Harry Potter le pertenece a J. K. Rowling. Este fanfic, hasta el último capítulo, es sin fines de lucro.

AVISO: Edité la ortografía para que ya no fuera tan doloroso de leer. El sentido es el mismo, aunque tal vez cambié un par de diálogos. Gracias.


Es mi madre, la señora Potter

Mi pecho se agitó de emoción. Toqué tembloroso la superficie dorada, cálida y brillante del giratiempo. Las arenas negras, como obsidianas pulverizadas, se revolvían furiosas dentro del pequeño reloj de cristal.

Sonreí satisfecho.

Hoy, 31 de agosto de 2020, yo, Terrance Orión Potter, completé la investigación más importante que mi madre, Hermione Jane Potter, no pudo terminar debido a su triste fallecimiento. Por supuesto ella hizo la mayoría, sólo fue cuestión de ajustar unos detalles para poder concluir la hipótesis, y no por nada soy considerado un genio, así que tardé relativamente poco tiempo en finalizar el proyecto de las paradojas temporales y los viajes en el tiempo.

Me levanté veloz hacia el portarretrato que había en mi escritorio. Enmarcado en oro estaba la fotografía de mi madre, riendo llena de vida, con las mejillas sonrojadas, el hermoso cabello castaño brillando bajo el sol, volando con el viento que producía la caída en el columpio, ataviada en un vestido rojo cereza, mirando a la cámara con intenso amor.

Papá le tomó esa fotografía cuando tenían veinticuatro años. Mamá ya estaba embarazada de mí, pero aún no lo sabían, así que es una especie de foto familiar. Fue con una cámara muggle así que estaba congelada, pero me gustaba más así, me hacía sentir que ella nunca dejaría de sonreírme y mirarme con cariño.

―¡Terry han llegado tus tíos!

―¡Allá voy!

Rápidamente guardé el extraño giratiempo en mi gaveta, nervioso de que papá sospechara algo. Era difícil ser el hijo de Harry Potter, cuya magia sobrepasaba los límites de lo normal y su habilidad para oler travesuras y bromas era inigualable. Me costó mucho esfuerzo que no se diera cuenta que robé un diario de la investigación de mamá, sobre todo ese diario. Papá me lo confiscaría automáticamente.

Acomodé mis plumas y libros en su lugar adecuado, por orden, tipo, color y nombre. Era un obsesivo compulsivo de la organización y la limpieza. Papá decía que definitivamente lo heredé de mamá, y podía comprobarlo dándome una vuelta por el estudio principal lleno de archivos desacomodados sobre leyes, investigaciones y casos de Aurores. Papá no era organizado.

―¡Terry!

―¡Ya voy!― repliqué girando suavemente el portarretrato dorado, dejándolo exactamente en la posición que me gustaba sobre la esquina del escritorio. Satisfecho salí hacia la sala, bajando las enormes escaleras de mármol.

Efectivamente mis tíos Ronald y Luna ya estaban en casa, mis primas gemelas Amy y Joy me sonrieron de inmediato. Ambas eran una copia juvenil de tía Luna, pero con los ojos traviesos de tío Ronald, tenían trece años. Amy es Gryffindor y Joy es Ravenclaw.

―¿Cómo está mi sobrino favorito?

Viniendo de tío Ronald, que de hecho tiene muchos sobrinos, era un gran halago. Le sonreí chocando puños juguetonamente y comenzando una pequeña discusión sobre los últimos puntajes del Quidditch. Sabía que tío Ronald amaba a sus hijas muchísimo, pero extrañaba pláticas de hombres constantemente. Ni Amy ni Joy eran asiduas al deporte.

Por fin saludé a tía Luna, recibiendo un abrazo maternal y un beso en la frente –Te ves contento, Terry, ¿ha pasado algo en especial?

Si era difícil lidiar con mi padre, era peor hacerlo con tía Luna y su sexto sentido. Siempre parecía estar tres pasos delante de todos. Afortunadamente sus hijas no habían sacado tal habilidad.

―Solo estoy emocionado, tía. Mañana comienza mi sexto año en Hogwarts.

Tío Ron soltó un suspiro –Cómo pasa el tiempo. Recuerdo cuando eras un pequeño bulto en mis brazos.

Sonreí un poco avergonzado –No comiencen de nuevo con las anécdotas de cuando sólo defecaba y lloraba, por favor.

La habitación se llenó de una onda cálida y poderosa, obviamente era papá, venía entrando con un par de cervezas en las manos.

