He aquí un pequeño proyecto que comencé como regalo :)
Es un AU. Lo habrán notado con el resumen. Se pide que si ven algún dedazo me avisen así lo arreglo en cuanto pueda. Si no se entiende algo, me preguntan.
Este capítulo particularmente es...fue complicado de escribir. Sabía cómo quería que comenzara y cómo quería que terminara. La pregunta era con qué rellenar las cinco hojas de en medio, ya que mi regla siempre es cumplir seis hojas por capítulo, aún si se trata de un Oneshot (que en algunos casos superan las seis hojas, pero no viene al caso).
Me costó algunos días escribirlo ya que hice una enorme cantidad de flash-back. El problema es que no me convencía, pero quería mantener todo lo escrito. Verán que este capítulo se concentra más en qué hace Kisame, y cómo lo conocieron los dos muchachos que lo acompañan.
Más abajo digo las edades. Verán que hay OoC, así que si no es de tu agrado un Itachi agresivo, maleducado y malhablado, abstente de leerlo. Y si lo lees, por algún mítico motivo, yo te lo advertí, así que tampoco quiero RW diciéndome que esa no es la personalidad de Itachi. YO lo sé. Pero más adelante deja de ser tan arisco. (Además, necesitaba esta edad porque no me parecía que con veintiún años se portara de semejante forma)
Advertencias: Por ahora, mínimo, lenguaje vulgar. Está Hidan, venga; un Hidan sin palabrotas en la boca no es nuestro demente religioso favorito :D
Naruto ni sus personajes me pertenecen. Forman parte de la obra de Masashi Kishimoto.
Los personajes que no le pertenecen a él y aparecen aquí, son míos. (Tenía ganas de aclararlo...)
Galdor Ciryatan, un regalo de mí para uste' (?) A quien lea esto y le gusta el KisaIta, los OBLIGO a leer sus fics. Tiene de los mejores lemons que leí hasta el momento; romance, aventura, algo de comedia, drama (seh, veo cositas dramáticas en ese fic. Pero porque soy una señorita teatral (?)). El principal es "Esa temporada del año", luego extrajo de ése otros tres que son puros lemons pero que siguen la misma línea, y son igual de buenos.
Un saludo :D
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Resumen: Kisame es un joven hombre de negocios con gran afición por la vida marina y por rescatar a la juventud que sufre la suerte que él en su adolescencia. Les quiere dar una vida digna, sin miedo, con comida y refugio. A momento le ha salido bien, hasta que un morocho de dieciséis años se la complica con su agresivo y arisco carácter.
Capítulo 1: "Siempre por él."
Para un ocupado empresario de veintiséis años la cuidad puede ser un lugar cotidiano. Una ciudad donde un cuarto del porcentaje es de la clase más baja, ya siendo vagabundos, para él es rutina. Cerró los ojos mientras caminaba por la acera, bordeando un gran edificio, y con dos jóvenes guardaespaldas detrás.
Los hombres en cuestión no parecían de tal profesión, pues no eran excesivamente grandes aún si tenían el cuerpo marcado. Uno de ellos iba de ropas gastadas y aires de pandillero, con una gorra de visera hacia atrás; el otro con una pinta similar, casi hasta algo más formal, y un par de lentes de montura gruesa y gris.
Su jefe era un importante hombre de negocios, y un ser compasivo a quien conocieron en esa misma ciudad, cuando los rescató a ambos de las calles. Le estaban muy agradecidos: ya no pasaban hambre ni frío ni miedo. Tenían la suerte de que "el señor" les dejara llevar su propio estilo, algo que nadie jamás hubiera permitido.
Uno de los muchachos levantó el cuello de su chamarra hasta cubrirse la nariz. Odiaba volver a sentirse desprotegido y sin calor, por lo que hasta que no comenzaba a sudar no se destapaba. Miró alrededor con disimulo. Ya conocía esa zona y sabía que de un segundo a otro algún drogado saltaría y los atacaría. Defendería a su enfermizo compañero y a su benevolente jefe aún si le costaba la vida.
