Parte I
Hace mucho, mucho tiempo en la lejana tierra de la Antigua Grecia se vivía una edad dorada de poderosos dioses y extraordinarios héroes. El más grande de todos esos héroes fue Leon. Logró tantas hazañas que se compusieron innumerables canciones sobre él. ¿Pero cuál es la medida de un héroe verdadero? Nuestra historia empieza mucho antes de Leon. Muchos eones atrás. Al principio de los tiempos, la tierra estaba gobernada por titanes. Esto era sinónimo de caos. Duró hasta que el dios del cielo y del trueno, Antonio, lanzó su rayo y aprisionó a todos los titanes. Así empezó una nueva era de prosperidad y el resto de dioses aclamó a Antonio como el rey de los dioses. Antonio distribuyó tareas entre los dioses, quienes estuvieron conformes (con una contada excepción).
Fue en uno de estos días de gloria en los que nació Leon, el hijo de Antonio con Emma, la diosa de la familia y el matrimonio.
El Olimpo era como una burbuja de felicidad y emoción, sentimientos que el dios del inframundo, Lovino, detestaba. Con un gesto de desagrado, el dios puso un pie en el hogar de los dioses, quienes no se habían percatado aún de su presencia. Hizo un barrido visual y divisó a los presentes, quienes charlaban entre ellos animadamente, como era el caso del dios de la guerra, Ludwig, con la diosa de la belleza, Natasha, o el del dios del Mar, Govert, con la diosa de la sabiduría, Elizabetha. Pero lo que hizo que Lovino frunciera el ceño a unos niveles preocupantes fue la imagen Antonio con Emma sosteniendo en brazos a su recién nacido. Sintió cómo le daban unas terribles ganas de estrangular a Antonio para luego ocupar su lugar como el dios principal del Olimpo... Pero no lo hizo. Aún no era el momento. Además, Emma se veía muy feliz. De hecho, ella misma tuvo que acudir al inframundo a pedirle que acudiera a esa fiesta ya que Lovino había ignorado soberanamente a Feliciano, el dios mensajero, y le había mandado de vuelta al Olimpo con una negativa rotunda. Sin embargo, Lovino jamás podía decirle que no a Emma. Aunque se tratase de la celebración del nacimiento de su hijo con Antonio... Volviendo al presente, éste se dedicaba a hacerle cariños al bebé y a susurrarle cosas que le hacían sonreír mientras Emma observaba la escena enternecida. Por lo que se veía, Antonio le había regalado al pequeño un caballo alado que revoloteaba a su alrededor y le mantenía entretenido. Lovino rodó los ojos antes de decidir que era hora de salir a la luz. Saludar, dar la enhorabuena a la feliz familia, y volverse al lugar del que no debería haber salido.
El resto de dioses Olímpicos se volvieron a él en cuanto lo notaron y sus expresiones relajadas y alegres desaparecieron para ser reemplazadas por una mueca de molestia y tensión. Lovino sabía que no caía bien y era algo que no podía importarle menos. Es más, le hacía gracia.
-¡Lovino! Has venido. ¿Sabes? No las tenía todas conmigo cuando Emma volvió de tu morada y me informó que le habías dicho que sí. Básicamente porque a Feliciano le dijiste que no vendrías por nada del mundo. Pensé que le habías dicho que sí a Emma solo para que no te diéramos más la brasa…
Ah, es cierto. Antonio era un charlatán que se iba por las ramas y era algo que molestaba mucho a Lovino. Antonio se le aceró y le paso un brazo por los hombros de manera afectiva pero Lovino se apartó con rapidez.
-Pues menuda fiesta. ¿Estás seguro de que esto no es un entierro? -cuestionó, poniendo en evidencia el silencio tenso que se había formado.
Emma se acercó a él tras depositar al pequeño en su cuna.
-¡Lovino! Al final sí que has venido. ¿Ves, Antonio? Y tú diciendo que no se presentaría…
La diosa de la familia se acercó al recién llegado con una sonrisa sincera en los labios. Lovino olvidó durante unos momentos su malhumor y no pudo evitar responderle en un tono suave que solamente usaba con ella.
-Al final he encontrado un poco de tiempo para venir.
-Bueno, lo que importa es que ahora estás aquí.