―Acaba de llamar Ted, dice que llegará en media hora―anunció pasándoles las cervezas a sus mejores amigos. Sus ojos verdes se detuvieron en mí–. También dijo que trae regalos.

―¡Qué bien! ―exclamó Joy sonrojada. Todos sabíamos que tiene un enamoramiento infantil por Ted, pero preferíamos hacer como si no existiera porque Ted salía con Victorie desde hace mucho tiempo.

Papá estaba extasiado de tener a Ted de nuevo por aquí, y yo me sentía exactamente igual. Ted es como mi hermano mayor, siempre me cuidó y ayudó, pero sobre todo siempre me contó historias sobre mamá, ya que él pudo conocerla durante sus primeros siete años de vida. Ted fue el primer hijo que tuvieron mis padres, adoptándolo tras la guerra por la cual ahora soy el hijo del par de magos más importantes del siglo, y sabía que papá lo amaba igual que a mí. No lo habíamos visto desde hace dos meses porque se fue a Francia con Victorie para intentar convencer a tía Fleur de volver a Inglaterra y reconciliarse con el tío Bill.

Tío Ron alzó las cejas sorprendido ―¿Entonces mi hermano y Fleur…?

Papá se encogió de hombros –No lo sé. Ni siquiera estoy seguro de por qué se separaron.

―Debió ser algo grande, siempre estuvieron muy enamorados ―opinó tía Luna tristemente―. Molly ha estado desconsolada, es obvio que ella es su nuera favorita.

―Curioso porque al principio no la soportaba―dijo el tío Ron sonriendo nostálgico.

Miré rápidamente a mis primas ―¿Quieren ir a los jardines? Podemos pasear por el lago.

Salimos en silencio, un poco incómodos tras la conversación de los adultos. A ninguno le gustaba saber que después de muchos años de amor y apoyo algunas parejas se separaban.

Crucé el camino de piedras que llevaba al lago, como siempre intentando no mirar hacia el invernadero. Recordé que años atrás cuando mis primas eran unas niñas molestosas de seis o siete años, me reclamaban que nunca las dejara ir a visitar el precioso lugar lleno de flores únicas en el mundo, pero ahora tenían la madurez suficiente para saber por qué ese lugar estaba prohibido.

Mientras íbamos hacia nuestro árbol favorito, en el cual papá y tío Ron nos habían hecho una casita de madera que ya no podíamos usar porque ya no cabíamos adentro, los pastizales verdes y el viento se arremolinaron a cada uno de mis pasos, reconociéndome como el heredero de Potter Manor. Según tenía entendido, papá no creció en este lugar, sino con sus tíos en el mundo muggle, y fue hasta que cumplió la mayoría de edad e hizo todo el proceso administrativo en Gringotts que supo de la existencia de Potter Manor. Pronto mamá y él se mudaron aquí luego de casarse.

Amo mi casa por encima de todo, incluso Hogwarts queda en segundo lugar en mi corazón. Aquí fue donde papá me educó, donde Ted y yo jugamos sin parar, donde podía ser feliz y normal, un chico cualquiera y no el hijo de los famosos Harry Potter y Hermione Granger.

Mañana me iré de nuevo a seguir con mi educación mágica y enfrentar el sexto grado de Hogwarts para el que me venía preparando durante todo el verano… hasta que encontré el diario de mamá y volqué toda mi atención ahí. Si llevaba a cabo mi plan, ¿cuántas cosas cambiarían realmente? ¿Valdría la pena arriesgarlo todo sólo por tener a mamá a mi lado?

Sí.

No tenía dudas al respecto. No lo hacía sólo por mí, sino también por papá y Ted. Papá salía de vez en cuando con alguna bruja sin importancia, nunca profundizaba la relación y siempre las dejaba pronto. No lo hacían feliz, él seguía amando a mamá por encima de todo, y eso me hacía sentir tranquilo. No soportaría tener una madrastra o algo así, pero a la vez sé que no es sano estar solo tanto tiempo, poco a poco papá va hundiéndose más en la amargura de no tener a mamá con él. Por otro lado, Ted constantemente toma decisiones basándose en lo que probablemente mamá habría hecho, sugerido o querido, siempre insistiendo que ella tenía el mejor juicio para cada caso. Cuando hablaba de ella tenía una sombra en sus ojos verdes, la tristeza absoluta de haber perdido a su segunda madre también. Y yo… yo ni siquiera la conocí.

