Este es un fic conjunto. Lo estamos haciendo entre Kitana (Yukiona) y cyberia_bronze_saint. Si quieren saber qué salió de estos estilos tan diferentes, no tienen más que continuar leyendo…
Eso sí, este fic viene lleno de advertencias. El contenido es NC-18, estrictamente para adultos. Los temas que se tocan son álgidos y la violencia es en general explícita.
No somos expertas en adicciones, así que perdonen si algo se sale un poco de lugar. Intentamos investigar pero el tiempo es tirano.
Ahora si, ojalá lo disfruten.
Advertencias del capítulo:
* Angst
* Lenguaje vulgar
Capítulo 1. Decisiones.
Un auto de lujo, tan impresionante como su propietario, bajó a gran velocidad por la rampa de un suntuoso edificio y se detuvo con un chirrido. Un hombre elegante, de gran porte y largísimo cabello oscuro bajó con aire contrariado, acercándose a una figura menuda que estaba esperándolo. Se dijo a sí mismo que aquello era algo que siempre habría podido evitarse, pero simplemente se sentía sin fuerzas para intentar algo más.
— ¿Dónde está? —gruñó el recién llegado.
— Buenas noches a ti también, Saga… —dijo el otro, volviéndose hacia el ascensor.
— Déjate de juegos, Afrodita, que no estoy de humor para tus estupideces…
Afrodita se volvió, molesto, apartándose de su bello rostro el cabello de un rubio increíblemente claro.
— Pues deberías agradecer que yo sí estuviera de humor para llamarte, porque podría haberlo dejado abandonado en un rincón y entonces las cosas estarían peor.
— No podrían estar peor que ahora —dijo Saga, con un suspiro cansado— pero te agradezco el llamado, aunque sé bien que si no lo dejas morir es sólo porque entonces no habría más dinero para tus caprichos.
Ambos subieron al ascensor en silencio y antes de bajar en el último piso Afrodita puso una mano sobre el brazo de Saga.
— Llévatelo, ¿si? Las cosas van a ponerse un poco… difíciles de controlar.
Por toda respuesta Saga sacudió el brazo, con una mueca de desagrado impresa en su anguloso rostro al vislumbrar la escena que descubrieron las puertas de ascensor, al abrirse.
El departamento era inmenso, decorado con un estilo carísimo e impersonal. Estaba atestado de gente y a medida que se abría paso entre las personas que bailaban, se golpeaban o drogaban en forma descarada, empezó a descubrir caras conocidas. Caras que pertenecían a los incontables amigos y amantes de su hermano gemelo, aquellos que poco a poco lo habían ido empujando cuesta abajo en una espiral que lo había llevado directo al infierno.
— Por aquí —dijo el rubio a su lado, abriendo una puerta.
La habitación estaba oscura y hedía. Entre la gran cantidad de olores desagradables, Saga reconoció con asco el ácido olor del vómito y el penetrante aroma del sexo.
Vislumbró dos figuras sobre la cama, dos hombres que gemían, ajenos a su presencia, perdidos en el calor de su pasión.
— ¿Kanon? —dijo Saga con voz tensa.
En ese momento Afrodita encendió la luz.
— ¡Imbéciles! —dijo con voz distorsionada por la ira—. ¿Dónde llevaron al hombre que estaba en esta cama?
Uno de los hombres levantó apenas un brazo, señalando un pequeño cuarto de baño y volvió a concentrarse en los besos y caricias de su amante.
Saga y Afrodita se acercaron a la minúscula puerta. Estaba cerrada con llave. El gemelo sintió la ira corroer su cerebro y sin pensarlo se arrojó contra ella, haciendo saltar la cerradura con un golpe de su musculoso cuerpo.
La luz les reveló a Kanon, derrumbado en el piso. Sólo vestido con su ropa interior, descansaba sobre un desagradable charco de vómito. Su cuerpo pálido y consumido estaba lleno de hematomas y sangre seca, y en uno de sus brazos aún tenía clavada una jeringa. Sus ojos estaban entreabiertos, vacíos y ajenos; y de su nariz manaba un persistente hilo de sangre. A su lado había un hombre arrodillado que, sin prestarles la más mínima atención, acariciaba el rostro y el pecho de Kanon mientras se masturbaba con una energía que no era normal.