-¡Exacto! -secundó Antonio, totalmente ajeno a los sentimientos de Lovino hacia él y hacia su esposa-. Esto no ha hecho más que comenzar.
-Ya, perfecto -murmuró por lo bajo. El resto de dioses se miró entre sí con molestia. ¿En serio iba a quedarse ese amargado con ellos?-. Pero no puedo quedarme mucho tiempo -con un suspiro teatral, Lovino hizo una mueca, fingiendo estar fastidiado ante la perspectiva de irse-. Me acercaré a ver al bebé y me iré.
-Está bien, tampoco queremos que descuides tu trabajo -Emma le puso una mano en la espalda.
-Sí, Antonio el primero, quien fue el que me dio ese trabajo -Lovino miró a Antonio con un brillo de ira en los ojos, recordando que era por su culpa y su posición de rey de los dioses que le tocaba a él gobernar sobre los muertos, lo cual era aburrido como poco. Una vez más, Antonio pasó por alto esa pulla. Lovino se acercó de mala gana a la cuna, a pesar de que Emma le había acompañado hasta allí.
-Es un niño; Leon. ¿No te parece adorable? -le susurró la orgullosa madre mirando al bebé.
Lovino quiso responderle alguna bordería... pero no podía. Era Emma... Por más que le molestara que el bebé fuera de otro hombre.
-Sí, es... está bien -asintió lentamente, observando al bebé.
Se sintió basura al pensar que dicho crío seguramente iba a sufrir las consecuencias de su plan para destronar a Antonio. Y que no era justo. Pero ya no podía echarse atrás. Llevaba años planeando su venganza y ahora no podía venirse abajo por un bebé.
-Bueno, debo irme -dijo dándose la vuelta y alejándose de Emma y el bebé, como si eso le pudiese hacer sentir menos culpable.
Despidiéndose (principalmente de la madre), Lovino volvió al inframundo, donde nada más llegar llamó gritando a sus esbirros.
-¡Peter! ¡Ernald!
Los dos monstruitos aparecieron a toda prisa, armando un escándalo a su paso. Lovino respiró hondo para no soltarles ninguna sarta de palabrotas y descargar su furia con ellos.
-¡A sus órdenes! -gritaron ambos a la vez, poniéndose firmes.
-Con que me aviséis cuando lleguen las moiras va que chuta -respondió con desgana, subiendo la escalera.
-Ya están aquí.
Lovino estalló, girándose a Peter, quien había dado la noticia.
-¡¿Cómo que ya están aquí!? ¡¿Por qué no habíais dicho nada?!
Peter y Ernald se pusieron a suplicarle piedad y Lovino no pudo más que pasarse una mano por la cara y tratar de tranquilizarse. Después de todo, la incompetencia de esos dos no le llegaba como algo nuevo. Soltando un suspiro, se dirigió hacia la sala en la que iba a tener lugar la reunión. Cuando llegó, las tres moiras estaban en pleno acto de cortar el hilo de la vida, divirtiéndose al ver llegar esa nueva alma al inframundo.
-Perdonad la tardanza -se excusó Lovino, acercándose a ellas seguido de cerca por Ernald y Peter, quienes susurraban cosas que el dios no llegaba oír, aunque tampoco es que le importara. Sonrió con cierta falsedad a las moiras. Después de todo le convenía ganarse su favor y que le dijeran todo lo que quería saber.
-Sabíamos que llegarías tarde -respondió la más bajita de todas.
-Nosotras lo sabemos todo; Pasado -la secundó otra moira haciendo referencia a su don; Victoria.
-Presente -dijo Monique.
-Y futuro -habló de nuevo la moira más bajita, Lily.
-Ya... -murmuró Lovino-. Veréis, tuve que asistir a una fiesta y me entretuve más de lo debido.
-Ya lo sabemos -le cortaron las moiras a la vez.
-Sí; ya sé que lo sabéis -Lovino intentó no sonar muy impaciente antes de continuar relatándoles-. Ocurrió lo siguiente: Antonio, el dios de los cielos, ahora tiene un-
-Bebé, ya lo sabemos -de nuevo, las moiras le interrumpieron.
