hola a todas las fans del candy mundo! aqui presentandoles uno de los fic´s con los que participé en la recien terminada guerra florida de este año. antes de iniciar quiero agradecerle a mi amiga y editora Mai Mai, amiga! gracias por las porras y el apoyo, ya que sin ellos, tal vez no los hubiera terminado!

bueno, antes de iniciar, quiero decir que los personajes de este fic, son propiedad de kyoko mizuki y yumiko igarashi.

Capitulo 1

El taxi se detuvo frente a la mansión Shepard y Candy se estremeció. Una extraña sensación la abrumaba desde que Albert la invitara a salir. De pronto, quiso rogarle que la llevara de regreso a Naperville para disfrutar de una velada tranquila, en vez de asistir al concierto que Marguerite Shepard, infatigable organizadora de fiestas, ofrecía en su residencia. Sin embargo, Albert estaba tan complacido al ayudarla a salir del automóvil, que Candy guardó silencio.

El ignoraba que ese lugar le recordaría sucesos que ella prefería olvidar, pues Candy volvía a visitar uno de los sitios que en otra época ella frecuentaba. En breve, ella regresaba al mundo que alguna vez fue suyo.

Ella era una asistente asidua de esa mansión, en algunas ocasiones como ejecutante y otras como invitada de honor, pero todo eso había sucedido en otra época, cuando ella era una pianista de mucho éxito.

Candy trato de olvidar tan dolorosos recuerdos. Suponía que la herida había sanado, mas esa noche descubriría que la cicatriz todavía era sensible.

Creyó haber aceptado el hecho de que jamás sus dedos volverían a interpretar la música de los grandes compositores. Ahora, al subir temerosa por la escalera de la mansión Shepard sostenida del brazo de Albert, se daba cuenta de que una cosa era haber admitido la desagradable verdad en el refugio de su casa, una cabaña aislada donde solo en contadas ocasiones veía alguna persona y donde la lucha por la supervivencia absorbía toda su energía, y otra muy diferente enfrentarse a la realidad de esta manera.

Era demasiado doloroso verse reducida al anonimato cuando alguna vez había sido una brillante concertista. Esperaba encontrar la entrada del salón abarrotad de gente, por lo que Candy se asombró al percatarse de que estaba desierta, excepto por un pequeño grupo que charlaba en un extremo. La primera señal que recibió de que esa noche ella seria todo menos una desconocida, provino de una voz que exclamó:

—¡Candice, querida mía, me alegra mucho volver a verte!—una dama de edad indefinida se separó del grupo y avanzó hacia ella, al tiempo que extendía los brazos.

—Marguerite—murmuró Candy.

—Gracias por haber venido—le dijo y besó su mejilla.

—Es un honor que me haya invitado.

—Querida niña, durante mucho tiempo le insistí a Albert que me permitiera hacer algo semejante, pero el no quiso escucharme hasta que estuvo seguro de que saldrías a delante. De hecho, he estado en ascuas, temiendo que tal vez cambiaras de opinión.

Al ver que Candy abría los ojos alarmada y perpleja, inquirió:

—¿No le has dicho de que se trata, Albert?

—Mi querida Marguerite, de haberlo hecho, jamás hubieras cumplido ti deseo—Albert tomó la mano de Candy—solo espero que esta señorita me perdone por haberla engañado y que no me castigará, retirándome su amistad.

—¡Engañarme, Albert, no comprendo!

—¡Todo será aclarado!—antes de que el pudiera responder, Marguerite la tomó del brazo y la condujo hacia un pequeño grupo—ven a conocer al comité de recepción.

Ante la mirada atónita de Candy, el grupo se convirtió en una serie de reconocidas figuras. El primero en estrechar su mano y murmurar un saludo fue Alexander McDoneld, el eminente director de orquesta y siguió el turno de Annie Brighton, la joven pianista cuyo talento siempre había admirado.

—¡Candy! Jamás imaginamos que lograríamos llevar esto a cabo—recibió el abrazo de Patricia O´brian, quien fue su mejor amiga en el conservatorio y que ahora triunfaba como solista de violín, Alistear Cornwell, también compañero de estudios, la saludaba emocionado.

—Quedamos perplejos al enterarnos de tu accidente Candy, y pensamos que esta seria la mejor forma de ayudarte.

