Match


Primera parte


Había hecho match, finalmente.

Viktor aún miraba la pantalla con incredulidad.

Ya había perdido prácticamente las esperanzas. Y no lo malinterpreten. No es que él fuera feo ni nada por el estilo. De hecho, sin deseos de sonar presuntuoso, era más bien lo contrario.

Y quizás era por eso que había tenido que verse en la obligación de ocupar Tinder.

Desde hace algún tiempo a esa parte se había aburrido de la gente con la que solía salir ―gente delgada y visualmente atractiva― y se había interesado por cierto tipo de personas en particular: los gorditos. O, como venía diciendo luego de un puñetazo que le había dado cierta mujer cuando se lo comentó, gente rellenita o con problemas de sobrepeso.

El problema era que, para él, que nunca había tenido dificultad alguna para ligar con quien se le antojara, de pronto intentar acercarse a alguien de su gusto no estaba resultando tan sencillo.

Y es que había algo que definitivamente parecía estar jodiendo todos sus planes: los gordos lo evitaban como si fuera la peste negra. Bastaba con que se acercara a alguien pasadito de peso para que este se disculpara con alguna excusa tonta y se largara del lugar, casi corriendo.

Y aquello era algo que ya lo tenía cansado y ―¿por qué no?― un poco cabreado.

¿Tan difícil era pensar que él podía interesarse en alguien con algunos kilos de más? Vamos, que el que el fuera guapo no lo hacía un superficial.

La verdad no sabía si el problema era que todos los gordos eran unos inseguros, o si simplemente había un problema con él y no resultaba atractivo a ese universo de personas en particular. Y si era el caso, pues con su peso no había nada que hacer; era de esas personas bendecidas con buen metabolismo que no engordaban ni aunque se comiera una vaca entera al desayuno.

Fue Chris, uno de sus mejores amigos, quien le dijo que quizás simplemente no sabía ligar. Usualmente las personas ligaban con él y no al revés, así que puede que resultara muy agresivo en sus intentos de conquista.

Fuera como fuera, el hecho era que ya estaba desesperándose cuando el hombre había dado con la solución a sus problemas.

Hacerse una cuenta en Tinder.

Era fácil. Bastaba con subir una foto suya, poner su edad, dar su ubicación, y comenzar a buscar gente.

Viktor, luego de tantos rechazos, pensó que quizás era su aspecto el que resultaba intimidador ―demasiado atractivo, obviamente―, así que optó por subir una foto de su perro. Después de todo, si querían tener algo serio con él debían, obligatoriamente, amar a su caniche. Era una norma básica de convivencia. Aunque bueno, no era como si fuera a conocer a esa persona para algo más que un simple revolcón.

Así que había comenzado.

Al inicio le habían aparecido solo mujeres, y no es que se quejara, pero se estaba perdiendo de la mitad de las posibilidades, así que tuvo que cambiar la preferencia de búsqueda y comenzar a ver de nuevo.

Ahí se encontró con otro problema: no había mucha gente gorda en Tinder, y si la había, estos intentaban esconderlo en su mayoría. Viktor había perdido la cuenta de las personas que había tenido que rechazar por sus fotos que parecían claramente retocadas.

Al final de aquel día, Viktor había dado más nopes de los que podía recordar y con suerte dos likes ―aparte de un super like que se lo había ganado un tipo que había puesto a su mascota como foto de perfil, tal como él―, pero no había hecho match. Y aquello era desmotivador.

Fue al día siguiente ―cuando ya había perdido las esperanzas y se estaba planteando desinstalar la aplicación― que le llegó una notificación de Tinder, avisándole que había hecho match.

Y ahí estaba ahora.

Miró de quién se trataba. Era el tipo al que le había dado super like por tener una foto de su mascota.

Sonrió.

Aquel tipo ―Yuuri, por como decía en su perfil― ya le había caído bien. Le había agradado por el hecho de ver más allá de lo físico y darle like a un tipo que se dedicaba a poner imágenes de perritos como foto de perfil, al igual que él.

Poco le importaba si aquel chico no terminaba siendo alguien rellenito como él deseaba; quería conocerlo por el solo hecho de haber despertado su curiosidad.

