No estaba segura de por qué entro en esa posada. Demasiados recuerdos. La primera vez fue con su padre y hermana, y el lobo dominaba orgullosamente el camino junto al venado. Habían pasado cuatro años desde entonces, pero parecía que había pasado un millar de años. En aquel entonces no era más que la antagonista de la dulce de mi hermana Sansa. Y era estúpida. La segunda no era más que una loba asustada, dominada por un gran perro. No era la misma niña que entró hace años, pero seguía siendo estúpida.

El sol empezaba a ponerse sobre los turbios cielos acompañado de nubes. Últimamente no hay muchos días soleados. Escuchó en Salinas que era invierno. Los hombres que lo dijeron estaban susurrando con temor; temían que el propio invierno los escuchase. 'Además dicen que será el más frívolo de los últimos miles de años'. 'El invierno se acerca', repetía su padre con amargura, esperando lo peor para el futuro. El invierno ya ha llegado y es el momento del amanecer de los lobos.

Al entrar encontró el lugar poco alumbrado; la luz jugaba débilmente con las sombras de las mesas y sillas, fantasmas de lo vacío. Miró arriba y a los lados; volvía a estar con el Perro, recuperando a Aguja y matando a Polliver y el Cosquillas.

—¿Quién hay ahí? —preguntó una voz chillona en tono autoritario. La dueña de la voz salió de la oscuridad y se reveló como una niña de no gran tamaño y aproximadamente de su edad. Tenía una cuchara de madera en la mano, esperando lo peor. Hay más personas aquí, muchos más, por lo que podía asumir.

—¿Quién eres? —la niña atornillaba con su voz las preguntas—. ¿De dónde eres? ¿De quién eres? ¿Llevas armas?

—Sólo una espada —era todo lo respondería en ese momento—. Busco algo con lo que llevarme al estómago; hace días que no como.

—No le has respondido—. Dijo una voz que quebrantó su cuerpo en un segundo. Él. —¿Quién eres?

Una segunda sombra salió, más grande que el de la chica. Tal y como ella esperaba, estaba más alto desde la última vez que lo vio, más musculoso y su cara aniñada quedó atrás en plena miseria. Su mentón estaba escondido por una espesa barba negra, pero seguía teniendo esa mirada testaruda suya. La última vez que lo vi parecía casi un hombre, ahora parece uno peligroso y furioso.

—Soy Sam, del Norte —su acento delataba su región, así que decidió que era estúpido mentir diciendo otro sitio.

Gendry expresó desaprobación en su rostro mientras examinaba la gran chaqueta que le llegaba hasta los pies.

—¿Y qué hace un norteño como tú en las Tierras de los Ríos? Todos los hombres del Norte están muertos. —Gendry lo observaba sospechosamente, con esa mirada tan estúpida—. Además, eres demasiado niño como para ser soldado, o para haber sobrevivido tanto tiempo aquí —se puso recto, y apretó sus puños—. Dinos quién eres realmente, o vete de aquí a mendigar a otro sitio.

El norteño se quedó mirando al chico de pelo negro. No ha cambiado en nada. Sigue sin confiar en nadie. Se quitó la capucha con una mano y se dejó ver antes la luminosa verdad; su pelo castaño claro rizado se liberó de la capucha y ojos marrones se encontraron con los azules gélidos. Esta vez había cogido un rostro de Poniente, la cara de un niño, ya que era demasiado baja como para ser un hombre. Era un rostro guardado hace muchos años, ya que estaba en los primero muros. Así nadie habrá visto este rostro en siglos. Cuando más desconocido, más seguro. Suspiró, cansada.

—Era escudero de un lord menor de la Casa Umber hasta que fue matado en plena batalla en Pozo de la Doncella —recitó su dulce mentira—. Fui acogido por un hombre gentil en su casa y trabajé estos últimos. años para conseguir algo que me pudiera hacer posible volver a casa, y eso es lo que hago ahora. Soy Sam de Valleoscuro, y mi rey murió en la Boda Roja, así que soy hombre de nadie —Intentó cambiar de tema—. Llevo un dragón de oro, por lo que cualquier cosa me vale para llenar este agujero que tengo. E irme antes de que lleguen los leones.

Pero en cuanto pensó en ellos, aparecieron. Siete hombres con un león cosido en el pecho entraron con arrogancia a la posada, dueños del momento. Todos ellos tenían caballos, armas, y cierta maldad como leones que soy, además que apestaban a oro desde millas. La estuvieron persiguiendo hará un tiempo; la yegua azabache aceleró al ritmo de sus riendas; tenía que pederles de vista enseguida. Pero aquí estaban, y como todo soldado en plena batalla y hambruna, querían entretenimiento. Uno de ellos se acercó y decidió hablar por todos mientras los demás se adentraban en la posada.

—Sabía que seguir a este niño era una buena idea —el hablador empezó—. Siempre vuelven a sus casas asustados de lobos, leones o peor, siendo la presa perfecta para nosotros —se acercó a la niña violentamente con otros tres hombres tras él, pero Gendry se puso entre ellos, a siete pies de cada uno—.

—Dejadnos en paz —dijo con fría furia. Pretende luchar. Una espada colgaba de su cadera y sus manos se convirtieron en martillos de carne—.

El hablador lo ignoró, y miró a los ojos de la niña, quien intentaba volver a una esquina donde estaba su ballesta. Sus piernas afligían temor y valentía, pero no se atrevía a moverse.

—Te voy a follar niña hasta que te desangres con mi espada y después desangraré tu posada hasta los cimientos, matando hasta el último niño que llore de aquí —miraba a la niña con rabia y lujuria—. No tememos por niños o mujeres, y nos gusta disfrutar de un poco de acción —miró esta vez a Gendry, desafiante—.

Cuando Gendry estaba cerca del Hablador, los hombres leones atacaron a Gendry con puños y manos, casi echándose encima suya. Gendry era más alto y corpulento que cualquiera de ellos, pero eran cuatro y sabían luchar en diferentes estilos de combate. Mientras el herrero atacaba a dos con la espada con la que tenía apenas experiencia, uno le pegó una patada en la entrepierna mientras otro cogió una jarra y le pegó en la cabeza hasta romperse dicha jarra. En menos de cinco minutos, los leones se hicieron con el Toro, sacando sus espadas para dictarle su sentencia. Tenía que atacar ahora, que no tiene a nadie con quien le pueda ayudar. Conocía la naturaleza de los Lannister, y sabía que era mejor acabar uno a uno que en multitud. Tengo que ayudarlo y pronto, antes de que muera.

—No saquéis las espadas —dijo el Hablador—. No salpiquéis sangre aquí. Podía ser útil esta posada en el futuro y a nadie le gusta una posada con heridas de guerra —miró al exterior, y después a los tres hombres restantes—. Jugar un poco más con él hasta que os canséis, y después, lo matáis —se llevaron a Gendry, ensangrentado y sin conocimiento al establo de la posada, estando tres hombres dentro. Parecía que los soldados se habían olvidado de ella por completo, como si fuera invisible. Ahora es mi oportunidad.

—Ahora que tu amigo no está, empecemos por la parte de más me gusta —dos hombres cogieron a la niña por los brazos mientras la pegaban como si fuera un animal para domar, hasta que se quedase quieta—; el desnudo.

El Hablador le dio una bofetada a la niña y cuando su rostro se descubrió, tenía la boca sangrando. El soldado cogió sus ropas y las rasgaba con fuerza mientras que la atacada gritaba ayuda a los vacíos rincones del lugar. No están vacíos, están llenos de criaturas del silencio.

—No grites tanto, cerda chillona, nadie te va a ayudar —el Hablador le dio un puñetazo tan fuerte que se caería si no fuera porque está sujeta hasta en las piernas—. Nadie te va a socorrer cuando sangres por tu coño virgen.

—Nadie te escapará de la muerte que te espera —una voz serena como el río dijo por su espalda—.

El Hablador se giró y fue su gran error y condena. Tan pronto como su cuello blanco se expuso ante su visión, rápida como una serpiente, Arya lo apuñaló con una de sus muchas dagas escondidas por el cuerpo. Después apuñaló a ambos de sus ojos, y una patada un su entrepierna logró estar a la misma altura que él; llorando con sangre, el Hablador intentaba acoger los últimos respiros de su vida y Arya lo empujó hacia un lado.

Espadas divisaban el cuerpo de Arya, esquivando con facilidad sus movimientos torpes y rudimentarios. Agachada, apuñaló y retorció una de las rodillas de un soldado y se cayó al suelo de rodillas, oportuno para que Arya voltease sobre sus hombros. Fuera de ser cualquier objetivo fácil, clavó su daga en el cráneo de uno mientras sacaba otras dos dagas aún más largas de debajo de sus brazos. El último soldado decidió no rendirse, y su espada, inmaculada de sangre, chocó con las dagas de Arya. En espacios cortos es mejor utilizar armas pequeñas, fácil de manejar en objetivos limitados. Con rapidez, una daga se deslizó y dio de lleno en el brazo del hombre y se le cayó la espada al suelo, siendo la oportunidad perfecta para apuñalarlo en el pecho y deslizar con delicadeza la hoja de su daga con el cuello.

Arya recogió sus dagas y su cuchillo y miró alrededor. No había nadie. La niña estará con los demás niños, preparada con su ballesta en caso de que la situación se vuelva grave. Con los cuerpos arrojados con sangre en el suelo, Arya hizo paso para ir a los establos. Escuchó voces burlonas.

—…Seguro que no ha luchado en su vida —reía uno—.

—Parece fuerte, pero no es más que un cobarde como todos. No se pone ni en pie para morir como un hombre.

Gendry estaba en el suelo, con sangre salpicando su alrededor un y los soldados rodeándole. Seguro que lo han estado golpeando hasta ver cuándo moría.

—Cuando mueras, iré a violar a tu amiguita dos veces; una por ti y otra por ella —dijo un tercero—. Odio a los arrogantes hijos de puta como tú y no hay mejor manera que quitarme ese odio que matar a hijos de puta campesinos como tú—.

Sacó su espada y la alzó arriba con dos manos, deslumbrando precioso metal bañado en oro que reflectaba el mismo atardecer del sol. El hombre se desplomó a un pie del moribundo herrero, con un cuchillo clavado desde distancia, atravesando su cuello. Los tres restantes miraron hacia atrás y rodearon a Arya. Los tres tenían una espada y Arya tenía a Aguja. Sería la primera vez que riño con Aguja. Pero era demasiado delgada la espada y ella no tan fuerte; no podría en contra de esos brutos soldados. Gendry se deslizó hacia una pared, se intentó sentar para ponerse a salvo, medio despierto y medio muerto. Le está costando respirar.

Los tres fueron a por ella a la vez; espadas se balanceaban casi con la misma rapidez que ella se movía. Arya siempre intentaba ponerse de costado; menor el objetivo. Pero no tenía tiempo de atacar con tanto que esquivar así que se iba alejando un poco del círculo del que estaba rodeada. No eran malos, pero eran tres, y Arya nunca había luchado con más de uno. Uno de ellos logró darle en el costado y el dolor era insoportable, pero eso hizo que Arya pudiera destrozarle la cara para luego sacar una de sus dagas y lanzárselas al pecho, donde dio en pleno pulmón. Aprovechó y rápidamente imitó al primer soldado con Aguja, sujetándola con dos manos y clavándoselo en pleno corazón. Gritando por la sangre que brota de su costado, se sintió de repente muy cansada y le costaba moverse con agilidad y su fuerza se iba debilitando. Algo se acerca. Alguien se acerca.

Esquivando como podía los dos soldados que se habían vuelto más rápidos que ella, pudo ver una enorme sombra gris que aumentaba con el tiempo. Andaba con suma elegancia y compostura; su Majestad de los bosques apareció al sentir la presencia de su dueña. Arya podía sentir a sus hermanos. Cientos de ellos y no tan grandes ni feroces como ella pero tan peligrosos como cualquier soldado Lannister, y sobretodo, podía sentirla a ella; enormes ojos amarillos se encontraron con grises. El tiempo se congeló y sus rostros se fusionaron en una misma emoción. Nymeria. Su loba, su amiga, su otra mitad estaba con ella, quería luchar por ella y juró en ese momento morir por ella. El sueño y cansancio aumentaron, cerrando sus ojos mientras sentía que la tierra se acercaba ante la despedida de las espadas que disparaban hacia ella. Lo siento por todo, Nymeria. Ya podemos estar unidas para siempre en un mismo cuerpo.