Es un secreto
.- Capítulo I
Ciento veinte minutos. Ese es el tiempo que me quedaba para llegar a mi destino. ¿Qué destino? Londres, la capital de Inglaterra. ¿Qué es lo que iba a hacer yo allí? Lo que me habían dicho que hiciera. ¿Cumpliría con las órdenes? Eso estaba por ver.

Esperé a que todos los pasajeros de aquel vuelo se levantaran de sus asientos y que después de coger sus pertenencias bajaran a la pista de aterrizaje. Yo era la última persona y las azafatas me miraron con desespero. Ese era su trabajo, ¿no? Pues que esperaran. Con toda la tranquilidad del mundo me levanté de mi sillón, situado al lado derecho del avión, en la parte de la ventana, y cogí la bolsa de mano que había colocado entre mis piernas. Me lo coloqué en el hombro y seguí el pasillo cubierto por una moqueta azul hasta llegar a la parte delantera. Antes de salir eché una última mirada a una de las señoritas vestidas de azul marino, la cual me miraba con desprecio, para luego bajar las escaleras. Había tenido un viaje un tanto desagradable por dos razones: el hombre que se sentaba a mi lado apestaba y además de eso no paraba de comer, comió de todo hasta el punto de reventar. Tuvo que correr al baño, seguramente para deshacerse de todo lo que había llegado a almacenar en su enorme barriga. Y la otra razón, las vueltas y vueltas que le di a la cabeza. No quería, la última vez dije que todo acabaría, que quería ser como los demás. Pero no, siempre había algo que me impedía hacerlo y esta vez creí que sería diferente, que habría algo que haría que lo olvidara todo aunque cada noche las mismas pesadillas volvían a mi cabeza. Era demasiado para la edad que tenía. Con solo dieciséis años había vivido situaciones extremas.
Un sonido seguido de una vibración en mi pierna izquierda hizo que volviera a la realidad y dejara mis pensamientos de lado. Saqué con dificultad el teléfono móvil del bolsillo del pantalón. Me estaban llamando.
— Dígame —dije con un tono de voz cortante.
— Te esperan en la entrada junto a la maquina expendedora —me contestó esa voz.
— ¿Cómo sabré quines son?
— Lo sabrás en cuanto los veas —hizo una pausa—. Suerte.
No me dio tiempo a contestar. La llamada había finalizado.
Volví a guardar el teléfono y esperé a ver mi equipaje salir por la cinta corredora del aeropuerto. Cogí rápidamente la maleta y caminé siguiendo los indicadores hasta llegar a la entrada. Me paré a visualizar mejor la planta. Allí estaban, justo donde me había dicho, sentados en las sillas de enfrente del café. Eran dos personas. Una de edad avanzada, seguramente ese sería el padre, y a su lado un chico joven algo más alto que el anterior, de uno o dos años mayor que yo. No sabía prácticamente nada de ellos, sólo los nombres y lo que debería hacer durante mi estada en Londres. Retomé mi camino y anduve hacia ellos arrastrando la maleta. Estaban de espaldas a mí por lo que no me habían visto. Me aclaré la garganta descaradamente. Funcionó. El primero en girarse fue el hombre más mayor, el cual se quedó sin saber que decir por unos instantes pero luego reaccionó.
— Hola, ¿Cómo estas?— me dijo en español con un marcado acento inglés mientras se levantaba y quedaba de pie enfrente de mí.
— Hola, muy bien. Gracias. Supongo que usted y su familia son los que me van a acoger durante estas semanas —le contesté en inglés para que supiera que lo sabía hablar perfectamente—.
Asintió con la cabeza al tiempo que el chico que se encontraba a su lado se levantaba del asiento y se dirigía a la puerta de salida sin ni siquiera molestarse en saludarme. Su padre le siguió con la mirada unos instantes.
— Perdónale. Hoy no es su día—.
No supe que contestar por lo que me limité a mostrar una pequeña sonrisa antes de retomar mi equipaje y seguir al hombre que me acogería en su casa.
Bajamos con el ascensor que había al lado de la salida para ir al piso inferior donde se encontraban los parking subterráneos. El joven nos esperaba apoyado contra la parte trasera del automóvil negro con las manos cruzadas en el pecho. El mayor de los tres abrió con el mando automático el maletero y el chico se apartó. Abrió la puerta trasera del coche y con un gesto de la mano me indicó que le diera mi equipaje. No me dirigió la palabra en toda la tarde. En el coche de camino a la casa estuvimos en silencio a excepción de las veces que respondía a las preguntas del mayor.

El coche paró enfrente de una casa familiar de dos plantas con un pequeño jardín. En la entrada de ésta nos esperaban dos mujeres de diferente edad, deduje que eran la mujer y la hija. Bajé del coche y la mujer mayor se acercó a mi y me dio un abrazo de bienvenida.
— Estábamos ansiosos por tu visita— se separó y se dirigió al chico—. Hijo lleva su equipaje al cuarto de invitados.
El joven que estaba ya subiendo las escaleras de la entrada se giró de golpe y anduvo arrastrando los pies hasta la carretera, donde estaba estacionado el automóvil.
— No te preocupes, es medio raro— me susurró la hermana al oído—.
Se rió por lo que no puede evitar hacer lo mismo. Todo había empezado bien. Ahora faltaba saber como acabaría.