—¡No tengo la menor idea de lo que dicen! ¿Qué sucede?

—Ahora no hay tiempo, todos esperan—intervino Marguerite.

Caminó hacia la enorme puerta que conducía al salón de baile y al entrar dejó a la vista de los sorprendidos ojos de Candy algo que la paralizó. El salón estaba abarrotado de gente que volvía la cabeza para contemplar a Candy y se ponía de pie para aplaudir. Transcurrieron uno o dos minutos antes de que ella se diera cuenta de que era a ella a quien le brindaban la ovación.

Todos los ojos fijos en ella le hicieron reflexionar sobre su aspecto: el delgado cuello que el escote del vestido dejaba al descubierto y la delgadez de sus brazos a través de la diáfana tela de las mangas largas.

Sin proponérselo, levantó la mano y se arregló los rizos dorados, que enmarcaban su rostro, hasta que se dio cuenta de que llevaba el guante negro en la mano izquierda que había levantado. De inmediato, la ocultó sobre los pliegues de la falda ¿Cómo pudo Albert hacerle algo semejante?

Sin embargo, el público sonriente seguía aplaudiendo a la joven delgada y demacrada de veinticinco años.

La mascara inexpresiva bajo la cual se protegió durante muchos meses cayó y los ojos verdes miraban con el horror grabado en ellos, a su acompañante.

—Albert…

El palmeó la mano que descansaba en su brazo; el rostro mostraba enorme compasión.

—Tranquila, querida, todos son tus amigos y desean lo mejor para ti.

Los integrantes del publico que estaban lo bastante cerca para ser testigos de su dependencia hacia el viejo maestro se conmovieron, todos excepto un hombre alto de cabellos castaños que fruncía el ceño.

—No deseches esta oportunidad para demostrarte cuanto significas para ellos—le suplicó Albert.

Marguerite avanzaba confiada entre las filas de sillas y Candy supo que se comportaría como una tonta si daba media vuelta y abandonaba el salón. Así pues, permitió que su acompañante la condujera entre el publico que todavía la ovacionaba, hacia la primera hilera. Desconcertada, se sentó en la silla indicada y tomó el programa que Albert le entregó.

Cuando la audiencia volvió a tomar asiento y la orquesta comenzó a tocar la aventura de Don Giovanni, la opera de Mozart, Candy miró el programa que tenia en el regazo; la elegante letra impresa en la portada pareció bailar ante sus ojos. Concierto a beneficio de Candice White.

Se volvió a mirar a Albert con reproche y él le aclaró:

—Lo siento, tal vez debí consultarlo contigo.

"de haberlo hecho, nada ni nadie hubiera logrado que asistiera esa noche", reconoció en silencio. Todos esos amigos y colegas tenían las mejores intenciones, a ella le conmovió el gesto, pero también se sentía humillada. Precisamente por ello, no quería viajar a Chicago, sin embargo, tenía cita con el cirujano que le revisaría la mano dañada "hubiera podido hacer el viaje en un día, si me hubiera negado a escuchar las suplicas de Albert" se decía desesperada.

"vamos a celebrar nuestro encuentro" le escribió en una de las cartas que fueron el único contacto de ella con el mundo de la música desde aquel fatídico accidente.

"haz feliz a un amigo, ven y quédate conmigo por lo menos unos días. Te haré cita con tu editor, el señor Bowers quedó satisfecho con esa primera colección para estudiantes que hiciste y si ya terminaste el segundo volumen, podrías entregárselo en persona. También conseguiré boletos para un concierto, así que ponte un vestido glamoroso".

Albert Andrey fue uno de sus maestro en le conservatorio. Desde el primer momento, nació una profunda afinidad entre al joven y el profesor; el reconoció de inmediato no solo su gran talento, sino también la sensibilidad innata y la capacidad de transmitir pasión a los oyentes. Ella por su parte se esmeró en el aprendizaje que él le proporcionó.

El se retiró del conservatorio al concluir Candy su primer año de estudios, pero ya para entonces tomaba lecciones privadas con él en su hogar a las afueras de Chicago. Se mantuvieron en estrecho contacto cuando Candy ya era concertista.