— ¡Dioses! —dijo Saga con un tono tan amargo que Afrodita puso una mano sobre su hombro.
— ¡Suéltame, maldita sea! ¡Se supone que es tu condenado novio! —Saga se volvió y enfrentó al hombre de pie a su lado—. ¡Dijiste que lo cuidarías! ¡Pero lo único que cuidas es que esté repleto de drogas para manejarlo a tu antojo!
El rubio lo miró con sus bellos ojos azules arrasados de lágrimas.
— ¡No puedo controlarlo! Te llamé… ¿verdad? ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Detenerlo yo mismo? ¡Sabes tan bien como yo que está fuera de control!
Sin molestarse en responder, Saga se arrodilló junto a Kanon, e intentó levantarlo.
— Suelta, cabrón —dijo el hombre arrodillado en el piso, apoyando la mano con la que se había estado masturbando en la fina tela de su traje—, el chico es mío, ¿que no ves?
Asqueado, el gemelo lo golpeó con una fuerza inaudita. Hubiera seguido golpeándolo hasta reducirlo a una pulpa si Afrodita no lo hubiera detenido, gritando su nombre una y otra vez.
Saga se levantó, despacio, sintiéndose capaz en ese momento de matar a todos los infelices reunidos en el departamento de su hermano. Se volvió hacia el rubio con tanta furia en sus ojos verdes que lo hizo retroceder un paso.
— Cuando regrese no quiero a nadie aquí, ¿lo entiendes? —le gritó—. Ni siquiera a ti. O desapareces de su vida, o me encargo de borrarte ese precioso rostro que tienes... Y a ver como te las apañas para sobrevivir sin él...
Luego tomó el cuerpo de su hermano en brazos y se alejó de allí sin volver su rostro ni una sola vez. Sintió que se desmoronaba. Ciertamente no era la primera vez que le veía en ese estado, y estaba casi seguro de que no sería la última, pero aquello le producía una furia y un temor irracional, que no podía explicar. Le habría gustado que Kanon estuviese consciente para poder reprocharle por el abandono que de sí mismo cometía. Pero Kanon no podía escucharle… y él se sabía incapaz de expresar con palabras todo lo que sentía.
Llegó con dificultad hasta su departamento, sintiéndose terriblemente impotente. Tenía que llevarle al hospital, ya que aquella hemorragia nasal no paraba. No notó a la figura de pie junto al sillón individual sino hasta que la tuvo a unos centímetros.
— Nunca cambiará... ¿verdad? —dijo su padre mientras él arrastraba a Kanon hasta el sillón y lo dejaba allí.
— ¿Qué haces aquí? —dijo el mayor con un malhumor que no hacía sino incrementarse.
— Te traje las presentaciones del próximo lunes, para que las revises.
— Qué bien... ahora hazme el favor de largarte.
Su padre ignoró el comentario y se acercó a Kanon. Le tomó la barbilla con una mano y giró el rostro demacrado y pálido hasta que enfrentó sus ojos huecos y sin brillo, de pupilas enormes e inexpresivas.
— Uno de estos días va a pescarse alguna enfermedad, y entonces va a dejar de molestarnos... claro, si es que tenemos suerte y no se pasa meses agonizando en un hospital.
— Cállate y ayúdame, ¿quieres?
— ¿Estás loco? ¿Acaso no te has dado cuenta de cómo huele? Este traje cuesta diez mil dólares y no voy a arruinarlo por un imbécil que no sabe que hacer con su vida.
— Un imbécil que casualmente es tu hijo, ¿recuerdas?
— Kanon no existe para mí, Saga. Ha dejado de ser mi hijo hace mucho tiempo. Deberías haberlo dejado reventar en ese estúpido departamento que le compraste. Es lo mejor para todos. Créeme. Simplemente se ha convertido en un lastre que estorba y del que debemos deshacernos, eso es todo.
— Tu compasión es realmente conmovedora...