Mamá murió dando a luz, dejando en el mundo un rastro impecable de quién fue ella; amigos, familiares y conocidos admirándola y amándola. Cada día me topo con alguien que siempre me confirma la maravillosa mujer que fue, cuándo la conoció y cómo cambió su vida gracias a ella.

Inteligente, justa, caritativa, amable, poderosa, sarcástica, defensora de las minorías y los repudiados. Borrando lenta y eficazmente el prejuicio a los nacidos de muggles y mestizos. Todos parecen haberla conocido, menos yo.

―¿Terry? ¿Crees que Ted venga con Victorie?

Miré a Joy precavido –Probablemente.

―Oh.

Me eché en el pasto, viendo el cielo azul sobre nosotros. Tener la posibilidad de traer de vuelta a mamá me hacía pensar mucho más de lo normal en ella. Metí mi mano al cuello de mi camisa para agarrar la cadenita que sostenía una H de ámbar que mi papá le regaló a mamá cuando salían, la jugué entre mis dedos abstraídamente.

―Scorpius me envió una carta ―murmuró de pronto Amy atrayendo toda mi atención–. Dice que me invita a pasar con él la primera salida a Hogsmeade de este año. Una cita.

Solté un bufido, Scorpius me parecía insoportable –Es un imbécil, Amy, te mereces algo mejor. Además a tío Ron no le gustará eso.

―Papá no puede prohibirme salir con él, y Scorpius no es un imbécil.

―Es totalmente vanidoso y prepotente, créeme, yo convivo con él diario.

Amy se cruzó de brazos –Scor no es así, es tan inteligente que los demás no lo soportan.

―Decir que él es inteligente es como decir que yo tengo un IQ común y corriente ―ruñí girando los ojos–. Honestamente Amy, no es tu mejor opción. Creí que Jeremy también te había invitado a salir…

―Jeremy no me gusta. Scorpius sí.

Joy colocó una mano en mi hombro –Déjala, seguirá con esa idea hasta que Malfoy le haga algo horrible, demostrándole su verdadera personalidad.

Amy la miró molesta –Deberías apoyarme, tú lo tienes tan fácil con Frank.

―Por supuesto ―asentí pensando en mi mejor amigo, Frank Longbottom–. Él es un gran tipo, nada que ver con Malfoy. ¿Por qué no sales con Greg, el hermano de Frank? Es un poco mayor, pero…

―¿Un poco? Está a punto de graduarse.

Me encogí de hombros –Ahora que lo pienso, sal con quien sea, cualquiera es mejor que Malfoy.

―No dirías lo mismo si fuera Julieta Richardson…― canturreó Amy.

Mi corazón se encogió –Ella es mi mejor amiga. Cielos Amy, la sola idea de que ella y yo… no, ¡olvídalo!

Julieta es mi mejor amiga desde que tengo 11 años. La conocí, por supuesto, en Hogwarts, formados para la selección. Ella estaba muy nerviosa, no quería quedar en Ravenclaw porque decía que los cuervos eran de mala suerte. Su familia muggle es muy supersticiosa, y con los años ha venido rebelándose contra esa desinformación. Ambos quedamos en Slytherin, creando sin quererlo un montón de reacciones sorprendidas, intrigadas y curiosas. Julieta es la persona más inocente y dulce que conozco, siempre ofreciendo una mano amiga, una sonrisa sincera y un dato curioso sobre cualquier tema. Hemos estado compitiendo por el primer lugar de la generación, siendo mi inteligencia superior sólo rivalizada por su esfuerzo académico impecable. No soy tan estudioso como ella, prefiero volar en la escoba que pasar tardes en la biblioteca, pero disfruto cuando a finales de cada bimestre estamos juntos leyendo en silencio. La quiero mucho… es mi mejor amiga, por Merlín.

―Ya claro, todos comienzan solo como mejores amigos ―siguió Amy― ¿No fue así con tus papás?

Sonreí –Ellos son otro asunto. Además papá dijo que siempre le gustó mamá. En mi caso no es así.

―¡Chicos! ―la voz de tía Luna llegó desde el pórtico interior de la mansión― ¡Llegó Ted!

Nos levantamos corriendo hacia ella. Entramos a la sala y miré feliz a mi hermano.

