Estaba en shock. No sentía sus piernas, no sentía sus brazos, y sabía que si no se movía pronto se le iban a dormir. Era extraño cómo su mente, a pesar de la conmoción, era capaz de registrar ese hecho, se sentía como desconectada.
Sin querer posó la vista en las fotografías que estaban al lado del televisor. El pelo vistosamente rojo de su hija la hizo derramar la primera lágrima. Siguieron muchas. No había vivido eso en su vida ni en la de otros. Cuando dijo "Sí, quiero" realmente se estaba comprometiendo para toda la vida, sin dudas y sin temores. Confiaba en él tanto como confiaba en sí misma, lo amaba tanto como amaba a sus hijos; esto era exactamente lo que había visto en el altar, en el momento de prometerse amor y fidelidad.
—Lo juramos, maldito…
Nunca había sido buena para las malas palabras, al contrario. Educada como una señorita, la sociedad mágica le había enseñado a ser apasionada respecto a sus ideas, pero jamás de manera vulgar. De hecho, recordaba los regaños que se había ganado su Rosie poco antes de entrar a su tercer año por insultar a uno de sus profesores que, según ella, no le había puesto la nota que creía merecer en un examen. Y es que la niña había heredado su sed de conocimientos y el carácter explosivo de su padre, además del orgullo de una Gryffindor. Sonrió levemente por ello, recordando lo orgullosa que estaba de ver a su niñita con los colores de su casa. Pasó el dedo tranquilamente por la foto que sus hijos le habían enviado hace menos de dos días, ambos en frente de la Haya que los había cobijado tantas veces a ellos tres, con sus uniformes y sus bufandas. Rojo y azul juntos, porque su niñito sí había salido un Ravenclaw desde siempre.
Sintió la rabia renacer dentro de ella como una explosión, pero se obligó a mantenerse tranquila y dirigirla apenas al papel que aún su mano arrugaba.
—Ellos no se lo merecen.
El sol brillaba. La Madriguera rebosaba de flores y aromas dulces, tal como a Hermione le gustaba. Ella misma se había encargado de la organización de su boda, apoyada por su madre y su futura suegra, cuidando cada detalle para que todo quedara como siempre lo había soñado. No era una persona romántica por naturaleza, pero sí tenía muy claro lo que quería.
Y tenía claro a quién quería.
Se sentía ruborizada. Ginny la había acompañado junto a Luna y Hannah, las tres ya casadas, a alistarse y arreglarse. Era imposible mantenerse seria, la sonrisa estaba pegada en sus labios y la acompañaban en cada gesto. No sintió pasar el tiempo hasta que su madre apareció por la puerta y la abrazó, ilusionada y llorosa.
—No llores, mamá.
—Te casas, Hermione. Te casas y yo…
—Tranquila. Los visitaré todas las semanas, siempre que pueda —Las palabras se atropellaban en su garganta—. Te amo, mamá, y… ahí viene papá.
Estaba tan feliz que apenas podía soportarlo, pero tuvo que mantenerse entera cuando su papá la abrazó llorando como un niño. Recordaba a Ron a través del altar, con su pelo rojo ondulándose, los ojos azules brillando con intensidad, la sonrisa deslumbrante que remarcaba un poco las pecas que inundaban sus mejillas. Podía ver levemente a sus padres, a los señores Weasley, y un poco más nítidamente a Ginny y a Harry, quienes eran los padrinos de matrimonio; pero tenía que admitir que toda su vista estaba eclipsada por los ojos azules de su prometido, en minutos su esposo.
Nunca olvidaría ese día, el que había marcado el inicio de los días realmente felices de su vida. Con Ronald Weasley había jurado amarse y respetarse hasta que la muerte los separara, había tenido a los dos amores de su vida, había trabajado codo a codo y luchado en una guerra. Había enfrentado sus miedos, y no sólo los provocados por un mago tenebroso, sino los de la vida, los miedos que ella se suponía tenía que pasar como la convivencia, el parto y muchas otras cosas. Cosas que marcaban su mundo y sus respiros, pero que ahora dolía apenas enumerarlos.
La sombra de la multitud de sentimientos que había en su cuerpo la invadió, la congeló y, a su vez, le abrió el raciocinio casi como un castigo. Se había terminado, se había terminado todo. Su mundo se había quebrado y no volvería a ser igual, nada más.
Necesitaba un refugio.
Contempló su casa, pero por primera vez la encontró vacía, sin vida. Aún en esas semanas en que Hugo no había estado, la casa jamás se había sentido así. Se recostó en su sofá favorito y trató de sentirse en casa, pero no podía. Cada rincón olía a él, cada puerta se abría para recibirlo, cada paso que escuchaba era el suyo. Sabía que si seguía en ese lugar se iba a volver loca, así es que tomó su bolso y se desapareció con las tres D pendientes en su cabeza, pero sin tener destino fijo.
Ninguna expresión en su rostro delató que sabía dónde había llegado. Estuvo un segundo infinito frente a esa puerta, un segundo que apenas sintió, y cuando la puerta se abrió ella simplemente se desplomó en los brazos de quien era su mejor amigo.
—¡Hermione!
—El bastardo me engañó.
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HE VOLVIOOOOO! jksajksakaskjsaas.. seh... con una nueva hermosa historia... bueno, de hermosa no tiene mucho, pero me gusta... ojala les guste a ustedes también :D... aviso que tengo los capítulos 1, 2 y 3 escritos, pero mi internet es asquerosamente limitado [exámenes + no internet en casa = Karumi desconectada por días], así es que si les gusta el prólogo me avisan y subiré en la próxima visita a la biblioteca con bebé en la espalda, bueno? xD... un beso a todos!
