Motu propio

Lo que no me enseñó el apellido, ni la estirpe, pero sí la vida de eso se trataba. Mi infinito dolor en que esta mañana me he sumergido, ya que veo partir a la mujer que soñé y desee en mis cálidas noches de verano. A veces sofocado por la ansiedad y otras desesperado por encontrar la manera de que notara mi presencia. Nada era suficiente, ya lo sabía: "Éramos distintos… tan opuestamente distintos".

Su mirada verde se dirige en este minuto a mí y sé que está emocionada, feliz y que quién la acompaña si me lo hubieran contado, jamás lo hubiese creído. No sé por qué accedí a todo esto, si me pregunto no encuentro respuesta alguna. ¿Qué me había motivado a ser el artífice de su felicidad y el sicario de este amor que le profesé, cada día de mi vida? Sí, un instante. Un instante perdido en su sonrisa, mirada y esbelta figura, bastó… ¿Y su alma? No, no aspiraba a tanto. Hace rato que tenía dueño y eso yo ya lo sabía. Nada podía revocarlo. El recuerdo de cómo partió todo viene a mi mente.

¡Déjame aquí, solo! Por favor…So…lo… ¡Solo! —modulé con dificultad, porque dolía recordar el ayer en sus ojos.

¡No puedo! —me dijo inclinándose hacia mí y tendiendo su mano.

¿Por qué haces esto? —le pregunté batallando con su quemante tacto.

Porque eres mi primo.

Mhhhh. Sí, tu primo —balbucee con ironía, cuando en verdad hubiera querido derribar ese "apelativo" que me separaba de ella.

¿Qué técnicamente no lo eres? —preguntó y me miró, supongo que tuvo la respuesta en mi silencio —. Bueno, tiene sentido…Creí que por lo menos, hace tiempo atrás, querías que fuera más que tu amiga. ¿Lo recuerdas? —me dijo, guiñándome un ojo.

¡Bah! No me lo recuerdes… eso…eso… fue vergonzoso —le dije bajando mi mirada y recordando ese episodio.

No lo es del todo. Digamos que fue… por instantes, lo más sensato que has confesado.

No fue precisamente eso.

¿Pudo ser ese sentimiento lo más sensato que haya experimentado? Es probable, pero fue tarde.

Sí…Bueno digamos que no fuiste muy atinado en ese minuto.

¡Ya basta! Si sentí alguna vez "algo"… Sólo que ni supe cómo expresarlo —garabateé una verdad. La primera de hace mucho tiempo.

Es cierto, eres algo torpe.

No me insultes, pecosa —reclamé alzando mi dedo en el aire y con eso perdí mi nulo equilibrio, pero ella estaba ahí, ayudándome.

No lo hago.

Todo esto es tú maldita, culpa —confesé y me arrepentí. ¡Maldito licor!

¿Qué? Estás así porque quieres. El amor no ocasiona que caigas en este tipo de vicios —me dijo cruzándose de brazos.

¿Había dicho amor? Qué bien sonaba esa palabra de sus labios pequeños y perfectos.

¡Tú no me quisiste!…—exclamé herido —. Si lo hubieras hecho tendría otro destino —dije mientras me apoyaba en esa pared enmohecida que ya conocía de memoria.

No es que no te haya querido…—dijo en un suspiro inaudible para cualquiera, no para mí.

¡¿Qué?!… —interrogué con asombro. Eso ya sonaba interesante.

No…Bueno. La verdad que cuando te vi la primera vez, si tenías algo que llamó mi atención…pero…

¡Pero qué!

Pero no pudo ser. Porque eras todo lo opuesto a mí —dijo encogiéndose de hombros.

Entonces, soy un estúpido —murmuré con autocompasión.

Yo creo…Ya, vamos.

¡Un momento!¿Por qué haces esto ahora? —interrogué con pesar.

Porque no creo que quieras morir en la calle.

¿Y?

Si fuiste capaz de sentir algo por mí, creo que bien podrías hacer algo más por ti mismo… Ya sabes que para amar a otro hay que amarse a sí mismo —respondió sacando sus célebres frases.

¡Bah! Son bobadas de algún sacerdote…Una misa…

No.

¡Patrañas! Uno ama a otro y eso es amor y ya está, es la forma que hay —dije filosofando de mala gana y tambaleándome de un lado a otro.

No, nada de eso. Es lo que yo creo —corrigió molesta. Ya no toleraría que cuestionaran sus extrañas creencias.

Lo… siento. Soy un mequetrefe que no sabe nada.

¿Esa es tu manera de pedir disculpas? —asentí con la cabeza —. Las acepto.