Ted traía las mejillas bronceadas, resaltando sus ojos idénticos a los de mi padre, el cabello castaño claro estaba revuelto como siempre, y la sonrisa lobuna se torcía en su rostro. Era metamórfago, pero hacía muchos años que dejó de cambiar; su apariencia era la real a excepción de sus ojos que seguía manteniendo verdes por el cariño que le tenía a papá. Se acercó hacia mí y me abrazó fuertemente –Hermanito te ves más alto, ¿cómo puede ser posible?

Bufé en su hombro ―¿No has visto la estatura de papá? No debería sorprenderte. Tú te ves gordo, ¿te dieron muchos postres en París?

Su risa lobuna rompió la sala –De hecho así fue. Madame Fleur no paró de alimentarme, creo que ha pasado mucho tiempo cerca de la abuela Molly.

―¡Hola Ted!― saludó sonrojada Joy.

Mi hermano se separó y abrazó a las gemelas cariñosamente. Busqué a papá hasta hallarlo apoyado en la chimenea, observándonos con una sonrisa triste. Estoy seguro que estaba pensando en mamá, de nuevo.

Cuando la emoción inicial pasó, tomamos asiento en el comedor para cenar mientras Ted nos relataba cómo era París y qué no le gustó del viaje. Al final llegó el tema que todos esperábamos.

―Madame Fleur está muy sentida con Bill, creo que lo encontró muy interesado en una joven mujer del banco. Tuvieron una estúpida discusión y…

―Ted, lenguaje ―chistó mi padre antes de sorber su copa de vino. Le lancé una mirada divertida a mi hermano, quien tuvo el tino de sonrojarse.

―Lo siento, papá. Como decía, tuvieron una discusión sin sentido, y madame Fleur volvió a París usando como pretexto a su tío Dominique enfermo. Victorie está muy enojada por los celos infundados de su madre.

―¿Por eso no vino hoy? ¿Se quedó en Francia con Fleur? ―preguntó tía Luna.

―No, de hecho está con su padre… esperándome ―noté que comenzó a sonrojarse peligrosamente. Papá cruzó una mirada conmigo y fue como si ambos lo supiéramos al mismo tiempo.

―¿Estás completamente seguro? ―inquirió papá seriamente, conteniendo la sonrisa que luchaba por hacerse presente. Sus ojos verdes brillaban emocionados.

Ted le sostuvo la mirada unos segundos antes de asentir solemnemente –Completamente papá.

Me levanté veloz, casi tirándolo de un abrazo ―¡Lo sabía, lo sabía!

―¿Qué está pasando?― gruñó tío Ron.

―¿No es obvio, cariño? Teddy se le va a proponer a Victorie ―aclaró tía Luna.

Los gemidos de sorpresa de tío Ron y Joy fueron muy graciosos. El resto de la cena continuó en medio de bromas matrimoniales y buenos deseos. Casi a media noche los Weasley anunciaron que se marchaban.

Papá se puso a recoger la mesa lentamente, inmerso en sus pensamientos. Ted me miró nervioso, aunque yo tampoco sabía exactamente qué tenía papá.

Tardamos casi una hora en dejar todo limpio, una cuestión que en cualquier otra casa mágica habría quedado en un minuto, pero no aquí. Papá seguía respetando la decisión de mamá de no tener elfos domésticos, y en un intento muy efectivo de no hacernos unos inútiles siempre nos ponía a ayudarle a tener la casa presentable.

―Ted, Terry… por favor vengan conmigo al estudio de su madre.

Ambos nos congelamos en nuestro sitio. Ted incluso dejó caer el trapo que aún tenía en la mano.

Papá pasaba mucho tiempo ahí, nunca nos dejaba entrar. La última vez que estuve ahí fue cuando tenía seis años y me atreví a meterme a escondidas. A penas recuerdo los enormes libreros y el escritorio de brillante madera frente a la ventana que daba al invernadero. Papá me descubrió y sacó rápidamente.

Era un santuario al que Ted y yo no teníamos permiso para entrar. No podíamos quejarnos, papá siempre nos dio, sin pensarlo dos veces, cualquier objeto o recuerdo de mamá, él sólo se quedó con el estudio, así que aprendimos a respetarlo.

Por eso mientras subíamos las escaleras ambos nos mirábamos inquietos y emocionados. Papá abrió la hermosa puerta tallada con un unicornio. La luz de la luna iluminaba perfectamente el lugar, todo parecía igual que hace años, como detenido en el tiempo. Entramos y tomamos asiento en la pequeña sala de piel con cojines floreados tejidos a mano.

