Disclaimer: Naruto y sus personajes son propiedad de Kishimoto.
Créditos de la portada por: ママン pixiv id 47903375
Ahí estaba de nuevo, de vuelta al mundo hostil, competitivo y cambiante. Percibirlo como espectador en lugar de como habitante era inusual y curioso.
La habitación donde estaba era blanca, brillante y vacía. Estaba solo, lo cual le pareció extraño porque sabía perfectamente por qué su alma había sido invocada, aunque no alcanzaba a comprender por qué ahí y en ese momento en concreto.
Se acercó a una columna cercana, recubierta de un material reflectante que emitía un brillo nacarado. Era tal y como se recordaba, excepto por sus globos oculares de color negro, una pequeña grieta en su mejilla y el color enfermizo de su piel.
Haciendo recapitulación de su vida anterior y lo que sabía que había pasado en su ausencia, llegó a la conclusión de que fue un mero recurso en los planes de otros, aunque lo aceptaba, mientras pudiera hacer lo que le apasionaba podía aceptar eso. Pero había muerto. Era hora de descansar, de sanar, de pagar penitencia. Ahora ya no le hacía tanta gracia ser una herramienta, aunque tampoco había nada que pudiera hacer para remediarlo.
Una espiral de luz negra comenzó a formarse frente a él. Instintivamente, llevó sus manos a donde sus bolsas de arcilla deberían haber estado. Ya no las tenía, pero para cuando reconoció a la persona que salió de la espiral y aterrizó en el suelo a su lado, resolvió que no las necesitaba. Iba ataviado muy diferente a como lo recordaba, con una túnica gris azulada sujeta por un grueso cinturón blanco, máscara blanca adornada con círculos concéntricos y un enorme abanico en la espalda.
De haber estado vivo habría abofeteado a su pareja en el crimen con todas sus fuerzas. Ya sabía todo. Quién era y lo que se proponía. Pero todo eso ya no importaba. Ya no era un habitante del mundo sino un espectador. Estaba fuera de sus capacidades el sentir. Y así mismo, fue consciente de lo que un día sintió por él. Viajó por el mundo en su compañía cumpliendo con los objetivos de la organización, le mostró sus técnicas y él las observó con entusiasmo, inventaron un ataque conjunto; discutían a veces, pero secretamente, a él le gustaban esos momentos en que su discípulo le hacía perder la paciencia, era adicto a esas pequeñas explosiones de ira; compartieron muchas noches en lugares remotos, cuevas frías y bosques solitarios donde comenzaban arrimándose para entrar en calor y acababan sin túnicas, el uno sobre el otro.
Comprendía demasiado bien que verlo de nuevo habría tenido un efecto diferente estando él vivo. Y ya ni siquiera podía sentir frustración por el hecho de no serntir nada. Nada en absoluto.
—Senpai... —dijo el recién llegado, con una voz que a él no se le hizo familiar pero que sabía que le pertenecía.
Senpai. Tenía su gracia. El líder en las sombras, lo seguía llamando con ese título. ¿Qué se supone que debía contestar? ¿Tobi? ¿Madara? ¿Obito? ¿Uchiha? ¿Sucio Uchiha?
—Tú —fue el apelativo de su elección.
Oyó a Tobi soltar una carcajada tras su máscara, tras lo cual se la quitó revelando el rostro que él ya conocía tan bien. O casi.
Su mirada se fijó en el sharingan, permaneciendo ahí unos segundos antes de pasar al rinnegan y luego de nuevo al sharingan. Quería enojarse. Deseaba hacerlo como jamás había deseado nada. De hecho, se concentró todo lo que pudo en intentar enfurecerse pero no lo consiguió.
—Bien jugado, grandísimo idiota —murmuró con frialdad, considerando su idea inicial de abofetearlo sin piedad ninguna.
Tobi avanzó hacia él sonriendo. Él era consciente de que no había nada malicioso ni petulante en aquella sonrisa. Era sincera, como las que le solía dedicar en vida. Le consoló ligeramente saber que al menos eso sí había sido de verdad. Aunque ya no importase. Al llegar junto a él, lo abrazó. Deidara no lo rechazó, pero tampoco reaccionó. Veía el significado de aquel abrazo claramente: cosas de vivos, ni más ni menos.
—Pronto. Pronto el sufrimiento acabará y podré tener a mi lado al Deidara-senpai de siempre en esta nueva era que esta por venir.
Tenerlo a su lado. Porque de eso se trataba, de lo que Tobi quería y deseaba. No de lo que Deidara necesitaba. Su descanso. Su penitencia. Su sanación. Eso parecía no importar.
