¿Cómo comienzan las grandes historias? Las historias épicas, esas que se quedan grabadas en la memoria. ¿Cómo comienzan aquellas grandes historias que son imposibles de olvidar y pasan de boca en boca durante generaciones?
No quiero comenzar escribiendo que hace mucho tiempo en un país muy lejano nació una niña que cambiaría el destino de todo un reino simplemente con cambiarse a sí misma. No quiero empezar como se empiezan todas las historias porque este no es un cuento de hadas, es la historia de un hada.
No comenzaremos con el nacimiento de Maléfica pues nuestra historia se remonta a años atrás, antes de que ella viniera a este mundo…
Una criatura alada, enorme y poderosa, emergió de las profundidades del abismo con la intención de hacer sufrir a los humanos. Esas criaturas egoístas y tontas que merecen ser reprendidas por sus actos… al menos esa fue la orden de su maestro, al menos esa era la intención detrás de su viaje.
Él extendió sus alas, esas inmensas alas poderosas como el rayo, y voló en dirección al poblado más cercano; un gran castillo se erguía por sobre las copas de los árboles, una sombría construcción de piedra bastante parecida a las estructuras lúgubres del lugar de donde había salido. Su viaje estaba cerca de concluir y ya casi podía saborear el miedo de los humanos en su boca de dientes extrañamente blancos y afilados. Una carcajada fría inundo el cielo cuando se imaginó viéndose a sí mismo en las dilatadas pupilas de algún pobre infeliz que tenía las horas contadas. Lo único que tenía que hacer era atravesar el páramo. Ese sitio extraño plagado de criaturas extrañas y… hermosas.
La criatura alada detuvo su vuelo de súbito. Petrificado, como una estatua en el cielo. Una voz suave le llegó a los oídos forzándolo a volver el rostro y dirigir su mirada hacia el páramo.
Un hada de increíble belleza caminaba por los verdes prados cuidando de las flores marchitas, devolviéndoles la vida con un suave halo de magia color ámbar que salía de sus manos. Era un hada muy diferente a las que comúnmente se ven revoloteando por el lugar pues no tenía ni la talla ni la altura típica de las criaturas que él había conocido y visto vagar por el lugar; ella lucía más como una humana con alas traslúcidas que, al capturar la luz del sol en ellas, brillaban con reflejos multicolor, como burbujas de jabón; su largo cabello color marrón oscuro le cubría la espalda y la sonrosada belleza de su rostro perfecto parecía iluminarse con la felicidad presente en su sonrisa y en sus ojos color esmeralda.
La criatura que emergió de las profundidades se lanzó en picado hacía la delicada hada con la intención de asustarla; ella lo asustó cuando le sonrió y le ofreció una rosa.
Fue un amor prohibido, las demás hadas y criaturas del páramo no veían con buenos ojos esta unión inusual entre un hada y un… bueno, alguien completamente diferente. Los amantes construyeron su hogar lejos del centro del páramo, en lo alto de un acantilado bajo la sombra de un árbol grueso que le ofreció sus ramas generosamente. Aunque alejado, el lugar era de fácil acceso y las demás criaturas podían acudir a pedir ayuda pues la dulce hada de alas translúcidas era conocida como la sanadora, la encargada de cuidar de los seres que habitaban en el páramo.
Y el demonio alado de pálida piel, alas de inmensa y poderosa belleza cubiertas por plumas de color marrón, ojos amarillo pálido como ópalos de fuego y dientes afilados como espinas, que hace tiempo había salido de las profundidades del abismo con la única intención de destruir, terminó quedándose en el Páramo para convertirse en el protector de lugar. Las hadas confiaron sus vidas a la extraña pareja que vigilaban desde lo alto del acantilado.
El ser jamás imaginó que la vida podría ser así de feliz y, mientras construía un gran nido en el árbol, veía con ternura al hada que cuidaba del reino mágico. Sí, veía con ternura a su mujer y al pequeño ser que se estaba formando en su vientre.
La nombraron Maléfica, pues el demonio pidió que su hija tuviera por lo menos el nombre de algo que él solía representar aunque desde el principio supo que la niña estaba destinada a cuidar del lugar donde había nacido con el mismo amor que su madre le profesaba.
Maléfica heredó la apariencia física de su padre: la piel pálida, la forma de su cara, sus manos, dientes e incluso el par de regios cuernos sobre su cabeza. Algunas hadas se sintieron intimidadas la primera vez que vieron al bebé, pero el orgulloso padre no sabía bien si se debía a los cuernos o a las inmensas alas sobre su espalda. Alas que distaban mucho de ser como las que comúnmente poseen las hadas, pequeñas y casi transparentes; las alas de su hija eran como las suyas: poderosas, inmensas y cubiertas por plumas negras como azabache que brillaban bajo el sol.
Uno de los primeros recuerdos de Maléfica es estar recostada sobre una de las ramas de árbol que servía como hogar a la inusual familia, los rayos del sol que se colaban por entre las hojas y la imagen de sus padre, volando con las manos entrelazadas, dando vueltas por el aire… si ella lo recuerda.
También recuerda el estruendo, las flamas y los gritos. Hadas volando, criaturas escondiéndose en el fango…flechas, un juramento y después, silencio.
Sus padres murieron protegiendo el páramo de la invasión de los humanos. La avaricia de los hombres por adueñarse de lo que no les pertenece le arrebató a una niña a los seres que más amaba y la convirtió a la fuerza en la sanadora y protectora del lugar. ¿Quién más que ella que, a pesar de su edad, era más fuerte que todas?
Las hadas no entierran a sus muertos. Los cuerpos sin vida regresan de forma natural al suelo, se vuelven uno con la tierra para nutrirla y sus espíritus se van al cielo, al aire, donde pertenecen. Volando muy por encima de todo lo terrenal y mundano.
Maléfica guardó una pluma de las alas de su padre y la joya esmeralda que su madre solía colgarse en el cuello. Ella trenzó estos objetos en un mechón de su cabello, era su forma de recordarlos, de sentirlos cerca. La niña se quedó en el árbol donde había nacido, donde había vivido con sus padres a pesar de que las hadas querían llevarla a vivir con ellas, al centro del páramo… ella se negó porque ese árbol era su hogar después de todo.
La vida transcurrió tranquila y feliz. La niña creció y, a pesar de tener la apariencia imponente de su padre, tenía la bondadosa personalidad de su madre. Y todos la amaban y ella sonreía. Jamás se sentía sola.
