Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, pero los amo. Son creación de Kyoko Mizuki y Yumiko Igarashi, y sólo pretendo entretener con ellos nuestras imaginativas mentes…un abrazo.
YA NO SIENTO ASÍ
CAPÍTULO 1: El Encuentro.
Estaba cansado de esta porquería, le molestaba su propia actitud pasiva, ocultándose permanentemente tras la montaña de pendientes que a diario se multiplicaban en la empresa. Qué mentira, si no era aquello lo que le quitaba el sueño, sino pertenecer al séquito de entrañables y tiernos amigos que la frecuentaban. No sabía en qué momento se fue todo desviando hasta alejarse completamente de lo que quería transmitirle. Cómo demostrarle que todo en ella le quitaba el aire, no podía siquiera respirar con coherencia ante su presencia, su atención siempre era captada por los pequeños detalles de su graciosa figura, una nueva peca que descubría en un coqueto lugar, un nuevo tinte verdoso en sus gatunos ojos, y ella lo sabía, sí...no podía ser de otra manera. Era imposible de creer que lo torturara de esa forma.
Siempre creyó que eran almas gemelas, la muerte de Anthony había contribuido a acercar su corazón al suyo y empatizar aún más con esta pequeña que irradiaba ternura y prodigaba su alegría de vivir y espontaneidad por doquier. Le partió el alma la soledad en que la vio inmersa, y este oscuro suceso removió también la herida que mantuvo sumergida durante años por la partida de su querida y única hermana, sintiéndose conectado con ella en aquella soledad, ayudando a fortalecer aquél lazo invisible con su protegida, jurándose que jamás la dejaría sola, la acompañaría a lo largo de su vida porque ambos eran dos corazones sensibles, salvajes y en constante búsqueda del amor. Sin embargo, cuando creía que esas heridas podrían curarlas juntos y que tendrían todo el tiempo del mundo para recomponerse, apareció Terry, con su altanería y autosuficiencia se la había robado, encandilado, y nuevamente sus posibilidades de contarle sus sentimientos se habían esfumado. El resto era ya parte de sus secretos más profundos, nunca confesaría que su memoria la recobró mucho antes de irse a vivir con ella a ese bendito departamento, pero deseaba tanto estar a su lado, aunque fuese como su paciente, que no dudó en retardar más tiempo la entrega de dicha información a la noble enfermera. Esperó, ponderado, caballeroso, revolviéndose cada noche en las sábanas de la habitación contigua a la de la rubia, como el amigo entrañable, y pronto aprendió a conformarse con los pequeños roces inconscientes, los abrazos apretados cariñosos que ella le prodigaba, y las eternas charlas en las que le aconsejaba acerca de su novio y la próxima visita que le haría a Nueva York. Así vivió también a su lado aquel rompimiento, componiéndola, apoyándola, porque sentía que con eso también arreglaba su desarmada vida, se reunían también los pedazos desechos de él que estaban esparcidos en el Magnolia, en espera de que ella los viese y le ayudase en esta difícil tarea. Pero eso nunca pasó, al contrario, no pudo seguir dilatando su regreso a las obligaciones que como cabeza de los Andrew debía retomar, y un urgente recado de George, su hombre de confianza de toda la vida, le avisaba que se encontraba al borde de perder la empresa familiar si no se presentaba a tiempo al Consejo extraordinario en que el directorio pretendía quitarle la presidencia del Consorcio Andrew por ausencia reiterada y abandono de deberes.
Con el tiempo le dijo la verdad, y aunque creyó ver en ella confusión al momento de revelarle que era su tutor, le pareció que lo aceptó con prontitud, nunca hizo preguntas de ningún tipo respecto al tiempo que vivieron juntos, tampoco le reprochó nada, y continuaron tan fraternales como antes. Se veían a diario, pues una vez que William había expuesto su verdadera identidad a la sociedad de Chicago, la Tía Abuela Elroy había terminado aceptando que Candy era su protegida y se había mudado a la mansión Lakewood. Su anterior vida en el departamento Magnolia también había cedido paso a nuevas obligaciones, que requerían su presencia permanente en las cercanías de la lujosa casa, ya que ahora trabajaba como directora de la Clínica Pony, un recinto que gracias a las donaciones de la familia Andrew contaba con los más prestigiosos médicos que semanalmente la visitaban para atender en forma gratuita no sólo a los niños del Hogar en que creció, sino también a los de pueblos cercanos. Incluso se estaba corriendo la voz de la atención y medicamentos de primera índole que allí se manejaban, razón por la cual cada día crecía más el número de pacientes atendidos.
