Como siempre, ni InuYasha ni sus personajes me pertenecen pero sus personalidades dentro de esta historia y esta historia en general, si lo hace.

Hay contenido explicito sexual en esta historia. Léase bajo advertencia, no deje comentarios inmaduros, no se amargue, y disfrute la lectura.

Esta historia, originalmente, iba a ser un relato único, pero creo que ahora lo haré un two-shot. Incluso de esa manera siento que será muy poco. Lo puedo hacer un short fic de cinco capítulos o algo así, espero sus opiniones para saber si quieren más de dos o cinco capítulos, etc. Gracias de antemano a todos los reviews, favoritos, y alertas. Gracias a los lectores que siempre me apoyan.

Los ama,

Cecil.


Dulce Infierno

―Por favor, por favor, por favor ―rogué con lágrimas en los ojos.

Él negó y me vio con malicia, dios, cuanto lo odiaba en esos momentos.

―Te odio ―le dije enojada.

Él sonrió y negó de nuevo, metiendo dos dedos grandes en mi boca, haciendo que me atragantara y sacudiera mis manos atadas detrás de mi cuerpo con desesperación.

―Si te sigues portando así de mal tendré que dejarte esta noche.

Yo negué de inmediato, terror en mi rostro y en mis ojos.

―No, pod fvaaor ―hablé apenas, con dedos en mi boca.

Manos y pies atados y mi dignidad arrinconada en una esquina, allá junto al diván y bajo el pequeño librerito repleto de libros de amor.

―No, por favor ¿qué? ―sus dedos entraron más en mi garganta y mis reflejos me hicieron atragantarme más.

―No, pord favodd, amo.

Vi la sonrisa de lobo que tenía y respiré con rapidez viendo bajar su otra mano hasta mi punto fuerte. Dos dedos entraron de improviso a mi estrechez y grité como animal, deseando aquello más que a mi propia vida.

―Shi… ―suspiré con sus dedos en mi boca. Empecé a lamerlos y a succionarlos mientras que él entraba y salía de mí con la facilidad que se cargaba―. Mash ―murmuré.

― ¿Más, qué, Ayame?

Tragué en seco, él pocas veces me llamaba por mi nombre, era personal e íntimo usar nombres de pila, así que optábamos por apodos y otras cosas. A pesar de que ambos sabíamos nuestros verdaderos nombres, habíamos acordado no usarlos a menos que se diese naturalmente.

―Más, por favor, amo ―dije cuando él hubo quitado sus dedos de mi boca.

Lo vi bajar hasta mi vagina y los colores llenaron mi cara rápidamente, sintiendo un rayo eléctrico recorrer cada centímetro de mi cuerpo.

―Sí, si, por favor…

Esta vez no me corrigió ni me ordenó que le llamara amo, simplemente pasó su grande boca sobre mis bragas casi invisibles, unas bragas mojadas y casi desaparecidas por todos los jugos que él me había hecho derramar. Mis manos atadas me hacían imposible hacer que su cabello fuera masajeado con fuerza o que su cara fuese enterrada en mis adentros.

―Yo… ―dije apenas, sin aliento y con los ojos volteados.

― ¿Si? ―seguía su trabajo, podía escuchar todo tipo de ruido lascivo provenir de allá abajo, algo que me hizo tener un retorcijón de placer en el vientre bajo, podía sentirlo estaba cerca.

―Yo estoy… por favor, a punto… yo… ―no podía articular una frase normal o completa y no podía moverme más, mis fuerzas estaban por irse por completo y sabía que quedaría tirada en la cama como una muñeca de trapo.

― ¿Qué? Di mi nombre ―exigió con ojos como nunca antes los había visto, llenos de fuego y algo más, imploración… no una emoción que el demostrará jamás, ni siquiera en sus ojos azules, jamás. La que imploraba ahí era yo, rogaba y me arrodillaba, suplicando y humillándome―. Ayame… ―advirtió con un rostro desesperado y enojado.

Tragué en seco, hacía mucho que no decía su nombre, no sabía cómo iba a ser capaz de articularlo.

―Yo… no… ―no sabía siquiera como estaba haciendo para entender lo que él decía, todo me daba vueltas.

― ¡Ayame! ―Exclamó con fuerza―. Ahora ―ordenó entre dientes.

Yo me sorprendí al tenerlo frente a mí en menos de dos segundos, nuestras caras estaban tan juntas, sus ojos casi traspasaban los míos.

―Kog… Kō-ga, yo… por favor no… ―no podía decir su nombre, no quería decirlo.

Cuando menos lo esperé, me besó y me vine en sus manos, sus dedos aun iban y venían dentro de mí y pude sentir, después de mucho tiempo, sus labios saborear los míos, su mano libre me tomaba con fuerza de la cintura, pegándome a su todavía vestido cuerpo.

No se había molestado en sacarse el traje cuando había tocado a mi puerta y yo lo había recibido con sorpresa, sin saber que ese día se aparecería ahí. No había podido ver nada más que sus brazos grandes y bien trabajados bajo esa camisa de empresario blanca que siempre llevaba puesta. Había entrado demandado atención, arrastrándome a mi habitación y quitándome la ropa con rudeza. Ni siquiera pude articular palabra, solamente pude ver las cuerdas que siempre usábamos siendo atadas a mis extremidades.