Fue Albert quien se ocupó de la señorita pony, instalándola en su casa en Naperville para que pudiera ir al hospital, alentando con gentileza y optimismo a la abatida anciana.

El se encargó de todo, canceló los preparativos de la boda, hizo arreglos con su agente para anular los compromisos profesionales, la ayudó a contestar las cartas de conmiseración y realizó los trámites para la supresión del contrato de arrendamiento de su apartamento en el centro de Chicago. Cuando Candy salió del hospital, la llevó a su casa y trató de persuadirla para que permaneciera con él a fin de que meditara su futuro, sugiriendo que ella canalizara su talento a através de la enseñanza ahora que su carrera de pianista llegaba a su fin de forma dramática.

Sin embargo, para ella no existía mañana. El pasado careció de significado y el futuro dejó de existir. Por tal motivo, cuando la señorita pony, quien pareció envejecer veinte años en unas semanas, rogó regresar a casa, Candy la acompañó en el taxi contratado por Albert. Pony´s home, la casa donde creció bajo el cuidado de la señorita pony después de la trágica muerte de sus padres, alguna vez fue su fortaleza.

Así pues, cuando a causa de los rumores que corrían en el poblado de Kenwood, se enteraron de que Lake Wood la mansión que seria su hogar al casarse, se encontrabaa la venta, decidió refugiarse en ella.

Por desgracia no fue por mucho tiempo. Solo semanas después de su regreso a Pony´s home, la señorita pony murió. Fue Albert quien de nuevo se ocupó de todo. En cuanto acabó el sepelio intentó convencerle de que debía regresar a Naperville y vivir con él. Su campaña de persuasión fue mas intensa cuando se enteró de que el capital de la señorita pony había sido invertido en los estudios de Candy, por lo cual la joven no podría pagar mas los gastos de Pony´s home, ahora que no percibía ingresos.

Ese segundo golpe devastador tuvo el efecto de sacar a Candy de su letargo. La idea de volver a Chicago donde talvez estuviera él, la atemorizó. Por ello solo en Kenwood comenzó a sentirse a salvo, sobre todo al convencerse de que Lakewood tenía un nuevo dueño.

Fue el vicario quien resolvió el problema. El refugio Dodie fue su hogar gracias a esta persona, que le ofreció una rustica cabaña y ella la aceptó agradecida. Con el fin de hacerla más cómoda, la amuebló con algunas pertenencias de la señorita pony, la cabaña quedó confortable y con el producto de la venta de Pony´s home invertido en el banco, recibía un ingreso suficiente para vivir con lo esencial.

"sobria era tal vez la palabra correcta" pensó Candy, al unirse al aplauso después que concluyó la overtura de Mozart y al presentarse Patty, Stear y Annie en el escenario para presentar el concierto para violín, violonchelo y piano de Beethoven, sin que en realidad interrumpiera sus pensamientos. A pesar del ingreso adicional que le proporcionaba las lecciones que le daba a algunos alumnos y la publicación de su libro "colección de música de piano para estudiantes" en ocasiones no tenia mas alternativa que escoger entre comer o pagar un gasto inesperado, como el costo del boleto de tren para viajara a Chicago.

Por supuesto, Albert se molestó por su decisión de vivir en la cabaña y cuando muy enfadado regresó a Chicago, Candy temió que el se olvidara de ella. Por fortuna le escribía dos veces por semana cartas extensas, cuyo contenido la hizo sentir menos sola y olvidada. Eran cartas reconfortantes si bien en algunas ocasiones no carecían de crítica, pues en cuanto ella comenzó a escribir música, le envió las partituras al maestro.

Al principio, ella sospechó que él la alentaba por compasión y cuando concluyó su primer libro a la entera satisfacción de Albert y de inmediato fue adquirido para su publicación, ella creyó en la sinceridad de sus alabanzas y decidió realizar algo mas ambicioso. Fue así como aprendió que las críticas del maestro serian tan severas como en sus días de estudiante. Sin embargo, siempre eran constructivas y ella, no solo las apreciaba, las valoraba para responder con su esfuerzo aun mayor, ya que así demostraba él que tomaba muy en serio sus primeros intentos para componer música sinfónica.

