DISCLAIMER—: Los personajes de Vocaloid no me pertenecen. Todos los derechos son de Yamaha Corporation.
Una pequeña historia del pasado
Hará unos años que, hallándome aburrido mientras aguardaba a que mi hermana terminase los asuntos que tanto tiempo fueran una piedra en el zapato de nuestra familia, me puse a vagar en el vestíbulo hasta llegar a una puerta que concedía la entrada a una biblioteca. Allí penetré, y no encontré a nadie. No osé alzar la voz, pero miré y me asombré del silencio y de la inexistencia. En cuanto hubo pasado la admiración inicial, me dio por hojear algunos libros, de los cuales ningún título me llamó la atención, y apenas recuerdo algunas cosas como que dentro de un diccionario de hebreo hallé una araña que no estaba ni muerta ni viva. En fin, qué más da. El punto es que buscando sin buscar nada en específico, di con un diario encuadernado de cuatro décadas atrás, el cual refería una historia toda ella impregnada de pecado, lesbianismo, azote y furor, lágrimas y quizá algo de sangre, un jardinero deforme semejante a Quasimodo y algo de triste soledad. Al abrir el diario, me dio de lleno en la cara una nube de polvo que me instó a toser con vehemencia hasta que se hubo disipado. Ya recuperado, aunque un tanto humillado, me puse a leer los párrafos y a construir la historia en mi mente. Desconozco cuanto tiempo estuve leyendo. Cuando volví en mí, la noche ya había sucedido al día, y mi hermana, enloquecida, me recibió con un puntapié en el estómago y tres o cuatro insultos que —no voy a negarlo— me hicieron llorar cuando fui a dormir. Referiré, por último, que me fui sólo tras haber terminado de leer las ciento ochenta y nueve páginas del diario escrito en una letra que semejaba al árabe masticado, pero que fui capaz de leer gracias a que se parecía en demasía a la mía. En la página final, había un sobre doblado, el cual contenía este poema:
Fuiste mi costilla,
pero más cercana aún a mi corazón.
Te veré en las viñas
que te enseñé aquel día.
Pero, ¿cuándo habré de volverte a ver?
Michaela, fuego de mi sangre,
demoledora de mi espíritu,
poseedora de mi cuerpo,
moribunda mía..., sólo mía.
Y sin más que decir, continuaré narrando cuanto leí, no de forma epistolar como en el original, sino de forma narrativa.
