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¡Sí señores! ¡Estoy dispuesta a recibir todos los tomatazos posibles, los insultos y los golpes que ustedes desean. ¡Cúanto lo siento! De verdad, perdónenme por haberles prometido una secuela del one-shot en unas semanas, cuando en realidad fueron meses. Tuve un año horriblemente atareado, estresante y cansador. Llegaba todos los días por lo menos a las 8 de la noche a mi casa y debía estudiar.
Pero ahora estoy libre, LIBRE.
Después de terminar, con el corazón deprimido y con llanto mi fic de RotG "El Color de la Magia"...
(Es la historia que amo más dentro de mi corazón, lloré incluso cuando la escribí, tiene una cantidad de sentimientos increíbles)
Decidí escribirles ésta historia llena de: emociones, problemas, ilusiones, leve romance, angustia...¡TODO!
Así que...aquí os dejo la secuela de «I wait for You» llamada:
Bittersweet
Que significa más o menos como agrio-dulce. Se vivirán muchos momentos así en la trama, es el primer título del que me siento orgullosa xD. Serán sólo 10 caps. Que los tengo avanzados.
Los personajes han sido creados por Dreamworks y Disney. No me pertenecen en lo absoluto.
Historia dedicada a: Mina Munray. Con tu dulzura y buena disposición para escuchar mis vaivenes emocionales, que me motivan mucho y me alegran el día.
Javi M: ¡SOIS GENIAL! Tus regaños y chistes. Definitivamente eres muy especial para mí, feita (no puedo escribir mucho, lo siento) ¡Gracias por la portada!
Con ustedes:
Bittersweet
By:
Queen Khione.
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Prólogo.
"Cumpleaños"
—1, 2, 3…1, 2, 3…1, 2 ,3 y…¡vuelta! ¡Eso es, eso es, perfecto!
Se sentó sobre el pequeño taburete en silencio, mientras oía una y otra vez la rutina de los pasos. Estaba cansada y el aburrimiento había llegado sobre un nivel límite que la paciencia de Mérida se veía imposibilitada de soportar. Resopló y se dijo a sí misma por enésima vez la 'suerte' que tenía al tener un par de pies descoordinados.
—¡Auch!
El gritito de señor Robert le hizo dar un pequeño saltito del susto, retiró rápidamente su pie sobre el de él con una expresión de culpabilidad—¡Perdón! —gritó horrorizada. Ya no era la primera vez que lo pisaba, si bien el hombre en un principio se mostró afectuoso y paciente, la muchacha sabía que ahora en su tono de voz e incluso en sus movimientos estaba posado el deje de irritación. Lo comprendía, nadie soportaba a una mula como ella en las artes de la danza. Ante su torpeza y escasa capacidad, durante las últimas semanas Mérida se vio obligada a tomar clases de baile por su cumpleaños, su madre había insistido durante todo el año, y, para evitar problemas Mérida aceptó finalmente.
—Si me lo permite, Alteza—dijo el hombre moviendo su boca y con ello su bigote— debería mantener algo más constante su atención en los pasos que le estoy indicando.
Mérida se sonrojó de la vergüenza y asintió con determinación sin decir una palabra; a pesar de la distancia, la pelirroja pudo sentir la mirada atenta y estricta de su madre en la nuca. Cerró los ojos con fuerza y volvió a seguir los suaves pasos que el señor Robert le enseñaba hace tres semanas.
A los pocos minutos lo volvió a pisar.
¡Diablos!
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—Estáis en la luna, querida. —se burló su padre una vez en la mesa—¿Por qué tanto despiste?
Ella se limitó a encogerse de hombros, mientras sostenía en sus manos un panecillo.
—Ya sois mayor de edad, cariño—se unió su madre—, ya es tiempo de que empieces a espabilar.
—Estoy bien, no se preocupen demasiado. Quizás—sonrió—, las clases de baile me están afectando más de que lo deberían.