-¡YA SÉ QUE LO SABÉIS! -estalló sin poder contenerse más, rebasado con todo lo que había ocurrido en el día-. Lo entiendo, lo pillo, no tenéis que decirlo más. Ahora me toca preguntaros, ¿ese crío va a interferir en mis planes de quitar a Antonio del Olimpo o qué?
Las moiras se miraron entre ellas antes de hablar.
-Esto... -Lily miró a sus dos compañeras con incomodidad.
-Ni hablar, Lily, ya sabes que no puedes revelar el futuro -la reprendió Victoria.
Lovino suspiró antes de tomar la mano de Lily entre las suyas y comenzar a coquetear con ella. Ésta rio como tonta mientras Victoria compartía una mirada de molestia con Monique, quien le dio una patada no muy suave a la moira del futuro en la pierna.
-Ni lo sueñes, Lily. No vas a decirle nada.
-Chicas... mi destino está en vuestras manos -admitió Lovino con un suspiro melancólico.
Lily miró a Victoria y Monique con pena hasta que Victoria, la que parecía llevar el liderazgo, cedió.
-Está bien.
Lily sonrió complacida antes de aclararse la garganta e informar al dios.
-Dentro de 18 años los planetas se alinearan y será la hora de que actúes. Entonces deberás soltar a los titanes. El muy orgulloso Antonio caerá y tú, Lovino, gobernarás sobre todos los dioses.
Lovino soltó un grito de júbilo mientras Peter y Ernald se relajaban. Eso significaba que las cosas iban a ser favorables para ellos.
-Ten cuidado-añadió Lily al ver la rápida alegría de Lovino-. Si Leon llegase a interferir, tú no tendrás éxito.
Dicho estos, las tres se fueron de allí dejando a Lovino con la expresión de felicidad congelada durante unos segundos antes de estallar de nuevo.
-¿¡QUÉ!? ¡¿POR QUÉ IBA A INTERFERIR ESE NIÑO!?
Ernald y Peter temblaron de miedo, intentando tranquilizar a Lovino, pero este se calmó solo de golpe.
-De acuerdo. No hay problema, tengo 18 años aún para llevar esto a cabo... -se giró a los monstruos antes de ordenarles que le siguieran.
Lovino pensó en la manera de impedir que Leon interfiriera... La más evidente era quitarle de en medio, pero eso estaba totalmente descartado. Era el hijo de Emma por lo que no podía hacerle nada. Aunque... también era el hijo de Antonio. Antonio, quien le había condenado a esa vida miserable en el inframundo y le había robado a la mujer a la que amaba. Maldito Antonio... Tal vez sí que podía hacer algo de daño a Leon. No tanto como para matarle pero sí para que no metiese sus narices en un asunto de tan importante escala como era ese.
-Peter. Ernald.
Los nombrados se asustaron al escuchar como el Dios de los muertos les llamaba con un tono tan tranquilo. Era la calma que precedía a la tormenta.
-¿Sí, amo?
-¿Cómo se le quita a un dios sus poderes?
Ambos lo meditaron unos momentos hasta que Peter se dio por vencido.
-No se puede; además, son inmortales.
-Exacto -Lovino se giró a él con una sonrisa peligrosa en sus labios-. Hay que quitarles la inmortalidad primero.
Peter y Ernald se miraron entre ellos confusos. Eso era algo inaudito. ¿Cómo se le quitaba a un dios su inmortalidad?
-Para ello, vosotros dos tendréis un papel decisivo.
Lovino se dirigió hacia una estantería repleta de frascos y botes y sacó un pequeño frasco lleno de un líquido violáceo.
-Esto se lo daréis tras robarlo de sus padres.
-¿Que robemos al hijo de Antonio? Como se entere no viviremos para contarlo.
-Por eso debéis llevar a cabo la misión con cuidado, ¿entendéis? -Lovino les fulminó con la mirada, dándoles a entender que no podían fallar.
-¿Y así dejará de ser inmortal?-cuestionó el pelirrojo.
-Y perderá sus poderes, que es lo que importa -asintió Lovino, entregándoles el frasco-. Pero tiene que beberlo entero, ¿entendido?
Los monstruitos asintieron, tomando el frasco y se prepararon para salir esa misma noche a realizar el cometido que Lovino les había encargado.