Mamá solía tejer mucho. Ted y yo tenemos una mantita hecha por ella que, mientras fuimos bebés, siempre usamos.

Tomé un cojín y lo abracé suavemente. La idea del giratiempo se presentó en mi mente con mayor fuerza… ahora que Ted estaba comprometido con Victorie ya no estaba tan seguro de proceder. Pondría en juego su felicidad y no quería hacerle daño.

Papá fue directo al escritorio y sacó un par de cajitas de terciopelo negro y azul respectivamente, las dejó en la mesita de centro frente a nosotros y tomó asiento.

―Hoy es un día muy importante ―susurró seriamente–. Ted, sabes que aunque te amo como un hijo, en realidad tus padres son Remus y Nymphadora Lupin.

―Por supuesto ―asintió tranquilo Ted. Nunca había olvidado sus raíces y tenía muy presente que sus padres fueron héroes caídos de guerra. Por esa razón no cambió su apellido y seguía siendo Lupin, honorando a sus padres biológicos así.

Papá le sonrió orgulloso –También eres el nieto de Andrómeda Tonks.

Ted se entristeció –Mi abuelita.

Falleció hace cinco años, enferma. Incluso a mí me trató como a su propio nieto, también me contaba historias de Dora, Remus y mamá.

―Lo que te hace uno de los últimos Black ―siguió papá–. Oficialmente yo soy Lord Potter-Black, heredando el título desde mi padrino Sirius. Cuando me casé con su madre ella adoptó automáticamente el título de Lady Potter-Black, y tomamos la decisión de que cada uno de nuestros hijos heredaría el título de cada familia. Por supuesto, en aquellos años pensábamos que tendríamos más hijos ―su voz se rompió.

Me removí incómodo. Quince años de intentar hacerme entender que no tengo la culpa del fallecimiento de mamá, se acababan de ir a la basura. Sentí como toda la tristeza y soledad de mi padre me golpearon con fuerza.

Ted colocó un brazo en mis hombros, dándome una mirada que claramente decía que dejara de pensar en eso.

Papá carraspeó, componiéndose –No lo dije para que te sintieras mal, Terrance.

―Está bien, papá ―respondí con la garganta apretada.

Guardamos silencio un rato y de nuevo papá comenzó a hablar –Pero ahora es obvio que no tendremos que dividir mucho las cosas, ¿cierto? ―nos sonrió mientras lanzaba la cajita azul a mis manos y la negra a Ted.

Abrí la cajita un poco confundido. Adentro había un anillo de oro con una esmeralda brillante montada. Saqué la sortija observando el grabado interior: Lady Potter. Era el anillo oficial de la Casa Potter, el anillo que cada esposa heredera usaba.

Miré junto a mí a Ted que sostenía una sortija parecida, pero con un rubí, tenía grabado Lady Black en su interior.

―Sé que son ostentosos ―dijo papá divertido–. Su madre se quejaba todo el tiempo de que era muy pesados, no podía quitárselos, la magia que le pertenecía como señora de ambas familias mantenía las sortijas en su mano izquierda, en el dedo anular y medio. Pero yo estaba feliz de que así fuera. Las sortijas van más allá de ser joyas bonitas, tienen encantamientos y magia ancestral que protegen a la heredera. Únicamente las esposas de los primogénitos pueden usarlas, y así será hasta que mueran, donde serán entregadas a las siguientes esposas, o esperarán hasta que lleguen.

Ted sonrió –Ahora entiendo por qué sacaste el tema. Me estás heredando la línea Black, y quieres que Victorie use esta sortija.

Papá asintió –Por supuesto. Sé que la amas, y no quieres que nada le pase. Te puedo asegurar que la mejor manera de mantenerla protegida es que use ese anillo. Aunque debes ser cuidadoso, hijo: una vez aceptado el compromiso, y ambos adoptando el título de Lord y Lady Black-Lupin, jamás podrán separarse hasta que la muerte les llegue. Además la magia ancestral de la familia Black motivará a que tengan dos hijos varones entre sus vástagos, para heredar el título de cada familia, Black y Lupin respectivamente. Así que debes pensar muy bien sobre esta decisión. Confío en tu juicio, hijo mío.

Ted siguió mirando profundamente el rubí entre sus dedos. Me volteé sintiendo que estaba metiéndome en un momento muy íntimo entre Ted y papá. Miré mi propio anillo, obviando que entonces yo heredaré el linaje Potter completo.

