Prólogo: necesitar o no necesitar un buen polvo
("No, Tony! You can't fuck the future. The future fucks you! It catches up with you and it fucks you if you ain't planned for it!"
"Look, tonight is the future, and I am planning for it. There's this shirt I gotta buy, a beautiful shirt.") – Saturday Night Fever
La noche en la que Cas nació medio mundo celebraba la entrada del Año Nuevo. 1979 había sido un buen año; probablemente algunos lo recordarían porque Joy Division dio a luz al álbum Unknown Pleasures, Pink Floyd grabó The Wall y los Bee Gees publicaron Spirits Having Flown. Si Cas hubiera tenido un poco más de interés en el año de su nacimiento también habría sabido que AC/DC bendijo al mundo con Highway to Hell o que Aerosmith aplastó a la humanidad con Night in the Ruts; es más, si hubiera prestado la mínima atención a lo que ocurría a su alrededor habría sabido que Led Zeppelin también había grabado In throught the out Door.
Así pues, el beso que Melissa Novak quería darle a su marido para celebrar la llegada de 1980 tuvo que ser presenciado por un grupo de enfermeras, quienes después de dejar al bebé arrugado en brazos de su madre, observaron la televisión hipnotizadas por el paso del tiempo en el reloj que buscaba dar las doce, y esperando la ocasión para abrazarse y lanzar unos cuantos confeti al aire.
Ese "bebé arrugado" pronto creció y tuvo nombre; Castiel Novak tiene el pelo oscuro, despeinado, revuelto proporcionando una imagen de larga siesta en el sofá que nunca se produce. Sus ojos son azules; probablemente si alguien tuviera que escribir una novela sobre él diría que se parecen al color del océano, al azul del cielo despejado y todas esas ñoñerías que a los adolescentes les gusta escuchar.
"Paparruchas", murmuraría probablemente Cas si leyese algo como eso.
A él le gusta pensar que sus ojos se parecen al espacio, a las nebulosas y creer que cualquier día la nave espacial USS Enterprise emergerá de sus pupilas y podrá tomar una coca-cola con sus tripulantes.
Y es que a Cas le gusta imaginar imposibles.
Porque, ¿quién diablos prefiere vivir la realidad a la ficción? A Cas le gustan sus libros, le gustan sus películas, sus series y su música, y si puede normalmente se encierra en su habitación e intenta repartir las 24 horas del día entre esas cuatro tareas. A veces desearía que el día durase más, algo así como 45 horas y así poder invertir alguna de ellas en dormir.
Y es que a Cas le gusta imaginar imposibles.
Debido a todo eso, Melissa Novak suele preocuparse por su hijo mientras ve la telenovela del medio día; Juana Rosa le ha puesto los cuernos a Fernando Alberto con Rodrigo Andrés y se casi se puede mascar la llegada de una buena pelea de espadas en la que alguno u otro acaba por recibir un tiro inesperado. Es por eso que no puede evitar acordarse de él cuando alguno de los personajes muere de forma trágica. Porque sabe que cuando su hijo muera ella no estará para llorarle y que probablemente ni ese tal Spock o el John Travolta del que tiene empapelada la habitación aparezcan por el funeral para dar sus condolencias. A Melissa, como cualquier otra madre le aterra que su hijo de 18 años no tenga amigos, le preocupa que por supuesto que se haga demasiadas pajas y se quede ciego para el resto de su vida, aunque por otro lado también le preocupa que no se las haga y eso le convierta en un adulto rarito. Pero sobre todo, a Melissa le preocupan las drogas. Pero eso es algo que se da por sentado. Afortunadamente, sabe que Cas es incapaz de contactar con ningún camello, ya que la posibilidad de que un traficante se presente en su dormitorio es meridianamente imposible y lo único para lo que sale el joven de casa es para ir al instituto y volver con expresión cansada y pocas ganas de estudiar.