Así que, bajo esa premisa, Viktor abrió la ventana de chat. No le importaba, que entre comillas, Yuuri tuviera que hablarle porque le había dado like, y que él quedara como desesperado por lo mismo.

«Hola…»

Esperó a que le llegara alguna respuesta, pero se encontró con una total indiferencia por parte del otro tipo.

Aquello solo hizo que se sintiera como pavo real desplumado y decidiera que todo aquello del chat era una pérdida de tiempo.

¡Por Dios! Él, Viktor Nikiforov, por el que hombres y mujeres babeaban a partes iguales ¿estaba mendigando por una simple respuesta de un tipo que ponía a un perro como foto de perfil?

Aquella idea hizo que se quisiera dar un cabezazo contra la pared. Cerró la aplicación y decidió salir y conocer gente a la manera usual. Quizás tenía suerte ―como siempre― y terminaba en la cama con alguien, una persona delgada, probablemente, pero no se iba a poner quisquilloso con eso.

Sin embargo, cuando al día siguiente le llegó una notificación avisándole que tenía un mensaje entrante, Viktor se olvidó de todo lo que había decidido y respondió de inmediato el escueto «Hola.» (con punto incluido) que el otro tipo se había dignado a enviar.

Desde ahí comenzó una extraña conversación, caracterizada por animadas palabras por parte de él, y escuetos monosílabos por parte de Yuuri. Era bastante difícil entablar una conversación así, pero Viktor Nikiforov no era de los que se rendían tan fácilmente, aunque en este caso pareciera alguien hostigador. Siguió hablando, y poco a poco las respuestas comenzaron a ser más prontas, y un poquito más largas.

Hasta que llegó la hora de juntarse.

Fue Yuuri quien lo propuso, una semana después de haber comenzado a hablar.

Viktor tuvo que restregarse los ojos para comprobar si era alguna jugarreta de su mente. Pero no. Era real. Yuuri había tomado la iniciativa por primera vez y lo estaba invitando.

Amazing!

Junto a eso, Viktor pensó que, si la cita iba bien, había altas probabilidades de que aquello terminara con resultados sexuales, y vaya que eso le beneficiaba; por una u otra razón no se había acostado con nadie hace ya más de dos semanas.

Así que ahí estuvo dos días más tarde, caminando hacia un café que estaba ubicado en el centro de la ciudad.

Yuuri le había dicho cómo iba a estar vestido, y mientras se fijaba en cada camisa azul que se topaba y en cada tipo con lentes que pasaba, se preguntó cómo sería físicamente aquel muchacho.

La única foto que Yuuri tenía en su Tinder era la de su perro ―Viktor suponía que era suyo― y aparte de eso no había ninguna red social anexada para poder stalkearlo. Lo único que sabía de Yuuri era que tenía veintitrés años y que era japonés; ni su apellido conocía.

Pensando en eso estaba cuando llegó a la cafetería acordada.

Viktor tragó saliva, de pronto nervioso. Era la primera vez que estaba en una situación similar, y dudaba de cómo terminaría resultando todo.

Escaneó a los presentes, buscando aquellas características que Yuuri le había mencionado por mensaje. Se sintió ansioso al no encontrar a nadie, hasta que su vista se topó en un lugar en particular, algo oculto.

Un hombre miraba por la ventana, nervioso, y jugueteaba con la tapa de un refresco. Usaba camisa azul, y unos lentes de media montura del mismo color.

Viktor también reparó en un detalle más: aquel chico estaba algo pasadito de peso.

Sonrió, sin poderse creer que su suerte fuese tan buena. Sin querer había obtenido aquello que había estado buscando. Quizás la estrategia, después de todo, era la de ir tras las personas con mascotas como foto de perfil; algo debían ocultar, claro.

Se dirigió hacia la mesa con su sonrisa de corazón intacta. El chico aún no reparaba en su presencia.

―Yuuri, ¿no? ―cuestionó como para asegurarse.

El chico de los lentes alzó la vista sobresaltado, mirándolo a él y luego hacia las otras mesas, antes de asentir, con una expresión pasmada.

