Esta es una nueva historia espero que les guste e intentare actualizar lo más seguido posibles
Esta es una historia única que no es mía y los personajes tampoco yo solo hago una especie de actualización de esta historia
La historia es de S.L. y los personajes es de stephenie meyer
Prolongo
«Será el padre de tus hijos... » Isabella swan, la señora del valle -un viejo título de la pequeña aristocracia escocesa-, queda desconcertada al recibir esta predicción. ¿Cómo puede ella casarse con Edward cullen, un autoritario caballero con reputación escandalosa? Más asombroso todavía resulta el testamento de su tutor, que decreta que ella y Edward han de casarse en el plazo de una semana. Aunque no puede negar que a pesar de todo se siente muy atraída por él, no quiere renunciar a su independencia, por lo que urde un plan para conseguir lo que necesita sin tener que pronunciar los votos nupciales. Edward se queda igual de atónito ante la disposición testamentaria. El matrimonio nunca ha entrado en sus planes aunque quizás domesticar a la señora del valle sea justo el desafío que necesita...
Capitulo 1
1 de diciembre de 1819
Casphairn Manor,
Valle de Casphairn Galloway Hills,
Escocia.
Jamás había tenido una visión semejante. Unos ojos verdes —verdes, verdes— como las esmeralda, verdes como los arboles que moteaban los campos del valle. Era la mirada de un pensador, clarividente aunque concentrada. O la de un guerrero. Bella despertó, casi sorprendida de encontrarse sola. Desde las profundidad des de la enorme cama observó el entorno familiar, las gruesas cortinas de terciopelo que envolvían la cama a medias y también las de las ventanas, más allá de las cuales el viento murmuraba cuentos del invierno que se avecinaba a quienquiera que aún estuviese despierto. En la chimenea relucían los brasas, derramando su resplandor sobre la lustrosa madera, el brillo suave del suelo y los tonos más claros de la silla y el tocador.
Era noche cerrada, la hora en que un día da paso al siguiente. Todo era de una normalidad tranquilizadora; nada había cambiado. Sin embargo, sí que lo había hecho. Con el corazón latiéndole despacio, bella se arrebujó bajo las mantas y meditó sobre la visión que la había asaltado... la visión de la cara de un hombre. Los detalles permanecían grabados en su memoria, junto con la convicción de que aquel hombre significaría algo que incidiría en su vida de forma trascendental. Quizá fuera el mismo que «la Señora» había escogido para ella. Aquel pensamiento la sobresaltó. Después de todo, tenía veintidós años, una edad en la que las jovencitas ya no invitaban a los amantes a sus camas, cuando tal vez habría podido interpretar su papel en aquel rito interminable. No es que se lamentara de cómo había sido su vida, lo cual no importaba, porque de hecho su camino había sido establecido desde el instante mismo de su nacimiento. Ella era «la Señora del valle». El título, una tradición local, era suyo y sólo suyo; ninguna otra podía reclamarlo.
Como hija única, a la muerte de sus padres había heredado Casphairn Manor junto con el valle y las responsabilidades inherentes. Con su madre —que antes que bella había heredado de la suya la casa solariega, las tierras y la posición— habían pasado lo mismo. Todas sus antepasadas directas habían sido «la Señora del valle». Arrebujada en el cálido edredón de plumas, bella sonrió. Eran pocos los extraños que entendían el significado exacto de su título. Algunos pensaban que era bruja..., algo que incluso había utilizado para espantar a algún aspirante a pretendiente. Tanto la Iglesia como el Estado sentían poca devoción por las brujas, pero el aislamiento del valle la mantenía a salvo; sí, pocos conocían su existencia, y nadie cuestionaba la autoridad de Bella o la doctrina de la que brotaba. No obstante, todos los habitantes del valle sabían quién era Bella y lo que implicaba su posición. Con unas raíces hundidas en el fértil suelo durante generaciones, sus aparceros (todos ellos habitantes y trabajadores del valle) veían a «su Señora» como a la representante local de la mismísima Señora que, más vieja que el tiempo, era el espíritu de la tierra que los mantenía y guardiana de su pasado y su futuro. Todos, cada uno a su manera, rendían tributo a la Señora, confiando con absoluta e incondicional seguridad en su representante terrenal para que los cuidara a ellos y al valle. Guardar, proteger, criar, alimentar y curar... Esos eran los principios de la Señora, las únicas directrices que seguía Bella y a las cuales consagraría, infatigable, su vida. Al igual que su madre, su abuela y su bisabuela antes que ella. Vivía la vida con sencillez, de acuerdo con los dictados de la Señora, lo que en general resultaba una tarea sencilla. Excepto en un cometido. Dirigió la mirada hacia el pergamino desplegado sobre el tocador. Un abogado de Perth le había escrito para informarla de la muerte de su tutor, Seamos McEnery, y ofrecerle asistir a McEnery House para la lectura del testamento. McEnery House se erguía sobre una inhóspita ladera de los Trossachs, al noroeste de Perth; estaba muy presente en su memoria: era el único lugar fuera del valle en el que había permanecido más de un día. Cuando seis años atrás, sus padres murieron, de acuerdo con la costumbre, Seamus, el primo de su padre, se había convertido en su tutor legal. Era un hombre duro y frío, que había insistido en que Bella aceptara McEnery House como residencia, de manera que le resultara más fácil encontrarle un pretendiente. Aquel hombre inflexible tenía el puño bien cerrado sobre la bolsa de su dinero, por lo que Catriona se había visto obligada a obedecer. Así pues, dejó el valle y se fue al norte para encontrarse con Seamos