―Gracias, papá― sonrió por fin Ted guardando la cajita en su bolsillo.

―Tú estás muy joven para comprometerte ―me dijo papá de pronto. Casi solté la cajita por la sorpresa–. Pero ahora sabes qué heredarás y bajo qué circunstancias, así que tendrás tiempo de elegir a tu futura esposa.

―O para que pienses cómo proponértele a Julieta ―canturreó Ted dándome una palmada en la espalda.

Solté un bufido –Ella es mi mejor amiga ―gruñí devolviéndole la caja azul con el anillo a mi padre.

―Bueno, falta lo más importante: felicidades, Ted― chistó papá levantándose.

Me aventé contra ellos para compartir el abrazo. Entonces vi, detrás de la enorme espalda de papá, el enorme cuadro pintado que tenía colgado del otro lado del estudio. Era mamá.

Me separé de ellos sintiendo el corazón latir muy deprisa. La pintura era tan detallada que parecía que en cualquier momento iba a cobrar vida y moverse (de nuevo, como lo haría en cualquier otra casa mágica, menos aquí). Mi mano se vio atraída directamente hacia el marco, rozando la madera.

He visto cientos de fotografías de mamá, desde que era una pequeña niña de once años con su cabello como arbusto y sus dientes incisivos más grandes de lo normal, hasta que fue una jovencita que participó e impulsó la victoria de una guerra, y luego cuando fue una mujer casada y representante de cambios reales en el mundo mágico, cabeza de organizaciones no gubernamentales que apoyaban a causas de minorías. Por encima de todas, mi favorita era la que tenía en mi escritorio, hasta hoy. La pintura frente a mí era maravillosa.

Ted se colocó junto a mí, pasamos minutos u horas ahí parados, en silencio, hasta que empezó a hablar.

–Mamá… me voy a casar. Cómo quisiera que estuvieras aquí. Te he extrañado tanto… Siempre recuerdo la noche cuando… cuando les dije a papá y a ti que me iban a dejar de querer cuando Terry naciera… Tú, por primera vez, me gritaste tan fuerte que casi me oriné. Me dijiste que yo siempre sería tu hijo, y que siempre me amarías. Ojalá… ojalá estuvieras aquí ―su voz se rompió–. Victorie es maravillosa, sé que te caería bien, lo sé.

Salí del estudio con la mirada de mi padre clavada en la nuca. Entré a mi cuarto, la puerta cerrándose mágicamente ya que la mansión sintió mis deseos de no ser interrumpido, y me lancé a mi cama.

Respiré profundamente, tenía que tomar una decisión, podía cambiar la historia, podía conocer a mamá y darle el remedio para que no muriera en mi nacimiento, todo sería mejor.

¿Verdad?

Sentí mi bolsillo calentarse, rápidamente saqué el espejo gemelo, activándolo.

Frank me sonrió –Hey, ¿por qué la cara de perro callejero?

Bufé –Al contrario, debo informarte que mi hermano se casará.

―Uh, Victorie, nada mal ―alzó las cejas divertido–. Ted fue muy listo.

―Lo sé ―me encogí de hombros–. Papá aprovechó para informar que heredaré la línea Potter por completo. Le dio la Black a Ted.

Frank hizo un gesto de terror –Tendrás muchísimas responsabilidades. No sabes lo feliz que estoy de ser el hijo menor, así Greg tendrá que ser el representante oficial de los Longbottom.

―Debo hacerme cargo, mamá lo hubiera querido así ―gruñí volviendo a centrar mis pensamientos en mamá. Frank lo notó de inmediato.

―¿Qué planeas hacer?

―Nada ―me removí incómodo―. No puedo contártelo.

―Soy tu mejor amigo― chistó ofendido, sus mejillas coloreándose igual que las de su padre.

―He estado pensando… si existiera la oportunidad de tenerla de nuevo, de conocerla…

―Espero que no pienses crear un inferi.

―Rayos no ―negué enfermo de la idea―. Sólo he estado pensando al respecto.

―Supongo que ess algo normal. Si estuviera en tu lugar yo también haría todo en mi poder para conocerla. Pero es algo imposible ¿no? ―le dirigí una mirada― ¿No lo es? Ya dime qué planeas, Terrance.

Sonreí –No uses mi nombre completo. Iré al pasado.

―Tienes que estar bromeando.

―Nop ―solté un bufido― ¿Cuándo he bromeado sobre mis proyectos?

―Pero es peligroso, ¿no? Afectarías el presente.

