Bueno bueno mis FIELES LECTORES q se con un 100% q ahi stan jejeje les cuento q regrese jeje como es obvio, pero con esta super adaptacion la cual espero los atrape desde el primer capitulo tal y como hizo conmigo jejeje y buenoo pues aqui les vaaaa
Desde la noche en que había sido atacada por un desconocido, la implacable fiscal Rosalie Hale no podía quitarse de la cabeza a su agresor, pero tampoco al misterioso hombre que la había defendido y que había surgido de la oscuridad como una sombra nocturna.
Se hacía llamar Némesis. Caminaba por las calles oscuras solo, como una sombra entre las sombras, y así era como le gustaba vivir. Hasta la noche en que salvó a Rosalie Hale de su atacante y desapareció el vacío que llenaba su corazón.
Hacía mucho tiempo que no sentía algo así por alguien, pero ¿podría aquella abogada idealista amar al fantasma que la vigilaba cada noche?
Diclamier: La historia pertenece a Nora Roberts y los personajes a Stephanie Meyer
Capitulo 1
Recorría la noche. Solo. Inquieto. Vestido de negro, enmascarado, era una sombra entre las sombras, un susurro entre los murmullos de la oscuridad.
Siempre estaba atento a aquellos que atacaban a los débiles y vulnerables. Desconocido, invisible, no deseado, acosaba a los cazadores en la jungla que era la ciudad. Se movía como pez en el agua por los espacios oscuros, los callejones sin salida y las calles violentas. Como el humo, se deslizaba por los tejados altos y los sótanos húmedos.
Cuando lo necesitaban, era como el trueno, puro sonido y furia. Luego quedaba el resplandor, el eco óptico que deja el relámpago después de golpear la ciudad.
Lo llamaban Némesis y estaba por todas partes.
Recorría la noche, soslayando el sonido de la risa, el jubiloso estrépito de las celebraciones. Y era convocado por los gemidos y las lágrimas de los solitarios y las súplicas desvalidas de las víctimas. Noche tras noche se vestía de negro, se cubría el rostro y se adentraba en las calles salvajes y oscuras. No por la ley. Esta era fácilmente manipulada por aquellos que la desdeñaban. A menudo era tergiversada por aquellos que afirmaban defenderla. Él lo sabía. Y no podía olvidar.
Cuando caminaba por las calles, lo hacía por la justicia... la de los ojos vendados, que no discriminaba.
Con la justicia, solo podía haber castigo justo y equilibrio de la balanza.
Como una sombra, observó la ciudad.
Rosalie Hale se movió con celeridad. Siempre tenía prisa por alcanzar sus ambiciones. Sus zapatos repicaron con rapidez en las aceras rotas del East End de Urbana. No era el miedo lo que la impulsaba a regresar a toda velocidad a su coche, aunque el East End era un lugar peligroso para una mujer sola y atractiva, en particular de noche. Era por el júbilo del éxito. Como ayudante del fiscal del distrito, acababa de terminar una entrevista con un testigo de uno de los tiroteos que empezaban a ser una plaga en Urbana.
Tenía la mente absolutamente centrada en la necesidad de volver a su despacho para redactar el informe, con el fin de que los engranajes de la justicia pudieran ponerse en marcha. Creía en la justicia, en todas sus fases tenaces pacientes y sistemáticas. Los asesinos del joven Dimitri Méndez pagarían por su crimen. Y con algo de suerte, sería ella quien llevaría la acusación.
En el exterior del edificio en ruinas donde acababa de pasar una hora presionando a dos jóvenes asustados para sonsacarles información, la calle estaba oscura. Solo dos de las farolas que se alineaban en la acera funcionaban. La luna únicamente aportaba un brillo caprichoso. Sabía que las sombras que había en los portales estrechos eran borrachos, camellos o prostitutas. En más de una ocasión se había recordado que ella misma podría haber terminado en uno de esos edificios tristes, de no haber sido por la firme determinación de su hermana de darle un buen hogar, una buena educación y una buena vida.
