquirió, observando la firma con desagrado.
—La conoces —respondió Harry—. Es la madre de mi amigo Ron. Lo estaba esperando cuando llegamos en el expreso de Hog... en el tren del colegio al final del curso.
Había estado a punto de decir «expreso de Hogwarts», y eso habría irritado a tío Vernon. En casa de los Dursley no se podía mencionar el nombre del colegio de Harry.
Tío Vernon hizo una mueca con su enorme rostro como si tratara de recordar algo muy desagradable.
—¿Una mujer gorda? —gruñó por fin—. ¿Con un montón de niños pelirrojos?
Harry frunció el entrecejo pensando que tenía gracia que tío Vernon llamara gordo a alguien cuando su propio hijo, Dudley, acababa de lograr lo que había estado intentando desde que tenía tres años: ser más ancho que alto.
Oye que mi madre alado de tu hijo es un figurín – dijo enfadada Ginny
Tío Vernon volvió a examinar la carta.
—Quidditch —murmuró entre dientes—, quidditch. ¿Qué demonios es eso?
Tonto – exclamo Sirius – es le mejor deporte del mundo
Canuto ellos juegan al futbol – dijo James
Y tu como lo sabes – contesto el aludido
Ventajas de estar casado con una nacida muggle – contesto James dándole un beso a su esposa y acariciando su vientre.
Harry sintió una segunda punzada de irritación.
—Es un deporte —dijo lacónicamente— que se juega sobre esc...
—¡Vale, vale! —interrumpió tío Vernon casi gritando.
Con cierta satisfacción, Harry observó que su tío tenía expresión de miedo.
Daba la impresión de que sus nervios no aguantarían el sonido de las palabras «escobas voladoras» en la sala de estar. Disimuló volviendo a examinar la carta. Harry descubrió que movía los labios formando las palabras «que nos enviara la respuesta de ustedes por el medio habitual».
—¿Qué quiere decir eso de «el medio habitual»? —preguntó irritado.
—Habitual para nosotros —explicó Harry y, antes de que su tío pudiera detenerlo, añadió—: Ya sabes, lechuzas mensajeras. Es lo normal entre magos.
Tío Vernon parecía tan ofendido como si Harry acabara de soltar una horrible blasfemia. Temblando de enojo, lanzó una mirada nerviosa por la ventana; parecía temeroso de ver a algún vecino con la oreja pegada al cristal.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no menciones tu anormalidad bajo este techo? —dijo entre dientes. Su rostro había adquirido un tono ciruela vivo—. Recuerda dónde estás, y recuerda que deberías agradecer un poco esa ropa que Petunia y yo te hemos da...
—Después de que Dudley la usó —lo interrumpió Harry con frialdad; de hecho, llevaba una sudadera tan grande para él que tenía que dar cinco vueltas a las mangas para poder utilizar las manos y que le caía hasta más abajo de las rodillas de unos vaqueros extremadamente anchos.
COMO QUE NISIQUIERA TE COMPRA ROPA – dijo enfadada Hermione – ni aunque este de rebajas, que mierda de gente.
James coge a tus amigos y empieza a idear una broma de la que se acurden toda su vida – les dijo enfadada Lilly
Como tú quieras mi amor – le contesto James
—¡No consentiré que se me hable en ese tono! —exclamó tío Vernon, temblando de ira.
Pero Harry no pensaba resignarse. Ya habían pasado los tiempos en que se había visto obligado a aceptar cada una de las estúpidas disposiciones de los Dursley. No estaba siguiendo el régimen de Dudley, y no se iba a quedar sin ir a los Mundiales de quidditch por culpa de tío Vernon si podía evitarlo.
Harry respiró hondo para relajarse y luego dijo:
—Vale, no iré a los Mundiales. ¿Puedo subir ya a mi habitación? Tengo que terminar una carta para Sirius. Ya sabes... mi padrino.