Bien…Entonces quiero pedir algo… —exigí deteniéndome en seco.

¿Qué cosa?

Mejor hacer.

Giré sobre mis talones y me abracé a ella con la fuerza de la desesperación. Quería que sintiera el sudor de mi angustia, que percibiera en lo que se convirtió mi alma desde que iba dando tumbos por la vida de esta manera y en lo que me había convertido desde que la vi por primera vez. Quise ser mejor, sí que lo intenté; pero nunca supe cuál era la forma, no me habían enseñado y no aprendí hasta que ella una vez más salvó mi vida, mi alma y la razón.

Le susurré en su oído, embriagado en su delicado perfume de vainillas en flor. Viajé en mi imaginación por su piel, y así, el más mínimo gramo de mi cerebro guardó para siempre ese recuerdo: su olor inolvidable y tan tentador. Hasta que nos separamos y me observó con piedad. ¡Piedad! Es lo que menos quería. Me había vuelto un descarado, un adicto a las mujeres fáciles, un vago…Pero a pesar de todo eso, reconocía la diferencia entre ella y las demás. Poco a poco y a su lado me fui pisando con la fuerza de mi arrepentimiento todas esas escenas que se venían a mi mente, el dolor de haber dejado de ser un ser humano.

Candy me cuidó, me ayudó y fue quien me levantó del fango. Estaré muy agradecido y lo diré entre dientes; pero lo que no puedo negar es que ese acercamiento me caló hondo en mis entrañas y en mi corazón. Me había enamorado como un loco. Éste era el mejor sentimiento de embriaguez que jamás sentí y aunque no era correspondido, sabía que estar cerca de ella me hacía ridículamente feliz. Compartimos como buenos amigos, nos reímos de lo que fui en el pasado, aquel dolor que a veces me apena recordar y que ella dulcifica diciendo que era porque éramos muy niños. Las cosas suelen confundirse. Quizás, sea cierto.

Una de las noches en que me desvelé y llegaba tarde de mi trabajo, la sentí llorar amargamente. Al mirar bien pude darme cuenta que se aferraba a un trozo de diario, de manera inmediata recordé que quizás estaba así por el anuncio del pronto matrimonio de Terrence Grandchester y Susana Marlowe. De manera imprudente entré en su cuarto y la observé, supe en ese minuto, al mirarla a los ojos, que años más o años menos no marcaban la diferencia. Candy, era de corazón y alma de Terry y sus esfuerzos por olvidarlo no dieron fruto.

A los días siguientes viajé a Nueva York y me fui directo a la compañía a encarar al Duque. Aquel aristócrata que tanto odié en la escuela, otras tantas veces quise moler a golpes tan sólo de ver su risita irónica e hizo que me enfermera de ira al presenciar el beneplácito que le brindaban. Todo porque tal vez, quería ver a mi amiga mejor. Me eché al bolsillo de mi chaqueta: el orgullo, los garabatos que me gustaría escupirle y mi envidia por su buena suerte. Mi mirada altiva, se bajó a los suelos para pedir que me concediera el honor de hablarle. Temía que no lo hiciera, pero dejó que me acercara.

—Lo veo y no lo creo —comentó con asombro y esa habitual mirada irreverente.

—Buenos días, Grandchester —dije haciendo una burlesca reverencia.

—Buenos días, lo eran hasta tu llegada. ¿Éste será un espejismo?

—No lo es.

—Eres el que menos esperaba ver —dijo alejándose de las demás personas en el teatro que le cobijaba.

Yo, lo seguí como un perro faldero. Nos detuvimos cuando estuve frente a la placa que decía su nombre, su camerino.

—Dejemos las ironías para otro día, vengo a algo puntual —dije sentándome y sacando un cigarrillo.

—¿Qué sería, americano?¿Quieres que te enseñe decentemente el arte del esgrima?

—Ya aprendí lo suficiente y no es esa la razón por la que vine.

—Entonces ¿qué sería?

—¿Todavía amas a Candy? —interrogué abruptamente.

Mi pregunta fue directa y no aparté los ojos de su mirada desafiante. Tuve tiempo suficiente para escudriñar en su semblante. ¿Debería repetirla? Esperaba que no, porque no tendría el valor.

—¡¿Qué! —preguntó desconcertado.

—Te hice una pregunta clara y sé que la escuchaste.

—No tendría por qué responderte —espetó molesto.

—No, pero insisto en hacerla. Me interesa saber la respuesta.

—Entiendo… Ya me he enterado de ciertos rumores —comentó levantando una de sus cejas y esbozando una sonrisa burlesca.

