Prohibido
amar


Eran las diez de la noche, Vegeta lo sabía porque lanzó una breve mirada al reloj de oro que aprisionaba su muñeca, antes de frenar su espléndido convertible.

A Vegeta le agradaba llegar a una ciudad por la noche, así no perdía el tiempo y podía divertirse en grande. Sí, Vegeta Saiyan era un muchacho muy divertido.

En aquel instante frenó el supermoderno automóvil rojo en un callejón, cerró la puerta y se dirigió a una casa de miserable aspecto.

Era un muchacho de estatura media y delgado, de unos veintiocho años. Tenía el pelo más bien largo, mal peinado en punta. Vestía un pantalón de mezclilla. Su fuerte tórax de atleta lo enfundaba en una camisa verde oscuro. Calzaba mocasines color marrón.

Verónica Brief apareció casi inmediatamente y al ver al joven tardó unos segundos en reaccionar.

—Joven Vegeta…

—No esperé que me reconocieras después de cinco años.

—Nunca olvidaría al joven. ¿A qué se debe su visita? Pero, pase, no se quede en la puerta.

Vegeta pasó. No se quitó el cigarrillo de la boca, pero sonreía con aquella sonrisa cínica, bajo la que nunca se sabía qué ocultaba.

—Ya sabe el joven que la casa es pobre.

A él le importaban muy poco la casa y los muebles. Lo único que le interesaban, si es que llegaban a interesarle, eran las personas. Y no porque fueran personas, pues él bien sabía que no todas lo eran.

Verónica era una persona, pese a su pasado… Y él iba a buscar a aquella persona precisamente.

—Tome asiento joven. Me sorprende tanto su visita —titubeó—. ¿Le envía su… su… la señora?

—No la he visto —rió tranquilo—. Acabo de llegar de la Capital del Este.

—Ya sé que el joven es famoso.

Vegeta hizo un gesto muy suyo. Sonrió de lado y se cruzó de brazos.

—Un poco nada más, Verónica. ¿Sabes a lo que vengo?

—No… no, joven.

Era una mujer de cuarenta y cinco años. Fuerte, vulgar, pero honrada. Una verdadera persona, pese a tener una hija de soltera.

Al recordar la existencia de la hija, Vegeta cortésmente preguntó:

—¿Y tu hija? Perdóname, pero no recuerdo su nombre. No creo haberla visto muchas veces. Ya sabes que pasé la vida en colegios. Aunque jamás me haya servido de gran cosa. Supongo que ya sabrás que tú y yo tenemos algo en común —sonrió de lado—. A ti te echaron mis padres de casa cuando supieron que ibas a tener un hijo. A mí, cuando se cansaron de gastar dinero sin gran provecho.

—¡Oh, pero es muy distinto! —exclamo.

—Bueno. No he venido hasta aquí para recordar nuestro pasado. He venido a ofrecerte un empleo.

—¿Un… empleo?

—Sí. Adquirí una bonita casa al final de la calle principal.

—¡Oh! —se maravilló Verónica—. ¡Quién iba a decirlo!

—Bien. Verónica, lo que deseo de ti es que te hagas cargo de mi casa. Sé que trabajas mucho, al menos antes lo hacías. Lo hiciste en todo momento para sacar adelante a ese gran pecado de tu vida…

—Joven Vegeta…

—Perdona, Verónica. Irás acostumbrándote a mis expresiones. No soy muy honrado. Dicen que bastante cínico —deshizo el cruzado de brazos—. Pero no creo que eso te asuste a ti. No por el hecho de que tú lo seas, pues eres una estupenda mujer, por eso vengo a buscarte. Sino porque yo no soy un hombre honesto. Supongo que ya habrás oído hablar de mí sobre ese aspecto.

—No mucho. Sé que siempre fue usted bueno. No puedo olvidar cuando su… la señora me echó aquella noche. Usted fue tras de mí y me dio un puñado de billetes y me dijo llorando "son mis ahorros".

Vegeta, cínicamente, pensó cómo cambiaban las personas. Sin duda, por aquel entonces era un muchacho sentimental.

—¿Quieres hacerte cargo de mi casa? Te pagaré un buen sueldo, y cuando me vaya a la Capital del Este te quedas en mi casa y me la cuidas.

—Yo creí que le joven iría a vivir con sus padres.

—¡Oh, no! Mis padres son personas superhonradas y sencillas —emitió una risita burlona—. Yo soy un tipo estrafalario, y no los comprendería, ni ellos a mí. Verónica, te ofrezco un sueldo espléndido. ¿Qué te parece? He pensado en ti desde que decidí comprar la casa.

—Acepto, pero… ¿y mi hija?

Caramba, Vegeta no había contado con la hija… Bufó.

—Llévala contigo. Te ayudará en los quehaceres de la casa.

Verónica, tan pacífica hasta entonces, saltó con cierta violencia:

—Mi hija no será una muchacha de servir como yo.

Los ojos azules de Verónica miraban fijamente a Vegeta.

—¿Es… maestra de escuela?, preguntó burlón.

Pero Verónica no se percató de aquella fina ironía del novelista.

—Es secretaria —suavizo su mirada.

—¿Secretaria? Magnífico, Verónica. Casi me dan ganas de darte un abrazo. Mi secretaria se negó a venir conmigo —rió con sarcasmo, pues había ocurrido lo contrario—. Tu hija puede ayudarme.

—¿Le pagará usted?

—Naturalmente. Y si me gusta, tal vez le haga el amor —dijo humorista—. Pero tú estarás allí para defenderla.

Verónica sonrió con ternura.

—Sé que el joven Vegeta no hará eso. Es una gran persona.

Vegeta sonrió a medias. ¡Una gran persona! Pero la verdad era muy diferente de lo que suponía Verónica.

—Bueno, espero que mañana se instalen las dos allí. ¿Y tu hija?

—Me parece que llega en este instante —dijo dedicándole una sonrisa.


Mi fanfic es una pequeña adaptación.
Disclaimer: Historia original de Corín Tellado. Inolvidables historias de amor.