Disclaimer: todo a Akira Toriyama.
» Para Schala y Pamela; para las dos.
Gracias por ser como sos, gracias por enseñarme a mi y a tantos otros el verdadero significado: feliz cumpleaños, linda.
Después del Azul
―queda la culpa―
«La fuerza del héroe es la fuerza de su voluntad».
(Masa & Mune, Chrono Trigger)
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«Acribillemos el ahora con una ametralladora oxidada. Escojamos sonreír en este seco atardecer / Porque incluso los caminos que hemos transitado ciegamente no han sido en vano».
(WANDS, Sabitsuita Mashingan de Ima o Uchinukou)
Parte I. PADRE
Inquietos ojos azules derivan de la puerta metálica de la máquina de gravedad al piso, después a sus manos entrelazadas, después al techo y todo de nuevo, sintiéndose los ojos tan inquietos como su joven corazón lo estaba. Trunks del presente, el niño perteneciente a la realidad perfecta y rebosante de paz, aquella en la que ninguna cosa está mal, no tiene la menor idea de qué hacer ahora, tampoco de cómo proseguir de acuerdo a lo que el corazón le grita con desesperación.
En su aflicción infantil Trunks rebosa pureza, esa que en todas las versiones existentes de su persona siempre prevalecerá, mas también denota la más visceral inexperiencia: su contacto, para con las escalas de grises del mundo y la vida mismos, no pudo ser más lejano. ¡Es un niño mimado, uno cuya vida estuvo asegurada desde su primer instante de llanto, toda su existencia lo ha sido! Un pequeño diablillo que no ha hecho más que poner al mundo de cabeza con sus travesuras y actitud caprichosa al lado de Goten. Lo sabe ahora más que nunca.
Sabe, también, a quién se lo deberá de agradecer hasta el último de sus días.
Una manta de asfixiante vergüenza le abriga el cuerpo de repente, a él, a la versión más soberbia de los ojos azules. Trunks no entiende nada de lo que siente.
Lleva ya treinta minutos plantado frente a esa imponente puerta, la más descomunal para él desde que tiene uso de razón por contener en su interior la ferocidad explosiva del poder de su padre, la del ser más admirable y valiente del universo: y ahora mismo, mirándola con insoportable fijeza color azulino, Trunks encuentra que la misma no parece tener un final. No, porque la puerta parece extenderse más, muchísimo más allá de lo que sus ojos pueden alcanzar a avistar, un Camino de la Serpiente en vertical que le recuerda la inevitable pequeñez de su humanidad: está más nervioso de lo que pensaba.
Habiendo ocultado previamente su ki para así poder pasar desapercibido Trunks aún sopesa si debería entrar o no: francamente, tampoco está seguro si desea por completo hacerlo.
Pero él quiere…, pero su papá…
¡Pero su yo de otra realidad que todo, absolutamente todo lo ha perdido excepto a Mai…!
Trunks siente que el pecho se le contrae imposiblemente, y cuando los zafiros comienzan a inundarse de agua el niño se ve obligado a pegar un brinco de susto y sorpresa cuando, inesperadamente, la puerta de la máquina se abre.
Allí, en el marco de la puerta, está su padre viéndolo con impenetrables ojos negros y los brazos cruzados enfrente de su pecho. Éste lo observa fijamente durante un fugaz, significativo instante, su ceño implacablemente fruncido. Vegeta desvía la mirada, enfocándola en la pared blanca que se alza frente a él, antes de que Trunks tenga oportunidad de encontrar sus ojos con los de él: este sutil actuar de su parte eriza los cabellos en la base del cuello del hijo por su inquietante peculiaridad.
De haberlo visto a los ojos el niño habría notado que había, ahora, un sentir sumamente distinto plasmado en ellos, uno que no había parado de latirle enloquecido en la mente y en el pecho.
Vegeta se gira, dándole la espalda.
―Entra de una vez o lárgate, chiquillo: no puedo concentrarme contigo ahí de pie como un espectro.
¿Cómo rayos lo había sentido si él juraba haberse ocultado bien? Y de alguna manera, aquello era lo menos importante.
Después de la despedida de Trunks y Mai en el jardín de la Corporación Cápsula, la de aquellos seres que el niño recordaría durante toda la eternidad como unos auténticos valientes por el simple hecho de partir hacia un futuro completamente incierto con una sonrisa en sus rostros, Vegeta, sin decir una palabra a nadie, había dado media vuelta y se encerró en la máquina de gravedad: tres días de corrido llevaba ya en su interior, saliendo por instantes puntuales únicamente para beber agua, ducharse y tomar alimentos ligeros tales como manzanas. Y si Trunks se había inquietado ante el rechazo de su padre por entablar contacto visual, ahora sentía que los dientes le castañeaban de puro temor ante tan implícita invitación al interior del santuario de su progenitor.