— Déjate de sermones, Saga. Tú, al menos, tuviste el suficiente sentido común para que te importe un bledo lo que yo opine... siempre supiste como son las cosas.
— Si... Kanon jamás tuvo sentido común, y cometió el error de amarte... Tienes razón, sólo es un pobre imbécil que creyó que tú de verdad podías ser su padre.
— Ah... eres increíble... casi me siento culpable...yo pago el médico esta vez —dijo, sacando la billetera con un gesto dramático.
Saga se acercó a la puerta y la abrió. Su rostro estaba tan deformado por la ira que su padre simplemente tomó su abrigo, dispuesto a marcharse. Cuando atravesó la puerta, Saga la cerró detrás de él con tanta fuerza que la cerradura se dañó.
— ¡Maldita sea! ¡MALDITA SEA! –-dijo, acariciándose las sienes, tratando de pensar. Estaba tan afectado que no sabía que hacer. Tuvo una idea, sí, eso era lo único sensato que podía hacer en ese momento. Finalmente se acercó al teléfono y marcó un número. Atendieron luego del primer tono.
— Wyvern, Garuda y Griffin, buenas noches —dijo una voz femenina.
— Necesito hablar con Radamanthys, por favor.
— El señor Wyvern está en una junta y no puedo molestarlo, si me deja su teléfono...
— Dígale que es de parte de Kanon Gemini —interrumpió Saga.
Por unos segundos se hizo el silencio, el auricular vibró con unos sonidos apagados hasta que finalmente escuchó la voz de Radamanthys, grave y preocupada.
— ¿Kanon? —dijo.
— Radamanthys, soy Saga...lamento molestarte...
— ¿Kanon está bien?
Saga suspiró. Por fin hablaba con alguien que lo entendía.
— No —dijo, relajándose por primera vez desde el llamado de Afrodita.
Le relató el estado en el que se encontraba su hermano menor, y Radamanthys le urgió para que lo llevara a un hospital. Saga decidió llevarlo a un médico conocido, para evitar preguntas molestas. Radamanthys le obligó a prometer que le llamaría en cuanto llegaran allí. Saga accedió sintiendo que perdía el escaso control que aún mantenía sobre sus emociones.
Con precario equilibrio, sacó a Kanon del departamento luego de terminar de vestirlo y asearlo un poco. Con dificultad le volvió a subir al auto, preocupándose aún más al ver que Kanon seguía sumergido en esa especie de letargo y no reaccionaba.
Cuando llegó al consultorio, dejó a su hermano en manos de un par de enfermeras, y llamó de nuevo a Radamanthys. El abogado llegó poco después bastante agitado y angustiado.
— Está con el médico —dijo Saga cubriéndose el rostro con las manos, su resistencia estaba al límite.
— Esto no puede continuar así y lo sabes, ¿no es así, Saga? —el otro no le respondió. ¿Qué podía alegar ante lo que era evidente?
Saga observó a su amigo. Se veía tan imponente como siempre, alto como él mismo, pero más ancho de hombros, y de porte más regio. Sus apuestas facciones estaban contraídas por la tristeza y la preocupación. Sus ojos amarillos chispeaban con intensidad mientras con su índice le apuntaba al pecho.
— Supongo que por fin habrás decidido hacer algo... —dijo.
El gesto en el cansado rostro de su interlocutor se tornó desesperado.
— ¿Qué puedo hacer? —dijo Saga, dejando entrever por primera vez su ansiedad.
Radamanthys suavizó un poco la expresión de su rostro.
— He estado investigando clínicas y estadísticas de recuperación... ¿Sabías que la mejor sólo tiene un porcentaje de éxito del 13%?
— ¡Dioses!
— Dejar la dependencia es muy difícil, y cuanto más tiempo pase, la esperanza de que lo logre se hace menor. Su cuerpo ya debe estar dañado luego de tantos años de abuso... —Radamanthys se arrodilló y tomó las manos de Saga en las suyas—, yo ya he elegido un lugar, pero no van a admitirlo a menos que un familiar lo lleve. Es la mejor clínica que existe, por favor, prométeme que lo harás. No lo dejes volver a esa vida ...
