este es el segundo fic con el que participe en la guerra florida, espero sea de su agrado, y como bien saben, los personajes no son de mi propiedad. espero lo disfruten!

Capitulo 1

Mientras miraba el hermoso paisaje de escocia, la punta de las montañas cubiertas de nieve, la suave brisa moviendo las ramas de los árboles, era un caluroso día de primavera, Candy se sentía realmente extraña al llevar en lugar de su habitual uniforme blanco, un vestido camisero ligero precisamente para este clima, el cual le daba una imagen de vitalidad y autosuficiencia que iba de acuerdo con su personalidad. A pesar de su corta edad, estaba convencida de que el trabajo era lo más importante de su vida.

A pesar de haber trabajado en otras ocasiones como enfermera particular, siempre se le había requerido el uso de su uniforme, pero la madre de su paciente, al cual aun no había tenido el gusto de conocer, le había pedido se sintiera lo mas cómoda posible, ya que su hijo no seria cualquier paciente, todo lo contrario, tal y como se lo había hecho saber Albert aquel día en que le propuso el trabajo en su clínica en Chicago.

—Es un muy querido amigo mío, Candy—le dijo una vez que le explicó el aparatoso accidente que sufrió—y debo decirte que pensé en ti para este trabajo pues, no hay nadie que tenga la entereza y el carácter suficiente para aguantar a tan especial paciente.

—¿A que te refieres con "tan especial"?—preguntó la rubia bastante desconcertada.

—Pues que, con lo de su accidente, Terence se puso más insoportable de lo que normalmente acostumbraba. Si no hubiera sabido que tú podrías, créeme Candy, que jamás te lo habría pedido. Eres la mejor enfermera fisioterapeuta que conozco, y eso es precisamente lo que el necesita.

Aun no llegaba el auto de Albert. Podía escuchar através de las puertas entreabiertas que el ama de llaves daba instrucciones a una de las doncellas. Era obvio que Brigitte no estaba satisfecha con los preparativos para la cena. Todo tenia que estar perfecto para la noche de regreso a casa de Terrence Grandchéster.

Se había hecho todo lo que se podía en el hospital de St. Mary y ese día saldría en una silla de ruedas. El medico había salido al sanatorio con la madre de Terrence, casi una hora antes. Llegarían en cualquier momento.

Un chico de cabello oscuro entró corriendo en la habitación. Tenía aproximadamente diez años y ojos color café. Candy, a quien le agradaban los niños, aceptó al hijo de Brigitte de inmediato.

—¿Qué te sucede, Mark?—le preguntó sonriendo.

—Esperaba que el tío Terry ya estuviera aquí—así era como el pequeño lo llamaba, a pesar de las reprimendas de su madre, Terry no se molestaba porque el pequeño lo llamara de esa forma.

—Llegará pronto. En cualquier momento veremos el auto.

—¿Por qué no puede caminar? —preguntó después de un momento—mamá me dijo que mejoraría en el hospital.

—Hay muchas posibilidades de que tu tío Terrence camine pronto, pero todos debemos tener mucha paciencia. Verás, cuando tu tío tuvo el accidente automovilístico, se lesionó la espalda—Candy le colocó la palma de la mano sobre la espalda— ¿Sientes los huesos que tenemos aquí?

Mark la imitó. Encontró el sitio donde la camiseta había salido de su pantalón, y asintió con seriedad.

—Bueno—continuó Candy—en el choque, tu tío se rompió uno de estos huesos. Eso lesionó los nervios y estos no sanan rápido.

De hecho, las lesiones pudieron haber sido peores. Si se hubiera dañado la medula espinal no habría posibilidades de que él volviera a caminar. Por fortuna, solo se había lesionado las raíces de los nervios. La terapia intensa le ayudaría, y también el tiempo. Pero ahora continuaba en el mismo estado que se presentó desde su ingreso al hospital, tenia parálisis de la cintura para abajo.

—¿Por qué Susana no se lastimó la espalda?—preguntó Mark.

Candy estuvo a punto de preguntar quien era Susana, cuando se dio cuenta de que debía de tratarse de la pasajera que iba en el auto de Terry cuando un ebrio se estrelló contra ellos.

