CAPÍTULO 1: El regreso de Canuto.

Dennis Creevey corría como un vendaval por los pasillos de Hogwarts hacia el despacho del director. Tenía dos motivos para no preocuparse de la posibilidad de ser castigado por correr dentro del castillo. La primera era que Argus Filch ya no era conserje en Hogwarts (cosa de la que todos los alumnos se alegraban mucho porque habían matado dos pájaros de un tiro pues, como no, la Señora Norris se había marchado con él) y la segunda era que lo hacía a petición de la profesora McGonagall.

Por fin se detuvo ante la enorme gárgola que ocultaba el acceso al despacho del director, frotándose un flato que le había salido bajo las costillas y dijo la contraseña. La gárgola se apartó a un lado, dejando a la vista una escalera de caracol que el muchacho subió a la carrera. Llamó a la puerta y entró sin esperar respuesta.

El director se encontraba allí, firmando una serie de documentos que se tratarían, probablemente, de asuntos del colegio. Este levantó la vista sobresaltado y miró a Dennis sin la menor muestra de enfado o irritación.

- ¿Ocurre algo? –preguntó al muchacho.

- Profesor... Lupin –dijo el joven prefecto con la respiración entrecortada, debido a la carrera que acababa de realizar-. La profesora McGonagall... le envía esto. Acaba de llegar... para ustedes... –entregó un sobre al director. Este observó con detenimiento el sobre, sin escuchar nada de lo que le decía Dennis y reconoció el sello. Era del Ministerio de Magia-. ...algo importante... sobre el señor Sirius Black.

Lupin levantó la vista como pinchado por un resorte. Abrió el sobre y leyó rápidamente su contenido. Dennis percibió que el director se ponía pálido por momentos y que había en sus ojos un brillo de emoción contenida. Luego levantó la vista y se dirigió al muchacho.

- Gracias, señor Creevey –murmuró y acompañó a Dennis hasta la puerta sin decir una palabra más.

Gritos, dolor, miedo; murmullos... luz. Había mucha luz. Parecía que hacía siglos que estaba en la oscuridad, y sin embargo... Todo estaba muy confuso. Abrió lentamente los ojos, pero tuvo que volver a cerrarlos porque la claridad del día le cegaba. Lo volvió a intentar.

Lo primero que vio fue un techo blanco, paredes blancas. Todo era blanco, o tal vez fuera él quien veía todo blanco... estaba todo algo borroso. ¿Quién era? ¿Dónde estaba? Y ¿Qué hacía allí? No entendía nada. Estaba tan confundido... Sintió una presencia junto a él.

- Feliz cumpleaños, Canuto –dijo una voz a su lado y alguien lo abrazó con fuerza, pero al mismo tiempo con sumo cuidado.

Volvió la cabeza y se encontró con un rostro que no reconoció bien en un principio. Enfocó bien la vista y entonces sí, lo reconoció.

- Re... ¿Remus? –Sirius trató de aclarar un poco sus ideas-. ¿Qué tonterías dices? –murmuró, aún algo aturdido-. Mi cumpleaños no es hasta dentro de casi un mes.

Sirius calló de pronto, porque le vinieron de golpe a la mente todos los últimos acontecimientos. Los últimos acontecimientos para él, claro. Harry en peligro, La Orden del Fénix, Harry en peligro, el Departamento de Misterios, Harry en peligro, Bellatrix Lestrange... el velo. Un escalofrió recorrió su espina dorsal.

- ¿Qué... Cómo...? ¿Qué ha pasado? ¿Y Harry? ¿Qué día es hoy?... –Sirius hacía un sin fin de preguntas atropelladamente.

Lupin se mordió el labio inferior. Habían pasado tantas cosas durante todo ese tiempo..., cosas que Sirius no sabía. No estaba seguro de por donde debía empezar y cómo le iba a explicar que...

- Verás. Bellatrix te hirió durante la batalla en el Ministerio y caíste a través del velo de la cámara de la muerte y tu cuerpo desapareció. Te dábamos por muerto.

- Pero entonces cómo...

- Se hizo una investigación en el Ministerio y los inefables consiguieron recuperarte con vida. No me preguntes cómo porque no tengo ni idea. Los condenados esos no sueltan prenda, ya sabes como son. Ahora estás en San Mungo, así que, lo que en este momento importa es que te pongas bien –hizo una pausa para tomar aire-. Y no me equivocaba. Hoy es tu cumpleaños. Sirius... estamos a diecinueve de Julio, de mil novecientos... noventa y ocho.

Las últimas dos palabras cayeron sobre Sirius como una pesada losa.

- ¡¿Noventa y ocho? –Sirius hizo amago de incorporarse de la cama, pero un fuerte dolor en el pecho consiguió que desistiera. Se apartó la ropa y descubrió que tenía el pecho vendado."El hechizo de Bellatrix" pensó, y soltó una maldición por lo bajo.