—Tonterías—la interrumpió su madre—Son necesarias cada una de ellas para la celebración. No obstante, no nos a has dicho qué te aproblema, hija.
La pelirroja dejó caer su cabeza en la mesa, estaba azorada, irritada y confundida. Sentía un maldito agujero en el pecho que la obligaba a sumirla en las aguas más profundas de sus pensamientos—No lo sé, mamá. —respondió en un murmuro que no fue oído por su madre.
— ¡Fergus! —exclamó Elinor al ver a su esposo poner los pies sobre la mesa— ¿Esos modales quieres enseñarles a tus hijos?
—Pero querida…—se excusó él. Los trillizos rieron—, nos ha tocado una caza dura este último invierno…
—No son argumentos válidos.
La muchacha, interrumpiendo la cena se levantó en silencio—Iré con Angus. Disculpen.
—No has probado tu hígado…—murmuró su madre.
Mérida negó con la cabeza—No tengo hambre, lo siento. Le pediré disculpas a Maudie.
Corrió hacia la entrada trasera, sin soportar esa sensación que se apoderaba cada vez más de ella. Aquella congoja había tomado en un principio sus noches, después sus pensamientos y casi sin impedirlo atormentaba sus emociones en cada momento.
«Quizás sea por la celebración» pensó ella, pero sabía en el fondo que no era por ello, Mérida nunca le importó lo suficiente las reuniones y celebraciones que sus padres organizaban con los demás Lores; no le emocionaban ni le despertaba la alegría. Suspiró al paso que tiraba una piedra en la orilla más apartada del lago, odiándose por dentro lanzaba piedras ovaladas y lisas, era una manera para que tuviera tiempo de pensar.
Momentos como este desearía estar practicando arquería, pero le había prometido a su madre suspender sus prácticas por un tiempo. Con el extraño motivo de ablandar sus manos, cuando Elinor le declaró la razón no entendió a qué se refería exactamente su madre, y ahora con una mueca de fastidio supuso que su tacto era lo suficientemente poco suave y grácil para no despertar la necesidad de un hombre por cogerlas.
—Las manos—dijo su madre sentada a un lado de la chimenea—muestran en la mayoría de los casos cómo somos cada uno de nosotros. Al ser tú una princesa, es vuestra misión mantenerlas suaves y delicadas; revelaras a los Lores tu templanza interior.
Al principio no le encontró el sentido.
Ni se lo encontraría en un millón de años, porque al menos para ella unas manos endurecidas eran mucho más valoradas que el dedicado y suave tacto de unos dedos que jamás se habían esforzado en la vida. Por supuesto había aprendido a guardar silencio y sellar sus opiniones, la gran razón era incluso un misterio para ella misma. Mérida ya no se hacía problemas contra su madre y con el tiempo aprendió a buscarle soluciones rápidas y eficaces en vez de fomentar discusiones.
Con sus pensamientos concentrados observó como Angus cabalgaba no lejos de ella, con aquel halo de libertad que Mérida tanto deseaba.
Tiró otra piedra ovalada; esta vez siguiendo con la mirada la trayectoria y los rebotes que daba sobre la superficie del agua. Suspiró, fueron sólo tres; arrugó su nariz.
—Os falta mucho por mejorar, Alteza.
Mérida se sobresaltó dando un respingo pero aún así no tenía que darse la vuelta para saber que era Eiden, el hijo del carpintero. Se hicieron grandes amigos pese a las advertencias de su madre por acaparar atenciones a jóvenes que eran campesinos: sin embargo, algo que sí sabía bien Elinor y el pueblo entero era la amabilidad y la voluntad que tenía el muchacho. Era calmado y a veces demasiado retraído, pero esforzado y alegre. Si no estaba trabajando junto a su padre era común verlo metido en la herrería del señor Owen o en el establo del castillo lavando y cuidando a los caballos. Fue así cómo conoció a Mérida, en una tarde mientras intentaba cepillar a Angus; su amistad se dio casi de manera espontánea y natural.