Viktor sonrió aún más, y se sentó con desparpajo. Yuuri pareció reaccionar.

―Lo siento, pero estoy esperando a alguien…

―Me estás esperando a mí ―le cortó él.

Los ojos color bermejo se agrandaron con sorpresa.

―¿V-viktor? ―Yuuri parecía estar genuinamente impactado.

Viktor asintió.

—Lamento la tardanza. Tuve ciertos contratiempos en el trabajo. —Le tendió la mano—. Encantado.

El otro hombre asintió, aún sin abandonar completamente la expresión sorprendida, y luego estrechó su mano.

¿Y ahora qué?

Un silencio incómodo llenó el lugar, que solo fue interrumpido por la camarera pidiendo sus órdenes.

Fue Viktor, luego de eso, el que intentó sacar la conversación a flote. Yuuri se mostró bastante reacio al inicio, pero poco a poco fue soltándose ―era imposible no hacerlo frente a un conversador nato como Viktor― y comenzó a hablar un poco de sí mismo.

A medida que la conversación fluyó, fue que Viktor se dio cuenta de lo diferentes que eran.

Yuuri estaba cursando el ultimo año de la carrera de astronomía, mientras que él era un fotógrafo medianamente conocido; Yuuri era un japonés que había sido criado de manera tradicional, y Viktor era un ciudadano del mundo. Hasta el sentido del humor parecían tenerlo diferente; Viktor se reía de todo, a la vez que Yuuri parecía disfrutar de un humor más inteligente, que también tenía algo de negro.

Era cierto que para acostarse no necesitaban tener temas en común, sino que saber ocupar el pene, las manos y la lengua. Pero Viktor dudaba hasta para eso. Yuuri daba la impresión de ser alguien adorable, pero no una persona para llevarse a la cama de la manera en que él quería hacerlo.

―Me gustó el poodle que tienes de foto de perfil ―mencionó Yuuri, ajeno a los pensamientos de su cita.

Viktor esbozó una sonrisa, dejando sus pensamientos a un lado y volviendo a centrarse en la conversación.

―Es Makkachin ―explicó con orgullo―. También me gustó el tuyo, ¿cómo se llama?

La sonrisa nostálgica de Yuuri le dio a entender que había metido las patas.

―Se llamaba Vicchan. Murió el año pasado.

Viktor palideció un poco, y aunque lo primero que hizo fue disculparse, no pudo evitar preguntarse quién demonios ponía a su perro muerto como foto de perfil.

Pese a todo, y para alivio de Viktor, sí había un tema que tenían en común: a ambos les gustaba el patinaje artístico, llegando incluso a practicarlo en cierto momento de su vida. Y aunque a Yuuri le gustaba Yuzuru Hanyu, y Viktor prefería más a Javier Fernández, ambos pudieron iniciar una amena conversación que tenía a los recién finalizados juegos olímpicos como tema central.

Fue en medio de aquella charla, en la cual Viktor descubrió que Yuuri también sonreía ―y de una manera hermosa, cabe agregar―, que Yuuri se levantó y, luego de pedir la cuenta, le tendió la mano.

Viktor lo miró confundido.

―Vámonos ―dijo con voz grave, aunque Viktor fue capaz de notar el pequeño matiz nervioso que ahí se ocultaba.

―¿A dónde? ―cuestionó para seguirle el juego.

Yuuri carraspeó incómodo, al tiempo que intentaba recuperar algo de la seguridad perdida.

―Hay un hotel a unas pocas cuadras ―aclaró, como si eso lo explicara todo.

Viktor pensó que quizás la elección de aquel café no había sido tan casual como había pensado.

Yuuri frunció el ceño ante su falta de respuesta, y añadió:

―¿No fue para eso que nos reunimos?

Viktor parpadeó dos veces antes de reír, mientras asentía y se levantaba de su asiento, dispuesto a seguir a aquel, de pronto, determinado cerdito.

Yuuri lo había sorprendido gratamente. Y mientras ambos pagaban de manera equitativa por lo que habían consumido, fue que pensó que quizás también lo sorprendería en la cama.

.

Y sí, lo hizo.