Cuando cayó la noche y los dioses olímpicos se fueron a dormir, Ernald y Peter subieron sigilosamente hasta allí gracias a las alas que poseían en la espalda. No les fue difícil dar con Leon, quien dormía plácidamente en su cuna abrazado a su fiel amigo ecuestre, Pegaso. Se miraron a la vez antes de separar a los dos pequeños. No contaron con que el caballo alado tenía un sueño muy ligero y al notar que algo les estaba molestando a él y al chico no dudó en atacarlos. No obstante, no era más que un pequeño potro por lo que Peter no tuvo problema en hacerlo callar al meterlo dentro de la cuna y enredarlo entre las sábanas, consiguiendo tiempo para tomar a Leon en brazos y salir de allí lo más rápido que sus alas le permitían. Habían hecho el ruido suficiente como para despertar a los dioses pero gracias a su rapidez consiguieron llegar a tiempo a una cueva resguardada desde donde vieron cómo el cielo se llenaba de truenos.
-Hemos llegado a tiempo -se alegró Peter aunque Ernald no parecía tan seguro.
-Vamos, hay que darle esto -dijo sacando de entre sus ropas el frasquito proporcionado por el dios de los muertos y metiéndoselo sin contemplaciones al bebé en la boca, quien se había despertado al ser cogido tan violentamente y no paraba de llorar. Sin embargo al notar eso en la boca comenzó a beber, sin notar nada raro en el líquido, y poco a poco fue perdiendo ese aura dorada que caracterizaba a los dioses.
-¡Lo estamos logrando! -hizo notar Peter con alegría.
Ernald fue a responderle cuando escucharon voces acercándose. Asustados, se miraron sin saber qué hacer.
-Ya ha perdido toda el aura, vamos -decidió Ernald, tomando a Peter del brazo y huyendo de allí. Volvieron al inframundo, donde reportaron a Lovino su éxito con la poción. Éste sonrió satisfecho y comenzó sus preparativos para destronar a Antonio.
... Pero el dios nunca se pudo imaginar que sus esbirros habían vuelto a meter la pata.
Abandonado, Leon lloraba y lloraba, pero poco tiempo pasó antes de que las voces que habían alertado a los monstruitos llegaran hasta él. Se trataba de un matrimonio de Egio que, sintiéndose mal al ver allí al crío solo y sin nada más que un pañal y un colgante de los Dioses en el que se indicaba su nombre, decidió cuidarlo hasta que alguien reclamara al bebé. Pero el tiempo pasó y Alcmena y Anfitrión pasaron a convertirse en sus padres adoptivos. Desde el principio supieron que algo era diferente en Leon, ya que éste poseía una fuerza sobrehumana que solo era indicativo de orígenes divinos. No obstante, decidieron no contarle nada al pequeño hasta que fuese más mayor y consciente de su poder. Hasta entonces, Leon creció como cualquier otro mortal en la tierra (exceptuando su fuerza) mientras que sus padres biológicos tuvieron que verle crecer desde las alturas.
17 años más tarde
Si había algo que a Emy le disgustara más que cualquier otra cosa, eran los días de mercado. Obligada por sus padres, tenía que ir y acompañarles a vender mercancía. También tenía que socializar con la gente de la polis y le parecía insoportable. Sólo su mejor (y único) amigo había sido capaz de hacerse paso entre todas esas capas de indiferencia y desinterés y llegar hasta ella con su amistad. Aunque la verdad era que a Leon no le costaba abrirse paso entre los corazones de la gente y ganársela. No sólo por su divertida personalidad, también por su descomunal fuerza. Era un fenómeno y siempre estaba ayudando a los demás cuando tenía ocasión. Siempre había sido así y a Emy le preocupaba que alguien se intentara aprovechar de él ya que solía pensar de manera ingenua, pero hasta entonces no se había dado el caso.
Cuando llegó a la plaza en la que se colocaba el mercado, Leon ya estaba allí. Con una amable sonrisa se dedicaba a ayudar a una tendera a colocar pesados objetos varios en su lugar correspondiente. Emy pensó en acercase y saludar, pero justo cuando iba a hacerlo su padre la llamó, pidiéndole que ayudara a desmontar el carro que habían traído con productos de la granja para venderlos. Emy suspiró y obedeció, sumisa, echando un último vistazo a Leon, quien en ese momento estaba siendo agradecido por la tendera.
