N.A.: ¡Dioses! Hace mucho tiempo estaba planeando crear esta historia, me costó bastante adaptarme al entorno de este personaje para no perder algún que otro detalle. Como siempre, en la mayoría de mis historias hay OC's, así que espero que sea de su agrado esta nueva historia en donde protagoniza uno de nuestros androides favoritos.

¡Empecemos!


Disclaimer: Algunos personajes son propiedad de Akira Toriyama.


"El recuerdo del ser amado crece en el alma con la distancia, como el eco en las montañas del crepúsculo"

¾Dr. Carlos Alberto Seguín.

Cruzando las columnas de maderas, con la cima repleta de ramajes secos y sábanas de nieve, se podía ver una pared blanca que se confundía con el frío ambiente. Sus reflejos se podían ver impregnados en aquellos cristales rectos, parecían ser figuras mismas del decorado de aquella habitación, aunque se hallasen fuera de él.

Podía verla, frente suyo y cerca suyo, tan frágil como los mismos copos de nieve que se desvanecían al contacto de cualquier objeto fuera de su confort. Su corazón latió con desesperación, aferrarse ya no era la solución, tampoco existía alguna manera de poder huir de aquello sin tener una contundente opresión por el resto de sus días.

Porque se había dado cuenta que no podía salvarla…

Fue entonces, en aquel momento después de tanto tiempo de soledad, las lamentos lograron caer suicidándose en la masa de hielo angustiante. Quien podría saber que un alma sería capaz de hacer cualquier cosa, que la memoria y los sentimientos unidos podrían crear mundos enteros e imaginarios, dolorosamente inexistentes, en donde el destino se encuentra más allá de la existencia; donde uno puede decidir si puede alcanzarlo o no…

Tal cual sucedió con ellos dos…

Capítulo 1: Humanos.

Abrió sus fastuosos ojos de garzo claro saludando a un nuevo día de invierno, observó por el rabillo de su ojo hacia el cristal de la pequeña ventana de la cabaña y un destello iluminó el perfil de su rostro, el cual estaba inundado en un gesto cansado. Incorporándose sobre su colchón decidió como primeros actos en la mañana rodar sobre su cama e ir tambaleándose hasta su baño.

Preparó un abrigo y una taza de té caliente antes de salir, no quiso hacerse tanta molestia de ir a conseguir el auténtico té verde, entonces sólo preparó un poco de infusión de avellana, aunque no le gustase tanto. Tomó sus cosas con tosquedad, se dirigió hacia la salida de su vivienda de troncos y tablones, que él mismo lo había hecho antes de su primera temporada de frío hace tres años, y se marchó a pasos cortos hacia el exterior de su propiedad.

Despaciosamente pisó la suave y blanquecina nieve que aterrizaba en el suelo, se detuvo unos segundos para aspirar el perfume de los bosques que lo rodeaban; aquello era una de los pocas señas que aún lo declaraban un humano. Un simple y corriente humano…

Negó frenéticamente. Decidió continuar su camino pero otra cosa lo detuvo, esta vez fue por un objeto extraño que estaba cubierto por algo de suciedad, los ojos curiosos de este joven no tardaron en captarlo aunque estuviese en medio de la escasa nieve. No se molestó en tomarlo y observarlo detalladamente como si fuera un pequeño chiquillo de diez años.

El objeto no se trataba nada más ni nada menos que un simple reloj de mesa, o quizás un cronometro, parecía pertenecer a un niño, pero luego recordó que casi nadie pasaba por estos lugares y menos unos infantes. Otro dato indagador era que no dictaba una hora normal, en la oscura pantalla marcaban las 38.18, algo muy inusual e inquietante.

Concluyó en guardar el pequeño artefacto en su chaqueta y continuar con sus andanzas, aquel pequeño improvisto no era importante para él, así que lo mejor era olvidarlo pasarlo por desapercibido. Además, no era la primera vez que encontraba cosas extraviadas.

