DESTINOS CRUZADOS
El irritante sonido del despertador me trajo de vuelta a la realidad. Me desperecé y bostecé, preguntándome a quién narices se le habría ocurrido inventar aquel odioso pitido. Apagué de un manotazo el aparato y me levanté. Era extraño no despertarme en la misma habitación que en los últimos tres años...
Mi familia y yo nos habíamos pasado la vida viajando, cosa que no me molestaba en absoluto, pero decidimos que aquel iba a ser nuestro último destino. Así que Forks, un pueblo pequeño y lluvioso que forma parte del estado de Washington, se convirtió en nuestro lugar de estancia definitivo.
En total somos cuatro. Mis padres, que llevan 20 años casados; mi hermano, que es totalmente infantil pero se cree superior a mí por llevarme un año de diferencia; y yo, que a pesar de mis 17 años iba a empezar el último año de instituto. Hacía un tiempo que me adelantaron de curso a partir de mis resultados obtenidos en un test de inteligencia.
Papá es el tipo de marido que ayuda a su mujer (vamos, que no es machista y no le importa cocinar o fregar) y el tipo de padre que está pendiente de con cuántos chicos sale su hija. De momento no tenía que preocuparse: yo nunca había tenido novio. Es muy activo y le encanta hacer senderismo. El bosque de Forks fue una de las cosas que más le llamaron la atención.
Mamá es todo lo contrario. Sólo es activa cuando hay que ir de compras. Le chiflan las tiendas. Creo que únicamente sale de un centro comercial porque anuncian por los altavoces el cierre, que sino se queda allí a vivir. No le cuesta nada conocer a gente nueva y era muy mala estudiante en el instituto.
Y mi hermano... Bueno, él es un caso aparte. Deportista, playboy, adora salir con chicas pero siempre que no sean relaciones duraderas. Bueno, siempre que no sean relaciones, punto. Mal estudiante, le encantan las motos y su sueño es convertirse en jugador de la NBA.
En cuanto a mí... Supongo que soy la rara de la familia. Soy superdotada, me encanta la música y leer, también compongo, escribo y pinto. Soy extrovertida y optimista, y no me dan miedo los desafíos. El único gusto que comparto con alguien de mi familia es la afición por el mundo del motor. Mi padre y yo somos auténticos fanáticos de los coches. Podemos hablar de ello durante horas. Bueno, y el gusto por la música con mi madre.
Aquel día íbamos a empezar el instituto. Estaba nerviosa, para qué negarlo. Soy extrovertida, pero el hecho de empezar una nueva vida en un lugar completamente diferente con gente desconocida pone nervioso a cualquiera. Menos mal que mamá iba a estar con nosotros. Había conseguido trabajo en el instituto como profesora de Música y nos iba a dar clase a mi hermano y a mí. La verdad era que no sabía muy bien si sería algo bueno o malo. El tener a tu madre en el lugar donde estudias... suena un poco a no poder separarte en todo el día de ella. Mi padre iba a trabajar en el hospital del pueblo. Según él, había un eminente doctor apellidado Cullen.
Papá y mamá nos habían regalado el día anterior un coche a mí y una moto a mi hermano, aunque a él se la quitarían si sus resultados escolares eran bajos. Teníamos una buena posición económica, aunque no nos gustaba alardear de ello. La casa, a pesar de ser ostentosa, no la habíamos comprado, nos la había construido mi tío Michael. Era bastante grande y espaciosa, y mi habitación había sido decorada con mi color favorito: el azul celeste.
Una vez me duché y me arreglé, bajé a desayunar. Las tortitas de mi madre se olían por toda la casa. Siempre las hacía cuando era un día especial.
Buenos días -dije, llegando a la cocina, donde mi padre estaba leyendo el periódico y mi madre acabando de cocinar.
- Hola, cariño -dijo mamá.
Yo me senté al lado de mi padre y me serví un vaso con zumo de naranja.
- ¿Y David?
- Tu hermano ha salido a dar un paseo con la moto. Se ha levantado temprano sólo para eso. Incluso a desayunado antes de que yo me levantara.
- Como sabe que le va a durar poco, aprovecha el momento.
Mi padre apartó la vista del periódico al fin para fijarla en mí.
- Bueno, Lizzy... Ya tienes 17 años...
- Sí... ¿y? -pregunté, comiendo ya mis tortitas.
- Pues que pienso que deberías saber algunas cosas acerca de... bueno, de...
- Sexo -repuse, con indiferencia.
- ¿Qué...? ¿Cómo sabías que te iba a hablar de eso?
- Se te nota a la legua, papá. Y no te preocupes, que ya sé todo.
- ¿Todo?
- Sí, papá. Todo.
- Pues... me has ahorrado una charla incómoda.
- De nada... -dije, levantándome y dejando mi plato y mi vaso en el fregadero.- Me voy ya. No quiero llegar tarde el primer día.
- Suerte, cariño -me dijo mi madre, dándome un beso en la mejilla.
Yo me dirijí a mi padre y le abracé por detrás.
- ¿Seguro que sabes todo?
- Que sí, papá -le di un beso.- Te quiero.
