Aquello iba de mal en peor, todo por culpa de la cacería.
Lo primero fue perder a su madre cuando tan solo era un crio de seis años, lo último ha sido acabar en el infierno para salvar a su hermano pequeño.
Su condena era toda la eternidad siendo torturado o bien ser el que torturaba a almas como la suya.
Aceptar aquello era ruin, de cobardes y egoístas, pero después de treinta años siendo torturado… uno ignoraba sus principios con tal de sobrevivir.
Acepto el trato de Aleister para torturar almas en el infierno, ese sería su trabajo durante toda la eternidad.
Después de cuatro años torturando, empezaba a gustarle oír a sus víctimas gritar de dolor y retorciéndose en busca de la libertad.
Él había estado ahí; había suplicado, rogado e incluso llorado porque le sacaran de ahí, que le perdonasen su condena o que lo matasen de una vez por todas. Y ahora él disfrutaba escuchando lo mismo en boca de otras personas, que lo más seguro era que la mitad de los que estaban ahí no habían hecho ningún crimen salvo el de vender su alma al diablo para proteger a un ser querido o alcanzar un sueño imposible.
Pero eso ya no le importaba. Al igual que los perros que le atacaron, él se había convertido en un monstruo también.
Había perdido la humanidad hasta que la encontró.
O más bien ella le encontró.
En sus casi veintiocho años de edad nunca había conocido a nadie como ella, empezando por el hecho de que fuera una chica alvina; larga melena ondulada que caía sobre su espalda en forma de V y blanca como la nieve con reflejos plateados.
Tenía un cuerpo menudo, no debía de medir más de un metro sesenta, pero bien estructurado; ni mucho o poco pecho, ni muy delgada, ni muy gorda. Era como una muñeca de porcelana de piel clara y ojos ámbar, vistiendo únicamente con un largo y sencillo vestido blanco.
Ella le ignoró por completo, pasándole de largo hasta subir a la mesa de torturas, donde había un hombre de cabello negro, ojos grises y cuerpo atlético. Parecía totalmente lo opuesto a ella.
-Ivy…-el chico pronunció su nombre sin dar crédito, como si estuviera teniendo una alucinación
-¿Ivy?-frunció el ceño, ese nombre le sonaba de algo.
La susodicha no dijo nada, se limitó a sentarse sobre el chico moreno y cogerle el rostro con ambas manos.
Dean no pudo creerse lo que vieron sus ojos: como aquel chico adquiría una forma uniforme de un haz de luz azul claro y blanco, que dibujaba formas serpenteantes mientras se elevaba hacia el techo hasta desvanecerse.
La chica, que había estado hace unos momentos sobre el hombre que él iba a torturar, ahora estaba de rodillas sobre la mesa y con las manos apoyadas a ésta.
No fue hasta que él dio un paso hacia ella, que ella pareció darse cuenta de su existencia.
Sus ojos ámbar se clavaron en él como escarchas de hielo a la piel; punzantes y frías, formando un cosquilleo que subía por toda su columna hasta su nuca.
Era la primera vez que sentía algo así con una mujer, y eso que había estado con bastantes, pero ninguna le había hecho sentir el hormigueo que aquella ¿humana? ¿de verdad podía llamar humana a una mujer que acababa de aparecer de la nada para salvar a una víctima de sus torturas?
No, no debía de ser humana.
Esperaba por dios que al menos no fuera una demonio u otro ser que bajo esa fachada angelical hubiera un monstruo repulsivo y despiadado.
No, por alguna extraña razón Dean estaba convencido de que ella no ocultaba una faceta despiadada y repulsiva, que era tal cual como se estaba mostrando delante de él.
¿Y entonces qué o quién era?
-¿Quién eres?-se atrevió a preguntar Dean, reprimiendo el impulso de tocarla.
¿Cómo podía ser? Llevaba treinta y cuatro años sin añorar el sexo, mucho menos el contacto de una mujer. Y llevaba cuatro años sin humanidad, teniendo como único placer el dolor ajeno.