- Me las vas a pagar, Bella –murmuró para sí mismo.

- Puedes ahorrarte eso. Bellatrix Lestrange está muerta.

Sirius no hizo ningún comentario. Apartó las sábanas y trató de incorporarse de nuevo, pero esta vez con más cuidado. Lupin trató de detenerlo , obligándolo a tumbarse de nuevo, pero Sirius forcejeaba y estaba empezando a ponerse paranoico y a decir cosas sin sentido.

- No lo entiendes, Remus. Tengo que salir de aquí. Me encontrarán... el Ministerio... la Orden...

Lupin sacudió la cabeza. Comprendiendo a qué se refería su amigo.

- Tranquilo.

- ¿Cómo quieres que esté tranquilo? Voldemort y los mortífagos por ahí, dementores pululando por todas partes y yo... ¡que me he perdido dos años de mi vida!

- De "tu" vida, no. De la vida, simplemente. Pero eso ya te lo explicaré luego. Pero hay algo que quiero explicarte en pocas palabras: Eres oficialmente inocente y libre. Peter está en Azkaban, y yo me encargué personalmente de que lo alojaran en la misma celda en la que estuviste tú doce años por su culpa –Lupin puso una mano sobre el hombro de su amigo-. Sirius, la guerra ha acabado.

Sirius se quedó un momento en silencio, para asimilar las palabras de su amigo.

- No me lo puedo creer... –murmuró, perdido en sus pensamientos. Sacudió la cabeza para volver a la realidad-. ¿Y Harry? ¿Dónde está? ¿Está bien?

Lupin sintió como si le atravesaran con un puñal de hielo y palideció. No le gustaba ser portador de malas noticias, no deseaba ser él, pero alguien debía decírselo y cualquiera sabría que él era el más apropiado para el cargo, porque conocía a Sirius mejor que nadie. Y además, tarde o temprano se enteraría.

- Sirius... –dijo en un susurro casi inaudible. Tragó saliva y parpadeó un par de veces para contener las lágrimas. Todo esto era aún muy reciente para él también-. Harry... Harry ha muerto.

Charlie se apareció en el jardín de la Madriguera justo a tiempo para llegar a la hora de la comida. Parecía mentira, pero en aquellas tres semanas que había pasado en Rumania había echado mucho de menos la comida casera de su madre. Aunque lo cierto era que, de haber podido, se habría ido mucho antes de Gran Bretaña. Pero la guerra había acabado y la Orden necesitaba de todos sus miembros para ayudar en todo lo posible al Ministerio a reinstaurar el orden y la tranquilidad en la Comunidad Mágica. Luego habían venido las posteriores celebraciones por la victoria, en la que el Ministerio otorgó diversos premios honoríficos, en su gran mayoría a miembros de la Orden del Fénix, que habían luchado en la Gran Batalla, como ahora llamaban al día de la caída definitiva de Lord Voldemort. Él mismo había sido merecedor de una Orden de Merlín, 2ª clase, por su participación en la lucha y su posterior cooperación con el Ministerio. A todo este ajetreo había que sumar, no solo la muerte de Harry (que había dejado a su familia completamente desolada), si no también la de otros miembros de la Orden que habían caído en la lucha. Entre ellos, la que más les había afectado había sido la de Kingsley Shacklebolt, siempre tan valiente y luchador, el auror había sacrificado su vida para llevarse con él a tres mortífagos de alto rango (había recibido una OdM 1ª clase por ello). Charlie no soportaba ver tanta tristeza y desolación y por eso había decidido irse un par de semanas del país, para desconectar de todo aquello. Pero con tanto trabajo, celebraciones y funerales, no había tenido más remedio que aplazar su viaje a Rumania dos semanas. Suspiró y entró en la casa.

La encontró muy silenciosa, a pesar de que la comida se estaba haciendo sola al fuego, que la escoba estaba barriendo, que un trapo limpiaba los cristales de las ventanas y que en la pileta se estaban fregando solos una montaña de platos. Se veía que su madre hacía todo lo posible por mantenerse ocupada, para distraerse de preocupaciones (que, aunque uno crea que no, mantener tantos encantamientos activos al mismo tiempo requiere una gran capacidad de concentración). Encontró a su madre en la sala de estar, sentada en un sillón tejiendo a mano uno de sus famosos jerséis Weasley.

- Hola, mamá.

La señora Weasley levantó la cabeza, sobresaltada. No lo había oído entrar. Últimamente andaba más distraída que de costumbre. Se levantó para abrazar a su hijo. Este apreció que su madre no sólo había perdido algo de peso, si no también aquella chispa que la caracterizaba. Se la veía cansada y su rostro estaba marcado por las ojeras. Ella le dedicó una cansada sonrisa y lo abrazó.