Saga apretó las manos de su amigo.
— Sigues enamorado de él, ¿verdad? No te entiendo, Rad. Eres el más exitoso de todos nosotros. Has fundado el bufete de abogados de más prestigio de la ciudad, la mitad de los hombres que conozco quieren casarse contigo y la otra mitad te tiene envidia; y tú sigues atado a Kanon, que no ha hecho más que aprovecharse de ti y reemplazarte con cuanto imbécil se cruzó en su camino... Y tú, en lugar de divertirte y disfrutar de todo lo que has logrado ¿estudias las estadísticas de los centros de rehabilitación? ¿Por él?
Radamanthys ignoró su comentario.
— Sólo tienes que llevarlo. Una vez adentro puedo hacerme cargo. Yo lo pagaré, por supuesto.
— Los ángeles no llegan lejos en este mundo, Wyvern.
— Soy abogado... de ángel no tengo absolutamente nada.
Saga rió, sintiendo que por fin algo de esperanza se abría paso dentro de su corazón.
— Aún entre ladrones hay clases… — dijo, con mejor humor.
En ese momento, la puerta del consultorio se abrió y Kanon salió por ella. Se veía mareado y tenía la camisa prestada por Saga totalmente cubierta de sangre. Su nariz presentaba un vendaje ajustado, casi tan blanco como su rostro.
Miró a Radamanthys y luego a su hermano con un gesto cansado.
— Sólo llévame a casa — le dijo.
— No lo haré. No vas a volver a ese lugar, al menos no ahora. Voy a dejarte en un hotel.
— Siempre puedo contar con tu bondad, ¿cierto hermanito? – siseó Kanon.
— Lo llevo conmigo —dijo Radamanthys con una mueca de reproche hacia el gemelo mayor.
—Lo que sea, Radamanthys, lo que sea. —dijo Kanon con voz neutra—, pero sácame de aquí... detesto esta clase de lugares.
— Kanon, creo que tú y yo...
— Si quisiera un sermón estaría en la iglesia, ¿no crees, Rad? Me voy contigo sólo si mantienes tu boca cerrada. Sabes que no me sienta bien soportar regaños y en este momento no me siento de humor para escucharte hablar de esa sarta de estupideces que quizá estén bien para ti pero no para alguien como yo, con que ¿nos vamos o me busco otro refugio?
Radamanthys le puso una mano en el hombro, empujándolo hacia la puerta con dulzura.
— No te molestaré, lo prometo. ¿Tienes algo más de ropa? —dijo, observando las manchas del atuendo de Kanon, que sacudió la cabeza. — Ya te prestaré algo, lo importante es que estés mejor.
— Habla por ti, ese carnicero me arregló la nariz y el resto de mi cara y no me dio ni un puto calmante.
— No pueden hacerlo, Kanon, con esas cosas que tomas... —Radamanthys se detuvo al ver la cara de fastidio del gemelo.
Por un segundo tuvo miedo de que Kanon desapareciera de su casa en mitad de la noche, en ese estado. No hubiera sido la primera vez.
Bajaron la escalera en silencio y se detuvieron junto al auto impresionante del abogado. Kanon suspiró, con admiración.
— Te va bien ¿verdad? —dijo.
— No me quejo...
— Nada mal, para alguien que viene del inframundo... —rió Saga, recordando el humilde origen de Radamanthys, en el peor lugar de la ciudad.
— No le des letra para que me sermonee acerca de la fuerza de la voluntad y toda esa estupidez. No todos tenemos el temple para soportar las historias de éxito y de enfrentar la adversidad. -–-dijo Kanon, molesto—. Radamanthys, el magnifico. — se burló — Es como el puto rey Midas.
— Un rey Midas que nunca pudo convertir en oro lo que más quiso —dijo Radamanthys con voz llena de desolación.
Kanon se quedó inmóvil un segundo. Luego entró en el auto, impulsado por la incomodidad. Detestaba las insinuaciones de Radamanthys, no era que no le halagara, sino que le fastidiaba que ese hombre siguiera tras él a pesar de todas las jugarretas que le había practicado desde que lo conocía.