En la mayoría de las visitas y las juntas del chico, Elinor los observaba desde las ventanillas de los pisos superiores del castillo con un ojo inquisidor y estricto. Fergus se quedaba en silencio, porque en secreto, muy oculto en su interior aprobaba la relación amistosa entre Eiden y su hija.
—¿Cómo podéis ser tan egoísta, mujer? Son jóvenes, es normal que convivan con otros jóvenes.
—¡Soy realista, Fergus!—exclamaba su mujer—No es una relación apropiada para una princesa. Quizás después...
—No nos apresuremos—intervino el hombre intuyendo el camino de la conversación—Hasta el momento está dentro de lo permitido, lo bueno de todo esto es que tenemos descuentos por los muebles.
Elinor se llevó una mano en la frente ante el comentario de su esposo.
—Fergus, nunca cambiarás.
—Oh, querida. Seamos positivos.—respondió con una sonrisa de oreja a oreja.
Eiden caminó con lentitud hasta llegar junto a la princesa.
—Es la falta de práctica —murmuró Mérida tirando otra, pero se hundió de trompicón—¡Maldición!
Eiden sonrió de medio lado y se giró para verle directamente a los ojos—Debes alejar tus pensamientos sin embargo—en sus ojos se poso un brillo de burla—...me alegro de que esa cabecilla alborotada este pensando.
Mérida entrecerró sus ojos con una notoria ofensa— ¿Insinúas que no pienso?
El rubio se encogió de hombros, mientras su sonrisa ladeada tomaba más acentuación—Eso queda a vuestro juicio, Alteza. —se detuvo, y la observó con seriedad. Seriedad que incluso llegó a asustar a la muchacha—¿Qué os sucede?
Mérida desvió la mirada para luego bajar la cabeza y observar los reflejos del agua cristalina—Es por mi cumpleaños.
—Si crees que sois una anciana por la edad, est-
—No, no es por eso—se precipitó a decir silenciando al chico—. Es por el matrimonio—Mérida se abrazó a sí misma, aterrada de su propias decisiones, se dejó caer en el césped—Tengo miedo.
Hubo un doloroso silencio que fue interrumpido abruptamente por un suspiro de Eiden, el muchacho se sentó junto a Mérida sonriéndole con tristeza y atreviéndose, colocó una de sus manos en el hombro de la pelirroja, consiente de que para cualquier noble o gente de la alta sociedad aquello era una falta considerable de respeto; sin embargo, tanto Mérida como él, disfrutaban de los leves tactos que se daban mutuamente. Era tan ingenuos como los pensamientos de un niño, y tan reprimidos como los sentimientos que afloraban calladamente en el pecho del joven.
—No tengas miedo, jamás les muestres tus temores a alguien, siquiera a mí. Mantente fuerte como siempre lo has sido. —arqueó sus cejas con empatía—Además, no estás comprometida aún y los Lores no te han presionado. Sus hijos parecieron comprender la importancia de los sentimientos como os dijiste esa vez, ¿recuerdas?…
Suspiró moviendo la cabeza ligeramente hacia atrás, con una sonrisa en los labios, agradeciendo del alma la compañía de su amigo—Gracias…Pero.
—¿Pero? —repitió el joven.
La princesa se puso de un salto de pie y su cabello, alborotado y rojizo se agitó al compás del viento otoñal con aquella naturalidad que a Eiden tanto le gustaba, los ojos azules de Mérida brillaron y en su rostro todo rastro de miedo fue disipado. Observó al muchacho que le miraba con ternura. Rió.
— ¿Y esa cara, Eiden? ¡Despabila!—alzó sus brazos con la fantasiosa necesidad de alcanzar el cielo— ¡Por fin! Si lo medito bien, tenéis razón, soy libre. Siempre lo he sido, quizás—dio una vuelta y llamó a su corcel—se les olvide que soy princesa y podré disfrutar de esto el resto de mi vida.
El chico frunció el ceño—¿Bromeas, verdad?
—¿Eh? No.