Un viento refrescante sonó con un silbido grave a través de las maltrechas construcciones. Las gruesas grietas y las paredes caídas daban un aspecto deplorable al ambiente, llevándolo al borde del abandono absoluto. Los árboles secos no ayudaban; los pisos levantados dificultaban el caminar despreocupadamente; el olor a marihuana hacía toser al chico de lentes y escupir al otro. Su jefe ignoraba aquél aroma dulzón y pegajoso; se había acostumbrado tanto antaño que diferenciarlo del aire puro era una tarea imposible.
El muchacho de lentes acomodó éstos sobre su nariz y miró a su jefe, intrigado. Esa misma mañana el hombre dijo que quería ir de paseo, se subió a su camioneta 4x4 junto a los dos muchachos y manejó hasta el centro de la ciudad. Lo aparcó en un estacionamiento público y, simplemente, caminó. Tras algunas vueltas terminaron por alejarse de la urbe segura y se adentraron en la parte más peligrosa de ésta. Si su jefe podía ser más excéntrico, además de tener un macro-acuario en una de las alas de su casa, era en este caso, aquí, paseando en medio de este barrio bajo.
El muchacho de chamarra también miró a su jefe, y su propia voz retumbó dentro de su cabeza:
Pase lo que pase, vamos a estar con él.
Eso le había dicho a su compañero cuando vieron que las intensiones del hombre eran genuinas, y no simples máscaras para ganarse su confianza y luego venderlos o mandarlos a la cárcel.
El joven dio un brusco giro, desvainando su navaja y apuntando en una dirección, de la cual un gato salió corriendo al tirar algunos basureros. Escupió con molestia a un costado y dio alcance a los demás, guardando su arma blanca. Era lo único que le quedaba de su hogar y lo protegía como si fuera el más extraño de los tesoros.
Miró un edificio a medio hacer y recordó que allí vivía con el pelirrojo de lentes, cuando un lluvioso día decidieron salir a conseguirse el pan. Tardaron más de una hora, entre huída y huída de otros vagabundos, conseguir robar algo de comida en el puesto más cercano al "El destierro", como llamaban los estirados ricachones a la zona baja.
Mientras escapaban sus caras dieron de lleno contra dos fornidos hombres, quienes los agarraron y retuvieron. Su ahora jefe apareció de la nada con una sonrisa y sin más se subió al auto negro que allí esperaba. Los grandes señores metieron a los vagabundos en una camioneta gris, con un grueso separador entre la parte de carga y la cabina del conductor.
El joven sonrió divertido y observó al jefe. Aún pensaba que había una mejor manera de rescatar a los chicos de las calles que secuestrándolos. Tenía patente el llanto desconsolado de su amigo, y mientras él propinaba uno y otro y otro improperio a los conductores, trataba de consolar al menor.
Una vez llegaron a la rotonda de la mansión, la puerta de la camioneta se abrió y tras ellas aparecieron los dos hombres de traje. Los chicos bajaron resignados a su suerte, pero antes de siquiera ser tocados, el mayor sacó su navaja y cortó repetidas veces los brazos de los guardaespaldas. De la mano tomó a su amigo y ambos huyeron entre los gritos de uno de los hombres que dejaron atrás, advirtiendo que se escapaban.
Les llevó unos quince minutos conseguir refugio mientras el mayor pensaba por dónde estaría "El destierro". Ya decidiendo que no sabía dónde estaban, ordenó con voz amable el investigar y llegar a ojo ciego. No pudieron dar ni un paso fuera de ese callejón cuando la imponente figura que les había sonreído amablemente se posó frente a ellos, y aún con esa sonrisa les tendió la mano.
El pelirrojo lo miró desde atrás de su amigo. Por algún motivo esa sonrisa le inspiraba confianza; una confianza y cariño que estaban en falta en su vida desde hacía años. Calmó a su compañero de cabello cano y se acercó al hombre, mostrando los rastros de lágrimas en sus mejillas.