Radamanthys se volvió a Saga, que estaba tendiéndole la mano.
— Gracias —dijo el gemelo.
En lugar de estrechar su mano, el abogado dejó en ella una tarjeta blanca. Era muy sencilla, y sólo decía Clínica de rehabilitación Kido, junto a un número de teléfono.
— Por favor Saga, por favor. Si aún es importante para ti… hazlo. —dijo Radamanthys con destellos de agonía en sus ojos.
— Si tú lo convences, yo mismo lo llevo mañana —dijo Saga.
En su corazón deseaba que de verdad Radamanthys fuera capaz de convencer a su terco consanguíneo de intentarlo al menos, rogaba que a pesar de todo lo que su padre dijera sobre Kanon, a su hermano aun le quedase un resabio de orgullo. Eso ayudaría para que pudiera recobrar su antigua vida, esa vida que prometía tanto y que se disolvió bajo el peso de su adicción.
Radamanthys condujo en silencio hasta su departamento en el centro de la ciudad. Simplemente no sabía que decir ¿Qué clase de argumentos presentarle a alguien que aparentemente se ha abandonado a todo?
— Estás muy callado, Rad…. Jamás pensé ver ese día. — dijo Kanon con su típico tono burlesco.
— Será que no tengo mucho que decir.
—- O que no encuentras la forma de decirlo. ¿Qué quieres de mí, Radamanthys Wyvern?
— No mucho, simplemente quiero a mi amigo de vuelta.
— Sabes tan bien como yo que eso ya no es posible. A tu amigo lo masacró la puta realidad, a tu amigo le atropelló la indiferencia de su padre y la frialdad de su hermano. Tu amigo ya no existe. Sólo quedo yo.
— Kanon… deja de torturarte, sí tu quisieras…
— Sí yo quisiera… el problema es que ya no sé ni lo que quiero…. ¿y tú, Rad? ¿Tú sabes lo que quieres? No, no me respondas, seguro que me vendrás con un sermón, te conozco demasiado bien, señor Wyvern. Nos hemos conocido toda la vida, aunque a veces me parece que no me conozco ni a mi mismo….
— Deja de hablar de esa forma que sabes que me exaspera, hablas mucho pero no dices nada.
— Cuando me hablas de esa forma me haces pensar en mi maldito padre —dijo el gemelo con un gesto triste que se apresuró a disfrazar con una sonrisa cínica que no logró engañar a Radamanthys.
El silencio que se instaló entre ellos les resultó asfixiante. Radamanthys habría querido decirle algo, hacerle sentir de una forma lo suficientemente convincente que su amor por él era suficiente como para borrar todo el dolor que se escondía detrás de ese par de ojos verdes que le miraban con cinismo. Pero no encontró las palabras exactas…
Al llegar al departamento se dijo que no tenía caso andarse con rodeos, le plantearía a Kanon las cosas tal como eran, simplemente, sin matices, sin ningún disfraz, Kanon no era un niño de pecho y entendería, tendría que entender que lo que le proponía era lo mejor que podía hacer sí es que quería seguir viviendo.
— Kanon, tenemos que hablar… verás esto no es fácil, sé que tienes demasiado rencor, demasiadas cosas en el pasado haciendo ruido, pero… — dijo Radamanthys sentándose frente a Kanon.
— ¿Te gustaría decirme de una jodida vez que es lo que quieres? Me muero de sueño y casi me desangro por culpa de ese imbécil remedo de médico con el que Saga me llevó.
— Tienes que rehabilitarte —-soltó Radamanthys.
Kanon le miró, el hombre frente a él estaba lejos de ser el altivo y tenaz abogado, era simplemente un hombre preocupado, preocupado por él.
— ¿Con qué fin? Es decir, no le veo la utilidad.
— Kanon ¡por todos los cielos!, no me vengas con eso, sabes bien que de no haberte metido en tanta porquería habrías llegado a ser mucho mejor que yo, tienes el talento necesario para llegar lejos.
La respuesta de Kanon fue una sonora carcajada.
