Era una noche fría y lluviosa. En el Cuartel General Central todos se habían ido, excepto el general y su fiel compañera, la teniente Hawkeye. Estaba acabando de firmar unos documentos que debía enviar sí o sí mañana muy temprano. Su teniente como siempre no se iba hasta asegurarse de que él acabase todo el trabajo y no se durmiese sin querer.

-Acabado-dijo el general Mustang terminando en un bostezo.

La teniente no dijo nada, solo asintió con la cabeza mientras acariciaba a su perro con suavidad.

-Desde que todo acabó y Acero y Al volvieron a Rizenbul el día a día se a vuelto muy aburrido-siguió hablando el general.

-Aún tenemos mucho trabajo que hacer, general-le replicó la teniente-. Debemos mucho a los Ishvalies y... -no pudo acabar ya que el general la interrumpió.

-Teniente Hawkeye... ¿Hace cuánto que no me llamas por mi nombre? No extrañas aquellos tiempos en que no había ningún general ni teniente ni nada parecido.

La joven rubia se extrañó al oír hablar a Mustang de esa manera, pero no dudó en contestarle con su típica firmeza y seriedad:

-Aquellos tiempos, general, son pasado.

Roy notó tristeza en sus ojos. Conocía muy bien a su teniente, la conocía hace mucho tiempo, casi desde su infancia debido a que el padre de Riza había sido su maestro. Y, aunque el semblante de su teniente no hubiese cambiado en ningún momento al hablar, sus ojos demostraban lo que su cara no hacía. Aquellos ojos marrones y grandes como los de un halcón.

De pronto se vio perdido en sus pensamientos mirando a su teniente.

-General-empezó a hablar la joven al sentirse incómoda con aquella fija mirada-. He de irme. Y creo que usted también. Le recuerdo que como casi todos los días debemos madrugar mañana. Y Hayate tiene que cenar y descansar.

-¡Hablando de cena!- exclamó Mustang como si fuese lo único que había escuchado-. ¿Te apetece que te invite a cenar?

Riza se sorprendió por aquella proposición. Lo primero que pensó es que la estaba tomando el pelo y que ensayaba para pedírselo mañana a cualquier chica guapa que viese. Pero él aún esperaba su respuesta con una pícara sonrisa dibujada en su cara.

-Como ya le dije tengo que madrugar mañana. Y, además, no hay ningún restaurante abierto pasada la media noche.

-Yo no dije en ningún momento de llevarte a un restaurante -le corrigió-. Pensaba llevarte a mi casa y prepararte yo mismo la cena. Pero si lo que prefieres es algo más romántico y donde me cobren un ojo de la cara por una pizca de comida, puedo esperar hasta mañana.

Dijo aquello último no con poco sarcasmo, pero también en serio.

Riza le dedicó una pequeña sonrisa.

-Lo siento -se disculpó y miró hacia la ventana. La lluvia caía cada vez más fuerte y no parecía que fuese a parar-. ¿Podría llevarme hasta mi piso?

-Pensaba hacerlo aunque tú no me lo hubieras pedido. Incluso si te negases a ello.

Roy sonrió con ternura y se levantó de su asiento. Fue a coger su abrigo seguido de la teniente. Salieron los dos juntos cerrando la puerta de la oficina tras de sí. Riza llevaba entre sus brazos a Hayate. Le gustaba tenerlo cerca, en especial los días como aquel. Nunca se separaba de él en los días lluviosos. Aún se acordaba de aquella tarde lluviosa en la que Fuery lo había encontrado y cuando le había salvado de tener que vivir con el maniático Mustang como su dueño, o de acabar como comida asada de Havoc.

El pelinegro estaba cogiendo un paraguas cuando notó que su compañera estaba algo distraída acariciando el pelo de pequeño shiba.

-¡Vaya!-exclamó el general disimulando algo de pena cuando en verdad se alegraba porque solo había un paraguas- Hoy solo queda un paraguas. Tendremos que compartirlo.

La teniente volvió a su mundo y le miró.

-Juraría que esto es cosa suya -murmuró.

-¿Has dicho algo?- preguntó Mustang mientras salía a la calle y abría el paraguas.

Ella negó con un movimiento de cabeza. Él la miró entonces con su habitual sonrisa mientras le extendía su brazo izquierdo invitándola a agarrarse a él. Y así lo hizo. Fueron los dos muy juntos hasta llegar al coche. La teniente estaba algo sonrojada pero por suerte él no se había dado cuenta.

Mustang condujo hasta el apartamento de Riza y le acompañó con el paraguas hasta su portal para que esta no se mojase.

De repente Riza se puso algo nerviosa. Empezó a meter sus manos en todos los bolsillos de su uniforme militar.

-¿Qué ocurre? -preguntó Roy.

-Yo... no encuentro las llaves.

-Te las habrás olvidado en la oficina- Roy estaba muy tranquilo-. Puedes qued...

Riza la interrumpió al instante dejándole con las palabras en la boca.

-¡Tenemos que volver!

-Pero...

De pronto Riza ya estaba en el coche arrancando el motor. Mustang fue corriendo hasta su coche.

-Venga, sal de mi sitio que conduzco yo -dijo él.

Riza estaba empapada ya que Roy era el que tenía el paraguas y se había alejado de él para llegar al coche. Se movió a un lado cediéndole el sitio. Él cerró su paraguas y entró con rapidez al coche.