—Hasta yo sé que hay un momento en el que debemos aceptar las cosas. No cometas ese error.
La muchacha frunció su nariz con molestia—Estáis arruinando el momento.
—No os recomiendo ignorar vuestros deberes, Alteza—la mirada de Eiden se torneó seria—¿De verdad estáis dispuesta a tener una vida sin la persona que amas?
Mérida sintió un retorcijón en el estómago, casi tan desgarrador que se encogió en su puesto. Suspiró nuevamente; en realidad no lo había pensado primeramente; pero es que ella nunca le importaron ni le interesaron esas cosas, deseaba hacer algo por su reino, pero en soledad. Ella era un espíritu libre, que fue encerrado en el cuerpo de una muchacha con misiones transcendentales que dictaminaban a un país entero. Mérida se apoyó en Angus.
—Yo…—frunció sus cejas—No me interesa, eso es todo.
—Eres una egoísta—espetó el muchacho—¸ puedes causar la guerra, deberíais preocuparos por lo mejor para el reino.
—No entiendes…es difícil explicarlo.
Observó a Eiden un breve momento antes de desviar la vista nuevamente.
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Aquella conversación, para la mala suerte de Mérida, se había resguardado en lo más profundo de sus pensamientos, repitiéndola una y otra vez en su mente y llegando a cuestionarse reiteradas veces la verdadera misión de una princesa. Y es que era simple: era el simbolismo que mantenía unido a un país, y debía regirse por normas y leyes que estuviera de acuerdo con el beneficio del reino entero. Sin embargo, a medida que pasaban los días, notó que algo en ella brotaba en su interior a una velocidad pasmosa. La conocida: Culpabilidad.
Culpabilidad por ser egoísta y no interesarle profundamente el destino del reino.
Las clases de baile habían terminado, y todos los requerimientos para su cumpleaños estaban completos; fue en un abrir y cerrar de ojos que la muchacha se vio varada allí, en una esquina del salón dando órdenes al igual que su madre, antes de que llegaran los invitados. El problema en lo último es que no lo hacía nada bien, ayudar para Mérida consistía en darle un bocado o probada a cada plato que saliera por la cocina, carnes, postres, bebidas.
—Mi señora, os recomendaría no comer demasiado—le dijo una de sus doncellas que estaba a su lado. La pelirroja le hizo un gesto con su dedo para que guardara silencio, al paso que se metía a la boca un gran trozo de dulce de leche.
—¡Bah! Es un banquete por mi avance etario, hay que comer, ¿no?—respondió alegre, con una mano en cada lado de su cadera.
Corría de un lado a otro, sólo para emocionarse de las bellezas gastronómicas que se creaban.
¡Estaba en el paraíso!
Cuando todo estuvo terminado Mérida se dirigió rápidamente a los grandes mesones que estaban distribuidos estratégicamente alrededor del trono, para garantizar si los cubiertos pedidos por su madre eran los que correspondían. Sonrió con alegría, estaba sorprendida de sí misma ante las responsabilidades y tareas que había manejado y cumplido con responsabilidad, después de todo no era lenta ni estúpida para dirigir. Justo en eso, mientas sostenía en una de sus manos un fino tenedor, la Reina Elinor le llamó.
—¿Qué pasa?—se acercó con desinterés.
La Reina Elinor sonrió—Ve a prepararte, todo está listo y es tiempo de recibir a los invitados.
Mérida asintió y se encaminó rápidamente hacia su alcoba donde una de sus doncellas le esperaba con el vestido que usaría en la celebración. Sin mucho interés se vistió preguntándose por enésima vez la razón de que las palabras dichas por su amigo le habían molestado tanto con el pasar de los días. Odiaba admitir que alguien tuviera la razón, pero Mérida sabía muy dentro de si misma que el único motivo por el cual seguía al pie de la letra cada orden y consejo de su madre era: el no ser obligada a casarse.
