Cantos de Viento y Mar
Canto de astucia
La niña seguro se convertiría en una mujer hermosa, sus padres así lo intuían, solo bastaba con verla para saberlo. Sus rasgos le daban un toque de belleza peculiar que dejaba perplejo a cualquiera: Piel pálida, de blancura impecable, le daba un aire de porcelana que invitaba a tocarla con suavidad por temor a quebrarla, Ojos azules que brillaban con la intensidad que solo pueden lucir las mujeres, Cabello aguamarina que imitaban las olas de la mar y que se extendía hasta llegar a su cintura, Labios rojos que se complementaban en armonía con el delicado contorno de su rostro.
A medida que crecía su cuerpo mostraba una hermosa figura, tal como sus padres lo supusieron, la niña se transformó en una hermosa jovencita. Su padre, Wrath, un Rey que rozaba los límites de la locura, veía en ella un trofeo y por ello no la había matado-como había hecho con sus hijos anteriores, por el simple hecho de no querer perder su trono- La conservaba como su mejor y más bella creación, más allá de las batallas en las que él mismo se involucraba esparciendo sangre y viseras de sus enemigos.
-Michiru- Llamó una voz femenina pero firme.
La muchacha levantó la mirada del libro que estaba disfrutando con parsimonia, frente a ella se encontraba su madre. Para Cosette, una mujer que mostraba delicados rasgos, ojos azules profundos y cabello negro ondulado, la compañía de Michiru era interesante. La mujer había dedicado horas y horas, año tras año, en educar a su hija en el arte de la mentira y el engaño con el único fin de que pudiera huir de un posible arranque de locura de su desequilibrado padre. Tal y como ella lo hacía cuando su marido llegaba un día cualquiera con su mirada inyectada en sangre y su armadura goteando con el liquido vital de aquellos que se atravesaron frente a él.
Cosette estaba orgullosa, había forjado una embustera perfecta, Michiru sola podría engañar a gente muy poderosa y convencerla de que luchase por ella, casi podía vislumbrarla derrocando a su padre cuando este se descuidara y reclamando el trono de aquel putrefacto reino, convirtiéndose en la Reina. Si tan solo Wrath supiera el destino que posiblemente le aguardaba.
Pero aún no era el momento indicado.
-Es hora de que te vayas.-
Michiru cerró el libro que reposaba en sus manos y se levantó. La princesa partiría rumbo al reino del viento, no como lo que era, una princesa, sino como una humilde comerciante, su padre así lo ordenó, su hija debería ir allí con el objetivo de conseguir información acerca de sus gobernantes, su infraestructura, su economía y su táctica militar. Una vez obtuviera esa preciosa información el Soberano Carmesí, como solían llamarlo, enviaría soldados altamente entrenados para que se infiltraran en el reino y en un descuido fueran destrozándolo lentamente por dentro mientras él lideraba a su ejercito y los despedazaba desde afuera.
Michiru estaba lista para partir y al día siguiente ya se encontraba a medio camino del reino del viento. El viaje resultó aburrido y aun que no le desagradaba el silencio, si le molestaba estar rodeada de su guardia personal, hombres esbeltos en su mayoría, todos ellos participes de las masacres que cometía su padre, y que en esos momentos se hallaban disfrazados como simples pueblerinos. Pero eso no le impedía planear sus movimientos. Al llegar se instaló en una casa modesta y comenzó a asistir a las reuniones en donde se forjaban alianzas de comercio. Como era de esperarse, con facilidad logró perfilar a cada uno de los presentes, pues los que asistían, en su mayoría hombres, se interesaron en ella a primera vista. Muchos de ellos incluso llegaron a coquetearle desmesuradamente, que tontos eran.
Habían pasado ya dos semanas desde que había sido enviada allí, los hombres más jóvenes la invitaban a salir con ellos pero Michiru se negaba con tal sutileza que solo hacía que ellos quedaran sumergidos aún más en sus encantos.
En una de sus tantas reuniones, la joven princesa estaba particularmente aburrida. Se encontraba rodeada de un grupo de cinco hombres que competían entre si para llamar su atención, algunos le lanzaban piropos, otros trataban de impresionarla con ostentosos regalos que adquirieron como pudieron-Algunos tenían más capacidad económica que otros- El sonido de la puerta silenció a los hombres y a la habitación en general. Michiru poso su mirada en el marco de madera maciza, pudo visualizar a un hombre con decoraciones aparatosas seguido de su escolta personal, sin duda alguna se trataba del príncipe. La jovencita vio la oportunidad de empezar a enmarañar una serie engaños que posiblemente le hicieran más divertida la reunión. Sin embargo, no pudo dar más de dos pasos cuando se sintió observada. Giró la cabeza para encontrarse con un par de ojos zafiros que no se apartaron al verse descubiertos.