—¿Rumores? —eso me sorprendió no conocía las repercusiones del cotilleo y de lo lejos que podían llegar —. Bueno tú debes estar acostumbrado a ellos. No todo lo que se dice, es. ¿No? ¿Qué crees?

—Para mí no eres más que un cobarde que amó a Candy, y que nunca hizo nada realmente por ella. Te conformaste a olvidarla. ¿No es así? —dijo con la misma sonrisita y a mi mente viene la respuesta: una mucho mejor.

—¿Estás hablando de ti? ¿Es una crítica a ti mismo? O ya sé, es un soliloquio de unos de tus parlamentos ja, ja, ja —reí sabiendo que estaba tocando y restregando con mi dedo, su herida.

Lo conseguí porque empuñó su mano y se contuvo de golpearme. ¿Me odiaba a mi o odiaba la verdad que alguien le enrostraba?

—¡Imbécil!

—Ídem.

—¡Dime qué quieres de una buena vez! —gruñó.

—¿Por qué te casas con una mujer que no amas? —interrogué sin tener la menor intención de moverme de ese cómodo sillón.

—No es tu asunto.

—No lo es, en eso estamos de acuerdo; pero en el colegio siempre te caracterizaste por ser taaan valiente, por romper las reglas y hacer tu voluntad…Pero esto que hoy veo, está lejos de ser algo común en ti —dije mirándole de arriba abajo.

—¡Cállate! —gritó iracundo.

—Te duele la verdad, ¿no?

—Tú no sabes nada —refunfuñó evitando mi mirada.

—¡Sí que sé!… Vengo de la miseria a decirte que sí sé y que si tuviera la opción de hacer lo que realmente quiero. ¡Lo haría! echándome al bolsillo todo, pero claro no es tu caso…o…

—¿¡O qué!?

—Yo soy y he sido siempre un cobarde…Tú no, y… no es precisamente a mí a quién recuerdan por las mañanas, ni con quién se duermen abrazándose a tu olor imaginario en una almohada…—jure que si este imbécil me lo hacía repetir lo enviaba al demonio.

—¿Eres realmente tú? —interrogó sin poder creerlo.

—Sí, soy yo después de Candy…

—No me sorprende. Ella transforma todo en luz —dijo con nostalgia. En eso estábamos de acuerdo.

—Sí, esto es lo que ocasiona la "pecosa". Tú lo sabes bien. No creo que deba detallarlo, porque no quiero manchar tu recuerdo… pero…—le respondí moviendo mis cejas.

—¿Qué quieres decir?

—Qué si no la quieres tú, pues será mi turno de… ¿amarla? Y vaya que he aprendido a cómo hacerlo. Te diré que empezaré por…

No alcancé a terminar y me vi levantado de ese sillón con la fuerza de su ira. Luego sentí el dolor punzante en mi mejilla, el sabor metálico de la sangre sobre mi labio no se hizo esperar. Era el puño certero de Terry, que enardecido se lanzó sobre mí a exigirme que no me acercara a Candy, por supuesto, que me defendí. Esta pelea la estuvimos esbozando en nuestras mentes por años y ese momento era ahora. Cuando nos dimos una tregua, él seguía con sus exigencias. Me sonreí de manera irónica y con mi mirada altiva de siempre, le respondí con un claro y rotundo "No". Provoqué que me volviera a pegar, pero ésta vez no intenté defenderme, todo lo contrario seguí escupiendo que deseaba estar con ella y ser parte de su vida. Me expresé de manera vulgar, sólo para que sus puños y su reacción fuese precisamente la que obtuve. Expuse de manera majadera lo que intentaba hacer y eso ocasionó una reacción feroz de mi contrincante. ¿Por qué me golpeaba? ¿Qué tenían de malos mis sentimientos? ¿Qué tan distinto era el amor que yo le podía ofrecer a Candy y el que le podía ofrecer él? Le exigí que me lo gritara.

¡Porque yo sí la amo! ¡Es amor verdadero! ¡No he dejado de pensarla ni un solo día!¡Eso se llama amor verdadero, maldito infeliz!

Sonreí y noté su desconcierto, su mirada de ira y quizás saqué a relucir lo que él creía olvidado. El amor verdadero no se puede olvidar, más aún cuando existe la esperanza de hacer algo por él. Lancé a sus pies una nota, era la dirección hacia el encuentro con el amor para él y la estafeta de un adiós para siempre para mí.

¿Cuál había sido mi motu propio en ese momento? ¿Las lágrimas de Candy? ¿El amor inconcluso de ambos? ¿O es que le debo tanto a esa pecosa? Era huérfana de padres; pero no del amor de cinco varones que la admiraron. Entre esos estaba yo, entre esos recuerdos me quedaría y de esos cinco sólo uno sería por siempre su único y gran amor.

