Disclaimer: todos los personajes pertenecen a J. K. Rowling
"Este fic participa del reto Anual "Nuevo año, nuevas historias" del foro La Sala de los Menesteres"
Personaje: Antioch Peverell
Palabra: Encantamientos
El hermano mayor
Acababa de salir de la casa y se estaba dirigiendo al gran jardín trasero para practicar un poco con su varita. Desde que sus padres le habían comprado una, Antioch se había sentido más poderoso que nunca. En el momento en el que el Señor Ollivander le pasó su "pequeña" había sentido la magia recorrer sus venas, concentrarse en sus manos y salir a través de la punta de la varita en una explosión de chispas.
Y eso había sido tan solo el inicio. En cuanto había iniciado sus estudios, había sentido cada vez más fuerte esa gloriosa sensación. Había aprendido a hacer transformaciones, realizar grandiosos encantamientos y a utilizar las artes oscuras.
Al llegar al lugar indicado, desenfundó su varita y apuntó hacia el árbol cercano. Murmurando unas palabras, lo transformó en una escoba y, con una sonrisa satisfecha, se acercó para ver el resultado. Examinó con cuidado el mango de la escoba y vio que era perfecto. Al revisar las ramitas que estaban en un extremo, notó que estaban bien ordenadas, todas en su sitio, y no pudo evitar sentirse orgulloso.
Se levantó del suelo y apuntó con la varita a la escoba, comenzó a pronunciar un hechizo para volverla a su forma original, cuando una voz lo sobresaltó, haciéndole errar en decir el encantamiento y prendiéndole fuego a la madera.
—Madre te va a matar si ve lo que le hiciste a su árbol favorito— comentó Cadmus, apagando el pequeño incendio con un movimiento de su varita.
—Si no me hubieras asustado, Cadmus, nada habría pasado—replicó de mala gana, volviendo a transformar el árbol favorito de su madre.
—Si quieres ser un gran guerrero, como tanto profesas — dijo Cadmus haciendo una burda imitación de un combate de espadas— no deberías asustarte de tu hermanito.
Antioch frunció el ceño, pero decidió ignorar a su hermano. En cierto modo, sabía que tenía razón, aunque nunca lo diría en voz alta. Lanzándole una mala mirada, cruzó el jardín a toda prisa, y entró a la casa.
Su madre estaba en la cocina preparando algún platillo, pero Antioch se encaminó hacia su cuarto sin mirarla. Una vez dentro, se puso su capa de viaje, tomó su bolsa y fue a toda prisa a la cocina. Tomó algunos panecillos y los introdujo en la mochila sin mucho cuidado, después cogió una cantimplora y la llenó de agua. Al terminar, se acomodó la bolsa en el hombro, y se acercó a la puerta para abrirla.
—¿Adónde crees que vas?— le retó su madre, mirándolo con reprobación y con las manos en sus caderas.
—Me voy de aquí— gritó, pero al ver la mirada de la mujer, decidió bajar un poco la voz —. Necesito salir para poder practicar más y ser el mejor.
—Puedes practicar en el patio— respondió su madre.
Antioch intentó protestar, pero la mujer lo interrumpió.
—Si sales ahora, sin ninguna practica, vas a morirte de hambre antes de empezar a usar bien la varita.
El chico cerró la boca de golpe, su madre tenía razón, necesitaba practicar más, y luego ya podría irse para explorar el mundo y quizás, algún día, sería el combatiente que tanto deseaba ser.
Cinco años más tarde
Antioch se dejó caer sobre su cama. Una enorme sonrisa cruzaba su rostro, y a pesar del cansancio, tenía unas inmensas ganas de saltar por toda la habitación.
Finalmente había logrado todas sus metas, y no pensaba quedarse ahí. Era demasiado ambicioso para conformarse con tan poca cosa, como haber ganado los últimos duelos mágicos a los que había participado.
Había entrenado hasta agotarse durante varios años, hasta llegar a saber a la perfección la mayoría de los hechizos existentes. Había tenido duelos mágicos con sus dos hermanos durante algunos meses, y cuando finalmente se había sentido seguro, había participado en su primer duelo de magia. Al principio no había sido fácil, había sido realmente difícil mantenerse al nivel de sus rivales, y terminaba perdiendo cuando estaba cerca de llegar a la final. Sin embargo, en vez de sentirse frustrado, había practicado con más esmero, y se había vuelto a presentar al duelo. Esa vez, había sido mucho más sencillo, y no había encontrado resistencia hasta el último combate. Ese había sido espectacular, y al ganar, había demostrado su valía frente a los otros magos.
Ignotus entró a la habitación intentando ser silencioso, pero tropezó con su baúl provocando un gran estruendo. El hermano más pequeño miró hacia el mayor, y al ver que estaba despierto, se acercó a la cama.
—¿Por qué tan feliz?— preguntó Ignotus.
—Ya estoy listo para salir de aquí. —Murmuró emocionado Antioch —. Mañana me iré en busca de nuevas aventuras.
Ignotus lo miró con asombro, y tras dudar unos segundos, le preguntó si podía acompañarlo en su viaje. Al principio, Antioch, quiso negarse, pero sabía que siempre podía ser de ayuda, además, seguro que se pondría nostálgico si viajaba solo.
—Está bien— cedió y el más joven le regaló una enorme sonrisa, antes de preparar a toda prisa una bolsa para la expedición.
Antioch se dio la vuelta, se tapó con la sabana, y se dispuso a dormir. No obstante su cansancio, su sueño fue muy inquieto, repleto de sueños de todo tipo, desde agradables paisajes por los cuales cruzaban, hasta peligrosas criaturas que los perseguían para después matarlos.
Se despertó sobresaltado en el medio de la noche, sudando y temblando, y observó a su alrededor. Sus hermanos estaban durmiendo plácidamente, y Antioch se preguntó si debía irse sin Ignotus, no quería poner en peligro a su pequeño hermano. Pero desechó rápidamente la idea, él jamás le perdonaría haberlo abandonado así. Volvió a recostarse, y se durmió otra vez.
En la mañana, sintió a alguien zarandearlo. Abrió un ojo, y vio a su hermano Cadmus mirarlo con desaprobación.
—Así que planeas irte— dijo sin ninguna emoción en la voz, aunque en sus ojos podía ver lo dolido que estaba —, y vas a llevarte a Ignotus.
—Realmente quería ir solo— respondió Antioch en voz baja.
Cadmus se quedó mirando fijamente a su hermano mayor, retándolo a decirle algo. El más grande de los hermanos Peverell le sostuvo la mirada durante unos minutos, pero terminó por soltar un suspiro.
—Está bien, prepara tus cosas porque partiremos después de desayunar.
Su hermano asintió sonriendo y se alejó a toda prisa. Antioch se vistió y luego de desayunar, los tres salieron de la casa.
El mayor se quedó pensando en lo diferente que sería la aventura con sus dos hermanos, sin saber que juntos encontrarían objetos muy poderosos y valiosos en su viaje.