— Siempre dije que eras demasiado ingenuo para ser abogado…
— Inténtalo y te juro por lo más sagrado que si no resulta no volveré a fastidiarte con eso.
— Mentiroso… los dos sabemos que nunca me dejarás en paz… ¿Qué pasará si lo hago y no funciona?
— Funcionará, yo estaré a tu lado, te lo juro —Radamanthys hizo una pausa y luego lo miró fijamente a los ojos—. ¿Crees que a tu madre le hubiera gustado verte así?
A Kanon se le cortó la respiración. Intentó encontrar refugio en su sarcasmo, pero descubrió que estaba realmente cansado de todo. Con sorpresa, se dio cuenta que su mente ya había accedido a intentarlo desde el momento en que viera a Radamanthys en el consultorio.
— Quizá sea bueno… no lo sé, al menos para restregarle en el rostro a mi padre que soy capaz de salir de la inmundicia… —dijo. Radamanthys sonrió esperanzado— Me convenciste… soy tan fácil. –-- comentó con burla.
— No te ofendas, soy el mejor abogado del país, era lo menos que se podía esperar de mí.
Ambos se sonrieron por una momento, y cuando Kanon se fue a dormir, Radamanthys llamó a Saga. Un tanto eufórico le contó que Kanon había accedido a tomar el tratamiento. Insistió un poco para que Saga le permitiera acompañarlos al día siguiente a la clínica, pero el gemelo mayor se rehusó. No estaba seguro de que Radamanthys debiera presenciar aquello.
A primera hora de la mañana, Saga se apersonó en el departamento de Radamanthys, donde el rubio lo esperaba ansioso. Intercambiaron algunas miradas nerviosas mientras descendían al estacionamiento con Kanon en medio de ellos.
— Por Zeus… dejen de actuar como si esto fuera el fin del mundo, ¿quieren? — dijo él mirándoles con contrariedad. Estaba nervioso, y aquella era la única forma que se le ocurrió para canalizar sus emociones.
Kanon se recostó en el asiento trasero del auto de Saga con gesto de fastidio. Radamanthys les vio alejarse sin desviar la mirada hasta que el auto no pudo distinguirse más.
Los hermanos hicieron el trayecto en silencio, hasta que Saga notó algo que le hizo enfadar.
— Se supone que vamos a una clínica de rehabilitación —dijo, molesto.
Por el rabillo del ojo veía a Kanon, en el asiento de atrás, bebiendo con desesperación una de las tres botellas de whisky que había sacado de sólo los dioses sabían donde.
— Brindo por ello —dijo su hermano con voz pastosa.
— Es la última vez que hago esto por ti, si vuelves a caer una vez más, te mueres como un perro, te lo juro.
— Vaya, Saga, cada año que pasa te pareces más y más a papá...
— Cierra la boca, si no quieres que tus preciosas botellas terminen en la carretera...
Kanon estuvo riéndose un largo rato, hasta que finalmente volvió a recostarse en el asiento. Cuando llegaron al final del viaje, estaba dormido.
Saga contempló el edificio que albergaba a la clínica de rehabilitación Kido, y pensó que aquel sitio era tan deprimente y sombrío como el internado en el que él y Kanon habían pasado la mayor parte de su infancia y adolescencia. Una vez más maldijo a su padre desde sus adentros; en el fondo lo culpaba de la adicción de Kanon y de muchas otras cosas, entre ellas su incapacidad para relacionarse con otros fuera del ámbito laboral.
No quiso despertar a su hermano, después de todo, había tenido una muy mala noche. Le sacó del auto medio arrastrándolo y se dirigió a aquel edificio que más parecía una prisión que una clínica. Kanon ni se inmutó, ya estaba un tanto ebrio.
Lo dejó derrumbado en una de las sillas de la sala de espera y se acercó al escritorio. Realizó todos los trámites de admisión en forma mecánica y ausente. Completó las planillas, firmó en los lugares que le indicaban, sin dejar de lanzar rápidas miradas a Kanon, que parecía un poco más lúcido y miraba a su alrededor con una expresión de frío desdén.