Así, pensaba el rubio, había llegado el doctorcillo Martin a pulular a diario por el recinto, y seamos claros, tampoco fue el único, durante este tiempo también había aparecido Tom, un amigo de la infancia hijo de un acaudalado granjero de la zona, que con la excusa de la construcción de la clínica no dejaba de visitar la mansión y prodigar a Candy un sinnúmero de atenciones. Todo lo había soportado estoicamente, hasta la semana pasada, cuando supo que todas su esperanzas eran vanas, y que desde hace rato se encontraba peleando una batalla perdida ya definitivamente.
Los comienzos de semana eran extremadamente duros en la empresa, ya que había reunión de directorio, y el lunes pasado en particular le había tocado exponer ante los socios las bondades de continuar apadrinando la Clínica Pony, que representaba altos gastos en las ganancias del consorcio. Llegó a la mansión tarde y extenuado, no quiso comer, sólo subió a su habitación con ganas de una ducha larga y recomponedora. Todas las luces, salvo las de la entrada, estaban apagadas, los sirvientes seguro ya se habrían marchado y la tía abuela Elroy se retiraba temprano a sus aposentos, a su juicio no era propio de una mujer respetable, esperar sola hasta altas horas de la noche. Antes de doblar hacia la derecha por el largo corredor que lo llevaría hasta su cuarto, giró hacia el lado contrario para darle las buenas noches a su gruñona tía, pero mientras hacía el ademán de golpear su puerta oyó tras ésta sus ronquidos, por lo cual luego de ahogar una carcajada se devolvió silencioso. Pasó frente a la habitación de Candy, que quedaba de camino a la suya por el mismo corredor, y sintió ese aroma a rosas que habitualmente emanaba su cercanía, ¿qué estaría haciendo ahora? seguramente dormía ya. Nunca se enteraría cómo había tenido que batallar hoy para que los socios no desistieran de entregar su apoyo a este proyecto que tan entregada la tenía y que a él le fascinaba patrocinar. Estaba decidido a hablarle acerca de sus sentimientos, temía no hacerlo, veía que otros se estaban aproximando nuevamente y no quería perder más tiempo ni la oportunidad de comenzar una vida juntos, desde hace muchos años que no tenía una pareja estable ni oficial. Candy sabía que ella era la causa y el efecto de todo, seguro lo sabía, no había duda.
Entró finalmente a su cuarto y sintió que aun percibía su aroma. Se desvistió rápidamente sumido en sus pensamientos y en las decisiones que pronto tomaría, pero al abrir la puerta del baño sintió que el Olimpo le llegaba de lleno en el rostro, y que el aroma a rosas embriagaba por completo sus hormonas. Allí estaba ella, en su tina, parándose de golpe, sin nada que cubriese su curvilíneo y pequeño cuerpo. Quedó estupefacto en una especie de trance, hasta que recordó que él tampoco estaba vestido y retrocedió hasta la puerta nervioso y tenso. Candy como un vendaval de pronto avanzó hacia él y cubrió su cuerpo con la bata colgada en la cara interna del mismo umbral donde él se encontraba oculto, y sinceramente a esas alturas no sabía cómo aún se mantenía en pie. Pasó tan cerca suyo que algunas gotas de agua escaparon de su cabello y lo salpicaron en un hombro, ella rió de lado pícaramente, le besó la mejilla y casi al llegar a la salida del cuarto, se volteó juguetona diciendo "perdona Al, mi baño se estropeó, como era tan tarde pensé que dormirías en la ciudad, no quise invadirte así. Por cierto, el agua está perfecta aún puedes aprovecharla". Le sacó la lengua como si se tratase de una travesura infantil, y se escabulló por el corredor.
Ella no tenía una idea de lo que ese raro encuentro había provocado. Albert apoyó la frente en el dorso exterior de la puerta del baño, aún luchando por serenarse y destensar todas las partes de su cuerpo que se encontraban apremiadas, sonrió ladino y se dio fuerzas para lo que venía. No había dudas, lo primero que haría al día siguiente sería buscarla. ¡Candy le correspondía! ¡Pudo sentirlo! Esa noche durmió apenas, ansioso por el desenlace de lo que percibió como el comienzo de una mutua declaración. Ella no le era indiferente y eso fue lo último que se repitió antes de que lo venciera el sueño.
Pero se equivocaba...