El menor dudó unos segundos antes de aceptar su mano y convencer a su compañero.
Rió ligeramente al recordar las ganas asesinas que le surgieron en aquél entonces; el menor había sido tan idiota que lo único que quería era sacarle la inocencia a golpes. El pelirrojo lo miró extrañado; vaya uno a saber qué estaba pensando ese hombre. A pesar de ser amigos hace tanto tiempo, le era complicado en algunas ocasiones saber qué maquinaba esa sádica mente.
—Aún no comprendo por qué confía tanto en nosotros...
Eso había dicho el pelirrojo, atemorizado. Hacía dos días que habían llegado al hogar del jefe, quien les dio ese gran cuarto con dos camas y el de cabello cano decidió atrincherase con él. La puerta sólo se abría cuando una de las mucamas de la casa les dejaba la comida frente a ésta, y entonces el mayor la tomaba y volvía a cerrar, tapiándola con un mueble.
Ahora lo observaba comer con gran soltura la pizza rebosante de queso. El jefe les daba la libertad de hacer lo que quisieran; nunca había ido a intentar sacarlos del cuarto; nunca mandó a nadie a obligarlos; la puerta nunca estaba con llave desde afuera. Parecía confiar en ellos a pesar de que el muchacho de cabello blanco no confiase en el jefe. Mordió con nerviosismo su labio, ¿por qué el hombre estaba tan seguro de que no escaparían? Bueno, él había aceptado la ayuda, pero podrían irse por la ventana en cualquier momento. ¿El hombre se enfadaría o los mandaría a buscar nuevamente sólo para castigarlos?
—Somos de un barrio pobre, muy pobre —continuó—. Traficábamos drogas hasta hace un año-
—Nagato, hazme el favor de callarte —lo interrumpió con molestia y medio trozo de comida en la boca, antes de terminar la rebanada en un mordisco más. Se lanzó sobre otro de los pedazos luego de limpiarse la boca.
Lo siguiente que Nagato consiguió traducir de la incomprensible habla de su compañero, mientras éste masticaba más de lo que su boca podía permitir, fue: "Estamos en una gran casa con mucha comida. Aprovecha mientras podamos; dudo que pueda intentar violarnos o mandarnos a una red de prostitución mientras sigamos aquí encerrados".
Nagato lo miró atemorizado. ¿Prostituirlos? ¿Violarlos? Había estado en la calle el suficiente tiempo para saber que esas cosas eran muy posibles y ellos eran blanco fácil.
Comenzó a temblar con pánico. Apretó la mandíbula y sus ojos tiritaron con miedo. Su amigo notó aquello y le frotó el brazo para tranquilizarlo, tratando de retirar su frase.
—Oye, oye Nagato, no iba en serio. Estaba jugando. Si quisiera algo así no creo que nos estuviese dando comida diaria o nos haya dado ropa nueva.
Observó sobre una cama y obligó al pelirrojo a ver también. Allí, doblados pulcramente, dos pantalones negros de jean y dos camisas sin mangas. Si bien eran iguales porque el señor no conocía sus gustos particulares, algo era algo. Al menos no les decía de vestirse en traje.
El muchacho más grande se puso en pie y buscó toda esa ropa junto a los nuevos zapatos deportivos que había con ellas. Presuroso le entregó lo suyo a Nagato y desdobló lo propio.
— ¿Qué clase de mierda es esta? —gruñó el muchacho de cabello cano mientras observaba ese perfecto pantalón y esa sobria camisa blanca. Era la primera vez en dos días que tomaban esas ropas que habían descansado en la cama desde el momento en que llegaron a esa mansión.
— ¡Hi-Hidan! ¡¿Qué haces?! ¡El señor se va a enfurecer! —Nagato miró las acciones ajenas con más pánico aún.