Saga contempló una puerta enorme a su derecha. Unos enfermeros de aspecto demasiado fornido estaban a punto de atravesarla, escoltando a otro de los futuros pacientes de la clínica. Una mujer de cabellos grises –-probablemente su madre— se deshacía en llanto mientras el joven se dejaba arrastrar, con una expresión de pánico en sus ojos.
Saga dejó los papeles sobre el escritorio, descubriendo con sorpresa que su estómago estaba crispado. Tenía miedo. Miedo de que su hermano escapara antes de que lo hicieran atravesar aquella puerta, y miedo a que fuera demasiado tarde. Maldijo no haber permitido que Radamanthys lo acompañara, porque en ese momento se sentía horrorosamente solo.
Volvió a su silla manteniendo su expresión neutra y cerró los ojos, intentando calmarse. Los minutos se deslizaron interminables, mientras el silencio hacía estragos en sus nervios.
Cuando escuchó a la enfermera decir su nombre, estuvo a punto de gritar.
—Tienen cinco minutos —le dijo la joven con una mueca inexpresiva.
Saga se volvió sin saber que hacer y descubrió en los ojos de su hermano una grieta a través de la cual había empezado a vislumbrarse su ansiedad. Kanon tenía tanto miedo como él.
Bajó la vista, incapaz de sostenerle la mirada y descubrió que su gemelo apretaba entre sus manos una diminuta bolsa de tela, gastada y sucia.
— Sigues con tus malditas costumbres, ¿verdad? —dijo con dureza, arrancándole la bolsa de las manos.
Los ojos de Kanon se abrieron desmesuradamente, llenos de desesperación y de lágrimas.
— ¡Devuélveme eso, Saga, por favor! —gritó, entre sollozos.
— Eres tan patético... Ni siquiera lloraste por nuestra madre que jamás te vio hacer algo útil con tu vida, y ahora lloras por esa estúpida sustancia que no ha hecho más que arruinarte la existencia...
— Dámela, por favor, Saga, tú no entiendes...
El mayor vio a los enfermeros acercarse a ellos y se alegró de sacarse la responsabilidad de su hermano de las manos. Abrió la bolsita, decidido a tirar la droga frente a sus narices, pero lo que cayó al suelo fue un relicario de plata que reconoció de inmediato. Él se lo había regalado a Kanon muchísimo tiempo atrás. Lo tomó en sus manos lentamente y lo abrió. Dentro había una foto de ambos, en tiempos mucho mejores, cuando eran realmente idénticos.
Saga se quedó paralizado lo que le pareció un siglo. Sólo reaccionó cuando su hermano le quitó la cadena de un manotazo para colgársela al cuello. Los enfermeros lo tomaron de los brazos —sorprendidos por el movimiento—, con un poco de brusquedad y Saga descubrió que ya no era capaz de ponerse de pie.
— No lo lastimen, por favor —dijo, extendiendo una mano.
Kanon se la estrechó con desesperación.
— Tengo miedo, Saga...
Los enfermeros les separaron las manos, empujando al menor hacia la puerta de entrada a los pabellones de la clínica.
— Lo siento mucho, pero el tiempo ya ha terminado –dijo uno de ellos, con frialdad.
Kanon se resistió a caminar y comenzó a sollozar. Saga se puso de pie, con la mano aún extendida. Las palabras se negaban a brotar de sus labios, aunque sin duda hubiera deseado decirle algo a su hermano, algo que le hiciera pensar que de verdad estaba con él y que a pesar de todo no le abandonaría. Las puertas se cerraron y lentamente los pasos de Kanon se perdieron en el silencio de aquel lugar. Se dejó caer en una silla rogando a los cielos que no fuera demasiado tarde y que pudieran recobrar al antiguo Kanon.
Solo cuando la enfermera le extendió un sobre con pañuelos desechables se dio cuenta de que estaba llorando.
Ojalá les haya gustado!!
¿Qué se viene? En el próximo hacen su aparición los otros personajes principales... Milo, Aiolia y Aiolos.
Besos y gracias por leer.
Kitana y Cyberia