-¡Emy!
La chica dio un brinco al ser llamada con ese tono. Se giró y descubrió que su padre la miraba con un brillo furioso en los ojos.
-¿Qué pasa?
-¡Baja de la nube y presta atención, muchacha! ¡Vas a romper los huevos!
Emy bajó la mirada y vio cómo un par de huevos estaban a punto de caerse del cesto que llevaba en las manos y se apresuró a colocarlos mejor. Se tiró así un rato, ayudando a sus padres a colocar los productos de la granja y a venderlos, antes de que Leon se dejase caer por allí.
-Hola, Emy.
La chica se giró cuando oyó a su amigo llamarla y se acercó a él, avisando a sus padres de que volvería en un rato.
-¿Otra vez ayudando a la gente? -Emy alzó las cejas y miró el par de trastos que Leon llevaba en cada mano.
-Penélope me ha pedido que la ayude a llevar esto a su tenderete. Como me pillaba de paso he venido a saludarte.
Cómo no. A cada ocasión que tenía Leon se acercaba a saludarla. Al principio era algo normal, o sea, los amigos se saludaban cuando se veían por la calle y esas cosas. Pero lo de Leon ya era demasiado. Parecía que quería estar a cada momento con ella.
-Ya-murmuró ella solamente, acompañándole.
Leon se puso a contarle sobre alguna que otra heroicidad que había hecho en la última semana. Sin embargo, Emy no le prestaba atención a sus palabras. Sus ojos se habían posado en otra persona.
-Por cierto, Emy...
Leon se calló al darse cuenta de que su amiga no le estaba prestando atención. Suspiró con resignación al ver que Emy estaba más pendiente de Berwald tratando con unos mercaderes que de la historia que le estaba contando.
-¿Emy?
La chica se giró a él al escuchar su nombre por segunda vez.
-¿Qué?
-¿Sigues mirando a ese tipo?
Emy enrojeció pero no respondió. Leon suspiró de nuevo, decidiendo que era mejor no presionarla más. Desde hacía unas semanas su amiga se había interesado por ese hombre y no era la primera vez ni la última que se distraía mirándole que en escuchar sus historias.
-Bueno, seguiré ayudando a Penélope. ¡Adiós! -se alejó rápidamente, aunque tampoco fue como que Emy hiciera algo por seguirle. Al contrario, la chica siguió admirando a Berwald desde la distancia, pensando en qué podía decirle para que se fijara en ella. Para poder ser amigos al menos.
Suspiró, volviendo hacia el tenderete de su familia. Tan perdida estaba en sus pensamientos que no escuchó cómo le gritaban que tuviera cuidado hasta que fue inevitable: Una montaña de jarras se había desprendido de los estantes y caía en su dirección. Emy dejó escapar un grito y lo siguiente que supo fue que alguien se había lanzado encima de ella para empujarla. Cayó al suelo aunque no lo hizo sola; la persona que la había empujado había caído encima de ella, salvándola de la avalancha.
-¿Estás bien?
Emy sintió un escalofrío al reconocer esa voz y cuando se separó para ver de quien se trataba enrojeció hasta la raíz del cabello. Sobre ella, Berwald la miraba con preocupación.
-S-Sí.
-Tienes que tener más cuidado la próxima vez...
-E-Emy, soy Emy.
-Emy -repitió él-. Soy Berwald.
Emy ya lo sabía, llevaba tiempo observándole desde la distancia. Pero no podía decirle eso, ¿qué pensaría de ella? No era ninguna acosadora. Solo una chica demasiado tímida como para acercársele y hablarle.
A partir de ese momento, las cosas cambiaron para todos. Emy comenzó a juntarse con Berwald (con la excusa de mostrarle las mínimas heridas que le habían quedado de ese suceso, que consistían en varios rasguños) y éste empezó a apreciar la compañía de una chica, ya que siempre estaba rodeado de hombres con los que trabajaba en un taller. Fue así como empezó la historia de Emy con Berwald. Fue así como Leon tomó la decisión de pasar página y aceptar que su mejor amiga y él no debían estar juntos. Fue así como Leon fue capaz de dar ese paso que cambiaría su destino para siempre.
