Estando en la azotea con el cielo plomizo sobre si y los copos de nieve golpeándole el rostro, con los ojos llorosos por algo más que el aire y sus mechones de color lava… por primera vez en demasiado tiempo, se sentía libre, se sentía ella.
Se sentía, bullía en su interior la mujer que no temía enfrentar la muerte, que conducía una motocicleta, que pintaba como si no hubiera mañana, que salvaba vidas mientras sus mechones bermellón a penas se movían de su sitio.

Lo supo pero prefirió ignorarlo, ahora se detuvo y sus ojos se cristalizaron… con cada muerte, con cada perdida y sacrificio hecho, una parte de ella se fragmentaba, entregaba un pedazo de su corazón a cada quien que se iba de su vida, por eso, justo ahora, le quedaba tan poco para ella.
En algún momento, esa vocecita en su cabeza— que alguna vez achaco a que se estaba volviendo loca o al estrés— le dijo que era suficiente todo, todo aquello que había perdido, que había dado sin esperar nada a cambio.
Se dio cuenta— en algún momento que no era capaz de ubicar— que con cada persona que se iba, y cada pedazo que entregaba, que su cuerpo no llegaba a diferenciarse a las criaturas creadas por algún virus… Actuando por inercia, guiada por sus instintos de supervivencia más primitivos.

Se levantó del suelo, y sus orbes aguamarina se inundaron de lágrimas y recuerdos; siguiendo una imagen fantasmal, se paró al borde de la cornisa, con los brazos extendidos, dejando pasar todo aquello que contuvo. Brotaron lágrimas de sus ojos, unas lágrimas que imploraban perdón.

—Lo siento—dijo a gritos, y el viento, impetuoso por la caída de la nieve, apenas y le permitió escucharse a sí misma.

Su piel clara ya estaba de un blanco casi fantasmal, su cabello escarlata revoloteaba entre la nieve que caía como las ultimas llamas de una fogata; tenía los ojos cerrados, fuertemente apretados, pero eso no evitaba que salieran lágrimas de ese par de lagunas.
Se lamentó, no de la vida que había llevado tampoco de como la había llevado, si no… no sabía de qué realmente.

—Lo siento Sherry, por… no lo sé—Dijo en un murmullo, tratando de encontrar algo.
—Lo siento Steve, por haberte… ¿Haberte dejado morir?, tal vez, no lo sé.
—Lo siento Leon, por…
Quería, deseaba disculparse… no sentía nada realmente, nada por lo cual tuviera que disculparse realmente por algo… tal vez, eso en sí, era un motivo para disculparse.

Reabrió sus ojos añiles, viendo el cielo carbón y tratando de encontrar estrellas, pero ni siquiera era capaz de ver la Luna… sintió como si pudiera ver el reflejo del mundo delante de si y entonces, entonces volvieron a llenarse, a inundarse esos ríos vidriosos en los que se habían convertido sus ojos, y sintió que si tenía algo por lo cual disculparse.
Trago grueso, pasando el nudo de su garganta a su estómago; no era algo lindo— como las mariposas al enamorarte— era algo frio y oscuro, un extraño vacío infinito, como si, con el pasar de los años, todas las mariposas hubieran muerto.

—Lo siento… siento no poder haber detenido nada de esto— y aunque sabía que no era su culpa, eso la ayudo, le dio un empujoncito y por un segundo no sintió el aire frio.

Volvió en sí, y encontró, que además del aire congelado, el miedo se había sentado a su lado… trayendo consigo la incredulidad y tristeza. No dudaba estando al borde de la azotea, al ver el vacío que se habría delante de ella tapado por la bruma neblinosa, estaba segura de lo que hacía, lo sentía en el pecho y en la cabeza.

Inhalo el aire helado, sintiendo como su cabello jugaba por la nieve que caía, con su cuerpo empezaba a entumecerse y su piel a palidecer aún más, pudo el temblor de sus labios agrietados… sus lágrimas se habían secado… y sabía que tenía que hacer.