La alarma resonó en la habitación de Blaine como una bomba. "Argg…" Un bulto con una maraña de pelo rizado se revolvió y se tapó la cabeza con la almohada. "Venga hijo, ¡primer día de clase en nuevo colegio! ¿Qué emoción no?" Su madre había entrado y le había abierto las cortinas, lo que hizo que Blaine sacase un ojo de su trinchera de sábanas. "Se nota que está preocupada", pensó Blaine, así que le dirigió una amplia sonrisa a su madre: "Si mamá, que emoción". Su madre lo miró satisfecha: "Me alegro cariño, ahora baja a desayunar", y dándole un beso en la mejilla se fue cerrando la puerta. Suspirando el chico se levantó y fue al baño. Tendría unos dieciséis años. Era fuerte, musculado, con la tez y el pelo morenos, y los ojos color avellana, como los de su padre. Dejó de mirarse en el espejo, no le gustaba pensar en su padre. Se dio una ducha rápida y se puso una ropa poco vistosa, un polo blanco y unos pantalones negros, no quería llamar mucho la atención. Después peinó sus rizos con gomina hacia atrás, como hacía siempre. Se sentía ridículo con el pelo rizado.

Desayunó sin hambre por los nervios y su madre le llevó en coche a la entrada de su nuevo instituto. Bienvenido al McKinley High.


En el lado opuesto del instituto en ese mismo instante un chico de la misma edad que Blaine miraba con odio y terror el edificio. No tenía ninguna gana de empezar segundo. Eso significaría más granizados en la cara, más veces arrojado a los contenedores de basura… Cogió aire y comenzó a avanzar. Cuando ya estaba llegando a la puerta empezó a oír sus voces. "¡Eh tú, maricón!" "Señorita Hummel, ¡cuánto tiempo!" Y antes de poder parpadear unas manos fuertes le cogieron de los brazos y lo arrastraron. "No, hoy no", pensó. Le agarraron dos, uno de las piernas y otro de los hombros, le balancearon y finalmente le echaron a la basura. "Bienvenido de nuevo, nena", y vio a los jugadores de fútbol chocar y alejarse riendo.

Empezó a escalar para poder salir del contenedor, pero el nivel de basura era muy bajo y no llegaba a alcanzar el borde.

Las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero luchaba para no soltarlas. Empezó a maldecir por lo bajo y le dio una patada al contenedor, lo que provocó que este se volcase.

"¡Aaah, mierda!" El contenedor se volcó y el chico cayó de bruces al asfalto del aparcamiento. Se intentaba levantar, pero las pocas bolsas que había eran muy pesadas y se le habían caído encima.

De pronto, sintió como una persona se acercaba corriendo, y empezaba a quitarle la basura de encima.

Cuando hubo acabado, esa persona misteriosa le tendió una mano. El chico sin pensar la aceptó y dejó que la otra persona le alzara.

Se levantó tambaleándose un poco y miró a su salvador. Nunca había visto a un chico tan sumamente guapo. Era moreno y tenía unos ojos…hipnotizantes.

"Hey, ¿estás bien?" dijo el moreno. "Si"- dijo el otro con un hilillo de voz -"Gracias".

"No hay de qué"-dijo con una sonrisa- "Yo soy Blaine. Blaine Anderson".

"Kurt Hummel"

"¿Esos chicos te molestan muy a menudo?". "Em, no, a veces"- mintió Kurt

"¿Te importa si voy contigo a clase? Soy nuevo, y no conozco a nadie"

"No, en absoluto"