Un nuevo ciclo comenzaba en el Santuario. Tenía poco que concluyó la última guerra santa contra Hades, cuando la diosa Athena decidió viajar al pasado para salvar a su fiel Pegaso. Afortunadamente, todo salió bien. Sin embargo, las bajas entre las filas de la diosa de la sabiduría eran significativas.
Recientemente, murieron los 12 caballeros dorados ante el Muro de los lamentos. Por otra parte, la orden de plata se vio mermada durante el tiempo que Saga, poseso por el dios Ares, fungió como patriarca. Era necesario que se ocuparan los lugares faltantes. Aparentemente, nada más requería atención. ¿O sí?
Shun de Andrómeda, cuyo cuerpo sirvió como avatar de Hades, parecía haber cambiado. Aunque realizaba sus actividades con entusiasmo, él se sentía distinto. No fueron pocas las noches que tuvo espantosas pesadillas donde observó sus manos cubiertas con sangre de inocentes. Prefirió guardar en secreto sus terrores nocturnos para evitar preocupar a sus amigos y, especialmente a Ikki, su hermano mayor, quien, como de costumbre, pasaba largas temporadas alejado del Santuario y de todo lo relacionado a la Fundación Graude.
Islas Antíparas, mar Egeo
Era un día normal y tranquilo para aquel taller de tejido cuando cambió de golpe. Una voz gritó cargada de ira.
—¡NOO! ¡NO PUEDE SER POSIBLE!
Otras dos voces se escucharon inquietas.
—¿Qué sucede, querida hermana? Jamás te exaltas tanto —la primera correspondió a una anciana.
—Y mucho menos dejas caer tus preciadas fibras de vivencias —la segunda era de una adolescente—. O tu vara.
Por respuesta, una mujer madura mencionó claramente indignada.
—Vean y juzguen.
Las otras dos obedecieron. Era la vida de un mortal. Los ojos más ancianos se encendieron ante aquella evidencia.
—¡SACRILEGIO! —rugió su furia.
La más joven chilló con igual o más rabia.
—¿CÓMO PUDIERON ATREVERSE?
De inmediato comenzaron a examinar a conciencia aquel hilo. Lo enredaron en la rueca para girarla a la inversa. Sabían que tenía exactamente 13 años. Una vida trágica debido experiencias dolorosas, aunque también con episodios luminosos. Lo revisaron detenidamente. Ahí solamente había ocho fibras de seda de oro y un hilo oscuro de textura sedosa, brillante y liso. Fuerte y resistente. Nada que ver con la áspera lana negra destinada a las tragedias.
Con su tacto, la mujer que diera la alerta continuó molestándose cada vez más.
—¡Deberían ser nueve hilos de seda de oro —recalcó—. ¡NUEVE!
La más joven apareció la bitácora de trabajo.
—Es cierto —se lo pasó a la anciana—. Mezcla de lana suave y blanca con seda dorada, y un poco lana negra.
—Con una duración de 175 años. Suficientes para alistar la siguiente guerra santa. Y no —la mujer madura examinó el ovillo— para que termine la próxima semana. Mucho menos por suicidio.
Se hizo el silencio.
—Alguien alteró el destino de este mortal —concluyó la anciana.
Caminó encorvada apoyándose en su cayado hacia una mesa donde tomó papel y pluma. Escribió rápido con pulcra caligrafía y lo enrolló. Encendió su cosmos y de inmediato llegó un chico delgado y rubio de cabello largo ondulado y ojos grises de 16 años que se postró en el acto ante las tres mujeres.
—Vendrá Hermes por este mensaje —la anciana le puso el rollo en sus manos—. Es muy urgente. Dile a los Tejedores que se preparen. Saldremos.
El chico salió raudo con un asentimiento de cabeza.
—Esta intromisión puede afectar muchas vidas —sentenció la mujer madura.
—¡Iremos a tierra firme! ¡Qué emoción!
La adolescente no tardó mucho en interrumpir su danza de entusiasmo debido a un golpe del cayado.
—¡Ay, maldita bruja! —sobándose la coronilla—. ¿Por qué me pegas?
—¡Silencio, insolente! No vamos de paseo, sino a solucionar un problemón.
—¿Y las herramientas y los materiales? —preguntó extrañada la joven.
—Los llevaremos junto con este ovillo —la anciana lo recogió de la rueca—.También le avisé a Ilitía que quedan suspendidos los nacimientos temporalmente. Y al mismo Hermes.
—Pero…
—Entonces…
—Exacto, chicas. Tampoco habrá muertes hasta nuevo aviso.
Al mismo tiempo, las tres mujeres, de un movimiento de mano, integraron las herramientas a sus respectivos cosmos. Las fibras y el ovillo se guardaron en una canasta de plata que llevó consigo la más joven.
De pronto, se escucharon pasos, siete jóvenes se presentaron ante ellas.
—Andando. El camino es largo hasta Atenas —afirmó la anciana.