Cada vez que Rosalie llevaba un caso ante los tribunales, sentía que pagaba parte de esa deuda.
Una de las sombras de un portal le gritó algo obsceno de forma impersonal. Lo siguió una risa femenina áspera. Rosalie solo llevaba en Urbana dieciocho meses, pero sabía que no debía detenerse ni dar a entender que lo había oído.
Con pasos largos y decididos, se dirigió hacia su coche. Alguien la aferró por detrás.
-Nena, sí que eres dulce.
El hombre, quince centímetros más alto que ella y delgado como un alambre, apestaba. Pero no a licor. En la fracción de segundo que tardó en leer sus ojos vidriosos, entendió que no estaba lleno de whisky, sino de productos químicos que le daban una gran rapidez en vez de abotargarlo. Con ambas manos clavó el maletín contra el estómago del tipo. Este gruñó y aflojó las manos. Rosalie se soltó y corrió, hurgando ton frenesí en busca de las llaves.
En el momento en que su mano se cerraba sobre ellas en el bolsillo, el otro la agarró y clavó los dedos en el cuello de su chaqueta. Oyó cómo el algodón se rompía y se volvió para plantarle cara. Entonces vio la navaja, cuyo acero brilló una vez antes de que la pegara a la piel suave de su cuello.
-Te tengo -soltó una risita.
Se quedó quieta, casi sin atreverse a respirar. En sus ojos captaba un destello de gozo perverso que jamás escucharía súplicas o lógica. No obstante, mantuvo la voz baja y serena.
-Solo llevo veinticinco dólares.
Pegándole la punta de la navaja a la piel, se acercó con gesto íntimo.
-Eh, nena, tienes mucho más de veinticinco dólares -cerró la mano en torno a su pelo y tiró una vez con fuerza. Cuando Rosalie gritó, comenzó a arrastrarla hacia la parte más profunda de un callejón-. Adelante, grita -rio entre dientes junto a su oído-. Me gusta cuando gritáis. Adelante -le provoco un corte ínfimo con la navaja-. Grita.
Lo hizo, y el sonido bajó por la calle a oscuras, reverberando entre los desfiladeros de los edificios. Los habitantes de los umbrales le gritaron dándole ánimo... a su atacante. Detrás de las ventanas en penumbra, la gente mantuvo las luces apagadas y fingió no oír nada.
Cuando la empujó contra la pared húmeda del callejón, Rosalie estaba dominada por un terror gélido. Su mente, siempre penetrante y abierta, se bloqueó.
-Por favor -dijo, sabiendo que no serviría para nada-, no lo hagas.
-Te va a gustar -sonrió. Con la punta de la navaja, le cortó el botón superior de la blusa-. Te va a encantar.
Como cualquier emoción poderosa, el miedo le agudizó los sentidos. Pudo sentir sus propias lágrimas, calientes sobre sus mejillas, oler el aliento fétido de su atacante y la basura de días que atestaba el callejón. Ante sus propios ojos, se pudo ver pálida y desvalida.
«Seré otra estadística», pensó embotada. Un número más entre la creciente cantidad de víctimas.
Despacio, luego con mayor poder, la ira comenzó a quemar el escudo de hielo del miedo. No se encogería ni gemiría. No se rendiría sin luchar. Fue en ese momento cuando sintió la presión afilada de las llaves. Seguían en su mano, encerradas en el puño rígido. Concentrada, empleó el pulgar para sacar los extremos por entre los dedos rígidos. Respiró hondo, tratando de canalizar toda su fuerza al brazo.
Justo al alzarlo, su atacante pareció elevarse en el aire, volar agitando los brazos y aterrizar sobre unos cubos de metal llenos de basura.
Rosalie ordenó a sus piernas que corrieran. Tal como le palpitaba el corazón, estaba segura de que podría llegar a su coche, cerrar las puertas y arrancar el motor en un abrir y cerrar de ojos. Pero entonces lo vio.
