Estaba siendo una mañana extrañamente apacible en el número 221 B de Baker Street…
La señora Hudson horneaba galletas tranquilamente, sabiendo que aquella mañana no habría tiros contra su pared ni reacciones extrañas en la cocina del primer piso. Sus inquilinos (a los que prácticamente consideraba hijos suyos) acababan de resolver un caso y, tras casi dos semanas sin pegar ojo, Sherlock Holmes había caído rendido en un profundo sueño, mientras el doctor Watson resumía el caso tranquilamente en su blog.
Y fue justo cuando estaba retirando la bandeja del horno cuando el buen doctor gritó una retahila de maldiciones que harían palidecer al hombre con peor vocabulario de Londres. Resultado: la bandeja en el suelo y la repentina interrupción del apacible sueño del detective.
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Sherlock Holmes apareció por la puerta, en pijama, descalzo y sin bata. Totalmente despeinado y bostezando, con una mirada cansada y curiosa que demandaba el motivo por el cual su sueño había sido interrumpido. John todavía refunfuñaba sentado en el sofá, tecleando furiosamente en el portátil. Sherlock se sentó a su lado abrazándose las rodillas.
-¿Y bien?- preguntó el detective con voz adormilada.
-¿Y bien qué, Sherlock? –respondió irritado el doctor.
-¿Qué milagro ha impedido que estampes el portátil contra la pared? Es un milagro que todavía no lo hayas hecho… -replicó con un sonoro bostezo.
John hizo acopio de toda su paciencia para no estampar el portátil contra la despeinada cabeza de Sherlock.
-No es gracioso… Estaba a punto de terminar una entrada para el blog cuando esta estúpida cosa se ha quedado colgada… -murmuró consternado, mostrándole al detective la pantalla azul que indicaba error de sistema –He intentado que vuelva, pero…
La combinación de enfado y desesperación en la cara del doctor no pudieron sino parecerle adorables a Sherlock.
-John… No puedes arreglarlo. Tienes que reiniciar…
-Pero… ¿Puedo guardar lo que llevaba escrito? –preguntó esperanzado.
-No… -respondió tajantemente el detective recostándose contra John, bostezando de nuevo. El doctor no pudo evitar sonrojarse levemente.
-¿Q-qué haces…?
-Tengo frío –respondió con naturalidad Sherlock.
-¡Ponte la bata!
-Está en la habitación… -murmuró con voz ya suavemente adormecida –Con los improperios que soltaste, creí no llegar a tiempo para salvar al pobre ordenador de una trágica y brutal muerte…
-Teatrero… -respondió reprimiendo una sonrisa y depositando un beso sobre los rizos despeinados del detective. Éste se acurrucó contra John, envuelto en una manta del sofá, disponiéndose a dormir otro poco.
-¡Ah! John…
-¿Humm?
-Instala Linux… -farfulló antes de quedarse dormido.