Eso me lo dirá a mí y veras cuando te coja – dijo canuto
Lo había hecho, había pronunciado las palabras mágicas. Vio cómo la colorada piel de tío Vernon palidecía a ronchas, dándole el aspecto de un helado de grosellas mal mezclado.
—Le... ¿le vas a escribir, de verdad? —dijo tío Vernon, intentando aparentar tranquilidad. Pero Harry había visto cómo se le contraían de miedo los diminutos ojos.
—Bueno, sí... —contestó Harry, como sin darle importancia—. Hace tiempo que no ha tenido noticias mías y, bueno, si no le escribo puede pensar que algo va mal.
Se detuvo para disfrutar el efecto de sus palabras. Casi podía ver funcionar los engranajes del cerebro de tío Vernon debajo de su grueso y oscuro cabello peinado con una raya muy recta. Si intentaba impedir que Harry escribiera a Sirius, éste pensaría que lo maltrataban. Si no lo dejaba ir a los Mundiales de quidditch, Harry se lo contaría a Sirius, y Sirius sabría que lo maltrataban. A tío Vernon sólo le quedaba una salida, y Harry pudo ver esa conclusión formársele en el cerebro como si el rostro grande adornado con el bigote fuera transparente. Harry trató de no reírse y de mantener la cara tan inexpresiva como le fuera posible. Y luego...
Harry como se te ocurre amenazar a tus tíos de esa manera – lo regaño su madre
Mama esto – intento explicarse Harry
Ni mama ni nada, no tienes que meter en problemas a tu padrino que no puede salir de donde está escondido hombre – dijo está enfadada
Lo siento mama – dijo cabizbajo Harry
En ese momento Ginny lo beso y al oído le dijo:
Ya sabes lo que se siente cuando una madre regaña a su hijo.
El la beso y le contesto:
Pues no me gusta hombre.
Ginny se echo ha reír.
—Bien, de acuerdo. Puedes ir a esa condenada... a esa estúpida... a esa Copa del Mundo. Escríbeles a esos... a esos Weasley para que vengan a recogerte, porque yo no tengo tiempo para llevarte a ningún lado. Y puedes pasar con ellos el resto del verano. Y dile a tu... tu padrino... dile... dile que vas.
—Muy bien —asintió Harry, muy contento.
Se volvió y fue hacia la puerta de la sala, reprimiendo el impulso de gritar y dar saltos. Iba a... ¡Se iba con los Weasley! ¡Iba a presenciar la final de los Mundiales! En el recibidor estuvo a punto de atropellar a Dudley, que acechaba detrás de la puerta esperando oír una buena reprimenda contra Harry y se quedó desconcertado al ver su amplia sonrisa.
—¡Qué buen desayuno!, ¿verdad? —le dijo Harry—. Estoy lleno, ¿tú no?
Eso ríete de él que se lo merece por todo lo que te ha hecho – le dijo Ron a Harry
Riéndose de la cara atónita de Dudley, Harry subió los escalones de tres en tres y entró en su habitación como un bólido.
Lo primero que vio fue que Hedwig ya había regresado. Estaba en la jaula, mirando a Harry con sus enormes ojos ambarinos y chasqueando el pico como hacía siempre que estaba molesta. Harry no tardó en ver qué era lo que le molestaba en aquella ocasión.
—¡Ay! —gritó.
Acababa de pegarle en un lado de la cabeza lo que parecía ser una pelota de tenis pequeña, gris y cubierta de plumas. Harry se frotó con fuerza la zona dolorida al tiempo que intentaba descubrir qué era lo que lo había golpeado, y vio una lechuza diminuta, lo bastante pequeña para ocultarla en la mano, que, como si fuera un cohete buscapiés, zumbaba sin parar por toda la habitación.
Harry se dio cuenta entonces de que la lechuza había dejado caer a sus pies una carta. Se inclinó para recogerla, reconoció la letra de Ron y abrió el sobre.