-Oye -empezó Roy al notar que su asiento estaba húmedo-, ya eres una adulta. No deberías hacerte pis encima.

Riza estaba roja como un tomate. Era bastante vergonzoso que le dijesen eso. Pero que se lo dijese Mustang era para ella un millón de veces más embarazoso.

-General-dijo con voz baja y tímida-, sabe que es porque me he mojado con la lluvia.

-Pero esa no es razón para hacerse pis- siguió bromeando con una sonrisa muy amplia.

-¡Mustang! ¡Para, por favor!- se hartó la rubia de aquella humillación.

Él puso en marcha el coche.

-¡Me alegro de que no me hayas llamado por mi cargo militar!- dijo entonces con verdadera alegría y emoción.

Riza se asustó un poco. Mustang a veces se parecía mucho a un niño pequeño y eso asustaba a todo el mundo.

-Casi siempre le llamo por su nombre cuando estamos fuera del trabajo-declaró Riza algo enfadada.

El general notó su enfado e intentó disculparse.

-Sabes que con lo de antes solo estaba bromeando.

Riza no dijo nada. Volvía a estar perdida en su mundo mirando hacia abajo y acariciando a Hayate.

Roy soltó su mano izquierda del volante y la acercó a la cara de la chica para acariciarla. Pero su mano quedó a mitad de camino y retrocedió. El general se volvió a centrar en la carretera. En unos minutos habían llegado. Los dos salieron del coche rápidamente y fueron corriendo a la entrada del Cuartel General. Mustang llevaba consigo el paraguas, pero no lo había abierto. Al entrar dejó el paraguas recostado por la pared de la entrada.

Cuando ya estaban en la oficina empezaron a buscar por todas partes. Diez minutos después se habían resignado. El general se dejó caer en su sillón. Miró a su teniente y sus ojos desprendieron un extraño brillo cuando comenzó a hablar.

-Vaya es una pena. Pero da igual, seguro que lo encuentras mañana. Hoy por hoy puedes dormir en mi piso.

Riza no estaba muy segura, pero no la quedaba otra.

-Podríamos cenar juntos también -añadió el general.

-Está bien -se rindió la chica-. Pero cenamos y me voy a dormir.

En la cara del joven general se dibujo una amplia sonrisa.

-Entonces, vámonos -sentenció él.

Bajaron las escaleras hasta la entrada,salieron y fueron corriendo hasta el coche. Al llegar, Black Hayate sacó la cabeza por una ventanilla y empezó a ladrar preocupado por su dueña que se había calado aún más que antes. Por suerte Mustang ya no le tomaría el pelo ya que él estaba completamente empapado también.

Cuando ya estaban de camino al piso del azabache, éste dijo:

-Creo que me olvido de algo.

-Se dejó el paraguas en la oficina -dijo Riza-. No sé siquiera para qué se lo llevó si ni siquiera lo abrió.

Roy intentaba mirar la carretera pero no conseguía ver bien, ya que, a pesar de los limpiaparabrisas, la lluvia caía muy rápido y en abundancia.

-Por lo visto tú te has fijado en todo aquello- decía mientras movía de un lado a otro su cabeza intentando ver lo que había tras el cristal-. ¿Y se puede saber por qué no me lo dijiste?

-Me di cuenta de que no lo abrió aunque lo llevó consigo. Y como los dos íbamos con prisas tampoco le di importancia- se explicó Riza-. Y me di cuenta hace unos minutos de que no he vuelto a ver el paraguas.

Mustang solo movió su cabeza de arriba a abajo, asintiendo.

De pronto frenó en secó. Derraparon un poco por el agua, pero el coche se paró.

El general se disculpó explicando que al no ver bien la calle no se dio cuenta de que ya habían llegado a su destino.

Salieron los dos del coche. Riza intentaba cubrir a Hayate con el abrigo. Mustang abrió deprisa la puerta de su portal e invitó a pasar a la chica.

Subieron hasta el tercer piso. Roy se dirigió a una puerta que estaba al fondo del pasillo y la abrió. Al entrar Riza dejó suelto a Hayate que fue corriendo a revolcarse en el sofá.

-Hayate, abajo- le ordenó su dueña.

-No pasa nada -le dijo Mustang-. Pásame tu abrigo.

Riza dejó a su perro en el sofá del general y entregó su abrigo a éste. Estaban los dos empapados.

-Deberíamos ducharnos -gritó Roy desde una habitación donde estaba colgando los abrigos-. Por separados, claro.

Riza se calmó cuando Mustang se aclaró mejor. Cuando el volvió al salón traía consigo una bata y una toalla. Se las entregó y le indicó el donde estaba baño.

-Date un baño a tu gusto, tómate todo el tiempo que quieras -dijo Roy con una sonrisa cálida queriendo que su amiga se sintiese lo más cómoda posible.

Riza se metió al cuarto de baño y empezó a desvestirse.

-Pásame la ropa mojada para ponerla a secar -le dijo Mustang desde fuera.

Riza entreabrió un poco la puerta y se la entregó. Después encendió el agua caliente y lleno la tina. Cuando se llenó por completo se metió en ella.

Su cuerpo estaba tenso y frío, y al entrar en contacto con el agua caliente empezó a relajarse. Sus músculos se aflojaron y no le contestaban. Se quedó así quieta mientras su cuerpo y su mente se relajaban.