Esa mujer estaba siendo un milagro y a la vez una condena.
-Me llaman Ivy.
Su voz era suave como una pluma y cálida como los rayos del sol.
Ivy pasó sus piernas hacia delante, colgándolas al borde de la mesa. Las movía hacia adelante y atrás, y jugando a dar golpecitos al acero de la mesa con los dedos de sus manos.
-¿Te llaman?-preguntó Dean, frunciendo el entrecejo.
-No sé bien quien soy, solo sé que soy una ángel del señor.
-¿Un ángel?-ahora sí que debía de estar soñando.
En la pared que había tras ella, iluminada por la tormentosa luz fluorescente de color rojo, apareció la sombra de unas enormes alas justo a cada lado de la sombra de Ivy.
Por lógica, la sombra señalaba que Ivy tenía unas enormes alas, como las de un cisne gigante, en su espalda.
-Eres un ángel….-se acercó a ella, y al ver que no se movía, le cogió la mano. Sintiendo un hormigueo iniciado desde la yema de sus dedos hasta su barriga.-Siéndote sincero, no creo en los ángeles.
-¿Entonces no crees en mí?-le preguntó en tono despreocupado, pero su mirada parecía indicar lo contrario.
Dean se quedó sin aliento, y una punzada constante arremetió contra su sien.
De pronto surgieron imágenes de recuerdos que dudaba existentes, recuerdos en los cuales estaba con una mujer muy parecida a Ivy pero con el cabello castaño rojizo y más largo y rebelde.
Fue un continuo tiroteo de imágenes que no pudo ver con claridad, pero tres de ellas se le quedaron grabadas a fuego en su cabeza: la primera la mujer le servía un plato de lo que parecía tarta de frutas y le daba un beso en la mejilla; en la segunda él estaba paseando con ella por un pueblecito rural, cogiendo cada uno a un niño, eran dos gemelos; y la tercera fue la que más le afecto, la de él teniendo relaciones sexuales con la mujer, entregándose el uno al otro de una manera descontrolada, apasionada y sobretodo con mucho, mucho amor.
La sensación que ahora tenía, quitando su erección-ahora se enteraba de que las almas del infierno podían excitarse-, era de desorientación, nostalgia y principalmente con el deseo de asegurarse que Ivy no se marchaba de su lado.
-¿Piensas marcharte?-pregunto, lamentando que su voz sonase tan afligida.
-No puedo.
Un atisbo de esperanza brillo en sus ojos.
-¿Por qué?
-He bajado aquí sin autorización, ahora no me permiten subir-no se la veía muy afectada, seguía teniendo su expresión indiferente.
¿Cómo podía ser que una chica así le sacase tantas emociones?
-Córtale las alas-dijo de golpe una voz mucho más fría que la expresión de ella y mucho más sádica de lo que él se había vuelto.
Dean volteó bruscamente hacia Aleister, soltando por el camino la mano de Ivy.
La sonrisa perversa de aquel demonio de ojos blancos lo aterrorizo más que las propias torturas. Sabia bastante de él como para saber que aquella sonrisa significaba que algo maquiavélico asomaba por esa cabeza.
-Córtale las alas-repitió el demonio, en un tono más imperativo y tajante-, o tú y ella seréis torturados para toda la eternidad.
Si fuera por él lo aguantaría, ya lo había hecho treinta años hasta que acepto la oferta, podía volver a aguantar por ella aunque la idea le aterrorizase y hasta le echara para atrás al pensar que esta vez seria para toda la eternidad. Pero lo aguantaría, no sabía cómo, pero por ella lo aceptaría.
Lo que no iba a dejar era que la torturasen a ella, a un ángel, de cuerpo humano con funciones vitales, o eso creía él.
Si él que era un alma ya le parecía insufrible, para ella sería la propia muerte y no podía saber si Aleister podría resucitarla de nuevo, esperaba que no porque entonces eso se repetiría una y otra vez.
-De acuerdo-aceptó al fin, observando por primera vez una emoción en el rostro de Ivy: miedo.
