CAPITULO 1 EL DESTINO NO PERDONA
"La muerte os espera en todas partes; pero, sí sois prudentes, en todas partes la esperáis vosotros."
Mayo, 2002
Aunque apenas eran las tres de la tarde el cielo estaba completamente negro, las nubes que cubrían el cielo le daban un aspecto lúgubre a la ciudad. Una gran tormenta se había desatado sumiendo las calles en la oscuridad como si la noche hubiese caído antes del crepúsculo.
La familia Dickens salía de su domicilio para ir a ver a la madre del cabeza de familia. Una pareja relativamente joven con sus dos hijos, Susanne y Mario, los dos de apenas catorce años.
El tráfico en la ciudad era terriblemente denso, y sino fuese por la delicada salud de la abuela no habrían salido del confort de su casa. Los limpia parabrisas no daba abasto para el aguacero que caía y el padre de familia estaba tenso tratando de mantener el vehículo lo más estable posible.
El camino más rápido para llegar al otro lado de la ciudad donde residía la matriarca era salir y tomar la nacional. El tráfico allí era más pesado pero podrían avanzar con menos contratiempos.
Eva tomó la mano de su esposo en un intento de infundirle algo de tranquilidad, era un gesto muy común entre la pareja pues el simple roce de sus pieles bastaba para ahuyentar todos los temores, pero también fue el gesto que desencadenó la tragedia.
Andrew se distrajo dos segundos para clavar sus ojos en los de la hermosa mujer que había prometido compartir el resto de su vida con él. Tan solo dos segundos en los que sus cinco sentidos dejaron de estar enfocados en la carretera… lo suficiente para que cuando oyese el sonido del claxon de aquel camión ya no pudiese reaccionar.
El estruendo de los metales al chocar, los cristales estallando en pedazos… todo sumado a los gritos de terror de los cuatro ocupantes del vehiculo quedaron grabados a fuego en las mentes de aquellos que con horror presenciaron el fatídico accidente.
La parte frontal del coche chocó contra la del gran camión trasformándose en un acordeón en el que no se reconocía ni tan siquiera la marca del fabricante. Los cuerpos del matrimonio quedaron atrapados entre el amasijo de hierros mientras el de Susanne salió disparado atravesando una de las ventanas.
No había nada que hacer ya por ellos, en aquellos cuerpos no quedaba ningún aliento de vida.
Mario no corrió la misma suerte, aunque quedó atrapado su corazón se resistió a dejar de latir. En ningún momento recuperó la consciencia, su mente había viajado a años luz del lugar, perdiéndose para siempre.
Forks, 2009
Todos mis miedos y terrores se vieron reunidos en aquella explanada cuando aquella vampira hizo acto de presencia con su cabello rojo fuego sacudido por la suave y gélida brisa de aquel día tan atípico.
La conversación y el enfrentamiento estaban teniendo lugar ante mis narices sin que yo pudiese realmente saber que pasaba. Nos habíamos recluido en aquel recóndito lugar para huir precisamente de ella, para que no pudiese llegar a mi ni a él y todo había sido para nada.
Todas las medidas que se habían tomado para alejarlos de nosotros habían sido un completo fracaso, pues estábamos allí los tres solos para enfrentarnos a un enemigo peligroso que no pararía hasta obtener su trofeo… a mí.
El panorama no era muy alentador, puesto que el único que realmente sabía luchar era Edward. Seth se había visto obligado a quedarse por ser el miembro más joven de la manada y ahora se tendría que enfrentar solo a un neófito. Y yo… bueno, yo simplemente era una mera espectadora de la película más terrorífica que mis ojos contemplarían.
Arrinconada contra la pared de piedra veía como vampiros y lobo luchaban entre si, como el chocar de los cuerpos de mi ángel y aquel demonio hacia un eco insoportable, como se oían los chasquidos de los huesos del lobo cada vez que el neófito lograba asestarle algún golpe.
Por dentro creí morir de angustia, cada alarido abría una brecha en mi cuerpo creando cicatrices que difícilmente podrían desaparecer algún día.
Todo pasaba demasiado rápido para mis humanos ojos, la mayoría de movimientos eran simples borrones para mí. Me resultaba casi imposible saber quien llevaba ventaja alguna en la lucha… y aquello me ponía realmente enferma.
