Luego de una partida dolorosa, Sakuno caminaba sin rumbo y a pesar de que las gotas frías de la lluvia la empapaban, en su corazón le faltaba el anhelo de ir a las canchas de tenis sólo para ver a su lindo príncipe golpear la pelota una y otra vez contra la pared. Aún podía escuchar los jadeos constantes juntos con el eco de las pelotas, podía verse recogerlas luego de que él lanzara una de sus maldiciones con el ceño fruncido, su resoplido después de que acomodara su gorra favorita, y también se veía a ella misma, contra el alambrado separándola del mundo de su amado, mirándola y amándolo desde la distancia.

Un gemido suave y casi imperceptible salió de su garganta, descubrió que le temblaban los brazos y las piernas, que su ropa deportiva se apegaba a su cuerpo cada vez más, y que un gran trueno se destacó bajo el cielo gris. Esta vez, se odió así misma por no haber llevado un paraguas consigo sabiendo que el pronóstico diría que llovería. Ahora debería buscar algún escondite que tuviera techo para que lo le diera una gran pulmonía, o podría salir corriendo a su casa.

La segunda opción le resultó más atractiva.

Corriendo sin parar como si luchara por su vida, Sakuno jadeaba en dirección hasta la casa Ryuzaki, su casa. No podía detenerse, por alguna razón aquella maratón le daba una sensación extraña, la ausencia de su príncipe le afectó más de lo que ella pensaba puesto que tenía esa raqueta roja como recuerdo, abrazándola como si fuera lo más valiosa para sí misma; estar corriendo la hacía sentir en libertar pero también la hacía sentir como si fuera una completa cobarde. Porque de eso mismo se trataba, ella estaba escapando de sus problemas, evitando de sus lágrimas se derramaran.

Ryoma le había roto el corazón, ahora más que nunca, se sentía una pobre desvalida. Aunque muy en el fondo, ella quería que fuera feliz, con o sin ella, estaría dispuesto a abandonar aquello que preciaba, pero se quedaría con un trocito de su corazón; y esto representaba la raqueta favorita de él. Ya que aquello que sólo al principio era admiración para su sorpresa, se convirtió en su primer amor y la persona más importante para ella.

Cuando él volviera, se haría más fuerte.

Ahora se encontraba justo en el aeropuerto, esperando a alguien.

Su corazón estaba asustado, oprimido, angustiado; pero su objetivo era la razón por la que todavía seguía de pie. Allí no había nadie más que personas desconocidas, algunas esperando su vuelo, otras volviendo; pero entre ellas se destacó una con unas grandes maletas y por supuesto, su bolso con el equipaje digno de un tenista no quedaba atrás.

Escuchó a una locutora que anunciaba el vuelo de un avión, que iba a salir dentro de tantos minutos; no obstante, eso no era lo que importaba, le importaba aquella persona, la que estaba frente suyo, mirándola sorprendido.

Él era digno de halagos, halagos de todo tipo. Sin importar su edad o condición física él era digno de todo lo que ella jamás podría ser. Porque él era inteligente, guapo, amable, muy buen tenista y una persona excepcional. Él era el sueño de toda chica.

Él era Tezuka Kunimitsu.

— ¿Qué estás haciendo aquí?

Así era. Con sus gafas y su cabello sedoso, alborotado porque seguramente su viaje había sido bastante pesado. Podía identificar un poco de su acento alemán, tal vez él se había acostumbrado tanto allí que su acento hubiera cambiado, y sin duda también había cambiado él.

Haciendo una reverencia, Sakuno habló claramente con la cara ruborizada. Cómo si hablarle al ex capitán de Seigaku fuera completamente un suicidio.

— ¡Por favor, Tezuka-sempai!—exclamó. — ¡Hágame su alumna, se lo imploro!

¿En qué diablos estaba pensando? Tezuka estaba perplejo, jamás en su vida se hubiera imaginado que la nieta de su ex entrenadora estaría pidiéndole semejante cosa, teniendo en cuenta de que su tenis era sencillamente un desastre.

Un silencio incómodo invadió aquél aeropuerto, la nieta de la entrenadora aún no levantaba la vista y eso le estaba molestando un poco. Sakuno, con lo poco que la conocía, podía ser una niña amable y dispuesta a todo, pero también podía ser una niña obstinada e increíblemente terca con lo que quería. Era la imagen de su abuela.

Suspirando con malestar, Kunimitsu se acomodó los lentes una vez más.

—Primero que nada, levanta la vista. —pidió él con una mueca. Poco a poco se reveló el rostro de la joven adolescente, adornada de unos preciosos ojos con sus largas trenzas.

—Sempai, yo…

Su sempai no la dejó terminar a pesar de Ryuzaki tenía planeado tartamudear, le tiró el bolso que traía consigo. Por suerte, ella reaccionó rápidamente y lo acogió por completo aunque en su rostro lo único que reflejaba era la sorpresa.

Vio que Tezuka comenzó a caminar junto con su maleta adelante suyo, mentalmente él se estaba regañando a sí mismo por ser tan blando con las de su género opuesto; y es que no era una de las personas más gruñonas sino que más bien era una de las más comprensivas, pero a veces esa comprensión se le iba por el caño cuando colmaban su paciencia o abusaban de eso. Pero admitía que una de las cualidades de Ryuzaki era su gran determinación, y eso no cualquier persona podía tenerlo.

— ¡¿Qué estás esperando?!—Vociferó al ver que ella se quedaba atrás, parpadeando dignamente como una idiota. — ¡Acompáñame a llevar eso al taxi!

— Pero…

—Tu entrenamiento comienza mañana por la mañana.