Vestía todo de negro, una sombra larga y delgada entre sombras. Se erguía sobre el drogadicto del cuchillo con las piernas separadas y el cuerpo tenso.
-Quédate donde estás -ordenó cuando ella dio un paso automático al frente. La voz fue una mezcla de murmullo y gruñido.
-Creo...
-No creas -espetó sin molestarse en mirarla.
En el momento en que ella se crispaba ante su tono, el drogadicto se levantó de un salto, gritando, y blandió la navaja en un arco mortal. Ante sus ojos aturdidos y fascinados, Rosalie percibió el destello de un movimiento, un grito de dolor y el ruido de la navaja al deslizarse por el cemento.
En menos tiempo del que se requiere para respirar, el hombre de negro recuperó la misma postura de antes. El drogadicto estaba de rodillas, gimiendo y con las manos pegadas al estómago.
-Eso ha sido... -buscó una palabra en el torbellino de su cerebro-... impresionante. Iba... iba a sugerir que llamáramos a la policía.
El siguió sin prestarle atención mientras sacaba unas tiras de plástico del bolsillo y ataba las manos y los tobillos del drogadicto, que no dejaba de gemir. Recogió la navaja y apretó un botón. La hoja desapareció con un susurro. Solo en ese momento se volvió hacia ella.
Notó que las lágrimas ya se secaban en las mejillas de la mujer. Y aunque su respiración era entrecortada, no daba la impresión de que fuera a desmayarse o a ser dominada por la histeria. De hecho, se vio obligado a admirar su serenidad.
Con ecuanimidad observó que era de una belleza extraordinaria. Su piel era pálida como el marfil bajo una mata revuelta de pelo rubio. Sus facciones eran suaves, delicadas, casi frágiles. Hasta que mirabas sus ojos. Irradiaban una dureza y una determinación que contradecían el hecho de que su cuerpo esbelto temblara por la reacción.
Tenía la chaqueta rota y la blusa abierta para revelar el encaje y la seda azules de una combinación. Un contraste interesante con el traje severo y casi varonil.
La evaluó no como hombre, sino como había hecho con otras innumerables víctimas. La sacudida inesperada y muy básica que experimentó lo inquietó. Esas cosas eran más peligrosas que cualquier navaja.
-¿Estás herida? -preguntó en voz baja y carente de emoción, sin salir de la oscuridad.
-No. No -tendría unos cuantos moratones, tanto en la piel como en las emociones, pero ya se preocuparía luego de ellos-. Solo sacudida. Quiero darte las gracias por... -al hablar había avanzado hacia él. Bajo la tenue luz de una farola próxima, vio que llevaba el rostro enmascarado. Abrió mucho sus ojos azules, brillantes y eléctricos-. Némesis -murmuró-. Creía que eras el producto de la imaginación encendida de alguien.
-Soy tan real como él -con la cabeza indicó a la figura que gimoteaba entre la basura. Vio que de la garganta de ella caía un hilillo de sangre. Por motivos que no comprendía, eso lo encolerizó-. ¿Qué clase de tonta eres?
-¿Perdona?
-Estas son las alcantarillas de la ciudad. No es tu sitio. Nadie con cerebro viene aquí, a menos que no tenga elección.
Rosalie sintió que su temperamento bullía, pero se controló. Después de todo, la había ayudado.
-Tenía que atender un asunto.
-No -la corrigió-. Aquí no se te ha perdido nada, a menos que quieras que te violen y maten en un callejón.
-No deseaba nada semejante -a medida que su estado de ánimo se ensombrecía, el leve acento de Georgia se manifestó en su voz-. Sé cuidar de mí misma.
El bajó la vista y sus ojos se demoraron un momento en la blusa abierta, luego volvió a mirarla a la cara.
-Es obvio.
Rosalie no pudo discernir el color de sus ojos. Eran oscuros, muy oscuros. Bajo la luz leve, parecían negros. Pero sí captó la arrogancia que emitían.