—Tuvo mucha suerte—le contestó Candy—mucha.

—El tío Terry la sacó del auto antes que se incendiara—informó el niño, orgulloso.

Esa era la razón por la que su paciente ahora estaba paralizado. Al llevar a su acompañante inconciente a un lugar seguro, se dislocó la vértebra fracturada y eso originó el daño en los nervios. Debía de amarla demasiado, pensó Candy, para haber arriesgado su vida de esa manera. En ese momento se acercó el auto del medico, se escuchó el sonido de las llantas sobre la grava del sendero.

—¡Mamá! ¡Ya llegó el tío Terry! — el chico salió corriendo.

La emocionada voz del pequeño hizo que el perro alsaciano que estaba en el vestíbulo como centinela, empezara a ladrar.

Ella salió para ayudar al doctor Andrey, quien colocó la silla de ruedas en un lado de la puerta del auto. No podía ver a Terry, pero si lo escuchaba.

—¡¿Qué es esto, un comité de recepción! Eleanor mete a Mark y tu también entra, Brigitte ¡Si hay algo que no necesito es un maldito publico mientras demuestro lo inútiles que están mis piernas!

La ferocidad de su voz de barítono hizo que todo obedecieran con celeridad. Solo Mark protestó cuando su madre lo tomó de la mano.

—Pero yo quería…

—Después, hijo—le respondió Brigitte—vamos entremos ahora.

—pero…

—Anda Mark—empezó a decir Eleanor—mas tarde, cuando Terrence se tranquilice podrás hablar con él.

Era obvio que estaba preocupado por su hijo; sonrió a Candy, pesarosa, al pasar a su lado en la escalera, antes de entrar en la casa junto con Mark y Brigitte.

Candy no se sintió intimidada por al explosión de ira del hombre, y tranquila, se dirigió al auto. Con un mínimo de ayuda del doctor, Terry se impulsó hacia la silla de ruedas. El medico colocó el brazo de la silla en su lugar y Candy se inclinó frente al paciente para ajustar el descanso de los pies.

¡¿Quién demonios eres tu?—exigió saber, atrapando la mirada de Candy, provocando que su corazón latiera agitadamente.

A penas si podía emitir palabras, pues esas pupilas que parecían unos relucientes zafiros, seguían sosteniéndole la mirada. Ese rostro le era tan familiar… no, imposible, pensó, pues nunca a lo largo de sus veintitrés años había estado tan cerca de alguien tan apuesto como lo era ese hombre. Aunque, ahora que lo miraba de cerca… no cabía duda… ¡era él! La estrella de la compañía Stafford, a pesar de que en el medio artístico era conocido como Graham Barker, el actor que hace algunas semanas sufrió un accidente automovilístico en compañía de ¡Susana Marlow! ¿Cómo no lo adivinó antes? Ahora todas las piezas encajaban, el rumor de su accidente corrió como pólvora, Candy había escuchado las innumerables pláticas entre sus compañeras del hospital, a las cuales ella nunca tomaba atención, ya que, para ella, el trabajo estaba primero.

¿Cuantas veces había visto su foto en los periódicos, los carteles de las funciones que llegaba a representar en Chicago? Sin duda muchas, cuando las miraba, solo se limitaba a pensar que era guapo, nada fuera de lo común, pero ahora que lo tenía frente a ella, podía ver que esas fotos no le hacían justicia alguna. Llevaba una camisa azul cuyo corte no ocultaba los músculos anchos y planos del pecho. El accidente debió haber adelgazado sus piernas; sin embargo, con el pantalón oscuro los muslos parecían tan duros como todo su cuerpo. Candy, un poco alterada, se puso de pie.

—Soy Candice White—le informó—me encargaré de su fisioterapia ahora que ha salido del hospital.

La sonrisa de Candy era agradable aunque impersonal. No tuvo el menor efecto en la mirada de Terry. Ella nunca permitía que sus emociones salieran a flote; una regla que se impuso seis años antes. Sin embargo, después de conocer a Terrence Grandchéster, el cabello se le ponía de punta.