Una nueva ola de aplausos se oyó a su alrededor y Candy se dio cuenta de que la melodía terminaba sin que ella escuchara una sola nota. Después, Patty y Stear se retiraron del escenario y la orquesta descansó mientras Annie volvía a sentarse al piano. Cuando las notas de los primeros acordes brotaron como una cascada de los ágiles dedos de Annie, Candy se levantó de golpe.

Albert se acercó a ella y le oprimió una mano. Sin hablar, él abrió el programa que ella tenía en el regazo y le señaló las palabras impresas en tinta negra, la parte final del programa: Preludio, de Candice White.

¡Su preludio! Annie lo ejecutaba con maestría.

Candy conocía cada nota, pero el escuchar que la interpretara otra persona era una experiencia indescriptible. Se concentró en la música sin respirar, con la vista fija en la joven pianista, admirando su técnica y habilidad para tocar sin esfuerzo las partes difíciles. A ella le parecía maravilloso el preludio, mas sabía que carecía de la objetividad para distinguir si en realidad era un buen trabajo.

Cuando las ultimas notas terminaron, reinó el silencio y de pronto oyó los aplausos sumamente agradecida hacia Annie por haber ejecutado con tal precisión ese preludio. Annie hizo una reverencia, sin embargo, en vez de retirarse para salir después a recibir otra ovación, Annie bajó del escenario y le ofreció la mano. Candy sintió que Albert la empujaba para que se levantara del asiento y antes que pudiera darse cuenta de lo que sucedía, estaba de pie, en la plataforma, compartiendo los aplausos con la solista.

Annie le tomó la mano y la levantó en alto para después hacer otra reverencia. Emocionada ante la prueba de que aun conservaba un lugar en el mundo de la música que ella creía perdido para siempre, Candy luchó por controlar el llanto.

De pronto, Marguerite se apresuró a subir a la plataforma y levantó la mano.

—Damas y caballeros…—dijo a todo volumen—no deseo que esta ocasión se convierta en una experiencia penosa para nuestra invitada de honor. Como pueden ver, Candice esta bastante conmocionada y ustedes comprenderán el motivo cuando les explique que al llegar, ella no tenía la menor idea de que el concierto de esta noche era en su beneficio ni que uno de sus trabajos seria incluido. Candice querida mía…—Marguerite se volvió hacia la joven, y fu notorio que su voz se suavizó—esperamos que nos disculpes por esta sorpresa pero todos los aquí presentes y mucha, mucha mas gente que por desgracia no pudimos recibir en este salón, deseamos tener la oportunidad de expresarte nuestro sincero pesar por tu desventura. Aun no podemos aceptar que nunca volverás a tocar para nosotros. Sin embargo, esperamos que esto te ayude a impulsar tu nueva carrera como compositora en vez de intérprete—le entregó un papel a Candy.

Candy se ruborizaba y palidecía simultáneamente mientras miraba aturdida el cheque que tenia en la mano, casi sorda a la incesante ovación o a las luces provenientes de las cámaras fotográficas de la prensa. No soportó más y estalló en llanto.

Todavía intentaba recuperar la compostura cuando terminaron los aplausos y se escuchó un murmullo de expectación. Ella se dio cuenta de que todos esperaban su respuesta.

—No se que decir, gracias Annie por ejecutar mi música. Es la primera vez que la escucho y no encuentro palabras para expresar mis sentimientos. Gracias a todos por su generosidad. Nunca me había percatado de que contaba con tantos amigos maravillosos.

Annie la ayudó a bajar de la plataforma y la condujo hasta donde Albert la esperaba para seguir a Marguerite a través de las filas de público que ahora estaba de pie. Ya en el vestíbulo, Candy se dio cuenta de que la difícil experiencia todavía no llegaba a su fin al escuchar las palabras de la anfitriona.

—Ahora, una cena ligera querida. Hay mucha gente que desea conversar contigo.

Volvió la vista hacia Albert y le preguntó.

—Albert ¿es necesario?

—Si, debes hacerlo, esta noche obtuviste un gran triunfo. Has probado que, a pesar de que Candice White murió como interprete, la compositora renació en sus cenizas. Pocas mujeres han logrado éxito en ese campo y esta noche marcaste tu comienzo. Si deseas logros más ambiciosos, debes enfrentar el juicio de tus colegas y de los críticos. Acabas de decir que no sabias que tenias tantos amigos, no les cierres las puertas y los olvides, querida.