Dentro había una nota escrita apresuradamente:
Harry: ¡MI PADRE HA CONSEGUIDO LAS ENTRADAS! Irlanda contra Bulgaria, el lunes por la noche. Mi madre les ha escrito a los muggles para pedirles que te dejen venir y quedarte. A lo mejor ya han recibido la carta, no sé cuánto tarda el correo muggle. De todas maneras, he querido enviarte esta nota por medio de Pig.
Harry reparó en el nombre «Pig», y luego observó a la diminuta lechuza que zumbaba dando vueltas alrededor de la lámpara del techo. Nunca había visto nada que se pareciera menos a un cerdo. Quizá no había entendido bien la letra de Ron. Siguió leyendo:
Vamos a ir a buscarte tanto si quieren los muggles como si no, porque no te puedes perder los Mundiales. Lo que pasa es que mis padres pensaban que era mejor pedirles su consentimiento. Si dicen que te dejan, envía a Pig inmediatamente con la respuesta, e iremos a recogerte el domingo a las cinco en punto. Si no te dejan, envía también a Pig e iremos a recogerte de todas maneras el domingo a las cinco.
Hermione llega esta tarde. Percy ha comenzado a trabajar: en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. No menciones nada sobre el extranjero mientras estés aquí a menos que quieras que te mate de aburrimiento.
Hasta pronto, Ron
Eso aunque no quieran se lo van a llevar - dijo Remus
—¡Cálmate! —dijo Harry a la pequeña lechuza, que revoloteaba por encima de su cabeza gorjeando como loca (Harry supuso que era a causa del orgullo de haber llevado la carta a la persona correcta)—. ¡Ven aquí! Tienes que llevar la contestación.
La lechuza revoloteó hasta posarse sobre la jaula de Hedwig, que le echó una mirada fría, como desafiándola a que se acercara más. Harry volvió a coger su pluma de águila y un trozo de pergamino, y escribió:
Todo perfecto, Ron: los muggles me dejan ir. Hasta mañana a las cinco. ¡Me muero de impaciencia!
Harry
Plegó la nota hasta hacerla muy pequeña y, con inmensa dificultad, la ató a la diminuta pata de la lechuza, que aguardaba muy excitada. En cuanto la nota estuvo asegurada, la lechuza se marchó: salió por la ventana zumbando y se perdió de vista.
Harry se volvió hacia Hedwig.
—¿Estás lista para un viaje largo? —le preguntó. Hedwig ululó henchida de dignidad.
—¿Puedes hacerme el favor de llevar esto a Sirius? —le pidió, cogiendo la carta—. Espera: tengo que terminarla.
Volvió a desdoblar el pergamino y añadió rápidamente una postdata:
Si quieres ponerte en contacto conmigo, estaré en casa de mi amigo
Ron hasta el final del verano. ¡Su padre nos ha conseguido entradas
para los Mundiales de quidditch!
Una vez concluida la carta, la ató a una de las patas de Hedwig, que permanecía más quieta que nunca, como si quisiera mostrar el modo en que debía comportarse una lechuza mensajera.
—Estaré en casa de Ron cuando vuelvas, ¿de acuerdo? —le dijo Harry.
Ella le pellizcó cariñosamente el dedo con el pico y, a continuación, con un zumbido, extendió sus grandes alas y salió volando por la ventana.
Harry la observó mientras desaparecía. Luego se metió debajo de la cama, tiró de la tabla suelta y sacó un buen trozo de tarta de cumpleaños. Se lo comió sentado en el suelo, disfrutando de la felicidad que lo embargaba: tenía tarta, mientras que Dudley sólo tenía pomelo; era un radiante día de verano; se iría de casa de los Dursley al día siguiente, la cicatriz ya había dejado de dolerle e iba a presenciar los Mundiales de quidditch. Era difícil, precisamente en aquel momento, preocuparse por algo. Ni siquiera por lord Voldemort.
Eso que no te joda la fiesta el cretino ese – le dijo Ginny
Eso tu escucha a mi nuera que sabe lo que dice – les sonrió Lily
Bueno el capitulo a terminado quien lee ahora – pregunto Sirius
Yo este lo leo yo – dijo Ginny.