Trataba en vano esfuerzo seguir las dos batallas, cuando el enorme lobo fue lanzado por encima de mi cabeza chocando contra la dura piedra de la montaña. Logré apartarme a tiempo de no ser aplastada por su cuerpo inmóvil.
Fragmentos de piedra caían sobre nosotros.
Los movimientos de cazador del neófito me encontraron a mi en su camino. Yo era el objetivo principal y estando el lobo fuera de combate nada le detendría.
Si lo pensaba fríamente era mejor morir en manos de aquel nuevo renacido que tan solo saciaría su sed a caer entre las garras de la vengativa Victoria. Ella se controlaría para lograr torturarme al extremo más sádico que pudiese. Sería capaz de mantener a Edward allí para que él mismo lo viese… esa era su venganza, ojo por ojo, diente por diente… pareja por pareja.
En un impulso totalmente ilógico ante la situación tomé entre mis manos uno de los fragmentos de piedra que había caído, su forma de punta de flecha y su afilado borde eran lo que lo hacía un arma mortal… para un mortal.
Aquello era estúpido, con una simple piedra y mi "descomunal" fuerza no sería capaz de hacerle notar ni tan siquiera una caricia, pero… ¿Qué más podía hacer?
Otro alarido provinente del otro lado de la explanada me hizo encogerme. Riley estaba cada vez más cerca y sus ojos borgoña se habían oscurecido asombrosamente rápido.
Seth comenzó a removerse a mi lado, trataba de levantarse pero bajo mi punto de vista era imposible. Debía tener el noventa por cierto de los huesos rotos y por muy rápido que se curase no le había dado tiempo.
Si yo permanecía allí impasible el vampiro acabaría con él.
Una risa histérica se apoderó de mi cuerpo al recordar una vez más aquella leyenda Quilleute. Definitivamente mi bando no era el de los lobos, más bien al contrario yo me iba a casar con un frío… pero eso no me quitaba la oportunidad de poder hacer algo por ellos.
Si lograba distraer a Victoria, Edward acabaría con ella enseguida, él era buen luchador y podría controlarla a tiempo. Y si lograba mantener toda la atención de Riley en mí, Seth tendría algo más de tiempo para recuperarse.
No saldría de allí con vida, eso ya lo tenía asumido. Rápidamente giré mi rostro buscando aquellos ojos dorados que tanto amaba, quería observarlos por última vez, perderme en ellos y verme reflejada. Con aquella mirada tenía que contarle todo lo que sentía por él, todo el amor que vivía en mi corazón humano y que clamaba su nombre incesantemente. Debía demostrarle que era él a quien elegía por sobre cualquier otra persona… que era con él con quien había decidido pasar el resto de mis días, o mi eternidad, aunque ya no fuésemos a disfrutarla.
Quería ser capaz de abrirle mi mente, gritarle con fuerza cuanto lo amaba… que se le grabase a fuego en la cabeza que para mí él era un ángel, mi ángel.
Pero una vez más el destino no dejaba que las cosas ocurriesen como nosotros deseábamos. Habría sido incapaz de diferenciar cual de los dos borrones que se movían a una velocidad inverosímil si no fuese por la mancha naranja que dejaba uno de ellos.
Podía ver cual era cual, pero no como iba la pelea. Me angustiaba no saber realmente si Edward estaba en peligro o si saldría airoso del enfrentamiento.
No vi sus ojos, ni tan siquiera su hermoso rostro de dios griego. No vi nada de nada, pero no por eso iba a detenerme, tenía que darles la oportunidad de salir de allí ilesos o al menos vivos. Seth merecía volver con su madre y su hermana, yo no tenía derecho alguno a poner su vida en riesgo cuando apenas habían superado la muerte de Harry.
Tomé aire con fuerza y clavé mis ojos en el vampiro que seguía acechándome. Me preguntaba que era lo que le detenía para haberme atacado ya… yo era la presa más fácil en ese momento. La respuesta era sencilla… yo era de Victoria.
Otra bocanada de aire me hizo arder los pulmones, cerré los ojos tratando de asimilar lo que estaba a punto de hacer. Mi corazón desbocado hacía que me doliese terriblemente el pecho y sintiese como mi sangre era bombeada frenética por mis venas. Mis manos estaban heladas y entumecidas.