Candy se sonrojó ante el tierno regaño pues sabía que lo merecía. Todos esos meses de encierro en su cabaña la habían hecho egoísta. Suspiró profundo para tranquilizarse y siguió a Marguerite hasta el salón de recepciones, donde aceptó una copa de champagne.

Este salón era casi tan grande como el de baile, situado en el primer piso. De inmediato se llenó, pues parecía que el auditorio en su totalidad deseaba felicitarla por el exitoso comienzo de su nueva faceta. Al principio, Albert se mantuvo a su lado mas no se dio cuenta del momento en que la abandonó.

Charlaba con Annie cuando se percató de que Albert ya no estaba con ella. Por algún tiempo discutieron su preludio y la interpretación de la pianista hasta que se les unió Alexander McDoneld , el eminente director de orquesta conocido por sus severas criticas. Candy trabajó con él en innumerables ocasiones como pianista y sabía que su opinión era muy valiosa.

—Fue una pieza brillante Candice, no obstante ¿en donde quedó la pasión y el sentimiento que acostumbrabas volcar en tus interpretaciones? Tu preludio tiene la brillantez de un diamante, pero carece de emotividad.

Antes de que ella pudiera responder al comentario del experto, escuchó una voz a sus espaldas:

—Eso mismo sentí yo.

El extraño presagio que la inquietó toda la noche se cristalizó en el sonido de esa voz que alguna vez le fue tan familiar, de ese leve acento londinense y supo que eso era lo que tanto había temido.

Candy se volvió presurosa y pálida. El estaba tan viril como siempre, el mismo cabello castaño y esos ojos de un azul tan profundo como el mar, que parecían atraparte.

Terrence Grandchester, el hombre que ella amó alguna vez y que convirtiera ese amor y fe en dolor e inseguridad para después despreciarla acusándola de celos obsesivos. El individuo que sin contemplaciones planeó la pesadilla que le robó el deseo de vivir.

El impacto de volver a verlo se convirtió en terror, dejándole la boca seca y sudando en frío. Candy lo vio fruncir el ceño, pero como si fuera un conejillo asustado, fue incapaz de apartar la mirada de esos ojos azules.

Ausente, escuchó que Alexander McDoneld decía:

—Solo si vuelves a capturar el fuego interno que alguna vez poseíste, lograrás producir un trabajo digno de ti.

En realidad, Candy no logró oír las palabras del señor McDoneld. Se volvió hacia el inminente director para disculparse por su falta de atención, pero él se dirigía a otra parte. De alguna manera, Terry había logrado interponerse entre ella y la multitud, aislándola y de nuevo fue presa del pánico.

—Por el amor de Dios, deja de mirarme como si fuera la encarnación de Frankenstein!—exclamó tomándola del brazo y aprisionándola en una esquina—solo deseo hablar contigo, saber como has estado desde…

Terry interrumpió la frase al notar que ella temblaba.

—¿Qué diablos ha sucedido contigo? Tienes los nervios destrozados y estas en extremo delgada.

Su mirada se endureció en tanto que Candy continuaba aturdida.

—Te pregunté que te ha ocurrido para que tengas ese deplorable aspecto—insistió él con voz áspera.

—No fue nada—manifestó inexpresiva, con la vista fija en la camisa masculina ¿Qué quería? ¿Por qué la buscaba después de tanto tiempo? ¡de seguro no era para preguntarle por su estado de salud!

—¡No me vengas con eso! La última vez que te vi estabas bien y ahora te veo muy delgada.

Candy contuvo la respiración con el cuerpo rígido, el recuerdo de esa ultima traición, el automóvil precipitándose hacia ella con Terry al volante apareció en su mente.

—La última vez que me viste ni siquiera te preocupó saber si yo estaba viva o muerta, así que no finjas que te importa.

La amarga acusación fue recibida en silencio, pero ella no pudo mirarlo a la cara, temerosa de percibir en los ojos de él escenas de esa amarga pesadilla.

—Se que te afectó mucho que yo rompiera nuestro compromiso—dijo Terry—pero ni siquiera alguien tan posesivo como tú, puede morir a consecuencia de ello.

¿Fue posesiva al oponerse a la innegable relación de él con su amante al mismo tiempo que planeaba la boda con ella?

—No hablo de nuestro rompimiento y tu lo sabes.

¿Entonces de que hablas?—demandó Terry, impaciente.

La sujetó por los hombros y ella pensó que la sacudiría. Candy se estremeció ante el contacto y el labio de Terry se curvó desdeñoso.

—En todo caso, no tardaste mucho en recuperarte de la ruptura, ¿verdad? Pronto encontraste un suplente, las noticias vuelan.

—No se a que te refieres.

—¿Te asombra que me preocupe por tu estado?—enarcó las cejas y Candy quedó atónita ante tanta hipocresía.

—¡Si, después de lo que hiciste!

—Si me conocieras bien, no te sorprendería. Sin embargo, nunca llegaste a conocerme ¿no es así Candy?—irritado, encogió los hombros—solicité informes, le pedí a alguien que investigara como estabas, que hacías.

Candy sintió como si le hubieran arrojado un balde de agua fría.

—¿Por qué te interesó saber de mi?

—¿Tu que crees?

—Por favor, ¿no has hecho suficiente daño? Si te preocupa que te delate, no hay razón. No le dije a la policía quien conducía el coche y no tengo intención de hacerlo ahora ni nuca.

— ¿coche? ¿Cuál coche? ¿Es una adivinanza?

Candy hubiera podido jurar que el desconcierto de Terry era real, pero también doce meses antes había jurado que Terry era incapaz de llevar a cabo un intento semejante al que después ocurrió. Si él no buscaba confirmar que Candy lo delataría ¿entonces que quería? ¿Por qué jugaba al gato y al ratón?

—Déjate ya de rodeos, Candy—él le oprimió con fuerza los brazos—la primera vez que escuché otra vez tu nombre desde mi regreso a Chicago hace seis meses fue en el concierto de esta noche. Así que ahora que te encontré quiero que me des respuestas. ¿Cuál es el accidente del que todos hablan? ¿fue algo tan terrible para abandonar una carrera exitosa y comenzar a escribir música, aun cuando eres mucho mejor interprete? ¿Qué te sucedió, Candy?

—¿tienes el cinismo de preguntarlo? Muy bien, no esperaste para ver el daño causado, pero debes haber leído los periódicos. Supe que el accidente fue publicado a nivel nacional, aunque yo no estaba en condiciones de leer ¿no te enteraste de que destruiste mi carrera? Incluso el pianista mas brillante necesita dos manos—la furia pareció darle energía por lo que se liberó con violencia de las manos de Terry.

Los ojos de Terry de inmediato miraron el guante negro que ella mantuvo escondido hasta entonces.

—¡tu mano! ¿Te lastimaste?

La fuerza del empujón los había alejado de la esquina y Candy escuchó la voz de Albert que le decía:

—Aquí estas Candy, comenzaba a creer que no habías cumplido lo prometido y que te habías marchado a casa sin mi.

Candy se acercó a Albert y lo tomo del brazo.

—¿No me presentas a tu amigo, Candy?—preguntó Terry con cortesía.

—Albert Andrey, mi antiguo maestro y mi más querido amigo.

—En vista de que Candy no parece interesada en completar la presentación, yo mismo lo haré. Soy Terry Grandchester, el antiguo novio de Candy.

—¡Usted es el hombre que algún día iluminó la vida de Candy!—Albert estrechó la mano extendida, enarcó las cejas y lo estudió con su astuta mirada—no se que sucedió entre ustedes que hizo que esa luz se apagara, pero hubiera deseado que estuviera cerca cuando ocurrió el accidente. Si alguna vez necesitó de usted, fue en esos momentos.

—¡No!—Candy casi gritó al manifestar su negativa—el era el ultimo ser en la tierra que yo necesitaba ¡solo deseaba olvidar que algún día lo conocí!

Si no supiera que Terry era un excelente actor, Candy hubiera creído en el repentino gesto de dolor que él fingió.

—Albert ¿podemos marcharnos a casa? Por favor…

El notó la palidez de Candy y le palmeó la mano.

—Desde luego Candy. Buenas noches, señor Grandchester—dicho esto dieron media vuelta.

—Candy…—escuchó que Terry la llamaba, pero no miró hacia atrás.