En realidad, y a pesar de su desgana por el estudio Cas ha conseguido la nota suficiente como para ingresar nada menos que en la Universidad de Stanford; y si no fuera porque se sentiría mal por las noches probablemente rezaría para que sus padres vivieran en la miseria, que no le pudieran pagar la carrera y así tuviera que quedarse en casa para siempre. No es que no quiera estudiar y vivir la maravillosa experiencia de dormir en una cama que no es la suya en un campus de envidia. Sí, con algún compañero de habitación invadiendo mi espacio personal o con una pareja de adictos al sexo en la pared de la derecha. Castiel cree que ya ha tenido suficiente sexo de por vida con los gemidos de su madre los días pares del mes. Nunca falla.
Así que esa es la situación; y es domingo, y hace sol, y es agosto, y hace calor y Cas está sentado en la mesa de la cocina con un plato de macarrones con queso delante y desearía salir de allí antes de tener La Discusión OTRA VEZ.
La Discusión, con mayúsculas. Letras capitales. Escrito en negrita.
– Castiel, ¿has hecho la maleta? - La voz de su madre es como un viejo gramófono averiado.
– Sí –gruñe con cansancio–, y no vuelvas a preguntarme si he cogido suficientes calzoncillos. Créeme, lo he hecho.
– Si contestas así no harás amigos...
A Cas le apetece decirle que de todas las cosas que le importan una soberana mierda en el mundo esa se lleva la palma, pero respeta lo suficiente a su madre como para no haberle contado nunca que la ha escuchado practicando el sexo y por supuesto como para no contestarle de malos modos. Así que decide callarse. Esa noche duerme menos que de costumbre; deja que la música de los Bee Gees le cubra por completo y para cuando tiene el sueño suficiente como para echar una cabezada alcanza el vídeo de Fiebre del Sábado Noche y decide que la vida nocturna es joven, larga y que no es su último día en la tierra, pero sí el último que podrá hacer lo que le de la gana sin que nadie le moleste.
Tony Manero es guapo, es brutalmente atractivo, y de hecho esas caderas tendrían que estar prohibidas en casi todos los estados y si hace falta en la Antártida. Por lo menos. Treinta y tres veces ha visto la película. Solamente necesitó dos minutos y un plano para enamorarse perdidamente de John Travolta. Tenía menos años de los que querría admitir cuando se dio cuenta de que de los pantalones blancos ajustados lo que más le llamaba la atención no era que fueran acampanados. Tres reproducciones le valieron para empezar a aprenderse los bailes y seis para acabar de perfeccionarlos.
Huelga decir que es aficionado a adelantar el reproductor de vídeo al momento exacto en el que hay escenas de sexo. Porque es curioso. Porque le apetece. Porque es posible, probable, que a lo mejor, con alguna que otra duda (más bien sin ninguna) le guste imaginar que Tony Manero es el que le empuja al coche y el resto... El resto, como diría su madre, es asunto de dos rombos.
Cas es gay. O eso cree. En realidad no sabe cuándo empezó a serlo o si no lo fue alguna vez. De pequeño era más de Epi y Blas que de la Gallina Caponata. Llevar mallas en las clases de gimnasia no resultó una tortura y puede que su obsesión con Scooby- Doo y en concreto con Fred, fuera algo más que una cuestión científica.
Pero eso nadie lo sabe. "En el armario", dicen. Bueno, a Cas le gusta eso; disfruta de sentarse en el sofá, hacer un comentario sobre el culo de la presentadora y gozar del paquete del tío que da el tiempo. "Chispeará en Chicago este fin de semana..." y todo lo que puede pensar es que como no deje de lamerse los labios de esa forma él sí que acabará chispeando.
Su madre le insiste en que se eche novia. Cas es tradicional. "Mamá, no he encontrado a la mujer adecuada", después vuelve a cerrar las puertas del armario y lee cómics de Marvel. Los superhéroes van en mallas y nadie les llama maricas.