- Edward, te amo- susurré.
Supuse que aún en las condiciones en las que nos encontrábamos sería capaz de oírme. Él no dejaría de estar pendiente de ninguno de mis movimientos, ese era Edward Cullen, el perfecto protector.
Tomé con fuerza la manga de mi suéter y lo alcé para dejar a la vista la cicatriz del año anterior. Ya apenas era una línea rosada, que con mi pálida piel se disimulaba muy bien.
Empuñé con fuerza aquella arma improvisada y lo acerqué lentamente hacia mi piel. Un jadeo proveniente del lobo me erizó la piel.
No quise mirarle, pues algo me decía que él sabía cuales eran mis intenciones… él también conocía la leyenda de la tercera esposa de Taha Aki.
No me dio tiempo a rozar mi propia piel cuando el enorme lobo se puso en pie de un salto, ágil y completamente recuperado mostraba feroz sus grandes dientes al vampiro que ahora parecía desconcertado.
Al mismo tiempo un grito furioso logró detener mi pequeña incursión en el mundo de las heroínas.
- Detente Bella- no cabía duda de que aquella era la voz de un ángel.
Volví a buscarle con la mirada, y allí estaba, parado con los ojos abiertos con terror. Un brazo extendido hacia mi dirección y un gesto de suplica en el rostro.
¡Que estúpida fui! ¡Que ignorante e irresponsable! ¡Que egoísta al tratar de tener también mi momento de gloria!
No hizo falta más que aquella pequeña distracción para que se desatase la tragedia.
De un veloz movimiento Victoria pasó por su lado y de un golpe seco seccionó aquel brazo que se extendía hacia mí, separándolo del cuerpo con un chasquido seguido del peor sonido que jamás creí oír.
- ¡No!- grité con todas mis fuerzas logrando posiblemente desgarrarme la garganta.
Pero que más daba mi garganta cuando estaba sintiendo como mi propia alma estaba siendo acribillada a navajazos. El grito agónico de Edward me hizo perder el equilibrio cayendo al suelo de rodillas al mismo tiempo que él.
Ni dos segundos pasaron cuando el borrón naranja apareció a su otro costado tomando el otro brazo para desencajarlo y arrancarlo también.
Las palabras, ni los gritos salían de mi boca. Tan solo era capaz de mover una y otra vez la cabeza negando efusivamente. No, no, no… eso era lo que mi mente gritaba. Él no podía estar sufriendo tal salvajismo.
Rugidos furiosos resonaban entre los árboles rebotando en las paredes de aquella montaña.
En un momento Victoria se situó detrás de él y acercó su boca a su oído. Me hervía la sangre al mismo tiempo que creía que se había detenido en su recorrido por mi cuerpo. Le susurró algo y la mandíbula de mi amor se tensó.
Sus ojos se cerraron con fuerza durante lo que a mi me pareció una eternidad.
Cuando los volvió a abrir mi mundo se vino abajo. El oro líquido de su mirada estaba clavada en mi. No hacían falta palabras para saber que aquello era una despedida, no era necesario que hablase para que yo leyese que me amaba, que al igual que para mí él lo era todo yo para él era también su mundo. Éramos un alma viviendo en dos cuerpos, la compensación del otro.
- Bella, mi amor- veía el esfuerzo que hacía para que sus palabras no sonaran rotas y aquello solo lograba hundirme más en el abismo que se abría centímetro a centímetro ante mis ojos- por favor, no llores mi vida… esto no es el final te lo juro.
La risa sádica de Victoria le hizo apretar los dientes con furia.
- No me hagas esto Edward, por favor… tu no- supliqué.
- Tranquila mi niña, no es un adiós… solo un hasta luego- Victoria tironeó de sus cabellos- Nada ni nadie, óyeme… podrá separarme de ti. Encontraré la manera de volver a tu lado mi vida. Aquí no exhalaré mi último aliento- sus ojos se clavaron en su captora y verdugo.
- Te amo Edward- grité.
Volvió a mirarme y aquella sonrisa torcida que me robaba el aire se dibujó en sus perfectos labios. La felicidad no llegaba a sus ojos, pero estos me gritaban silenciosos que él a mí también me amaba.
- Te encontraré mi niña… te volveré a tararear hasta que te duermas entre mis brazos… te lo juro.
No tuve opción a decirle que le esperaría la eternidad entera si era necesario, cuando Victoria de un movimiento rápido separó la cabeza de su cuerpo.
Me encontraba en condiciones de decir que la transformación, aún durando cien años no podía ser tan dolorosa como aquello. Nada podía hacerte sentir aquello, no había tortura en el mundo que llegase a igualar la sensación de que te arrancaban tu vida sin tocar tu cuerpo.
Ante mis ojos una enorme pira tomó forma. Ante mí y con una gran sonrisa aquella bestia fue lanzando pedazo a pedazo lo que había sido el hombre de mi vida.
Un tirón tras de mí y un gruñido tendrían que haberme sacado de aquella pesadilla, pero todo era tan real como que un lobo estaba mordiendo mi ropa para sacarme de allí.
Las lágrimas silenciosas empañaban mi visión, y las imágenes grabadas a fuego en mi mente empañaban mi raciocinio. Estaba a lomos de un enorme lobo alejándome de mi mitad.
No llegamos muy lejos cuando seis figuras humanas y varios lobos se materializaron ante nosotros.
Unos fuertes brazos me tomaron con fuerza y me acunaron contra un gélido y corpulento pecho.
En aquellos momentos no era capaz de asimilar prácticamente nada aunque cada escena se reproduce constantemente al cerrar los ojos.
Fui testigo mudo de la siguiente batalla, sin remordimiento alguno vi como seis vampiros acecharon a su presa hasta acorralarla. Miembros fueron seccionados sin piedad, con rabia y dolor, sin lágrimas físicas todos los Cullen se cobraron su venganza.
En pocos minutos había un montículo de restos esperando para ser llevados a la hoguera.
Jasper sin expresión alguna en su rostro tomó por la cabellera rojiza la cabeza decapitada del Victoria y se dirigió a la pira que ella misma había encendido. Veía como se movía lentamente hacia allí, y en mi mente se dibujaba con horror la escena que vería a continuación.
- ¡No!- grité como pude y noté un líquido inconfundible en mi paladar.
Pasando los dedos por la comisura de mis labios vi que se teñían de rojo. Definitivamente me había desgarrado la garganta, pero seguía sin importarme.- No se os ocurra mezclar esa escoria con los restos de Edward- le amenacé furiosa.
Los ojos negros de Jasper se desviaron hacia la pira de fuego y su rostro se tensó. Sin lugar a dudas él era el que más consciente estaba siendo del dolor de todos, pero en mi corazón no era capaz de sentir tan siquiera lástima por él.
Una nueva llama prendió en un lugar bastante alejado de la primera y allí fueron lanzados los restos de los dos vampiros que habían hundido mi vida en el más arduo infierno.
Caminé como pude, tambaleante y sin firmeza hasta estar todo lo cerca que podía de las brasas que se habían llevado lo más preciado de este mundo. Me senté ante ellas y respiré profundamente. Una leve sonrisa se formó en mi rostro al notar que ni las llamas eran capaces de arruinar su aroma varonil y fresco.
No podía apartar la vista de las ascuas que poco a poco iban reduciéndose a un pequeño montón de cenizas. Un polvo blanquecino… eso era lo único que quedaba de él.
Una mano con una temperatura realmente alta acarició mi mejilla. Una sensación de vértigo se hizo hueco en mi cuerpo, sumando otro dolor a mi ya mortificado cuerpo. Sabía perfectamente quien era el que estaba a mi lado, pero no era capaz ni de mirarle a la cara. No quería ver sus ojos, ni su rostro… no quería que mi mirada cayese en aquellos labios que hacia apenas un par de horas habían estado pegados a lo míos.
La rabia se apoderó de mi cuerpo, compensada entre la que sentía hacia él y la que sentía hacia mi misma.
- Aléjate de mí Jacob- dije todo lo mordaz que pude con la voz ronca por las laceraciones de mi garganta.
- Bella… por favor, vámonos de aquí- dijo suplicante.
- He dicho que te alejes de mí, no te quiero cerca, no quiero volver a verte jamás… ¿me has oído?