Su amigo había tomado la navaja que siempre portaba y ahora se dedicaba a rasgar el pantalón por las rodillas y a hacer cortes menos severos en el resto de la prenda. Ya finalizada la tarea, con ambas manos sujetó la camisa y la rompió a lo bruto: con los dientes y la fuerza de sus brazos.
— ¡Así está mejor! —el joven gritó eso de la manera más alegre, observando su obra. Se comenzó a deshacer de sus tan descastadas y malolientes ropas, que eran simplemente una camisa muy grande de manga corta y unos pantalones militar verdes. Todo lo arrojó lejos.
Nagato lo miraba desde su asiento. Estaba al borde del colapso, de una taquicardia, de un infarto; estaba al borde de todo. ¡El señor se iba a molestar mucho! Tan sólo habían pasado dos días desde que llegaron a esa casa y Hidan ya estaba destruyendo propiedad ajena para acomodarla a su propia imagen. Tembló fuertemente mientras su compañero se acomodaba esa ropa interior tan desgastada bajo los nuevos pantalones.
—Me queda un poco grande, pero me siento más fresco —Hidan se observaba en el espejo durante las divagaciones caóticas de su compañero, por lo que fue hasta él y le golpeó la cabeza para que reaccionara—. Anda, ponte lo tuyo.
—E-El señor va a molestarse contigo por lo que hiciste.
— ¿Y qué va a hacer? ¿Echarme a la calle? Que lo haga. Sé sobrevivir.
Nagato tomó con timidez las ropas e imitó a su amigo, quien batallaba con las zapatillas para calzar sus pies. Se observó al espejo tras vestirse: la ropa le quedaba mucho más grande que a Hidan. El jean parecía un poco más ajustado que sus viejos pantalones, pero la camisa le llegaba pasando la entrepierna. Su contextura física era muchísimo más delgada que la de Hidan, y si al mayor algo le quedaba grande, a él le quedaría colosal. Las zapatillas eran lo único que parecía ajustarle perfectamente, por lo que a Hidan no le entrarían.
El pelirrojo miró a Hidan, quien despreocupado arrasaba con la última rebanada de pizza. Giró hasta la puerta tapiada con una silla y un mueble más. Su ánimo cayó a los suelos. Él quería salir, pero no tenía la suficiente fuerza para mover el artículo más grande.
—Hidan...Oye, Hidan.
— ¿Hmg? —le hizo saber que lo escuchaba, pero no podía abrir mucho más la boca por la comida atrapada en ella. Tendría que desencajar la mandíbula para lograrlo y no era tan serpiente como para ello.
—Si el señor es amable con nosotros... ¿Cómo se lo agradeceremos?
—Ya encontraremos la manera —dijo tras un momento de silencio mientras deglutía el queso. Vulgarmente limpió su boca con el brazo y se levantó, dirigiéndose a la puerta con sus pies descalzos—. Te quieres ir, ¿no es así? —no hacía falta la respuesta, ni tampoco un pedido de Nagato. Hidan lo conocía muy bien y sabía que ya estaba cansado de permanecer encerrado.
Extraño en sí, la silla la colocó suavemente a un lado y corrió el otro mueble. Precavido, porque las viejas costumbres no se perdían, abrió la puerta y se asomó. Dudaba que hubiese un loco drogado con un arma en mano, o un policía que se creyese justiciero al disparar a algunos sin-techo.
Silencioso como un ratón, Hidan abandonó el cuarto con su amigo detrás. No iba a permitir que le hicieran nada a Nagato, aún si debía arriesgar su vida como otras tantas veces. El pelirrojo era demasiado débil a falta de una buena nutrición. Bajo sus pies sentía el frío suelo y poco después la alfombra mullida de la escalera.
Más perdidos que orientados y con mucha suerte llegaron a un gran comedor principal. Vieron la puerta de roble tallada y supieron que era la entrada. Dos días atrás la habían atravesado con expectación y temor.
—Vaya, creí que tardarían una semana más en salir.
Esa voz les hizo respingar en su lugar y voltear a ver. La gran y oscura figura tras ellos, sólo conocida como "el señor", era atemorizante.
—Vengan, siéntense.
Los invitó amistosamente el hombre, que se dirigió a uno de los más grandes sofás que vieron en sus vidas. Se miraron entre sí y mantuvieron su distancia, aún si el señor tenía ojos amables.
El reloj de péndulo marcaba las dos de la tarde y, entre incómodos y extensos silencios, junto a charlas muy obligadas, se hicieron las seis. En el transcurso de esas cuatro horas el par de muchachos se acercaron al hombre como unos pequeños y asustados animalillos. Iban acortando el trecho según pasaban los minutos, hasta que se sentaron en los sillones frente al señor.
Cuando habían tocado las campanadas para las cinco, un grupo de sirvientes se arremolinaron a su alrededor, dejando diversidad de bebidas y bocadillos con una sonrisa sincera plasmada en los rostros. Sólo unos pocos les habían conocido en su primer día, por eso la alegría en los demás.
Aún en desconfianza e incomodidad los muchachos aceptaron merendar con el señor, quien siempre se había portado de manera amable y comprensible.
Nagato pensaba en improbabilidades: el señor parecía entenderles, como si hubiera sido uno de ellos. Suspiró cansado cuando se hicieron las seis y sin notarlo fue adormeciéndose en el hombro de su colega, quien permaneció hablando con el hombre hasta que se dieron por enterados que el menor ya no estaba con ellos.
—Eh, Hidan —Nagato llamó la atención de su compañero, quien volteó a verle con aburrimiento—. ¿Hoy no es la celebración de los cien años de la empresa de "Marpoly"?
—Sí, ¿y qué?
—Quería saber si asistirías. No puedes ir si no es en traje y corbata y el otro día te quejaste de que no tienes una.
— ¿Es eso cierto? —el jefe los miró con una amable sonrisa— Hidan, ¿cómo es posible que no tengas una corbata si me encargué que cada uno tenga al menos cuatro?
—No me gustaba la azul; no me gustaba la rayada; no me gustaba la gris; todas las rompí cuando me enojé hace unos días...Y perdí la negra en la última fiesta.
—Debes doblar tu ropa apropiadamente si vas a ir acostándote con una chica, en especial en algún lugar que no sea casa —Nagato sonrió recordando que tras la fiesta su compañero estaba más relajado, sin embargo bastante desalineado—. O al menos avísame que te irás para yo buscar tu ropa luego.
—Deja de darme sermones —gruñó mientras se frotaba las sienes con los dedos. Odiaba recordar esa noche: la bebida, un asco; la gente, estirados; las mujeres, había visto mejores buscando en los basureros en su época de mendigo. Sin embargo esa rubia le había robado toda su atención...y parte de la billetera—. ¿Y tú? ¿Piensas ir?
—Le prometí a la hija del dueño que asistiría.
—Y las campanas de bodas suenan —Hidan canturreó la música típica en las bodas americanas, colorando las mejillas de su amigo y sacándole una seca risa al jefe.
Nagato había permanecido en un profundo sueño desde las seis de la tarde. Su metabolismo aún era débil y se cansaba demasiado rápido. Cuando aquellos primeros rayos solares se colaron por la ventana apretó fuertemente los ojos, les hizo sombra con la mano y decidió parpadear. Logró ver la cómoda con ropero incluido y supo que estaba en su cama. Volteó para encontrar la cama de Hidan y se sorprendió al ver al chico sentado a su lado, hojeando unas revistas que tenían en el cuarto desde antes de su llegada.
—Hidan...
— ¿Hm? —el joven de cabello cano lo miró y sonrió grande, de lado, tal cual siempre hacía— Al fin despiertas.
— ¿Dónde está el señor? —preguntó mientras bostezaba y se frotaba los ojos. Desde hacía meses se le dificultaba ver las cosas de cerca, pero su amigo era lo más reconocible que podía encontrar— ¿Se enfadó porque me dormí?