Tuvo la impresión de que si lo hubiera conocido antes del accidente, su reacción hubiera sido más intensa. Ella podía imaginar que su paso habría sido ágil como el de un tigre.

—Candy te ayudará mucho—le indicó el doctor colocando una mano sobre el hombro de Terry—de hecho, casi puedo apostar a que con la terapia recuperaras cierto grado de sensibilidad en las piernas.

—¿Para que pueda arrastrarme con una andadera?—Terry preguntó con desden. Tenia la mandíbula tensa por el esfuerzo de controlar la ira—bueno, supongo que seria preferible a la silla de ruedas ¿Te quedas a cenar Albert?

—Gracias, me gustaría.

—Entonces avisa a Brigitte. Y tal vez al mismo tiempo le puedas informar a Eleanor que descansaré un poco. No tengo deseos de aceptar los cuidados solícitos de mi familia en este momento. La terapeuta me pude llevar a mi habitación.

—No te apartes de tu familia, Terry—el doctor Albert le habló con seriedad—quieren ayudarte eso es todo.

— ¡No te apartes de tus consejos doctor!—Terry dijo molesto. La voz aprecia de acero y había un brillo cínico en sus ojos. Albert Andrey era tanto su medico como su amigo. Terry sabía bien que tenia que someterse a sus órdenes.

—Me sorprende que no hayas alejado al perro—le díjola notar que este permanecía echado a sus pies.

—No me pongo a la lealtad, pero si a la lastima—Terry sonrió, amargado.

El galeno suspiró, después chasqueó los dedos y el perro se le acercó.

—Te dejo bajo el cuidado de Candy. Se que querrás conocerla un poco.

El silencio de Terry sugería lo contrario. El medico caminó hacia la casa con el perro a sus talones.

—Así que res la hacedora de maravillas—Terry se burló cuando al fin se molestó en hablar con Candy.

Ella estaba decidida a que la tratara cuando menos con un cierto grado de cortesía.

—Si no escuchó mi nombre, señor Grandchester, me llamo…

—Lo escuché la primera vez, ¿o piensas que además de inválido estoy sordo?

Ella pensaba, pero se abstuvo de decir, que el era muy grosero. Candy estaba a punto de tomar las manijas de la silla de ruedas, cuando él le ordenó con brusquedad.

—¡Te indicaré cuando necesite tu ayuda!

—Si así lo prefiere—murmuró y respiró profundo para tranquilizarse.

No lo molestaría si no había necesidad.

—No eres lo que esperaba—comentó Terry, no como un elogio, mientras con las manos impulsaba la silla—te veo tan frágil que parece que te vas a romper.

Ella estaba segura de que el reto en el comentario era deliberado y en parte provocado por él; así que se apresuró a decir:

—No soy de porcelana. Le puedo asegurar que he atendido a hombres tan grandes y fuertes como usted.

—Eres un buen anuncio de la feminidad americana, señorita—un músculo le brincaba en la mejilla—¡estoy seguro de que alegrarás mi vida!

Candy resistió el impulso de contestar con igual brusquedad. Maldito hombre, ya se sentía molesta cuando con todo su corazón trataba de mostrarse alegre y agradable.

—Eso espero—repuso ignorando el desden. Tomó la silla y se fingió contenta.

—¡Dije que no necesitaba tu ayuda, maldita sea!—explotó.

La fuerza en la voz la sorprendió. Lo que la sulfuraba más era que ella casi saltó al escuchar su orden. Sometió su disgusto y tranquila le indicó:

—Impulsar una silla de ruedas, sin ayuda, en una rampa requiere de práctica. Es probable que no sea conciente de ello, pero la parálisis en las piernas tal vez afectó su sentido del equilibrio. Si cayera seria mi culpa.

Ella escuchó que él murmuraba una maldición y aunque no la hubiera escuchado, sabía que él estaba furioso por tener que depender de ella. Lo podía ver en la tensión de los hombros. Esperaba calmarlo, por lo que dijo:

—Le han preparado un dormitorio en el piso inferior. Con su propio cuarto de baño, tendrá todas las comodidades…

—¡Por dios, olvida la formalidad del hospital!—la interrumpió, cortante.