-Ya te he dado las gracias por ayudarme, aun cuando no necesitaba ninguna ayuda. Yo misma estaba a punto de ocuparme de ese canalla.
-¿De verdad?
-Así es. Iba a arrancarle los ojos -alzó las llaves, unos puntos letales que sobresalían de entre sus dedos-. Con esto.
-Sí -la estudió y asintió despacio-, creo que habrías podido hacerlo.
-Ni lo dudes.
-Entonces creo que he perdido mi tiempo -sacó un trozo de tela negra y cuadrada del bolsillo. Después de guardar el cuchillo en ella, se lo ofreció-. Lo querrás como prueba.
En cuanto lo sostuvo, Rosalie recordó el momento de terror e impotencia. Con un juramento apagado, mantuvo a raya su temperamento. Quienquiera que fuera, había arriesgado su vida para ayudarla.
-Te estoy agradecida.
-No busco gratitud.
-Entonces, ¿por qué lo haces? -espetó con el mentón levantado.
El la miró. Algo surgió y se desvaneció en sus ojos que hizo que a Rosalie se le pusiera la piel de gallina al oír su respuesta.
-Por justicia.
-Esta no es la manera -comenzó ella.
-Es la mía. ¿No ibas a llamar a la policía?
-Sí -se llevó el borde de la mano a la sien. Comprendió que se sentía un poco mareada y que tenía el estómago revuelto. No era el lugar ni el momento de hablar sobre moralidad ni ley con un hombre enmascarado y beligerante.
-Tengo un teléfono en mi coche.
-Pues te sugiero que lo uses.
-De acuerdo -estaba demasiado cansada para discutir. Con un ligero temblor, bajó por el callejón. Al llegar a la entrada, vio su maletín. Lo recogió con sensación de alivio y guardó la navaja en su interior.
Cinco minutos más tarde, después de llamar al 911 para dar su emplazamiento y el informe de la situación, regresó al callejón.
-Van a mandar a una patrulla -cansada, se apartó el pelo de la cara. Vio al drogadicto acurrucado sobre el cemento. Tenía los ojos muy abiertos y desencajados.
Némesis lo había dejado con la promesa de lo que le sucedería si alguna vez volvía a sorprenderlo tratando de violar a alguien. Incluso a través de la bruma de las drogas, las palabras habían parecido sinceras.
-¿Hola? -con el ceño fruncido por la sorpresa, miró a ambos lados del callejón. Se había marchado-. Maldita sea, ¿adónde habrá ido? -se apoyó en la pared fría. Frustrada, pensó que aún no había terminado con él.
Estaba lo bastante cerca como para tocarla. Pero ella no podía verlo. Esa era la bendición, y la maldición, el pago por los días perdidos.
No extendió la mano y sintió curiosidad por saber por qué había deseado hacerlo. Solo la observó, grabando en la memoria la forma de su rostro, la textura de su piel, el color y el brillo de su pelo mientras se curvaba con gentileza por debajo de su barbilla.
De haber sido un romántico, podría haber pensado en términos poéticos o musicales. Pero se dijo que únicamente esperaba y vigilaba para cerciorarse de que se hallara a salvo.
Cuando las sirenas hendieron la noche, pudo ver que ella recomponía una máscara de seguridad en el rostro. Respiró hondo varias veces mientras se abrochaba la chaqueta desgarrada sobre la blusa cortada. Al final aferró el maletín con fuerza, adelantó el mentón y avanzó con pasos seguros hacia la entrada del callejón.
A solas otra vez en su medio mundo entre la realidad y la ilusión, pudo oler la sutil sensualidad del perfume de ella.
Por primera vez en cuatro años, experimentó el dulce y sereno dolor de la añoranza.
Buenooo tuvimos un peculiar comienzoo no ? Pero cuentenme que les ha parecido? Ya saben como comunicarse jejeje
Besos