Porque el niño sabía que en el complejísimo y limitado lenguaje en que se comunicaba su padre, el que éste le diera la espalda sin más, frialdad a más no poder, era lo más cercano y amigable a un «pasa adelante». ¿Qué estaba sucediendo?
¿Por qué su padre no parecía ser el mismo de siempre?
Ya no quiso tentar más a su suerte (o al carácter de su padre, que era indudablemente peor): tragando saliva y con pasos inciertos, casi temerosos, entró. Trunks se detestó por la forma en que sus manos se retorcían inquietas, pero descubrió que intentar detenerlas fue en vano; se le ocurrió entonces que Goten era quizás el único niño de su edad en todo el mundo que no se burlaría de él por semejante despliegue de debilidad y una sonrisa pequeña, imperceptible, le nació en los labios.
La luz carmesí que iluminaba el interior del habitáculo lo deprimió: era como si ese reducido espacio invitase a la reflexión por lo aislado, y, cuando las heridas por la batalla recientemente perdida aún no eran más que meras suturas que ardían, el mundo no puede parecernos más lúgubre.
Detrás de él, la puerta se cerró. Delante de él y sin que Trunks lo notase, su padre apretó los puños con fuerza demencial, siempre de espaldas, sin poder soportarlo ya.
Jurándose que asesinaría al muchacho si éste le contaba tan sólo una palabra a alguien, sintiéndose tranquilo porque sabía muy bien que no lo haría, Vegeta habló.
―No pude ayudarlo.
Trunks juró que su corazón se detuvo y que no volvería a latir nunca más: los zafiros se vieron nuevamente amenazados con nadar en agua. Tuvo que preguntarlo para asegurarse de que no se había vuelto loco, de que al atravesar la puerta no había entrado a alguna clase de dimensión desconocida y alterna.
― ¿Qué… qué dices?
―No pude ayudarlo ―repitió, y había universos enteros, ecosistemas vastos de sentires en su voz: no era Vegeta. Era más Vegeta de lo que nunca antes lo había sido por la humanidad que expresaba―. Y yo… yo soy su padre. Incluso Kakarotto se siente como un fracasado por fallarle, pero esto era MI responsabilidad.
» Nadie es más culpable que yo.
Y la autenticidad de todo aquello que se perdió y de la vida que había sido arruinada (la que menos se lo merecía) cayó con fatalidad sobre él, tiñéndolo todo de color pesadilla y casi aniquilándolo con su cruel peso; Trunks dio uno, dos, tres pasos atrás, como si así consiguiera alejarse de todo el gris y la tristeza y la injusticia, para que éstas no consiguieran tocarlo con sus garras enfermas hasta que su espalda se estrelló contra una de las paredes de la máquina y el niño se quebró, frágil como las gemas que eran sus ojos.
Se sentó, llevó sus rodillas al pecho y lloró en el suelo, en silencio, recordando cómo los ojos de su contraparte siempre, siempre, siempre lucían infinitamente más tristes que los suyos.
Su inocencia de niño no comprendía por qué la vida parecía empeñarse en querer preservar eso para la eternidad, tragedia tras tragedia, sus ojos de héroe la fotografía más triste de la historia.
De pie frente a él y todavía de espaldas, Vegeta permaneció inmóvil unos instantes, como respetando el luto que su hijo hacía por el destino del otro, acompañándolo silenciosamente en su dolor y luego sus puños volvieron a rasgar el aire, apasionados e imponentes y armoniosos.
Nunca miró a Trunks.
Al evocar este recuerdo en años futuros, el niño interpretaría esto con una lógica que en realidad no era más que pura infravaloración a su persona: papá nunca me miró porque se sintió decepcionado de mí, piensa, porque no tuve la fortaleza que el otro Trunks, a pesar de todo, demostró tener ante cualquier situación, ante cualquier injusticia que le dañó para siempre.
Porque él fue y será el único héroe de los dos.
Así debió ser, piensa él.
Trunks nunca supo que la verdadera razón por la que Vegeta no volteó nada había tenido que ver con alguna clase de absurda comparación entre ellos de la que sólo uno emergió como "el mejor"; era porque no quería encontrarse con el azul, ese azul, de sus ojos y encontrar en ellos la profundidad de su error. Su hijo era el ser más noble que conoció alguna vez, tanto el de ésta realidad como en la que ya no existe más, y este era quizás el peor detalle de toda la historia: ninguna de sus versiones lo vería a él como el culpable, como el maldito guerrero y padre que falló en su misión de proteger, por mucho que lo ameritase.
No se merecía, él, semejante acto de bondad.
Pero si había alguien que sí merecía ser el dueño de los únicos sentimientos de culpabilidad que Vegeta experimentó alguna vez en su longeva, maldita, ruin vida, ese era Trunks.
...