Estas evadiendo tus deberes se auto recriminó, pero eliminó rápidamente aquella idea, asegurándose por completo que sus hermanos pequeños sucederían el trono.
Cuando estuvo lista, bajó las grandes escaleras mientras veía cómo el salón del Trono se iba repletado cada vez de más gente; suspiró consiente que era casi la cuarta vez lo hacía en un día, y se dijo, una y otra vez, que mantuviera la compostura y fuese lo más parecida a una princesa posible. Aunque en realidad, lo que solamente deseaba era estar libre de ese vestido y marcharse lejos fundiendo su alma en el bosque, en el viento…
—Mi señora…—murmuró su doncella en su oído—. ¡No os quedéis dormida!
La pelirroja se golpeó con una mano su rostro, obligándose a mantenerse despierta; pero el hecho de estar sentada, junto al trono de su padre no ayudaba de mucho, sólo empeoraba su deprimente estado activo que deseaba mantener vigente a los ojos de los invitados. Estaba sola y su padre y madre se habían ido de sus asentamientos para charlar con los Lores. Había tenido una aburrida conversación con el hijo primogénito del Clan Macintosh, sobre lo talentoso y valeroso que podría ser en situaciones de combate.
Resopló justo al momento de apoyar su cabeza en una de sus manos, pero algo la detuvo, cuando al percibir por el rabillo del ojo notó una capucha negra. Mérida frunció el ceño cuando 'reconoció' que era uno de los caballeros de la Guardia Real. Le indicó a su doncella que se acercará y le susurró brevemente quien era el sujeto que estaba a su lado.
—Es su escolta, Alteza—le susurró cuidando el volumen de su voz—, vuestro padre el Rey deseó que cuidase de usted ante cualquier inconveniente.
La princesa alzó las cejas con sorpresa—Pero va con ropas extrañas, no logro verle el rostro y además no tiene puesto su Kilt...
La doncella alzó la cabeza con disimulo, y notó la ausencia de la falda—Comprendo—asintió—, traeré a al Rey.
Mérida movió la cabeza y se reincorporó en el trono de piedra viendo cómo su ama de compañía iba en busca de su padre, cuando se giró notó cómo el escolta le observaba fijamente.
—¿Quién diablos sois? —soltó Mérida con recelo, y sin rodeos.
—Acompañadme, Alteza. Os tengo que dar una información importante.
—Ni lo sueñes, os llamaré a mi padre para que te retire de esta reunión.
—Se lo suplico—hizo una reverencia torpe, reflejando su nerviosismo y apuro.
La princesa le quedó mirando; inspeccionando con detalle las ropas que traía—Con una condición; quítate las armas.
El hombre asintió y, con disimulo y cuidado de que los nobles no se dieran cuenta, se retiró rápidamente la pequeña daga que tenia prendada en su cinturón y con ello la espada.
—He cumplido—tartamudeó.
La princesa le observó con recelo antes de asentir, pero antes de que pudiera decir algo al respecto; el escolta la cogió del brazo y la obligó a pararse, increíblemente nadie logró darse cuenta de aquella falta de respeto.
Y entremedio del gentío; entre borrachos y mujeres bailando el escolta se llevó a Mérida hacia el sitió más apartado posible. Cuando estuvieron junto a la puerta, le indició a la princesa que saliera. Ella no formó escándalo ni mostró signos de terror, todo lo contrario, se quedó en silencio guardando sus comentarios; prefería arreglar sola sus dilemas. Al estar afuera bajo el cielo estrellado el hombre se dio el trabajo de girar hacia la izquierda para evitar que algunos campesinos e invitados pasados de copas les observaran.
Cuando el escolta soltó a Mérida, la muchacha aprovechó el momento para darle un puñetazo en toda la cara.
Gimió.
—¡JÁ! ¡¿Qué clase de caballero sois?!—exclamó indignada la princesa ante la facilidad de su ataque.