Una vez le gustó un chico; tenían trece años y compartían pupitre en el colegio. Olía bien. Y tenía el pelo limpísimo. Cas se preguntaba muchas veces cómo sería tocarlo. Sentía el irrefrenable desde de sobarlo, de acariciarlo y de esnifar cada cabello oscuro. Dibujaba bien, y a veces garabateaba penes en las esquinas de sus apuntes; Cas se reía y sonreía como un idiota, admirando la capacidad del otro para hacer dibujos tan similares y al mismo tiempo tan diferentes "este es más largo porque le gusta cascársela y he escuchado que así se hace más grande", decía. Y así, entre penes y pollas y "el mío es más grande que el tuyo, deberíamos comprobarlo", acabaron en el baño del segundo piso. Se bajaron la bragueta, los calzoncillos de dibujos después y empezó el juego.
Y Cas ganó.
Y joder que si ganó. Antes de sacarla ya parecía el mástil de un barco. "Si la frotas igual que me consigues ganar y todo, ¿eh?", le sugirió al otro. El chico asintió convencidísimo y Cas pasó un buen rato observando cómo funcionaba la anatomía masculina.
Pero la historia de "penes, pollas y cómo hacer que tu amigo se masturbe delante de ti" terminó poco después, cuando el chico se echó novia y todo fueron tetas y faldas. Su siguiente contacto con el sexo fue el porno, y después el porno y al día siguiente un poco más de porno. En realidad Cas es tan virgen que pagarían muy bien en el mercado negro. Sin embargo, ¿qué importa ser virgen cuando Tony Manero te ha robado todo lo que te puede robar?
Supo que algo estaba haciendo mal la mañana que se encontró una caja de condones encima de la mesilla con una nota "úsalos con moderación". Moderación la justa. Ahí siguen, debajo de un par de calcetines de deporte viejos porque le da vergüenza que sus padres sepan que no ha tenido oportunidad de abrir ni el envoltorio. Pero es que no ha surgido la oportunidad, es que los personajes de sus libros no son follables en el plano material, los protagonistas de las series están fuera de su alcance y los chicos del barrio no le tocarían ni con un palo manchado de mierda.
La universidad. La universidad. Se le hace grande. Como cuando le apuran los helados de chocolate. Y es que la universidad es desmadre, y es sexo y es un polvo en la esquina de una clase de anatomía. Y es que la universidad es todo a lo que no quiere enfrentarse. Cas no cree que necesite un buen polvo, es más, cree que podría morir virgen y más feliz que unas pascuas mientras no le cortasen las manos, pero a veces, en la noche, cuando la casa está en silencio, los gallumbos un poco húmedos no puede evitar pensar que lo necesita más que un nuevo número de Spider-man. Porque joder, es que es follar, y en las pelis la gente se lo pasa muy bien como para que sea algo malo, y...
Y ojalá hubiera alguien dispuesto a echarme un buen polvo.
Luego se avergüenza y borra esos minutos que son solamente suyos. Porque no es así de absurdo, porque se puede vivir sin lascivia, porque siendo completamente sinceros y realistas nadie en este puñetero mundo estaría dispuesto a echarme un buen polvo.
A la mañana siguiente se despierta cómo si hubiera bebido altas cantidades de alcohol, a pesar de que lo único que ha probado en su vida es el champán que llena su copa en las cenas familiares de Año Nuevo. Tiene la boca pastosa, el pelo revuelto y la sombra de una barba que lleva creciendo tres días seguidos. Apaga el despertador, alcanza una sudadera de color gris y se envuelve en ella como si estuviera en pleno invierno. La ventana permanece abierta y es temprano porque el único sonido que llega es el de los árboles meciéndose suavemente al ritmo del viento. Cas arrastra los pies hasta el pasillo y observa cómo su padre entra al baño y enciende la radio.
Buenos días por la mañana, ¡y ya son las ocho! Despiértate con la mejor música de todos los tiempos. DE AYER Y DE HOY. Despidamos este verano que cada vez se hace más corto con la magia de The Beach Boys. ¡Mueve el esqueleto con Keepin' the summer alive!