Contrario a lo que pensó en un inicio, fue Yuuri el que tomó las riendas de la situación ni bien llegaron a la habitación del hotel. Viktor se vio de pronto de manera horizontal sobre la cama, con un japonés encima de él, que buscaba tocar y besar cada trozo de piel expuesta.

Y Viktor estaba en el cielo.

Estaba tan acostumbrado a sus amantes delgados, que de pronto tener algo más blando para tocar y apretar a su antojo, lo tenía maravillado. La piel de Yuuri, además, era suave y pálida, lo que hacía que Viktor quisiera besarlo por siempre.

Aún así, pese al estado de éxtasis en la que se encontraba, pudo darse cuenta de cierto detalle: Yuuri parecía tener experiencia en el sexo, pero se notaba que nunca se había acostado con un hombre. Lo supo en la leve duda que pudo notar cuando ambos estuvieron desnudos y Yuuri comenzó a juguetear con su entrada de manera torpe; como si supiera lo que debía hacer, pero no el cómo.

Yuuri enrojeció hasta las orejas cuando Viktor, ya más que divertido y algo alarmado ante la idea de que su amante quisiera penetrarlo sin previa preparación, tomó el control de la situación.

Sin pudor alguno comenzó a dilatar su propia entrada, invitando a que Yuuri lo reemplazara en la labor. Aunque claro, el muchacho era inexperto, y sus dedos poco gentiles.

Fue Viktor también el que, luego de que Yuuri se pusiera el correspondiente preservativo —algo que también lo hizo pensar que Yuuri siempre tuvo la idea de cómo terminaría aquel encuentro—, lo guio hacia su interior.

Y ahí comenzó el delirio.

Puede que Yuuri fuera un inexperto en el sexo gay, pero era un buen alumno, con iniciativa y bastantes ganar de aprender, o al menos así lo pensó Viktor cuando sintió que sus brazos ya no daban más y caía sobre la cama. Las manos de Yuuri mantenían su trasero en alto, que recibía las estocadas sin tregua.

Yuuri no era delicado, mucho menos gentil; era exigente y lo penetraba sin la menor consideración.

Y eso a Viktor le encantaba.

Luego se preocuparía del dolor de cadera y de la crema que de seguro tendría que usar por unos cuantos días; el que a veces no pudiera controlar los gemidos que pujaban por salir lo compensaba.

Cuando todo terminó, Yuuri se encargó de botar el condón usado al papelero, y entregarle algunas toallas de papel a Viktor para que se limpiara el abdomen.

Luego de eso vino el silencio.

Para Viktor no era suficiente. Había estado bien ―más que bien, de hecho―, pero él no estaba acostumbrado. Y aunque sonara vulgar, necesitaba meterla en algún sitio.

Pero no alcanzó ni a sugerirlo.

Yuuri ya estaba buscando la ropa desperdigada por la habitación. Viktor quiso decir algo, cualquier cosa, pero prefirió guardar silencio. Eso había sido al final, ¿no? Por muy incómodo que se sintiera con la situación, tenía que asumir que era normal que aquello pasara si se habían conocido por Tinder.

Cuando Yuuri ya estuvo vestido y pronto a marcharse, fue que se volteó a mirarlo.

―Un gusto, Viktor. ―Sonrió algo dudoso―. Yo pagaré la mitad del valor. ―Y luego se marchó.

Viktor pensó que podría haber sido peor: haber despertado solo al día siguiente; eso sí que habría sido humillante, según él.

Hizo amago de levantarse para poder vestirse él también, pero el dolor en su trasero le dijo que era mejor quedarse mirando el techo por un ratito más.

―¡Mierda!

.


Aclaración:

Esta obra fue escrita gracias a la idea de Aslhey Acosta, por motivo de un intercambio fanfic x fanart. Pese a lo anterior, tuve libertad para darle un poco de mi propia cosecha.

Notas de autora:

Espero que les haya gustado esta primera parte. A mí me ha dejado bastante conforme el resultado, aunque al inicio me costó adaptarme.

¿Merece un review?

Disclaimer: Ni la serie ni los personajes me pertenecen, estos son propiedad intelectual de sus respectivos creadores.