—Claro que no. Hablé con él hasta que se hizo la noche y me mandó a dormir. Ahora no está en la casa, pero dijo que si necesitábamos algo lo pidiéramos a las señoritas de ayer.
Nagato asintió. Tardaron un par de horas más en decidir marcharse a desayunar, ya siendo las diez de la mañana. Tras eso se dieron su primer baño desde su llegada. Les hubiera gustado hacerlo antes pero en el baño que poseían en la habitación no tenía regadera.
Las horas pasaron a días y los días a semanas. Después de descubrir que Nagato tenía problemas en la vista y Hidan diabetes en su ADN, el señor se encargó de todo ello: unos lentes para el pelirrojo y controles para Hidan.
No había pasado una semana desde su llegada que Hidan había, prácticamente, obligado a Nagato a prometer por su palma ensalivada que siempre estarían al servicio del señor Kisame.
—Señor, ¿exactamente por qué estamos aquí? —Nagato observó a su jefe a través del cristal de sus anteojos. Sus ojos azules se clavaron en la nuca del mayor, quien era una cabeza más alto que Hidan, y cabeza y media más alto que él mismo— Aquí no hay nada que comprar. Es sólo un basurero. Hidan y yo lo sabemos.
—Sincerándome —habló Kisame mostrando su sonrisa de afilados dientes— me han llegado rumores de un joven huérfano que se mete en las zonas lindantes de la ciudad y saquea cuanto lugar encuentra. Dijeron que tiene preferencias por robar los martes al mediodía y los jueves a la mañana. No se sabe nada de él: ni en qué lugares frecuenta, si tiene compañeros o familia, ni cómo es su rostro. Sólo se sabe que es de cabello oscuro y largo. Usa una máscara de feria y es bastante rápido; los policías no pueden atraparlo ni esperándolo en cada entrada y salida de los comercios.
—Entiendo la situación —Hidan ladeó la cabeza, mostrándose escéptico a creer que un vagabundo tuviera horarios tan precisos y tanta habilidad para robar sin siquiera ser visto ni tocado, pero que encima tuviera la bastante paciencia para usar máscara era más extraño—, pero nosotros no somos sus matones pedófilos.
"Matones pedófilos". Así llamaba Hidan a los dos grandes sujetos que en el pasado, cinco años atrás, los habían atrapado a él y a Nagato. Desde entonces tenía fuertes roces con ambos, tanto por los insultos como con el ataque que les propinó con la navaja.
— ¿Nos quiere para pelear con el enclenque este o para convencerlo de que se entregue por las buenas? —continuó Hidan— Sabe que la segunda opción no es factible y si se trata de pelear con alguien así de ágil Nagato no va a poder hacer nada.
— ¿Me estás llamando debilucho? —el pelirrojo se defendió, mirándolo por el rabillo del ojo.
—Eres un enano que encima usa lentes. ¿Piensas pelear, miope? —como no, el joven de cabello cano se burló con sus rosados ojos de su compañero. Prefería insultarlo a realmente admitirle que temía por su salud aún tantos años después de dejar las calles.
Kisame suspiró cansado. Las escenas de tirones de mejillas o de cabello, los jalones de ropa o los golpes amistosos eran diarios en esos dos. Si los dejaba seguramente se cansarían.
El viento sopló de nueva cuenta y los zapatos lustrados de Kisame se detuvieron. El rugir del aire no era constante, había cortes en él. El olor a tierra húmeda y a cigarrillo se estaba esfumando en la nada. Un par de pisadas aparecieron repentinamente y se fueron así como llegaron. Sonrió confiado. Ese huérfano podía ser intrépido, pero para escapar de alguien como Kisame había que ser mejor que perfecto. Supuso que tendría un tobillo herido si no había sido tan silencioso como le hicieron creer con los informes policíacos.
Continuó su camino, pensando en cuándo había conseguido la fama por "rehabilitar" a los vagabundos a la sociedad. Esos términos le daban asco. Los sin-techo eran miembros de la comunidad, que no tuvieran familia u hogar o una vida socialmente aceptadas eran cosas diferentes. Hidan había elegido ser vagabundo; Nagato no.