"Ahora se pegará cien horas afeitándose y peinándose y Dios, aún creerá que vamos a ver a la Reina de Inglaterra o algo por el estilo", piensa,y negando con la cabeza baja las escaleras hasta la cocina.
Le gusta el café recién hecho, con poca leche, que queme en la punta de la lengua, y amargue en lo más profundo de su garganta. La sensación le ayuda a despertarse. Cas es consciente de que si pudiera meterse un zapato en el gaznate para poder abrir los ojos durante el día probablemente lo haría. Diez veces si hiciera falta.
Sentado en la silla y con las piernas cruzadas el día se promete mejor de lo que parecía la noche anterior; la universidad tendrá una biblioteca, puede pasar el día allí sí, sería una buena idea y únicamente pisar el dormitorio para dormir. Le preocupa el hecho de que no estará su póster gigantesco de la película Los Intocables, con Kevin Costner protagonizando a Eliot Ness, para darle las buenas noches; y que por lo tanto ya no soñará con gánsgters, tiros, corrupción y policías.
Cuando acaba de desayunar deja la taza en la encimera y sube de nuevo hacia su habitación, comprobando que su padre todavía sigue con su rutina mañanera y decide que es mejor vestirse primero o cumplirá los treinta si continúa esperando en el pasillo. Cas no tiene mucha ropa, la mayoría cuenta ya con un par de años; edad a la que dejó de crecer. Se viste con unos tejanos de color oscuro, zapatillas y una camiseta de manga corta ancha grisácea. Mira fijamente la maleta con ruedas hasta que escucha la puerta del baño abrirse y la arrastra hasta el pasillo lanzando un último vistazo al dormitorio.
– ¡Vamos, vamos! Que tenemos que salir ya, tardón.
Cas espera que su padre esté bromeando o posiblemente sería capaz de empujarle por las escaleras y no sentir remordimientos. Se lava los dientes con rapidez y maldiciendo alcanza la entrada y con la bocina del coche en los oídos se sube a la parte trasera del automóvil y se cruza de brazos con enfado.
– Parece que fue ayer cuando te llevaba a tu primer día de colegio, ¿eh? – Su padre intenta mantener conversación por el espejo retrovisor al tiempo que arranca – Es increíble cómo pasa el tiempo.
El viaje es largo, pero podría haber dudado diez minutos que a Cas le habrían parecido años. La universidad está lo suficientemente lejos como para que no vaya a poder volver a casa en mucho tiempo pero lo bastante cerca como para que si comete un delito le juzguen en el mismo estado que si lo cometiese en su jardín. No es que pretenda asesinar a nadie, por supuesto.
De momento.
Castiel baja la ventanilla para que el aire le dé en la cara y disfruta con cierto parecido a un cachorro del viento que le revuelve el pelo. Va a comenzar a estudiar Medicina. Cuando toda su familia le preguntó el porqué de la elección contestó que era porque su padre se dedicaba a eso, que le gustaría seguir el negocio familiar. En realidad no es por tal cosa. A Cas le parece que si puede salvar vidas y está en su mano hacer el bien es una estupidez no hacerlo. Por otro lado le asusta un poco la idea, no se siente tan listo cómo esos médicos que salen en la televisión, a lo mejor no sirvo. Se imagina volviendo a casa con la cabeza gacha y la decepción presionándole hasta el último de los músculos de su cuerpo y se siente peor que si le hubieran dado una patada en la entrepierna.
Despedirse de su padre no es complicado, se abrazan, el señor Novak le da un par de golpes en la espalda que dicen claramente "cuídate, hijo" y hasta contiene las ganas de llorar en público. El sonido del tubo de escape se extingue a su espalda.
Cuando Cas se queda solo delante del enorme edificio tarda más de cuatro minutos en hacer reaccionar sus piernas; no sabía que un lugar pudiera ser TAN grande y sólo cuando estira los brazos en el aire y respira hondo es consciente que después de todo un verano de protestas, de "qué pasará" y cierta morriña hacia la ciudad en la que se crió por fin tiene delante el que será su hogar durante los próximos años.