―Sólo iré a darle un abrazo ―mentí desviando la mirada―. Y a decirle que Ted se casará ―agregué para no sentirme tan culpable. Frank me dio otra mirada, lo ignoré―. Todo saldrá bien. Lo prometo.

―Confío en tu genio, amigo, pero me sigue pareciendo una locura, ¿cuándo piensas hacerlo?

―En una semana, debo ajustar un par de detalles.

Frank apretó los labios, frenando cualquier réplica. Internamente se lo agradecí, no estaba de humor para regaños, lo único que deseaba era conocer a mi madre.

Al siguiente día, mucho antes de que papá se levantara, me dirigí hacia el invernadero de la mansión. El viento fresco del alba me golpeó terminando de despertarme. Aún estaba todo muy oscuro, pero sabía el camino de memoria así que no tardé en llegar a las puertas dobles de cristal que se abrieron a mi deseo. Cientos de aromas exóticos flotaron hacia mí, como un abrazo que no pude evitar comparar con el de mamá.

Es casi imposible, pero recuerdo el único abrazo que alcanzó a darme cuando nací. No es su rostro ni su mirada lo que aparece ante mí cada noche, sino su calor y olor. Su voz rota y hermosa susurrándome te amo.

No le he contado eso a nadie, me tacharían de loco. Aquí, libre en el invernadero, me permitía divagar sobre ese recuerdo.

Crucé los corredores multicolores, escuchando roce de las hojas revolotear a mí alrededor. Llegué a la fuente mágica, centro del invernadero, donde anidaba un fénix de agua, quien mantenía fresco el invernadero.

El fénix despertó sacudiéndose gotas que me mojaron un poco. Le sonreí y entré a su fuente.

En la columna de piedra había una lámpara de cristal que iluminaba ligeramente el lugar. Adentro había una rosa roja que seguía sin marchitarse desde la muerte de mamá.

La observé durante largo tiempo, cautivado como siempre por su belleza sencilla y su rebeldía a morir.

Papá, años atrás, contrató a los mejores especialistas en flora mágica para que investigaran la rosa inmortal. Nadie pudo dar una explicación plausible.

Llegó un momento en que Ted, papá y yo decidimos dejar en paz a la rosa, como un secreto comunal donde ninguno diría en voz alta que era el amor de mamá lo que mantenía viva a la flor. El amor a su familia, el amor a ese invernadero al que dedicó tanto tiempo, el amor a la vida.

Si todo sale como planeo, la próxima vez que visite el invernadero no existirá rosa, pero tendré a cambio a mi madre viva.


Vamos, no era necesario ser un genio para saber que Ron podía llegar a ser el imbécil más grande de la historia de Hogwarts… y del mundo entero. Hermione simplemente no entendía por qué la maltrataba así, la buscaba cuando quería ayuda con sus tareas, fuera de eso apenas conversaban.

Lo más sorprendente es que ella estuviera enamorada de él. ¿Cómo era posible que intelectualmente supiera que Ron no le convenía en ningún sentido, pero que su corazón se negara a entender?

Azotó el libro Historia de Hogwarts sobre la mesa más escondida de toda la biblioteca. Aunque estaba conteniéndose con toda su fuerza, fue inevitable que se le escapara un sollozo.

―No llores por favor.

Hermione alzó la mirada, asustada. Frente a ella estaba un joven aproximadamente de su edad, de rizos negros y brillantes ojos mieles. Muy atractivo. Traía puesta la clásica túnica de Hogwarts, pero su escudo era muy distinto: un castillo dorado rodeado por cuatro estrellas de color escarlata, plata, azul y amarilla.

El muchacho la recorrió con la mirada de forma exhaustiva y profunda. Hermione se sintió enrojecer y abrió los ojos impactada cuando él sacó un pañuelo de tela y se lo extendió.

Tentativamente tomó el pañuelo, sin despegar su mirada de la de él.

No podía ser posible que algún estudiante estuviera dentro de la biblioteca, sólo ella tenía permiso de madame Pince para entrar a esas horas de la noche. Tampoco era muy confiable alguien que aparecía de la nada, con un escudo en el uniforme tan extraño. Menos era creíble que un chico trajera un pañuelo de tela. En conclusión: todo estaba mal.

Pareció ponerse nervioso bajo su atenta mirada, desvió los ojos mieles y sonrió suavemente. El pecho de Hermione se encogió, por un momento le recordó a Harry.