La mirada de aquella persona de cabello rubio cenizo, sin molestarse en ocultarlo, navegaron lentamente de arriba abajo por el cuerpo de la dueña del cabello de mar, haciendo pausas en lugares que Michiru podía adivinar, para finalmente posarse nuevamente sobre los orbes marinos de la muchacha.
La princesa sonrió con encanto pero la soldado no se inmutó -Solo una persona que conocía el arte de embaucar sabía a la perfección como descubrir engaños y sin duda esa pesada armadura no era impedimento para haber averiguado el verdadero genero de la dueña de aquellos orbes color zafiro- La hija de Wrath se acercó al príncipe saludándolo cortésmente, mencionándole lo mucho que le emocionaba a una "muchacha como ella" el hecho de estar hablando con alguien de gran importancia como él. El heredero al trono sonrío por las palabras de la hermosa mujer, Michiru continuó hablando con el hombre, sin embargo su mirada viajaba de vez en cuando de él hacía su guardia. La soldado no apartó la mirada en ningún momento, cada vez que sus ojos se encontraban, la chica rubia examinaba tratando de encontrar aquello que se ocultaba en los ojos mar.
El príncipe la invitó a pasear varias veces y de vez en cuando le hablaba de sus planes para cuando él ascendiera al trono. Michiru fingía tener interés en escucharlo parlotear y alardear de sus meritos, solía aburrirse cuando entre la escolta del heredero no se encontraba la guardia rubia.
Con el pasar de los días sus intenciones para con la rubia eran bastante obvias pues cuando fingía coquetear con el soberano solía darle rápidas miradas a la guardia quien solo sonreía evitando a toda costa reír. Pronto transcurrió el primer mes desde su llegada a las tierras del viento, Cosette envío a un informante el cual ya esperaba a la princesa en su habitación, cuando esta llegó, envió con él el informe de los avances y hallazgos logrados hasta el momento.
Siguió frecuentando al príncipe, aprendió como era el castillo por dentro y por fuera, quienes se encontraban allí, como se organizaba la guardia real. Un día cuando sabía que el príncipe iba a tener un día ocupado, insistió en querer visitar las galerías de arte del reino, como el hombre ya no podía negarse a los caprichos de la jovencita, envió con ella a su escolta con ordenes de servirle de guía y brindarle protección, sino alejar a cualquier hombre que posara sus ojos sobre aquella dama con la que ya tenía planes de futuro. Justo como Michiru lo planeo, entraron a una de las exposiciones.
-No soy tan idiota como el príncipe- Escuchó
-¿No?-Preguntó casi en un ronroneo, arrastrando cada silaba tan seductoramente como era capaz- Jamás había escuchado a un soldado expresarse así de su soberano.-
-Porque es tan imbécil es que le sirvo de escolta- Contestó acortando distancia con la princesa- He visto que te gusta coquetear con cualquiera. Conmigo no sería diferente.-
Michiru acortó aun más las distancias, uniendo sus labios con los de la soldado, saboreándolos, mordiéndolos. La excitación empezaba a hacerse más fuerte y golpeaba con fuerza su cuerpo, sentía las manos de la guardia subir por sus costados, el roce de aquel movimiento solo logró encender más la llama que ya ardía dentro de sí. En su mente miles de cosas le hacían esas manos que empezaba a amar sin razón aparente pero para su sorpresa, la soldado se separó con una sonrisa satisfactoria decorando sus labios. La chica de cabello Aqua quedó desconcertada, segundos después, la rubia se apodero de nuevo de su boca, besándola con tal fuerza que hirió levemente el labio inferior de la dama, arrancándole un suspiro y dejando tras de si un pequeño brote de sangre.
La guardia se separó y acto seguido abandono la sala de la exposición. La princesa poso su mano sobre su boca con la mirada fija hacia done había salido la rubia, una sonrisa se apodero de sus labios, lamió sensualmente sus labios para retirar la sangre y acto seguido emprendió marcha tras la mujer. Por ningún motivo iba a perder.
El príncipe si que era idiota.