Cuando Cas escriba en un papel las cosas que más detesta de aquel lugar la primera de todas no tendrá nombre pero sí apellido: en la pequeña placa que hay en su nombre dice Mrs. Stevenson. Tiene el pelo teñido, mal teñido, la raíz casi negra empieza a cubrir alarmantemente la parte superior de la cabeza y Cas está seguro de que si le pregunta le contestará que son mechas californianas o alguna excusa barata para no admitir que tiene un aspecto desastroso. Sus uñas son largas y pintadas de rojo intenso, y cuando le coge el papel que saca de la mochila le observa mascando chicle y con cara de pocos amigos. Después de leer (o fingir leer) el documento asiente con la cabeza y a través de sus gafas sin montura de pasta le señala la misma puerta por la que acaba de entrar y con voz chirriante le indica que salga y gire a la derecha y cien indicaciones más de las que a los diez segundos no recuerda ninguna.
Se siente estúpido cargando con la maleta, siendo observado por las personas que hay a su alrededor, y hay algo en el ambiente que le recuerda a las películas de la vida en un campus y a las fiestas, y el alcohol y las togas de Desmadre a la Americana, y cruza los dedos para que todo eso no sean más que alucinaciones.
Alucinaciones.
Sí, coño.
El edificio que Mrs. Stevenson le ha indicado es prácticamente igual que el principal, pero en el interior todo es distinto; un par de chicas en zapatillas de deporte pasan a su lado con los cascos puestos y dispuestas a hacer deporte en el exterior. Otro chico habla con alguien en un teléfono que cuelga de la pared justo en la entrada. No hay rastro de equipos de fútbol, hermandades o bromas pesadas. Puede que no sea tan malo después de todo.
Tal y cómo indica su papel, la habitación en la que tiene que dormir se encuentra en el segundo piso, subiendo las escaleras a mano derecha. Le cuesta horrores arrastrar la maleta los primeros escalones; no es que sea un debilucho, pero esas endemoniadas cosas pesan un quintal por lo menos.
– ¿Necesitas ayuda?
Se vuelve, casi se cae y tiene que sujetarse en la barandilla para recuperar el equilibrio, pero su maleta cae sin remedio hasta que golpea la mano de la persona que se ha dirigido a él. Es alto, condenadamente alto y ancho, muy ancho ¿hará pesas? Tiene el pelo cuidadosamente colocado tras las orejas, media melena y unas patillas perfectamente recortadas. Cas tiene que mirar hacia arriba para encontrarse con sus ojos, que aparentemente marrones brillan con cierta tonalidad verde que sin duda los hace especiales. El chico sonríe y en sus mejillas se forman un par de hoyuelos que le hacen parecer un pequeño cachorro y no un gigantesco animal como le había sugerido su aspecto al principio. Perro que ni ladra ni muerde.
– No – se da cuenta del absurdo de la situación. Porque el extraño tiene su maleta entre las manos y si no fuera por eso todos sus calzoncillos estarían cubriendo el suelo del primer piso y ya no habría salvación para él en ese lugar –, bueno… En realidad sí. Pesa un poco.
– Sí, pesa – asiente el otro cogiéndola entre los brazos –. Por eso la gente suele utilizar el ascensor que hay abajo.
– Ah.
Ah. Está bien. Sí. Ahora ya no puedo fingir que soy estúpido.
– No te preocupes – ríe él. Y de nuevo los hoyuelos –. Mucha gente no se da cuenta; soy Sam.
– Uhm, yo soy Cas.
Castiel es consciente de que en ese tipo de situaciones hay que dar la mano, pero las de Sam siguen ocupadas, y están en medio de una escalera y comprende en ese instante que sin duda sus habilidades para relacionarse con las personas están un poco oxidadas.