- ¡Qué sorpresa! No te esperábamos hasta la semana que viene, hijo.

- Ya... Pero os echaba mucho de menos a todos –percibió un brillo de emoción en los ojos de su madre-. ¿Qué tal estáis todos?

- Bien, dentro de lo que cabe.

Bill entró en el salón. Tras él, a paso lento, venía Fleur. Su mano derecha, que lucía una bonita alianza de oro, reposaba sobre una prominente barriga, que delataba un avanzado embarazo.

- ¡Charlie! –Bill abrazó a su hermano-. ¿Y tú tan pronto por aquí? ¿Acaso te han echado de Rumania?

- Muy gracioso. Hola, Fleur. ¿Qué tal todo?

- Bien, gacias –contestó esta mientras se paseaba la mano por la tripa distraídamente.

- ¿Te ha contado mamá la nueva? –preguntó Bill a su hermano.

Este negó con la cabeza.

- ¿Ha ocurrido algo? –preguntó.

- Pues sí. Nada malo, no te asustes –se apresuró a añadir Bill al ver la cara que ponía su hermano. Como si ya no hubiesen ocurrido suficientes tragedias...-. Esta vez es algo bueno.

Miró a su madre, que se mantenía en silencio y después de nuevo a Charlie.

- Sirius ha vuelto. Los inefables lo han encontrado con vida –Charlie abrió mucho los ojos a causa de la estupefacción-. No preguntes cómo ni por qué, porque de eso ya no tenemos ni idea. Lo único que sabemos es que lo sacaron de ese... de esa cosa hace seis días y ahora está ingresado en San Mungo. Parece ser que por la herida que le causó la maldición que le echó Bellatrix Lestrange.

- ¿Cómo es eso posible? ¡Pero si eso fue hace dos años!

- No sabemos muy bien qué ha pasado, Lupin no ha explicado gran cosa. Parece ser que el tiempo no ha pasado por Sirius.

- ¿Sirius está vivo?

Todos se volvieron y encontraron a Ginny en la puerta. Una Ginny muy diferente a la que solían estar acostumbrados a ver. Estaba más delgada que de costumbre y su melena pelirroja, llena de vida y perfectamente peinada, tenía ahora un tono desvaído y caía desordenadamente sobre su espalda y sus hombros, ocultando parte de su rostro, ahora pálido como la cera y marcado por dos profundas ojeras.

- ¿De dónde vienes? –preguntó su madre, delicadamente-. No estabas en tu cuarto cuando he ido a despertarte esta mañana y estaba preocupada.

Ginny no contestó a la pregunta de su madre.

- ¿Sirius está vivo? –repitió.

- Sí –contestó Bill, inquieto ante la mirada de su hermana. Casi se podría decir que esa era la primera vez que Bill escuchaba su voz desde hacía un par de meses-. Lo encontraron la semana pasada –y le explicó lo mismo que había explicado a Charlie momentos antes.

- ¿Por qué no me habíais dicho nada? –preguntó entonces a su madre. No había alzado la voz ni lo más mínimo, pero se notaba en su voz que estaba molesta.

- Nosotros hace poco que lo sabemos. Lupin nos escribió anteayer.

- ¿Y qué tal está Sirius? –preguntó entonces Charlie a su hermano y a su madre.

- Pues... físicamente, bien –contestó la señora Weasley-. La herida es grave y no saben si le dejará secuelas, pero está completamente fuera de peligro y se va recuperando lentamente.

- ¿Pero...? –en una explicación como la anterior siempre hay un pero.

La señora Weasley lanzó una rápida y nerviosa mirada a Ginny antes de contestar.

- Le ha afectado mucho lo de Harry –dijo-. Apenas come y eso impide que su recuperación avance con más rapidez, y tampoco quiere ver a nadie. Arthur y yo estuvimos ayer allí y no quiso vernos. Tampoco Moody y McGonagall tuvieron suerte. Tonks y otros tantos ya pasaron de intentarlo. Aparte de los sanadores, el único que entra en su dormitorio es Lupin.

Todos guardaron silencio, recordando lo mucho que Sirius quería a Harry. Para él, era como perder a un hijo. Molly no imaginaba un tormento peor. Fleur rompió el silencio con un pensamiento en voz alta.

- Su compogtamiento se paguece al de alguien que yo sé.

Todos echaron una mirada de soslayo hacia Ginny, que no se quiso dar por aludida. Se había asomado a la ventana y miraba al exterior con la mirada perdida en el horizonte. "Con que esas tenemos" se dijo la pequeña de los Weasley "Pues a mi vas a recibirme, tanto si te gusta como si no".

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