—Pronto —repitió él—. Pronto todos seremos felices en tu era de mentiras, um.
Tomó un mechón de cabello rubio en su mano enguantada, observándolo. Deidara recordó con ligera añoranza lo mucho que le solía repetir cuánto le gustaba su cabello.
—¿No estás contento?
—La respuesta ya la sabes. En el fondo.
—Estaremos juntos otra vez —insistió Tobi.
—Yo ya no pertenezco a este lugar. No quiero estar aquí.
Quería pedirle que lo liberase, pero no lo hizo. Tal vez quería ver lo que él hacía, quería comprobar si se daba cuenta de ello por sí solo sin que él tuviera que decírselo. Lo soltó del abrazo, mirándolo con una tristeza nunca antes vista que, de haber estado vivo, hubiera sacudido todo su ser. El silencio duró más de lo esperado, hasta que finalmente, Tobi reaccionó.
—Tengo una cosa más que pedirte —murmuró—. Necesito que luches para mí una vez más.
Decepción. Eso es lo que habría sentido de haber podido. Tobi seguía sin comprender nada.
—Puedo hacer eso —dijo con indiferencia. Crear algo le vendría bien. Eso, su arte, también lo añoraba—. Pero no vuelvas a invocarme. Mi tiempo aquí ya acabó.
Y justo cuando acabó de decir eso, percibió cómo algo en el ambiente cambiaba. Cómo se volvía más cargado y solemne. Tobi parecía sumido en sus pensamientos y se preguntó qué es lo que se le estaría pasando por la cabeza. El no poder quererlo como solía hacerlo estaba comenzando a torturarlo. Sentir, amar, enfadarse, aprender, equivocarse, evolucionar.
Malditas cosas de vivos.
Con delicadeza, Tobi puso su mano tras su nuca y masajeó su cuero cabelludo, tal y como en vida a él le había gustado. Luego se inclinó sobre él y besó su pelo antes de mirarlo de nuevo a los ojos. Esa mirada, contra todo pronóstico, consiguió estremecerlo.
Lo vio efectuar varios sellos con sus manos a gran velocidad.
—Liberación —murmuró.
Comprendiendo por fin lo que se proponía, volvió a sentir algo. Una sensación cálida en su pecho lo invadió al ver que por fin, Tobi había comprendido lo que él necesitaba, anteponiéndolo a sus planes.
—Gracias —dijo mientras comenzaba a sentir en su cuerpo el comienzo de la transición al más allá.
Por comprenderlo. Por demostrarlo. Por quererme.
Tomó la mano de Tobi. Entrelazó sus dedos y él apretó con fuerza, como si así pudiera impedir que se desvaneciera. De haber estado vivo le habría dolido y sinceramente, no le habría importado.
Una lágrima brotó de su ojo, trazando un camino a través los surcos que arruinaban su rostro. No dijo nada. No hacía falta. Ambos sabían. Tobi siguió sosteniendo aquella mano, intentando memorizar por última vez su tacto, forma y textura mientras el cuerpo de aquel al que amaba se deshacía en miles de partículas luminosas, volviéndose intangible, hasta que todo lo que quedó en su puño cerrado fue aire.
Y otra vez estaba solo.
Había cometido muchos errores en su vida, pero no era una excusa para seguir cometiéndolos. No había podido protegerlo de su propia autodestrucción y no podía retenerlo en un mundo al que ya no pertenecía, por mucho que lo extrañase.
Debía hacer lo correcto.
Por una vez.
Por su senpai.
No suelo escribir angst, pero hoy me apetecía. Esta pequeña historia se me ocurrió al ver un fanart y me pareció demasiado triste pero también hermoso. No quería presentar a Deidara estando muerto, de la misma manera que una persona viva, porque eso ya es algo que ha terminado y la muerte es otra etapa con unas características muy diferentes. Él hizo cosas terribles estando en Akatsuki, y su alma debe pagar penitencia y descansar, por eso se metió en ese estado mental tan negativo al ser invocado. En fin sólo quería hacer algo re triste mejor no darle vueltas xD.
Tal vez Sasori si hubiera apoyado la idea del mugen tsukiyomi, no me he parado a pensar demasiado en eso pero no se, podría ser. Deidara la habría encontrado horrible, pues él piensa que la realidad, con sus cosas buenas y malas, es parte de un todo. Jamás podría apreciar algo eternamente perfecto. El mismo concepto de perfección para él es erróneo.
Un beso en el cabello significa anhelo. Quizá hubiera sido bonito un último beso en los labios, pero en esos momentos, Tobi no se sentía digno.
Habrá más tobidei pronto. :)
¡Saludos!