Sam le sigue escaleras arriba; no hace preguntas, simplemente le acompaña y sólo cuando Cas se detiene en la habitación que tiene un número 23 escrito en la puerta vuelve a hablar.
– ¡Oh! – Se gira en redondo y señala una puerta unos diez metros más al fondo del pasillo – Yo vivo allí, así que estamos bastante cerca.
– Oh, sí, lo estamos.
– Sí…
– Esto… Creo que ya puedo yo solo.
– ¡Claro! – Levanta la mano en forma de saludo – Hasta pronto, Cas.
La puerta se abre con una pequeña llave que la secretaria ha guardado en un sobre, junto con un mapa del recinto y horarios de los distintos lugares. Pero no les presta atención. La cerradura parece estar atascada al principio y solo cuando da un golpe fuerte con el hombro ésta se abre y deja paso al dormitorio.
Hay dos camas. Genial. Una contra la pared derecha y la otra a la izquierda; las sábanas son blancas y el único mobiliario son dos escritorios pequeños idénticos, un armario empotrado y la lámpara del techo. Se deja caer en el colchón de la izquierda, sin siquiera cerrar la puerta a su espalda y cierra los ojos cubriéndose la cara con ambas manos.
Está agotado y todavía no ha hecho nada. Le rompe el alma ver las paredes tan vacías, las dos camas tan bien hechas y la ventana tan cerrada que huele a antiguo. No parece que haya nadie viviendo allí y no quiere hacerse ilusiones de que por algún tipo de razón afortunada no vaya a tener compañero de habitación. De repente recuerda que hace horas que no va al baño y que le vendría bien lavarse la cara un poco y despejarse, así que se levanta y busca por la habitación una puerta que le indique la entrada al servicio. Pero no hay ninguna.
Será una broma…
Deja la maleta a un lado y sale al pasillo con preocupación; no sabe muy bien a quién preguntarle, a quién decirle que su habitación tiene un defecto, que alguien se ha olvidado de colocar su ducha y su lavabo y su… Solamente se le ocurre una persona, así que con más valor del que de verdad siente recorre esos diez metros de distancia que le separan de la puerta del chico extraño: Sam.
Lo primero que escucha es la música excesivamente alta que procede del interior de la habitación. No reconoce la canción, pero está seguro de que la ha escuchado alguna vez en la radio. Si Cas prestase atención a algo más que las cosas que le interesan habría sabido que se trataba de Back in Black de AC/DC. La voz aguda del cantante llena el pasillo y se escuchan unos golpes tan fuertes que Cas teme interrumpir algún tipo de sacrificio satánico.
– ¡Baja eso! – Es la voz de Sam y a juzgar por el tono parece que no es la primera vez que repite lo mismo.
– Siempre igual, Sammy – la otra persona que habla tiene la voz grave y profunda y parece ser el causante del escándalo –. Bajar el volumen de esta canción es pecado. Te lo aseguro.
– Tu existencia es pecado, Dean.
Dean.
Cas se queda en la puerta, con el puño en alto, como si realmente pretendiese llamar a algún tipo de puerta invisible. El interior se parece a su dormitorio, pero las dos camas están sin hacer, las puertas del armario permanecen abiertas y de ellas emerge un montón de ropa desordenada. Las paredes no son blancas, al menos en el lado izquierdo; están cubiertas de pósters de grupos que no conoce.
Cas pierde la atención en todo eso en cuanto se fija en la persona que ha respondido a gritos a la protesta de Sam.
Un chico alto salta encima de la cama, con las zapatillas puestas y sin ninguna preocupación por manchar las sábanas. Mueve los brazos en el aire simulando tocar la guitarra y se muerde el labio con una pasión que parece que la habitación esté llena de chicas fanáticas dispuestas a lanzarle su ropa interior. Él tiene el pelo claro, exageradamente bien cortado y acabado en una cuidada cresta en la parte superior de la cabeza. Sus brazos son fuertes, no tanto como los de Sam pero sí lo suficiente como para poder arrearle un buen puñetazo a cualquiera y dejarlo tumbado. Cas no sabe qué hacer o qué decir así que simplemente tose alto y espera una reacción. Estadísticamente pueden cerrarle la puerta en las narices por imbécil y entrometido y si tiene un poco más de suerte puede que sean amables y contesten a sus preguntas.