Continuó con su caminata para ir a su trabajo como guardia forestal, aunque vivía en una casilla policial en el bosque debía ir primeramente al hogar principal de los guardias y marcar su turno matutino. Fijó su vista en el frente del su camino al momento que una banda chicos rebeldes cruzaban la zona y, a la vez, con él; aquellas personas eran su razón de vivir, eliminarlos para proteger el ambiente en donde vive, su preciado bosque.

–¡Oigan ustedes!– los llamó con un tono algo amenazante por lo cual, en unos segundos, fue apuntado por los boquillas de las escopetas que llevaban cada uno de los presentes.

–¿Quién eres tú?– interrogó un sujeto calvo y de barba larga, parecía ser el líder del grupo de maleantes.

No tenía asunto para responder, se elevó desde el suelo hasta como dos metros de altura. En su mano derecha formó una esfera de energía amenazante de color verde, sus ojos se fijaron aquellos maletines que llevaban, si esas cosas llegasen a parar en las ciudades todos estarían en serios problemas.

–Es mejor que se larguen de mi bosque y vuelvan por donde vinieron– prosiguió frunciendo duramente el entrecejo mientras extendía su brazo con la esfera peligrosa.

–¿Y si no nos vamos qué vas a hacer?– preguntó un chico con la voz chillona y luego lanzó una risa la cual todos lo siguieron. Al parecer que para esos ignorantes no era más que un simple truco.

Aquel gesto fue un motivo más para molestar al joven, agradecía no llevar nada de misericordia en su ser para perdonarles la vida a los que se cruzan en su camino. Lanzó el globo de luz hacia los maleantes, se elevó un poco más para no ser alcanzado por las ondas que se propagaban por la explosión y disfrutaba cada segundo en que sus cuerpos se evaporizaban ante el poder térmico que ésta poseía.

Algo golpeó su mente repentinamente. Por unos segundos la voz del capataz resonó directo por sus oídos, una orden estricta de no asesinar a los humanos y sólo multarlos o arrestarlos. Maldición, se había pasado de nuevo, si continuaba de esa manera le quitarían su trabajo.

Luego que la visibilidad empezara a aclararse tras el polvo y la humedad que levantó el estallido decidió aterrizar y seguir su camino a pie. Como si fuera un padre responsable comenzó a observar cada uno de los árboles cercanos, comenzó a quitar las ramas quemadas mientras se prometía a sí mismo volver a plantar otros más por los que cayeron debido a la explosión.

Deseaba ir unos segundos a la tienda para buscar fertilizantes para sus queridos árboles, pero pronto se recordó que se hacía tarde y que debía ir rápidamente a marcar su puesto. De pronto sintió una inquietante curiosidad acerca del aparato que traía consigo, sacó de su chaqueta el misterioso reloj y se fijó que los números habían cambiado, el dieciocho había bajado un número.

¿Sería un cronómetro? Y si lo fuera… ¿para qué sería? ¿Quién colocaría un cronómetro de más de treinta horas o lo que fuese?

Todas esas preguntas rondaban por su mente a cada paso que daba por la espesa nieve. Sin prestar atención de su camino percibió como si algo chocase contra él, logró percibir una caída y un pequeño gemido de dolor. Fijó su mirada hacia aquello que se interpuso en su camino, su mente sólo quería golpear a lo que acaba de estrellarse junto a él, pero eso duró casi una milésima de segundo antes que sus ojos lograran detectar adecuadamente lo que se encontraba allí.

Raramente no había nada, sólo estaba el camino blanco y los árboles llenos de vida.

Sinceramente estaba un poco atormentado, presionó los párpados y agitó la cabeza como si sólo aquello fuese una absurda ilusión. Cuando volvió a abrir los ojos pudo sentir como su respiración se cortaba inmediatamente.

Había algo frente a él. Podía notar claramente unas largas cortinas rosadas, un cuerpo flaco y pálido oculto tras las telas grisáceas que formaban su vestimenta. Él se mantuvo quieto, observando lo que pudiese suceder, como si sólo tenía que ser un poste en un acto de teatro.

La joven se incorporó lentamente levantando la cabeza con algo de vergüenza, se notaba su poco equilibrio debido al jadeo que mantuvo al momento de ponerse de pie dejando menear en la nieve la larga tela de su vestimenta. Su rostro era claro e inocente, cubierto de una tez completamente blanca y dos gemas como ojos del mismo color de su extraña cabellera. Estaba descalza, pero al parecer no le importaba para nada, no demostraba ningún gesto de incomodidad al pisar la fría masa de hielo que cubría la tierra.

Comenzó a juguetear con los dedos de sus manos con nerviosismo, con rapidez apuntó a la chaqueta del chico, éste levantó una ceja ante eso. Ella mantuvo un leve ceño fruncido y una mueca incómoda en sus labios, era como si quisiera mencionar algo de memoria, pero sólo se mantuvo quieta como una figura de porcelana.

–Musy...

–¿Musy?

La mujer abrió los ojos y corrió hacia el costado del muchacho, él se dio la vuelta para seguirla con la vista, pero cuando lo hizo no vio nada más a parte del ambiente pálido del invierno. Contuvo la respiración por varios segundos, tal acto inusual lo dejó literalmente helado y confundido, más bien, asustado.

¿Acaso era una broma pesada? Ojalá que sólo fuese eso, aunque ya estaba harto de los humanos escurridizos que andaban de aquí para allá, no deseaba saber qué demonios fue ese espectro -por así decirlo- que se cruzó por su camino. Además había murmurado algo, no sabía qué era ni qué significaba, algo que lo espantó aún más.

No tenía más caso que ignorar lo sucedido, dio media vuelta y, sin realizar ninguna simple mueca, tomó de nuevo su camino a la casa oficial tarareando una cancioncilla absurda para, por lo menos, olvidar aquel acontecimiento extraño.

Mejor dicho, intentar olvidarlo…

[···]

Aterrizó sobre la pequeña y única playa en todo aquel pacífico océano. La verdad pensaba que a pesar de todo él y su hermana aún mantenían cosas en común, y una de esas es vivir aislados de la sociedad. Golpeó con dos toques la puerta de madera que pertenecía a la fachada de la pequeña casita, lo más llamativo en ésta era las grandes letras en rojo que dictaban claramente Kame House.

–¡Adelante!– se escuchó una voz masculina casi por detrás de la puerta. El joven no dudó ningún segundo que aquella voz pertenecía a su insoportable cuñado.

Humanos...

Para él aquellos seres seguían dándole aborrecimiento, existían veces donde se arrepentía de haber sido uno de ellos, ya que gracias a esa reconstrucción -desde el cuerpo de un ser humano- fue absorbido por Cell. Él tenía la idea que por no ser completamente una máquina, como Dieciséis, fue comida para cucarachas.

Aunque también había situaciones en donde se sentía parte de los terrícolas; sus costumbres, su forma de ser, sus actividades… Poco a poco fueron cambiando para adaptarse, nuevamente, a ese humano que se escondía en su interior y quería volver a nacer de entre las penurias.

Pero… él detesta a los humanos… ¿Por qué seguía disfrutando la vida como ellos? ¿Por qué no continuaba amenazando ciudades e ir tras Goku como era su misión al principio?

Eso es algo que nunca lo sabrá. O admitirá.

Abrió la puerta e ingresó a la acogedora vivienda siendo recibido por Krillin con los brazos abiertos dándole una cálida bienvenida, él sólo lo ignoró desviándose hacia donde estaba su hermana postrada en el sillón. Observó con curiosidad como la rubia alimentaba a su hija con un puré de manzanas recién hecho, era casi imposible creer que ella antes era máquina asesina.

Ver a su hermana tan inofensiva no le daba tanta antipatía como aquella vez que le había confesado que estaba embarazada, se burló de ella en su cara por semejante estupidez al rebajarse al nivel de unos patéticos humanos. Recordó también que ella, a la defensiva, le había gritado que se rebajaría hasta el nivel de una hormiga si lo quería y no existía razón para detenerla. Hoy en día es alguien feliz, con una familia; algo que él, por muy estúpido, no pudo alcanzar a obtener.

Pero tampoco deseaba tanto tenerlo. ¿Una familia? ¿Con chiquillos corriendo a su alrededor y una mujer con histerismo? No, gracias; preferiría mil veces seguir viviendo en su solitario bosque.

–¿Qué tal, Dieciocho?– la saludó con su muy típico tono sarcástico, se quitó la chaqueta y, con un gesto no muy respetuoso, la arrojó sobre la mesa para así postrarse en el cómodo sofá al lado de la rubia –¿Algo nuevo por decir?

–Vaya forma de aparecer por aquí, Diecisiete– respondió sin desviar la mirada de su pequeña niña –Lo único nuevo por aquí es la nuevas botas que consiguió mi esposo– observó de reojo al mencionado y éste sonrió nerviosamente sin ocultar el rubor que crecía en su rostro.

-Ah, qué bien…

-¿A qué has…?

Y en otras noticias… El día de hoy hacemos memoria de la tragedia en Silver City…

La mujer se vio interrumpida ante tal comentario del noticiero, el cual se proyectaba en su gran televisor, ignoró tanto la conversación como a su hermano y prestó total atención a las noticias. Él levantó una ceja con curiosidad, sus ojos celestes se fijaron hacia aquella pantalla colorida para saber qué demonios sucedía ahora, nada y nadie podía distraer a su hermana fácilmente, además de él.

Pues claro, Thomatppo, ya han pasado dos años del suicidio de un grupo de chicos que saltaron del Puente Gus…

-¿Ya pasaron dos años?- expresó Dieciocho con asombro, algo raro para el joven; tenía una leve sospecha de que ella estuviera involucrada en ello -Siento como si hace poco hubiera visto por primera vez esa noticia.

Pues, se había equivocado nuevamente al juzgar a su hermana, ella no tenía nada que ver con ello, sólo estaba interesada. Un simple capricho terrícola. Se estaba volviendo más humana, no es que tuviera miedo de perderla, es que era bastante raro; quizás sea lo mejor para ella, lo mejor para él, lo mejor para todos.

-Pobres chicos…- murmuró el enano mientras tomaba asiento al lado de su esposa -Mejor dicho, sus familiares son los que más sufren en estas situaciones.

-¿En qué estaban pensando?- resaltó la rubia -Quitarse la vida no es ninguna solución, además, se dice que no puedes ir ni al cielo ni al infierno si lo haces.

-Entonces… ¿Dónde queda el alma?- preguntó el pequeño terrícola. Diecisiete cambió de expresión repentinamente al oírlo.

-No lo sé, quizá desaparece o se convierte en polvo de estrellas.

Dejando de lado su atención a la conversación su mente empezó a divagar sobre el tema, no era una persona muy locuaz pero le gustaba pensar por un largo tiempo sobre diferentes situaciones. Su vista se fijó a la pantalla nuevamente, la imagen mostraba una mujer sollozando ante la pérdida; se cruzó por su mente si alguien se había recordado de él luego de su muerte, aunque fue sólo absorbido por Cell. También se preguntó si hubiera muerto de verdad a donde iría… ¿Al cielo? No, imposible. ¿Al infierno? No fue demasiado cruel para ir allí, después de todo era una víctima de Gero. ¿Purgatorio? Quizá, pero no tendría igual una segura salvación.

Ahora pensó mejor. Recordó que antes había tenido una vida, antes de ser androide, comenzó a preguntarse si hubiera tenido padres, amigos, alguna que otra pareja… ¿Una mascota? Quizás… Ellos seguramente se preocuparían por él y su hermana. ¿Pero si no tuvo nada?

Observó a su hermana, tan palabrera con el terrícola, ahora tiene a alguien quien lloraría por ella; esas personas la aman, no la quieren perder de su lado, seguramente ella también ama a esas personas con miedo a perderlas, será por eso que ahora estaba casada y con una hija. Prestó atención nuevamente la televisión, que ahora cambiaba la noticia, otra sobre la muerte de una mujer y un hombre secándose las lágrimas y pidiendo justicia.

¿Acaso existe alguien quien lloraría por él o viceversa? No sabía que responder, no tenía argumentos específicos para admitir eso. Después de todo él seguía manteniendo en su corazón aquel deseo de ser una máquina de matar, aquel rencor que Gero grabó en lo más profundo de sus archivos de memoria aún estaba latente, o al menos eso es lo que él quería creer…

No puedo ser como esos humanos, jamás…

Antes de que llegara la hora de cenar él decidió marcharse, obviamente le rogaron que se quedase pero, como siempre, groseramente se marchó por los aires. Debería dejar de visitar a su hermana, siempre cuando iba allí tenía esos momentos humanos que lo alejaban de su moral perversa.

Una semana después se encontró tocando nuevamente la pequeña puerta de la casa, pero antes que alguien respondiera se retiró, para no ser visto, para que su mente volviese a divagar en diversos temas de gente normal, para no admitir su lado humano.

[···]

Se retiró de aquel local de comida rápida que quedaba lejos del pueblo, no quería ir a un lugar donde haya mucha gente y es por eso que sólo iba a aquel lugar casi todos los días. Además, no podía gastar mucho en satisfacer sus caprichos alimenticios, para él no es necesario comer pero igual lo ansiaba bastante; pero aún así se estaba controlando, necesitaba ahorrar dinero para un auto…

Sí, anhelaba un auto, el último que tuvo, por lo que recordaba, era una camioneta rosa y robada.

La otra vez había visto uno, era un hermoso auto de los años ochenta y estaba a un buen precio. Pero, luego de pensarlo detenidamente, su sueldo no era lo suficiente para aquello, y si tampoco quería dejar de comer era mejor ir a buscar otro empleo. Pero tampoco quería dejar el parque.

Dio un mordisco a su hamburguesa.

Pero… ¿Qué podía hacer?

Podría tener dos empleos, su energía era lo suficiente para resistir dos trabajos a la vez. Pero también le gustaba demasiado disfrutar su tiempo libre en aquel bosque, apreciando los árboles y la flora que lo rodeaba. Sonaba como un antiguo amigo suyo cuando pensó aquello.

Pero… Cerró los ojos para centrarse…

Y se detuvo. Su andar paró de repente cuando sintió que algo chocó contra su pecho, un ligero Déjà vu se presentó ante él, incluso pudo ver claramente de nuevo aquel manto de colores pálidos que cubrían a aquella doncella, también pudo notar aquella melena rosada y los ojos de cuarzo. Bajó la mirada teniendo en mente que se trataba sólo de un recuerdo, luego, al encontrarse con aquella imagen de la mujer, su cabeza empezó a procesar lo ocurrido.

Espera… ¡Eso no era una suposición! ¿Por qué ella estaba ahí?

Observó su mano derecha y estaba vacía, unos colores llamativos se notaban en medio de ellos dos, justo en el suelo de nieve, allí estaba sus últimos zenis que podía gastar en el día.

-¡Tiraste mi hamburguesa!- se reveló con enfado ante lo acontecido -¿Cómo te atreves?

La mujer retrocedió unos pasos, frunció tiernamente el ceño y realizó una reverencia de disculpa ante él. El chico la vio intrigado y furioso, no entendía porque hacía esa tontería, sólo quería que esa demente desaparezca y que su hamburguesa volviera a sus manos sin una mancha.

-Musy lo siente.

-¿Musy?- ahora lo había recordado, la primera y última vez que la había visto antes que desapareciese ésta mencionó aquella palabra -Habla bien, niña. ¿Eres retrasada o qué?

-¡Musy se está disculpando, no debes ser cruel con Musy!- exigió levantando forzadamente la cabeza pero aún así manteniendo su posición con dificultad.

-Pues, creo que estás loca- murmuró aferrándose a sus bolsas con víveres -Te apareces ante mí de repente y me golpeas, la otra vez escapaste y ahora hiciste que arrojara mi comida.

-Pues, Musy se disculpa.

-Ya lo dijiste, no es necesario hacerlo otra vez.