―¿Por qué estas llorando?

Su voz era suave, indefinida aún por su juventud, aunque claramente masculina. Hermione apretó el pañuelo, rehuyendo la respuesta.

―¿Cómo entraste a la biblioteca?

Él se encogió de hombros –Madame Pince me dio permiso.

―¿Eres un nuevo alumno, vienes de otra escuela?

―Hey, hey, ni siquiera me has respondido mi pregunta y yo ya estoy bajo interrogatorio ―le sonrió brillante.

Hermione, con una extraña nota de orgullo, apreció su dentadura perfecta. Su estómago dio un giro inesperado.

―Es personal.

Él asintió solemne –Por favor no llores, estoy seguro que no vale la pena.

Hermione sonrió amarga –Creo que tienes razón, no vale la pena.

Guardaron silencio unos minutos. Hermione jugueteaba nerviosamente con las páginas amarillentas de su libro, mirando a cualquier lado que no fuera a él. De pronto escuchó la silla frente a ella correrse y supo que había tomado asiento.

Hermione por fin detuvo sus ojos en él ―¿Cómo te llamas?

―¿Qué edad tienes? ―dijo él al mismo tiempo.

―Dieciséis ―respondió incómoda. Ese chico la miraba de una forma muy extraña. Con admiración, curiosidad…

―Perfecto. Llegué a tiempo. Dentro de poco será tu cumpleaños ¿cierto?

―¿Cómo lo sabes?

―Sé cosas. Nos vemos después ―sonrió alegre caminando hacia el pasillo–. Y ya no llores… Hermione.

La castaña se quedó muda durante unos minutos.

―Olvidé preguntarle su nombre ―susurró. Decidió regresar a la torre y dormir. Cogió su mochila y el pañuelo, saliendo hacia Gryffindor. El pañuelo tenía bordado en elegantes letras de color celeste: TPG

Una voz masculina la detuvo.

―¿Herm?

Alzó la mirada, sonrió. Era Harry ―Hola.

―¿Estás bien? Neville me contó que Ron y tú discutieron de nuevo.

―Ha estado más insoportable de lo normal.

Harry asintió, componiendo una sonrisa –Te afecta mucho ¿verdad?

Ella lo miró sorprendida por su observación. Recordó al joven de la biblioteca, negó –No me afecta lo que no vale la pena.

Su amigo sonrió ante su respuesta, le hizo un gesto para que la siguiera y pronto estuvieron yendo hacia Gryffindor.

–Acabo de conocer a un chico… fue raro.

Eso pareció captar toda la atención de Harry ―¿Es un nuevo alumno?

―Supongo, pero no es de primer grado. Debe tener aproximadamente nuestra edad, y el escudo de su túnica era distinto. No me dio oportunidad de preguntarle su nombre. Es lindo ―se sonrojó cuando se dio cuenta de lo que dijo. Harry le lanzó una mirada incómoda. Hermione sonrió: los chicos siempre estarían penosos con esas conversaciones–. Como sea… quizá mañana se presentará con nosotros.

―Quizá.

Harry no podía dormir, en su mente se repetía la pequeña conversación que tuvo con Hermione acerca del chico nuevo. No entendía por qué le parecía tan importante, aunque sospechaba que era su vena paranoica. Harto de no lograr el sueño, sacó el mapa del merodeador esperando encontrar un nombre desconocido que apuntara al joven de la biblioteca. Después de un rato se sorprendió al ver a un tal Terrance Orión P. G. en la oficina de la profesora McGonagall.

El mapa nunca daba nombres incompletos, y eso provocó que Harry se sintiera peor. Había algo raro en la aparición de un nuevo alumno, ¿o no? Podría ser un mortífago.

Quedó el resto de la noche en vela, dándole vueltas al asunto. Su instinto le decía que se le estaba escapando algo muy importante.

Al siguiente día llegó al gran comedor con la vista cansada y pocas ganas de estudiar, paró en seco cuando vio a su mejor amiga reír libremente junto a un alumno nuevo. Era el tal Terrance Orión P. G., pero eso no fue lo relevante. Hermione estaba riendo, con esa preciosa sonrisa que seguía siendo infantil y contrastaba con su cuerpo de mujer. Era la risa que usaba exclusivamente cuando estaba con él.

Observó al alumno nuevo perderse en aquel gesto femenino, idiotizado con su mejor amiga.

Harry sintió, por primera vez en su vida, celos. Y se preguntó por qué.

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