No respondió, el encapuchado tomó con fuerza la mano empuñada de Mérida y la empujó contra el muro de piedra, limitando sus movimientos. La muchacha notó que reía y se dijo internamente de lo estúpida que había sido; alzó su rodilla con la intención de golpearle en la entrepierna, pero algo la detuvo: el hombre se retiró el gorro obscuro que cubría su rostro.
Las piernas le fallaron y sintió literalmente que le vomitaría encima. Porque lo que tenía frente suyo era mucho peor que ver a su padre en calzoncillos cada vez que se daba un baño o bailar con los ancianos gobernantes de sus respectivos clanes.
—Ha-Haddock...
—Así es—Hiccup sonrió—Debo darte las gracias por machacar mi rostro—el chico la soltó e hizo una breve reverencia—Princesa Mérida.
Hubo un silencio sepultural, casi agónico.
Ella frunció el ceño—No tengo porque escuchar esto.—se dio media vuelta dispuesta a marcharse.
—¡No, no!—gritó el castaño interponiéndose en su camino—He venido a buscarte.
—¿Buscarme?—repitió Mérida perdiendo la paciencia.
Él asintió con tranquilidad, se acercó a la pelirroja y cogió una de sus manos con delicadeza, poniéndola sobre la suya propia.
—Quiero que me perdones; por abandonarte cuando, lo que más necesitabas era a alguien en qué confiar.
—Ya es tarde.
—Pero por qué...
Mérida se zafó de su agarre—Pues te diré porqué, han pasado tres años Hiccup, ya es tarde y somos adultos con desagradables expectativas. Todas esas promesas nunca valieron lo suficiente, de ser así nosotros ya nos habríamos ido hacia nuestra realidad favorita.
Evadió al muchacho y éste le sujetó con firmeza del brazo, deteniéndola casi al acto.
—Pero es tiempo de enmendar mi error—le miró a los ojos con decisión—Puedo llevarte a esa realidad que tú deseas.
La muchacha bajó la mirada—Tengo tareas que cumplir aquí.
—Oh, por favor. Yo sé que es mentira. Siempre intentarás evadir tus tareas como princesa, está en tu naturaleza porque nunca fuisteis creada para ser un alma aprisionada por las responsabilidades de un líder. Eres una ermitaña y prefieres la libertad ante todo.—el muchacho la soltó—No me sorprendería que de bajo de esa actitud de adulto responsable, tienes una forma efectiva de aplacar la gran mayoría de tus deberes como princesa.
Mérida titubeó unas palabras ilegibles, y admiró cómo el muchacho estaba parado justo a su lado con un halo de seguridad y seriedad increíbles. El labio le tembló antes de mirar hacia el frente y largarse en silencio mientras caminaba con lentitud, sobando su brazo derecho ante la crudeza del frío. Cuando llegó frente a la gran puerta del castillo escuchó los gritos de Hiccup desde la lejanía.
—Vendré por ti Mérida, cumpliré mi palabra.
¡Sí has llegado hasta aquí! MUCHAS GRACIAS.
Espero que os guste mucho la historia.
Quisiera aclarar dos cosas:
Primero: No habrá Big Four, y con ello, lamentablemente no aparecerá mi querido Jack Frost, ese lindo bebito dulce y tierno con sus ojitos azules que iluminan todo ;_; Es algo obvio que la historia sería mucho más deliciosa con sus sonrisitas entre medio, pero, contra mi voluntad y temiendo ponerle más protagonismo a la trama me dije: ¡NO! XD
Segundo: Habrá de todo en la trama, así que...¡respeto la relación entre Astrid y Hiccup! Eso le agregará más picante, y algo de dramita. Intentaré poner tooodooo mi esfuerzo para tomar la esencia de los personajes, ya que son demasiados, y ese es el gran problema de que muchas veces no me arriesgaba a escribir crossovers. Me gusta integrar a todos los personajes.
Y por último, espero sus opiniones, sus críticas. Cualquier cosa que me anime a seguir.
Actualizaré cada dos semanas :)
Cuídense, un abrazo. Nos vemos.
pd: ¿reviews? D:
