Gracias

El Mal, fue el nombre por el que oyó llamar a su padre, Harry Potter, al echo de que el amor verdadero de los Potter fueran siempre pelirrojas cuando éste, se lo decía a ya un adolescente James Sirius Potter y al preadolescente Albus Severus Potter.

Por eso no dudó en culparlo cuando empezó a sonrojarse siempre que le mirara o que le sonriera su prima Rose. O cuando empezó a envidiar a Albus y Scorpius por poder estar cerca de ella. Pero sobre todo, lo culpó cuando en su cuarto año en Hogwarts no pudo más y en el séptimo piso, frente a la Sala de los Menesteres cogiera a Rose del brazo y estampara sus labios contra los de ella.

Lo culpó de eso y de más.

Aunque luego, cuando Rose responde al beso mientras sus manos se enredan en su cabello y la dirige hacia la Sala, la cual se ha trasformado en una elegante y confortable habitación con un cama enorme, y sus manos y lenguas recorren caminos de fuego por el cuerpo de la otra y de sus labios no deja de salir repetidamente la palabra te quiero, no pudo si no dar las gracias por ser una Potter y tener su Mal.