― ¡Sofía! ¡Tito Ceddy! ―exclamó Calista entrando por la puerta del taller del mago y lanzándose a ellos en un efusivo abrazo.
La niña iba a pasar la tarde en el Castillo de Enchancia bajo el cuidado de su tío mientras Cordelia asistía a una reunión de con sus viejas amigas. Como siempre, Calista estaba encantada de pasar tiempo con Cedric y Sofía, sus dos personas favoritas.
― ¡Calista!―saludó Sofía― ¿Cómo has estado?
― Muy bien―respondió―. ¡Me encanta volver a estar aquí con vosotros!
En ese momento Calista se estaba abrazando de tal forma el cuello del mago que éste no podía respirar. Cuando por fin fue liberado, Cedric tosió y recuperó el aire perdido antes de volver colocarse frente al gran caldero que había en el suelo frente a su mesa de trabajo.
― Intenta no matarme, Calista, tengo una poción importante que terminar hoy. Vosotras id a jugar por ahí.
― Pero, Tito Ceddy―dijo Calista tristemente―, ¿no podemos quedarnos aquí? Me gusta mucho verte hacer pociones. ¡Por fa!
― No digas tonterías, esto es aburrido. Estoy seguro de que la princesa y tú preferiríais estar en cualquier otra parte jugando que no aquí.
Las dos niñas se miraron durante un momento y luego le miraron a él, sonrientes.
― La verdad es que a mí también me gusta verle trabajar, Señor Cedric. Es fantástico ver a un profesional como usted preparando pócimas avanzadas.―respondió Sofía con una risita.
Cedric se volteó para ocultar su rostro sonrojado.
― Como queráis, ¡pero nada de distraerme! Esta poción es muy complicada…―dijo sacando frascos del gabinete de ingredientes.
Durante la elaboración de la pócima y desde la banqueta de terciopelo rojo, las dos niñas observaban con fascinación al mago en su trabajo y hablaban entre ellas en voz baja para no molestarle.
Sin embargo, al escuchar las risitas y los cuchicheos, a Cedric comenzó a picarle la curiosidad por la naturaleza de la conversación. Disimuladamente, el mago movió su varita hacia un frasco vacío y pronunció el hechizo que le permitiría oír la charla que se traían las chiquillas.
Fingiendo que iba a por más ingredientes, se alejó de ellas y, sin ser visto, colocó el frasco en su oreja para escuchar las voces que provenían del interior.
― …¿llevarás un precioso vestido?―preguntó Calista.
― Claro. ―dijo Sofía.
― Uno blanco. ¡Con una cola laaarga y preciosa! ¡Y un velo!
― Supongo que sí.
― ¿Llevarás un ramo de flores? ¿De qué clase?
― Hmmm… Aún no estoy segura. Pero definitivamente llevaré uno.
Cedric se llevó una mano a la boca para silenciar su risita. Estaban hablando de bodas. Habrase visto fantasía más de niña que esa…
―…Lo de tu vestido está claro, pero el traje de él… no me convence.―comentó la más pequeña.
¿Él?
― ¿Qué tiene de malo?―preguntó Sofía.
― Pues que no me lo imagino vistiendo de blanco.―respondió Calista.
― Pero si yo voy de blanco, entonces él también ¿no?
¿Él? ¿Ya había un él? ¿Ya había un elegido que ocupaba el lugar el novio en la boda imaginaria de la Princesa? ¿Quién era? ¿Era un niño de su clase, quizás? ¿Le conocía él? ¿Y por qué diantres le importaba tanto?
― No creo que el Tito Ceddy quiera llevar ese color…
― Pues yo creo que le quedaría muy bien.―opinó la princesa.
El estruendo de cristales haciéndose añicos en el suelo sacó a las dos niñas de sus cavilaciones. Cedric había dejado caer el frasco de la impresión, pero fingió normalidad de la mejor forma que pudo ante ellas.
― Oh… Oh, vaya. Culpa mía. S-s-se me ha resbalado.―tartamudeó el mago.
Sofía reaccionó enseguida.
― No se preocupe, Señor Cedric, iré a por la escoba del piso de abajo. Vuelvo enseguida.―dijo, y salió del taller a buen paso.
Calista miró a su tío con el codo apoyado sobre el escritorio y la mano sosteniendo su rostro, pensativa.
― Tito Ceddy…
― ¿Sí? ―respondió el hombre, evitando su mirada penetrante.
― Cuando te cases con Sofía, ¿qué flores crees que debería haber en su ramo de novia?
El mago casi se cayó al suelo con aquella pregunta.
― ¿PERO DE QUÉ ESTÁS HABLANDO?―era mitad grito mitad susurro.
― ¿Rosas? O quizá…
― ¡Calista! Oye… ¿P-p-por qué piensas q-q-que voy a c-c-casarme con Sofía?
La niña le miró como si le hubiese hecho una pregunta obvia.
― ¿Cómo que por qué? Tú la quieres, ¿no?
Cedric fue a responder, pero entonces calló. Entonces fue a responder otra cosa y calló de nuevo.
― ¡ES UNA NIÑA!―soltó finalmente.
Calista levantó una ceja. Claramente no entendía la conexión de por qué una cosa tenía que ver con la otra.
― No has respondido, Tito Ceddy.
― ¿No lo entiendes?―preguntó él, perplejo― Es irrelevante si la quiero o no. Independientemente de que la quisiera, ella no estaría a mi alcance. ¡Sólo tiene cuatro años más que tú!―se llevó una palma a la frente y se sentó en su silla― ¿Que es una buena amiga? Sí, lo es. Que no me desagrada su compañía es cierto. Que me sorprende con su inteligencia y su amabilidad, que me encanta que prefiera pasar el tiempo conmigo en lugar de hacer cualquier otra cosa, que la echo de menos cuando no está viniendo a mi torre para pedirme que le solucione cualquier estupidez…―sus manos se movían inquietas mientras hablaba―NO IMPORTA. NO PODRÉ LLEGAR A NADA MÁS CON ELLA. Métete eso en la cabeza y olvida esas tonterías de…
― Tito Ceddy. Digo que no me has respondido a lo de las flores.―interrumpió la niña, confusa.
El mago estampó su frente contra la mesa de trabajo.
―…Violetas.―respondió abatido, sin incorporarse―Violetas pálidas.
Calista lo sopesó un momento y entonces hizo un ruidito entusiasmado de aprobación.
― ¡Claro! ¿Cómo no se me había ocurrido? Tú sí que sabes, Tito Ceddy.
Sofía entró por la puerta con la escoba y se dispuso a barrer los cristales, pero el mago entonces se la quitó de las manos.
― Yo me encargaré, Princesa. Por favor, llévate a Calista a jugar a otra parte, necesito estar solo―solicitó de forma amable, pero con seriedad―Para… concentrarme en la poción.
Sofía cogió a la niña pequeña de la mano y las dos salieron del taller, dejando a Cedric barriendo.
En cuanto la puerta se cerró tras ellas, el mago lanzó la escoba al suelo con fuerza y se sentó en su silla de nuevo, enterrando su cara en sus manos y sumiéndose en sus pensamientos.