-Es que Musy estaba pensando y no vio su camino- aclaró a la vez que se colocaba firme -Naturalmente esto no le pasa a Musy- dijo para sí misma. Él ya se estaba espantando por aquello, esa chica estaba mal de su cabeza.

-Bueno… Espero que Musy- resaltó aquella palabra con un severo tono molesto -No me moleste nunca jamás.

-Pero…

-Perfecto, adiós.

Cuando estaba dispuesto a darse la vuelta y marcharse de una buena vez pudo sentir como aquellas manos se aferraban a su vieja chaqueta, volteó y se encontró con la mirada suplicante de aquella extraña chica. Movió su brazo para intentar zafarse, algo que no funcionó, era como si algo más allá de lo físico impedía que utilizara su fuerza correctamente. Esa mujer ya le daba mala espina, algo no iba bien.

-¡No te vayas!- rogó con los ojos brillosos -¡Tienes algo que a Musy le pertenece!

-¿Yo?- que él podía tener, tampoco tomaría algo que le perteneciera a una niña caprichosa como ella -¿Qué es lo que quieres de mí? Rarita.

-Musy no lo sabe, se supone que tú lo sepas.

-¡Deja de decir estupideces y dilo de una buena vez, pequeña idiota!

Ella lo vio sonriente, él no tenía idea que cosas horrorosas estarán pasando por la mente de aquella anómala. La mujer dio media vuelta y empezó a marchar firme, literalmente como un militar, sobre el suelo blanquecino mientras levantaba un brazo al aire.

-Musy irá a tu hogar a averiguarlo.

-No- mencionó rápidamente, cortando así la inspiración de la rara -Ahora sal de mi camino.

-Pero Musy necesita eso lo más antes posible- suplicó bajando el brazo despaciosamente -Es algo que Musy necesita para cumplir su sueño.

-¿Cumplir el sueño de Musy?- repitió de forma burlona -Yo no voy a ayudarte en nada.

-Pero si ayudas a Musy…

Ella giró un poco el rostro para verlo, cerró los ojos y abrió las palmas de sus manos apuntado al cielo con lentitud, como si estuviera fingiendo liberar algo. Al chico le llamó la atención aquello, la manera en como esa mujer se expresaba era tan natural y fantástico para ser una persona anormal, aquel gesto se parecía a alguno que había captado hacía tiempo, o quizá sólo lo había soñado. Pero sabía perfectamente que ya lo observó en algún otro lado.

-Ella te ayudará a ti- concluyó antes de bajar nuevamente sus brazos.

-Déjate de idioteces.

-¡Por favor!- rogó juntando las manos a la altura de su rostro -Eres el único quien puede ayudar a Musy… Si lo haces nunca más te molestará.

¿Nunca?

El androide suspiró pesadamente, su mirada se posó furiosamente sobre esos cuarzos que demostraban alta honestidad. No podía creer lo que estaba por hacer, pues, si esa era la única manera para deshacerse de ella, eso era mejor para él. Después de todo, era sólo un capricho de una niña, seguro que sólo se trataba de un juego de tontos, pero igual, lo importante ahora era alejarla de él lo más pronto posible.

Cumplir un sueño, eso es fácil… ¿Verdad?

-Está bien- caminó para así cruzarse con ella, siguió de largo y, sin que pudiese decir algo, ella lo persiguió -Haremos esto rápido, te daré lo que quieres y tú te marcharás para siempre.

Ella asintió contenta y confiada, más de lo debido.

-¡Empieza la misión de cumplir el sueño de Musy!

Observó cómo ella se adelantaba ante él mientras corría como una niña pequeña, también pudo notar como aquellos pálidos pies descalzos se confundían con la espesa nieve que cubría el camino. Estaba confirmado, ella estaba loca, después de todo era una humana. No sabía lo que ahora sucedería, era mejor dejarse llevar por ese extraño suceso, pues, ya no podía huir de aquello; pero ahora lo único que le intrigaba era aquella figura ya lejana que hacía brillar los copos de color rosa.

No sabía qué pero algo le dictaba que este invierno podría estar lleno de sorpresas…