Sus ojos enormes, grises, tan. . . expresivos. Incluso cuando él no quiere trasmitir absolutamente nada, sus ojos transmiten la opaca sensación "absolutamente nada".

Y ahora la miraban a ella. Solo a ella. De entre toda esa cantidad de gente, que pasaba sin darse cuenta de nada, la mirada penetrante de Draco, que se clavaba en su nuca., se abría un amplio e imponente camino.

La sensación que dicha mirada producía en ella era desconcertante. Y además, la escandalizaba. Se sentía atravesada y estudiada por sus ojos, como si él pudiese ver todo lo que había dentro de ella, leer sus pensamientos e incluso atravesar su imagen y ver más allá.

Él era taan sexy, tan atractivo y tan perfecto. Y tan cabrón al mismo tiempo, aunque en esos momentos ese matiz era totalmente irrelevante.

Podría decirse que esa mirada tan. . . material, le molestaba y agradaba al mismo tiempo. Lo más molesto de ella era que la distraía y que su cerebro tan solo se podía concentrar en ella.

En cambio, el cosquilleo que producía en su estómago, su garganta, y las plantas de sus pies era total y completamente agradable. Un escalofrío de placer subía y bajaba por su columna vertebral mientras el vello se le erizaba y un suspiro se ahogaba en su garganta.

Se estaba poniendo de los nervios. Totalmente atacada. Unos impulsos bastante animales dejaron caer en su mente la idea de ir, agarrarle y morrearle, y dejarle seco allí mismo. Pero eso era antiestético, antiprotocolario, antiético, y antitodo, y bastante poco decoroso. Además de que era lo que él quería. Y ella, que era fuerte (tenía que serlo), solía hacer lo que la daba la gana. Y lo que le daba la gana era joderle (en el sentido de la palabra de jorobar, y tal vez en otros. . .), aunque eso implicase joderse a si misma (o mejor dicho, a sus impulsos).

Pero entonces fue él quien se acercó. Tan sereno y tan glacial como siempre, despacio, la tomó una mano y la cintura, y la sacó a la pista de baile. Una vez estuvieron en medio del baile, fuera de la vista de todos, el chico se colocó detrás de ella, sujetándola por los hombros. Ella apoyó su espalda contra él, permitiendo que el la rodease con sus brazos.

Suspiró. Los nervios de él (porque estaba nervioso aunque no lo pareciese: al hacer contacto con su piel, Ginny había notado un ligero temblor) se habían calmado. Y ella se sentía segura y protegida y completa y tranquila. La pelirroja suspiró, relajándose por fin, bajando la guardia. Respiró el rico aroma del cuidado pelo rubio de él.

-Ginny. . . – susurró el muchacho a su oído, con voz grave al tiempo que cálida, haciéndole cosquillas con su cálido aliento - . . . mañana seré mortífago. Mañana no voy a ser yo. Aléjate o estarás muerta a estas horas. . .

Y él se marchó. Ni una sonrisa. Ni una caricia. Ni un beso. Como si nunca hubiese habido nada entre ellos.

El frusfrús de su capa y sus pasos firmes sobre el suelo de piedra pronto dejaron de oírse, quedando la chica completamente sola y aislada entre el gentío, con aquella expresión de terror congelada en la cara y las lágrimas a punto de brotar de sus ojos vidriosos.

Entonces ella supo que todo aquello había sido más que un juego. Que lo amaba, que lo amaba con locura. Y que su conflicto interno era mucho mayor que si él era un cabrón o no lo era.

En esos mismos momentos él entraba en la sala común de Slytherin. Había recorrido el camino entre el Gran Comedor y las mazmorras en silencio, sin mirar atrás. Pero justo cuando estaba entrando se giró para mirar el retrato de una mujer pelirroja que le recordaba a ella. Y entonces supo que jamás, jamás la olvidaría.


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