Lo que él haría para dejar a Susana era su problema, no el mío. Y si era inteligente sabría que no hay obligaciones más que las que tiene uno consigo mismo, con su conciencia y que los sentimientos no se pueden forzar. No somos responsables de la vida de otro y menos de sus decisiones, sólo podemos ser parte de las nuestras. "¡Mierda!" fue lo que me murmuré miles de veces. Esperaba que esta paliza hubiese valido la pena y lo supe a los días después.

Esa espléndida tarde, llegó a la puerta de la casa, Terry. Miré desde la ventana la reconciliación: silenciosa, cómplice, saturada de abrazos y besos. Mi paso a un lado había resultado, su sonrisa y su felicidad eran mi única recompensa. Me fui a caminar para despejar mi mente; sin embargo las lágrimas no pararon en todo ese trayecto, recordando, asfixiado en el susurro del adiós que siempre estaría latente. Era mi permiso para ser por última vez, débil. No amaría a nadie más de esta manera tan pura, única y sanadora.

A los meses siguientes fui testigo de cada preparativo que se hizo entorno al gran evento: El matrimonio de Candice White Andley y el futuro Duque de Grandchester. Y el día llegó. Ahora está a mi lado, la observo y se ve tan nerviosa. Sonríe, mientras observa su figura de blanco, en ese espejo de murano que está en esa habitación. Su cabello de oro cae sobre su espalda, sus ojos reflejan tanta dicha. Se ve simplemente… hermosa. La miro embobado, estoy fascinado con este amor que me sofoca y en una marcha nupcial la veo acercarse a mí, soy uno de sus padrinos. Qué ironías de la vida, si me lo hubieran contado pues simple, no lo creería.

La ceremonia es sublime, con miles de detalles, muchas flores adornan su paso, las campanas que tañen sin cesar anuncian esta unión. Lakewood nunca estuvo tan majestuoso como aquel día. Mis lágrimas las trague con whisky escocés sin hielo, que me ofreció un camarero. Es el minuto del brindis y la observo que se levanta para comenzar un discurso. Detesto ese tipo de "protocolos"

—Amigos… Quiero agradecer la presencia de todos…Quiero comenzar y ofrecer este brindis por el camino que me llevo de vuelta a Terry, se lo debo a alguien y sé que esa persona me probó con ese gesto…Que es mi amigo. Un muy buen amigo.

Todos me observan, ya más de alguien sabía de mi intervención y ya no me miran con renuencia, sino que con una sonrisa que me apena. Candy se acerca a mí y me abrazó con fuerza. Abrazo cálido al que no me niego y mis manos se despiden para siempre de estrechar su cuerpo. "¿Soy su amigo?" Musito en mi mente.

—No irás a llorar, no me gusta que lo hagas… —advertí con el ceño fruncido, pero no pude sostenerlo por mucho tiempo, finalmente le sonreí.

—No lo haré, pero tu gesto me emocionó —me dijo con los ojos brillantes.

—¿Cuál gesto? —pregunté con inocencia.

—El hacer algo para que Terry y yo estemos hoy unidos, para siempre.

—No lo hice por él, ya sabes que no soporto a ese aristócrata. Se llevaba a las mejores mujeres en el colegio —dije con una mueca.

—¡Hey!… Lo sé. Sé que lo hiciste por mí.

Me mira y me guiña un ojo. Me susurra en mis oídos: "Gracias, amigo". Siento los aplausos alrededor de nosotros, nos miramos por segundos y ahora soy yo el que está apenado con tanta demostración de afecto.

—¡POR NEIL!

Elevan las copas en mi honor. No tenía el recuerdo de algo así hace mucho tiempo. No tuve amigos, no tuve una familia ejemplar y ahora estaba rodeado de las mismas personas que en el pasado menosprecié. Ella me pidió que fuera feliz, que buscara a la chica adecuada y que no dejara de vivir.

Las segundas oportunidades sirven para algo. El camino de mi redención sólo la había llevado a cabo de las manos de ella: Candice White Andley, la mujer que creyó en mí, que más amé, más hice sufrir con mis majaderías y que ahora entregué como padrino de bodas.

Fin


Notas de autor: éste es uno de los minifics que he realizado hace algún tiempo, el primero que ve la luz, de los personajes secundarios o menos abordados de Candy - Candy. Éste era el turno de Neil. Motu propio: significa por iniciativa propia o voluntariamente. Escrito en febrero del 2008.

La música que sugiero escuchar para este relato es: "We all fall in love sometimes" – Kevin Kern. Gracias por leer.

Ladyzafiro