—Señor Grandchester—continuó, molesta—entiendo su frustración.

—¿De veras?—interrumpió, había un trazo de amargura en la voz—lo dudo.

Candy pensó que lo mejor sería no contradecirlo, empujó la silla de ruedas sobre el suelo de mármol del castillo y lo condujo a su dormitorio.

La habitación mantenía un aire de elegancia antigua. Desde las ventanas se podía contemplar la terraza, los jardines y la piscina. Mientras acomodaba las almohadas para que estas formaran un ángulo, Candy intentó reiniciar la conversación.

—Edimburgo es un pueblo muy hermoso. Creo que podré conocerlo en mi tiempo libre.

Ella dio media vuelta justo a tiempo para ver que la mirada de Terry se apartaba de las piernas esbeltas, para enojo de Candy, se sonrojó. No podía recordar cuanto tiempo había pasado desde que un hombre, y más específicamente un paciente, la hizo ruborizar. La voz de Candy fue fría cuando preguntó:

—¿Necesita ayuda para pasar de la silla de ruedas a la cama?

—¡Usa tu imaginación!

—No es necesario que sea sarcástico.

—¿Ya termina la pose de Florence Nightingale? ¡Que pronto!—se burló, elevando un poco las cejas.

Candy lo miró antes de recordar que sin importar cuan problemático fuera un enfermo, su trabajo era establecer una correspondencia entre los dos para trabajar juntos con éxito. Se obligó a calmarse.

—No estoy aquí para actuar como su enfermera—lo empujó hacia la cama y prosiguió—recuerde que siempre que se cambie a otro sitio, lo primero que debe hacer es colocar el freno para que la silla no ruede. Después, tomé el brazo con una mano y coloque la otra sobre el colchón. Con eso podrá hacer la palanca necesaria para elevarse hasta la cama ¿Esta listo para intentarlo?

—¿Y que harás mientras yo ejecuto esa hazaña?—preguntó Terry con ironía.

—Lo observaré y veré como sube.

—Pensé que tu objetivo era que yo no cayera.

—No caerá, si sigue mis instrucciones—le aseguró antes de añadir—necesita tomar el brazo de la silla un poco mas atrás, señor Grandchester.

Lo asió por la muñeca y colocó la mano izquierda de Terry en la posición adecuada; el corazón de Candy pareció perder un latido con el contacto físico.

Su instinto le ordenó alejarse de él. Un estremecimiento la recorrió, fue una sensación extraña que no le gustó en lo absoluto y por eso se mantuvo en su posición.

—Ahora, empújese hacia arriba y gire hacia la cama—dijo, tranquila.

—Si quieres que haga eso, tendrás que dejarme espacio.

Ella dio un paso atrás, impaciente consigo por haber obstruido el paso y agradecida de que él no se hubiera percatado del porqué. Entonces, cuando Terry empezó la transferencia, Candy olvidó la reacción que sintió hacia él.

Lo observaba con fijeza, presta a ayudarlo en caso necesario. Pero él no necesitó auxilio. Con la boca comprimida hasta formar una línea, elevó su peso de la silla de ruedas. Media casi un metro ochenta, y los músculos se tensaron en los brazos al girar su cuerpo hacia la cama.

—Hizo eso—empezó antes de recordar que a él no le agradaba la formalidad de un hospital. Ya era demasiado tarde para detenerse a la mitad de una oración, por lo que la completó—estuvo muy bien.

—Viviré con tu elogio cuando menos una semana—repuso sarcástico y añadió mientras se inclinaba al frente para levantarse con las manos, una pierna paralizada y después la otra—no le gusta mimar a nadie ¿verdad?

—Supongo que ya tuvo bastante en el hospital, después de seis semanas. Además no estoy aquí para eso, sino para tratar de ayudarle a que sea independiente.

—Algo muy difícil cuando tengo las piernas paralizadas.

—No, si la forma en que salió de la silla nos dice algo.

—¿Qué otros retos tienes para mi?

