Hubo un día
Disclaimer: Nada es mío, la diosa de J.K Rowling, es la única propietaria de todo esto.
La luna llena es sinónimo de belleza, de grandeza y es, sin dudas, una de las cosas más lindas de contemplar.
Pero no era así para Remus Lupin. Remus no recordaba cuando había sido la última vez que la había visto y admirado. Él tenía tan poca edad cuando fue mordido que a duras penas recordaba como había sido su infancia antes de eso. Menos aún, recordaba la luna llena sin tener que sufrir la horrible transformación por culpa de ella. Durante esas noches, Remus solo podía pensar en como su cuerpo cambiaba de forma. El dolor era lo único que sentía y solo veía como sus brazos y piernas se transformaban en patas y su cuerpo comenzaba a llenarse de pelos. Dolor y cambios espantosos, así eran las noches de luna llena para él. El más tranquilo de los Merodeadores, en otras palabras, odiaba los plelunios. Es verdad que con James, Sirius y Peter todo era más llevadero, pero aún así, la luna era su maldición.
Y cuando quedó solo, ese odio hacia el satélite de la Tierra creció a niveles increíbles.
Pero hubo un día que eso cambió. James y Sirius, lo encontraron sentado apaciblemente mirando el cielo. Había luna llena, pero él mantenía su forma humana. La razón era simple, estaba muerto y su cuerpo, portador de la licantropía, yacía bajo un hermoso marmol blanco. Su alma, en el Cielo, podía disfrutar de eso que, por más de treinta años, se le había negado.
—Ahora entiendo —dijo con voz calma —porque todos hablan de lo hermosa que es la luna en su máximo esplendor. No puedo dejar de mirarla.
—Lo es —contestó James —y desde aquí se ve más grande aún. Tienes una vista privilegiada, Lunático.
—Esto es casi como los viejos tiempos, nosotros y la luna llena —acotó Sirius —con leves diferencias, claro, no estamos convertidos en animales y falta Pet...
—No lo nombres —pidió James —pero tienes razón, es casi como los viejos tiempos. Tardamos, pero acá estamos juntos de nuevo. Y es bueno, que tú no sufras Remus.
—Gracias, Cornamenta. Es cierto, estamos juntos de nuevo, solo tendré que acostumbrarme a que de aquí a la eternidad las lunas llenas serán para disfrutarlas.
—Creo tendremos muchas muchísimas lunas por delante, pero algo me dice que en este momento, te gustaría estar solo ¿no? —intervino Canuto, sabiamente.
No hizo falta que su amigo respondiera, Remus estaba tan absorto mirando la luna llena y admirándola que no se dio cuenta cuando sus mejores amigos se alejaron. Solo volvió a la realidad, poco más de una hora después, cuando sintió un beso cálido en su mejilla. Giró y vio a Tonks sonriéndole. Le devolvió la sonrisa y también el beso. Dora no dijo nada, solo se sentó a su lado y él la abrazó recostándola sobre sí mismo.
Tenía su esposa a su lado y a los mejores amigos que una persona pudiera desear. Y Teddy, si bien no lo vería crecer, sabía que crecería feliz con Andrómeda y con un padrino como Harry.
Atrajo a Dora aún más contra su cuerpo y sonrió. Volvió a mirar a la luna que, como James le había dicho, desde allí se veía aún más grande que desde la tierra. Debía reconocerlo, estaba embelesado con ella. Por fin podía contemplar y admirar esa belleza de la que tanto muggles como magos hablaban. Hubo un día en que lo imposible ocurrió. Hubo un día que la luna llena a Remus Lupin, enamoró.
