Ningún día era normal porque nada podía ser normal desde que acepto ser el experimento fallido de un científico respetable.

Bonnie no tenía bolsas negras bajo sus ojos, no había sombras de lo que podrían ser futuras arrugas, sus pómulos estaban filosamente marcados, sus ojos verdes tenían una luz particular y todo su cuerpo, de pies a cabeza, era una sombra de su propia sombra. Tan delgada que cualquiera que la miraba, juraba que iba a romperse.

Y todo a causa de un experimento. Alguien tendría que haberle advertido y por supuesto, tal vez lo hicieron, pero ella creía en la ciencia y nada de lo que salía de ella podía ser erróneo o en todo caso, malévolo. Su vida dependía de la ciencia, todo en ella era ciencia, su familia, sus propósitos, la razón por la cual despertar cada mañana, todo giraba alrededor de la ciencia. Había crecido en ese ambiente y tanta confianza depositaba en ello que, sin dudarlo, se ofreció al experimento.

¿El científico? Su abuelo. El doctor Thomas Mayers. Encargado de prototipos y posteriormente llevarlos a cabo, investigador científico con renombre. Sus iniciales estaban en la mayor parte de los cargamentos utilizados en tecnología, creador de aparatos y armas inofensivas y ella, su nieta, siguiendo los pasos acertados de su abuelo, contribuía con la creación de la mayoría.

Con instalaciones en la base del gobierno, y aunque proclamaban crear armas y maquinaria inofensiva, todo era lo más privado y secreto posible.

Todo comenzó cuando, a pedido del ejército, el doctor Mayers recibió una llama de emergencia y en ella se le pedía que creara un arma con rayos gamma, cuanto más malévola mucho mejor. A lo que, naturalmente, el doctor Mayers se negó, diciendo que su equipo solo creaba armas benévolas. Pero a medida que la presión aumentaba y, no solo el ejército lo obligaba sino que también el gobierno se involucró, Mayers tuvo que aceptar.

Trabajar con rayos gamma era un riesgo que incluso el doctor Mayers conocía y no quería que su equipo se implicara pero no podía sin la ayuda de sus más fieles y capacitados colegas y entonces, no tuvo alternativa.

Habían transcurrido semanas antes de que el prototipo estuviera listo y el gobierno junto al ejército, seguía presionando para que estuviera lista.

Cuando el día finalmente llegó y el arma se creó, el doctor Mayers tenía que asegurarse que era lo que le habían demandado, así que sin voluntarios, solo Bonnie, su nieta, se había ofrecido a probarla.

―No creo que sea buena idea.

―Abuelo, hemos trabajado en esto durante semanas. Ten un poco de fe.

Y aunque no estaba seguro y ciertamente no le gustaba la idea, nadie más se había propuesto voluntario.

―Yo podría hacerlo.

― ¿Qué podría pasar? Son solo rayos gamma. Estaré protegida.

Y ella sabía exactamente lo que podía pasar, pero su abuelo era una persona mayor y no iba a soportar tanta fuerza recibida.

―Vamos, confío en ti. No vas a matarme, soy tu única nieta.

Ella le sonreía, tan cálida y dulcemente que su abuelo jamás podía resistirse. Pero aun así y tratándose de un arma, él ni siquiera estaba seguro de nada.

Conocía sus componentes y la magnitud de la peligrosidad con la que se había trabajado, pero el gobierno presionaba y corría riesgo no solo su vida, la vida de todos aquellos que trabajaban junto a él, incluida su nieta.

Insistió tanto en ser la voluntaria que, su abuelo resignado y temeroso, se lo permitió.

―Vamos a sostenerte con estas prensas y a ponerte el bucal para proteger tu lengua.

Su abuelo, apretando las prensas a sus muñecas y tobillos, le repetía el protocolo una y otra vez. La hicieron recostar en una camilla plana la cual contenía una película radiográfica, le colocaron escudos protectores especiales sobre todo el cuerpo para que no estuviera expuesta a la radiación y por encima de ella, a lo largo de todo su cuerpo, la máquina encargada de soltar los rayos gamma.

Los agentes del gobierno y jefes del ejército estuvieron presentes para la primera prueba. Al doctor Mayers no le gustaba tenerlos en sus instalaciones y solo se concentró en mantener la calma por su nieta, aunque sabía que Bonnie estaba incluso más tranquila que de lo habitual.

―Necesito que entiendas que jamás estuve de acuerdo con esto, cariño. Y pase lo que pase hoy, quiero que me perdones.

―Lo sé, pero yo me ofrecí.

―Eso, y también me refiero al arma. Jamás quise crearla.

―Está bien, abuelo, solo es una prueba.

Su abuelo le acaricio la frente, le quito el pelo de los ojos y posteriormente se inclinó para besarla.

―Eres muy valiente.

Se dio la vuelta lo más rápido posible antes de que Bonnie lo viera angustiado y tomo lugar junto a sus colegas. Vio el domo cerrarse alrededor de su nieta y apretó las manos a sus costados, aguantando la ansiedad que le pedía correr hasta ella y liberarla.

El encargado dio una cuenta regresiva que iba del cinco al uno y al terminar, manipulo la palanca, la máquina inició y las luces atravesaron el cuerpo de Bonnie en cuestión de segundos. Su abuelo, aliviado al ver que nada ocurría liberó la tensión, pero las alarmas en torno al domo comenzaron a sonar y todo alrededor de Bonnie era rojo y blanco, luces parpadeando sin control y el cuerpo de su nieta sacudiéndose con violencia sobre la camilla.

― ¡Deténganlo! ―gritó Mayers con desesperación.

― ¡No! ―dijo en respuesta el agente―. La prueba no ha finalizado.

― ¡No hable de mi nieta como si fuera una cosa! ¡He dicho que lo detengan!

―Señor Mayers ―comenzó el agente con tranquilidad―. Por su propio bien, deje que concluya.

Pero no estaba intimidado por las amenazas que recibía porque era innegable que había recibido muchas por parte del gobierno, así que se acercó él mismo a la palanca pero una mano lo detuvo antes de que pudiera siquiera tocarla.

―Lo siento señor, pero debe dejar que la prueba concluya. Tenemos que saber qué es lo que hace.

― ¡Es bastante obvio lo que hace, doctor! ¿No le parece?

― ¡Déjela concluir! ―gritó el agente a sus espaldas.

El doctor Mayers se acercó al domo aun sabiendo que era peligroso y puso su mano sobre el cristal viendo como su nieta se convulsionaba sobre la camilla en la cual él mismo la había sujetado.

―Por amor de Dios, Bonnie. ¿Qué te he hecho?