Candy se sentía contenta de que un poco de su hostilidad hacia ella empezara a desaparecer, aunque ella no pudiera decir lo mismo. Terry Grandchester era demasiado arrogante para su gusto. No podía explicar por qué la alteraba e incluso en ese momento en que le daba un respiro, ella sospechaba que todavía se burlaba con su tono tajante y seguro.

—Empezaremos con algunos ejercicios de equilibrio y para la circulación. Necesita mayor práctica para maniobrar la silla de ruedas. Mañana le pondré un obstáculo. También le enseñaré a vestirse…

—No eres mi maldita enfermera—la interrumpió.

—¿Tiene algún problema para aceptar ayuda de parte de una mujer?

—Digamos que estoy mas acostumbrado a desvestir a una mujer a que ella me vista—contestó mientras la miraba con picardía.

Ella sintió que una oleada de calor la envolvía. Tuvo que tomar aliento, pues por un breve instante creyó que perdía la batalla; después logró decir con énfasis inconfundible.

—¡Le aseguro que no desvestirá a esta mujer! ¡Ni siquiera con los ojos!

La mirada de Terry regresó al rostro de Candy. Con informalidad exagerada preguntó:

—¿Tienes algún problema en aceptar las atenciones de un hombre?

Durante un momento de ira, la chica sintió que se asfixiaba con su burla. No quería darle la satisfacción de que lo notara, volvió el rostro fingiendo revisar que la jarra de agua estuviera a su alcance sobre la mesa de noche.

—Creo que tiene todo lo que necesita—indicó hasta estar segura de que su voz no reflejaba inseguridad—señor Grandchester, lo dejaré para que descanse un poco.

—¡Te quedarás aquí hasta que yo indique lo contrario!—ordenó cuando ella se volvió para dirigirse a al puerta—¡Siéntate!

—Yo no acepto órdenes de mis pacientes—lo corrigió con aspereza.

—Entonces sé indulgente. Te dije que te sentaras.

A ella le molestaba que él asumiera que su voluntad era más poderosa, pero se sentó en el sillón más cercano.

—¿Pongo a prueba tu temperamento, mademosille? —preguntó al ver el brillo de cólera en los ojos de Candy.

—Si ese es su objetivo, lamento desilusionarlo—repuso con calma.

—Eres el modelo del comportamiento frío y tranquilo ¿verdad? —se burló—que lastima que tu temperamento no tiene el mismo fuego que tu apariencia.

—No me interese en lo mas mínimo su critica a mi personalidad y mi apariencia—repuso, molesta.

Albert tuvo razón cuando le señaló que seria un caso difícil. Terrence Grandchester ya le sacaba chispas cuando por lo general no había nada que hiciera que ella perdiera su compostura.

—No criticaba tu apariencia—repuso con un tono más gentil—siempre he tenido debilidad por las rubias de ojos verdes. En especial, por las que se sonrojan ante la idea de que las desvistan.

La observación de Terry hizo que Candy tuviera que recurrir a toda su decisión para no alejar la mirada. Ella estaba acostumbrada a ejercer el control de toda la situación y le molestaba descubrir que Terry podía confundirla con mucha facilidad.

—No logrará que pierda la compostura con comentarios de esa naturaleza—dijo con una tranquilidad que no tenía—he trabajado con muchos pacientes y no me causan el menor impacto.

—Es fácil creerlo—contestó, despectivo—supongo que la poca calidez que alberga tu naturaleza la reservas para los médicos.

—No entiendo.

—La ingenuidad no te queda. Es obvio que convenciste a Albert para que te recomendara.

—¿Lo convencí para que me recomendara?—repitió, molesta—¡no hice algo parecido! El me buscó para ofrecerme este trabajo y me preguntó si me interesaba.

—Y te interesó mucho—Terry se burló—después de todo, ¿Qué mejor forma de seguirle el juego al buen doctor?

— ¿Cómo se atreve?—se notaba la indignación en la voz de Candy a pesar de que reía incrédula— ¿Cómo se atreve a insinuar que flirteo con el doctor Andrey?

—Te deseo la mejor de las suertes, señorita White. Tras tantos años de soltería, con su trabajo en común… deberías ser una buena candidata.