– ¡Cas! – Sam parece contento de volverle a ver. Supongo que es bueno.
– ¿Cas? – El otro chico parece extrañado, deja de saltar y posa sus ojos sobre él. Los tiene verdes, grandes, verdes, grandes, verdes, grandes y verdes otra vez. Y mientras Cas se repite a sí mismo que los tiene verdes empieza a considerar que llamar verde a ese color es un insulto – ¿Qué es Cas?
– Es una abreviatura de mi nombre. – Contesta secamente.
– ¿Abreviatura?
– Sí, cuando haces tu nombre más corto y…
– ¿Qué te trae por aquí? – Sam interrumpe y aprovecha para bajar la música que en ese momento dice I'm just making my play. Don't try to push luck, just get out of my way 'cause I'm back.
– ¿Dónde… – Desvía la mirada incómodo – ¿Dónde está el baño?
– ¿El baño? – Sam parece confuso – Esto… Al final del pasillo a la derecha.
– Y si buscas el de las chicas está en la planta de arriba a la izquierda. –El rubio interviene y se ríe de su propio chiste con orgullo.
– ¿Al final del pasillo? – Cas sabe que está poniendo esa cara de imbécil que habitualmente le devuelve el espejo, pero es que es incapaz de evitarlo – ¿Hay que compartir las duchas y todo eso?
– Bienvenida al mundo real, princesa.
– Oye, mira por qué no haces el favor de callarte y…
– ¡Dean! – Sam interviene y fulmina con la mirada a su compañero – Es muy incómodo pero si quieres puedo decirte las horas en las que hay menos mendrugos haciendo uso de ellos.
– Gracias, Sam. – Cas asiente con la cabeza, abatido, perdiendo poco a poco el mínimo entusiasmo que podía tener sobre aquel lugar.
Se da la vuelta para marcharse y sale al pasillo con un largo suspiro este lugar apesta. Echa de menos su casa y no ha pasado ni un día, casi podría decir que echa de menos los guisantes con jamón que prepara su madre los viernes y no hay cosa que odie más que los guisantes con jamón que prepara mi madre los viernes.
– ¡Ey!
– ¿Uhm?
– No me he presentado – el chico rubio le extiende la mano y Cas se alegra de que en esa ocasión pueda estrecharla –, soy Dean. Dean Winchester.
– Encantado.
– ¿Y de qué viene Cas?
– De Castiel.
– ¿Castiel? – Parece pensativo – No lo había escuchado en mi vida, ¡si quieres cualquier cosa ya sabes dónde encontrarme!
– ¿Y dónde puedo encontrarte si se puede saber?
– Donde haya música, evidentemente. Sigue el camino de baldosas amarillas, Dorothy.
Se gira con una sonrisa tan amplia que da hasta miedo y se aleja. Cas se queda en el pasillo, quieto, con los brazos a ambos lados y observando. Las piernas de Dean Winchester se abren cuando camina, mueve los hombros mientras vuelve a cantar en alto la canción que sonaba minutos antes en su habitación y es innegable que tiene algo de ritmo, incluso que hay algo de elegancia en la forma en la que se mueve.
Cas vuelve a entrar en la habitación y esta vez sí que cierra la puerta antes de tumbarse y cerrar los ojos. Tiene modorra. Le duele la cabeza. Piensa que podría ser un buen momento para darse a las drogas y olvidarse hasta de su identidad.
Ponerse un antifaz y luchar contra los genios del mal. Morir en el primer enfrentamiento y ser héroe y víctima nacional.
Todo un plan.
Muy patriótico.
Tan absurdo y patético que se da un golpe en la frente y trata de conciliar el sueño antes de que se le ocurra otra estupidez aún mayor.