Además, ¿qué era ser miembro de una sociedad? ¿Trabajar, tener una casa, familia, llegar a fin de mes? ¿Ajustarte a los estándares sociales y culturales? ¿Eso era vida? Kisame prefería no dar su opinión. Insultaría a unos cuantos si abriera la boca.
—Puto viento.
Tras esa frase Hidan volvió a la mitad de su rostro, acomodando el resto de su ropaje tras esa simple y amistosa pelea con Nagato. Éste, por su parte, limpiaba el cristal de sus lentes mientras caminaba al lado de su compañero. Juntos dieron alcance a Kisame, justo antes de que frente a ellos saltara un joven desalineado.
El muchacho de cabello negro los apuntaba con un trozo fino y largo de vidrio. La mano que lo sostenía sangraba. Kisame fue rápidamente puesto tras sus dos guardaespaldas.
— ¿Un trío de estirados por aquí? —el morocho se burló de ellos, mientras les mostraba una sonrisa confiada y los miraba de pies a cabeza— ¿No saben que es peligroso caminar por estos lares?
Hidan sacó su propia navaja y Nagato alzó los puños. El morocho levantó las cejas y escupió a un lado, mientras rascaba la bandita sobre el costado de su nariz. Se reía de ellos con sus ojos negros; su blanca piel estaba repleta de heridas, desde raspones a hematomas y cortes. Su ceja derecha mostraba una herida ya curada y parte de su camisa estaba ensangrentada. Posiblemente de sangre que no fuera suya.
—Podemos hacerlo de la manera fácil o complicada —se enderezó y sacó pecho, con toda su confianza a flor de piel. Miró los ojos rosados de Hidan y supo de inmediato que él era el agresivo de ese trío. El pelirrojo no era más que un flacucho que por algún motivo ahí estaba y el hombre alto de cabellera alborotada azul, de pequeños irises amarillos, sonrisa amistosa pero filosa y unas extrañas marcas bajo sus ojos, era el premio gordo.
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Muchas gracias por leer. Espero haya sido de su agrado este primer capítulo mediocre y aburrido. No hubo mucha acción, casi es como...el 'piloto'. No sé ni cómo terminará el fic, pero a veces eso me divierte más que tenerle un final determinado. Veo cómo se desarrollan las cosas y así surge todo. No creo que sea muy largo. Hasta estoy pensando en sólo tres capítulos, pero sería muy poco.
Las edades: Kisame veintiséis años, Hidan dieciocho, Nagato diecisiete e Itachi dieciséis. Originalmente Kisame tendría 32 e Itachi la edad que ya dije, pero...era demasiado, la verdad. Así que debí hacer más joven a Kisame, y casualmente encuadra conque realmente se llevan diez años.
Hidan sé que tiene un año más que Itachi, supongo que la comadreja deberá cumplir años para que se respete eso. De Nagato ni idea, así que tiene diecisiete cumplidos hace poco (me pareció siempre de la misma edad que Itachi, si no es así que alguien me corrija).
Galdor, sí, a vos, me daba vergüenza decírtelo antes, pero en el fic de 'Si te he visto no te recuerdo', que subí antes que este, que es ItaDei, hay un pequeño homenaje a ti en lo que respecta al KisaIta. Lamentablemente ahí Kisame es un profe medio pervertido que le echó el ojo a la comadreja pero nunca le hizo nada. Me encanta tu versión de Kisame tierno, quiero mantenerla :D
Espero te haya gustado. Y si no, bue, algún día conseguiré algo que sí ;)
¡FELIZ NAVIDAD, GENTE!
Pásenla hermoso, con quienes quieren y recuerden a quienes no están, que aún así están a su lado :) Reciban cientos de regalos y mucho amor :D (Qué cursi...) xD
Ciao!
Martes 24/12/13