Fue a batallar con Seamos... por su herencia, su independencia, por su derecho inalienable a permanecer como Señora del valle, a residir en Casphairn Manor y acidar de su gente. Tres dramáticas semanas de confusión más tarde, había regresado al valle; Seamos no había vuelto a hablar de pretendientes ni de la vocación de Bella, que casi tenía la certeza de que su tutor no había vuelto a pronunciar el nombre de la Señora en vano. Ahora, Seamos, el diablo al que había derrotado, estaba muerto. Su hijo mayor, Jaime, le sucedería. Bella lo conocía; al igual que todos los hijos de Seamos, eran hombre amable y pusilánime. Jaime no era Seamos. Al meditar sobre la mejor respuesta posible a la petición del abogado, había sentido un fuerte impulso de contestar sugiriendo que, una vez que fuera leído el testamento y se designara formalmente a Jaime como su tutor, éste pasara a visitarla allí, a la casa solariega. Aunque no preveía ninguna dificultad en el trato con Jaime, prefería negociar desde una posición ventajosa. El valle era su hogar; y entre sus brazos, ella la reina suprema. Sin embargo...Volvió a concentrarse en el pergamino. Al cabo, las líneas se difuminaron... y, una vez más, la visión apareció en su mente. La estudió durante un minuto. Vio lacara con nitidez... la poderosa nariz patriarcal, la barbilla obstinadamente cuadrada, la angulosidad y dureza de los rasgos labrados en piedra. Un mechón de pelo cobrizo le caía en la frente; los penetrantes ojos verdes se hundían bajo unas cejas cobrizas, enmarcados por unas pestañas negras. Los labios, contenidos en una línea recta e inflexible, le dijeron poco... De hecho, aquél era su resumen de la cara del hombre... cuyo rostro pretendía ocultar los pensamientos y las emociones a los observadores ocasionales. Ella no era una observadora ocasional. El presentimiento — ¡no!, la certeza— den contacto futuro se le impuso. Concentró su mente y se deslizó por debajo de las defensas del hombre, por detrás de su aspecto reservado, y abrió sus sentidos con cautela. Anhelante (ardiente, voraz), un impulso acechante y animal la rozó, acariciándola con dedos de fuego. Más allá, en las sombras más profundas, yacía... la inquietud. Un profundo sentimiento de ir a la deriva, sin timón, por el mar de la vida.
Bella parpadeó y se retiró a su aposento. Entonces vio la carta, todavía sobre el escritorio. Hizo una mueca. Era una experta en interpretar los mensajes de la Señora... y éste era obvio. Debía ir a McEnery House. En algún momento allí conocería a ese hombre reservado, ávido e inquieto, de rostro pétreo y ojos de guerrero. Un guerrero perdido... Un guerrero sin causa. Bella frunció el entrecejo y se arrebujó aún más en las mantas. Cuando vio aquella cara por primera vez en lo más hondo de su ser, había sentido que finalmente la Señora le enviaba un consorte, alguien que permanecería a su lado, que compartiría la tarea de la protección del valle..., el mismo que la llevaría a su cama. Por fin. Sin embargo, ahora...«Su cara es demasiado enérgica. Demasiado enérgica.»Como Señora del valle, era imprescindible que fuera la pareja dominante en el matrimonio, como su madre lo había sido en el suyo. Estaba escrito en piedra que ningún hombre podría dominarla. Un marido arrogante y dominante no era para ella... Eso jamás ocurriría, lo que en este caso era una pena. Una verdadera decepción. No tardó en reconocer el origen de la inquietud del hombre (la de aquel que carece de una meta), pero Bella no había conocido nada igual a la avidez que merodeaba en su interior. Una fuerza tangible, viva, que se había dilatado y la había tocado, obligándola a saciarla. Un impulso de aliviarlo, de llevarlo hasta el fin. De...
Era incapaz de encontrar las palabras, pero no podía negar un sentimiento de excitación, de atrevimiento, de desafío. Nada de aquello solía estar presente en sus quehaceres diarios. Pero por otro lado, ¿acaso no sería simplemente que sus instintos de curandera la incitaban? Bella soltó una exclamación de incredulidad. «Quienquiera que sea, no puede ser el que la Señora me tiene reservado... No, comuna cara como ésa.»¿Le enviaba la Señora un hombre herido, un caso perdido para que lo cuidara? Los ojos del hombre, aquellos rasgos de afilada dureza, no parecían los de un lisiado. No importaba; ella tenía instrucciones. Iría a las Highlands, a McEnery House, y vería qué —o mejor, quién— se cruzaba en su camino. Con otra exclamación de incredulidad, Bella se abrigó un poco más bajo las mantas. Poniéndose de costado, cerró los ojos y deseó que su mente se alejara una vez más en pos de la cara del extraño.