No tenia por que contarle el por qué ella había decidido ayudar a Albert; ella lo conocía desde que era pequeña y él, un adolescente. Habían sido muy buenos amigos a pesar de la diferencia de edades, Albert siempre estuvo a su lado apoyándola y brindándole siempre un buen consejo, fue precisamente él quien, después de lo ocurrido, la alentó a inscribirse a un curso de fisioterapia para ayudarla a salir de esa depresión en la que se hundió.

—Permítame decirla algo. Admiro a Albert Andrey por ser un medico brillante y dedicado. Acepté este trabajo como un favor a cambio de lo mucho que él ha hecho por mí.

—¿Si?

—Así es.

—Y por supuesto, aunque él te propusiera matrimonio, no lo aceptarías, como tampoco aceptarías su dinero—Terry arrastraba las palabras con desden.

—¡Me deja sin habla!—Candy ya no se podía controlar.

—¿A caso di en el clavo?

—Estar confinado a una silla de ruedas no le da derecho a insultarme.

—¡Si piensas quedarte aquí, más vale que tengas cuidado con lo que dices!—exclamó Terry, rechinando los dientes.

—¿Quiere decir que no le importa repartir insultos, pero no le agrada recibirlos?

La boca de Terry formaba una línea y parecía capaz de cualquier acto violento. Sin embargo, ella no pensaba ceder. Terry no seguiría sus instrucciones a menos que la respetara y ella no lo conseguiría si le demostraba que su mal genio la atemorizaba.

—Usted esta molesto porque no puede caminar…—continuó con espíritu de lucha, pero él no la dejó terminar.

—¡Vaya, lo notó!—el sarcasmo en el tono no pasaba inadvertido.

—Entonces trabaje conmigo y haga algo para remediarlo. Eso será más constructivo que gritar a todos.

La boca de Terry se tensó. Después apoyó la cabeza contra la almohada y cerró los ojos como si ella lo hastiara.

—Estoy seguro de que muchos de tus pacientes han respondido ante tu tono autoritario. Tendrás que disculparme si yo prefiero enfrentar la realidad: a pesar de la terapia continuaré siendo un inválido.

—Parece que esa es una palabra que le agrada—señaló Candy.

—¿Y supongo que tu prefieres el termino parapléjico?—el cinismo se reflejaba en los ojos de Terry—de donde yo vengo el significado es el mismo.

—Que extraño; la primera impresión que tuve al conocerlo fue que usted no era un pesimista—la mirada era fría, y el tono, retador.

—Por dios, no seas tan condescendiente conmigo. Ya tengo bastante con soportar formalidades.

—A mi tampoco me agradan sus modales—repuso Candy.

—Acostúmbrate a ellos, pues habrá mucho más que tampoco te agradará.

—Lo que mas me desagrada es su actitud de autocompasión.

Ella sintió que se estremecía al notar el disgusto en el rostro de Terry. Pero ya se había dado cuenta de que con actitud cortés nada lograría con Terry. Su única esperanza era aprovechar su ira y frustración; tendría que conseguir que toda esa energía la canalizara en su programa de terapia.

El la observaba con fijeza; después, con voz tranquila que no presagiaba algo bueno, comentó:

—Me sorprende que nadie te haya puesto en tu lugar.

—Eso es lo que yo pienso acerca de usted—repuso, tranquila.

—¡Debería despedirte por ese comentario!

—No tendrás que hacerlo, pues no me quedaré para escucharlo más.

—¡No renuncias, te despido!

—¿Renunciar? ¿Quién mencionó esa palabra? No pretendo salir de esta casa mientras no se sostenga sobre sus pies. ¿No le comentó el doctor Andrey cuando me recomendó que yo nunca rechazo en reto?

Terry la miraba con dureza. Su rostro mantenía las líneas crueles, pero los ojos ya no reflejaban cólera.

—¿También eso aplica a Albert?

—Ya le indiqué que no estoy aquí para engatusar a alguien con un matrimonio—ella casi gritaba—es cuestión suya si escucha o no.

Dio media vuelta y salió de la habitación.