De repente me había encontrado desnuda con manos y pies atados. Él se me había quedado viendo con mucho poder en sus ojos azules y pude sentir que algo andaba mal, casi me había dado miedo. Ahora yacía en mi cama, casi sin saber quién era, como me llamaba, o donde estaba.

― ¿Cariño? ¿Estás bien? ―sentía sus besos en mi brazo.

Qué raro… ¿está desnudo? pensé al sentir su piel contra la mía y las cuerdas siendo desatadas de mis extremidades. Casi ya no podía mantener los ojos abiertos y solo sentía sus caricias en mi espalda.

― ¿Ayame?

Después me quedé completamente dormida.

―――

Quería abrir mis ojos, sabía que él estaba detrás de mí y quería ver su rostro. Kōga nunca hacía estas cosas, usualmente terminábamos y él se marchaba. No era que me molestara porque eso era parte del trato, teníamos reglas que acatábamos y acuerdos con los que ambos habíamos estado de acuerdo. Aunque una parte de mi odiara verlo salir por mi puerta, tenía que resignarme y quedarme con el perfume masculino que quedaba rondando por aire e impregnado en mi cama.

― ¿Estás despierta? ―preguntó.

Yo me moví un poco, solo para sentir su erección pegada a mi trasero y sentirlo gruñir levemente en mi oído.

―No ―susurré apenas.

Le escuché reír en voz baja y sentí las cosquillas en mi cuello, donde empezó a dar besos leves y a sorprenderme todavía más. ¿Qué demonios le ocurría? Esto no me gustaba en lo absoluto.

― ¿Estás bien? ―pregunté, no muy segura de lo él diría.

Pero no dijo nada. Lo conocía tan bien como para saber que algo andaba mal y él lo sabía. Creo que ambos nos conocíamos tan bien que era extraño que nuestra relación fuera exclusiva de sexo.

―Si.

―No te creo ―volteé mi cuerpo hacia el de él―. ¿Ha pasado algo con… esa chica? ―dije tragando en seco, no podía dejar que el dolor se notara en mi voz o en mi rostro.

Kōga negó de inmediato y supe que mentía.

―Vamos, te he dicho que no preguntes acerca de eso ―me reprendió, viendo mis pechos.

Yo no podía estar avergonzada por eso, él me conocía como nadie más lo hacía, me había visto de todas las formas posibles.

―Pero los he visto… ―él no quería que hablara de eso, su mirada fue de inmediato a la mía y me lo advirtió sin hablar―. Lo siento, no quise hacerlo, ustedes solo… estuvieron delante de mí de un momento a otro ―me encogí apenas―. ¿Es tu novia? ―pregunté, reprendiéndome a mí misma por haber preguntado aquello. ¿Así quería pasar desapercibida? ¿Preguntando ese tipo de cosas?

Él suspiró.

Era claro que no quería hablar de aquello, pero no respondió de la misma forma que había hecho la primera vez que se lo había mencionado, esa vez me había gritado, cuando nunca en su vida lo había hecho y yo había llorado frente a él, cuando nunca en mi vida lo había hecho… por eso no había querido mencionarlo pero mi curiosidad pudo más y esta vez había estado preparada para gritos que nunca llegaron.

―Algo así.

―Oh.

Me mordí el labio inferior con mucha fuerza y me paré de ahí, dejándole solo en la cama y sintiéndome más desnuda que nunca. Sentí sus ojos seguirme hasta el baño y cuando pude estar sola, vi mi rostro y mi cabello. Tenía ojeras por haber estado haciendo tarea hasta tarde y mi cabello rojizo estaba enmarañado y muy despeinado. Ahora más que nunca me sentía insegura a su alrededor, en realidad nunca me había sentido insegura alrededor de nadie. Me consideraba bonita y exótica, o por lo menos así había escuchado que varios me habían llamado. Y bueno, si era exótica, siendo mitad irlandesa por parte de mi madre... pero en esos momentos odié los genes europeos y deseé ser como una japonesa normal, como esa chica con la que había visto a Kōga. Era bonita y alta… era diferente a mí y tal vez por eso Kōga prefería tener una relación de amor con ella y conmigo solo tener sexo, tal vez eran las diferencias raciales, tal vez…

― ¿Pequeña? ¿Estás bien?

Yo tragué en seco.

―Sí, solo me lavo la cara y la boca, espera un momento.

―De acuerdo.

Salí de ahí refrescada y con una bata que había colgada en la puerta de mí baño. Kōga ya se encontraba vestido y no me sorprendió. Si no se había ido la noche anterior, seguramente lo haría a primera hora en la mañana y eso era ahora, mi reloj en mi buró marcaba las siete de la mañana, incluso en un sábado como aquel, él tendría cosas que hacer, o simplemente no quería quedarse más de la cuenta.

―Buenos días ―saludó con esa sonrisa que había aprendido a no amar.

―Buenos días ―respondí sin poder sonreír, apenas la comisura de mis labios se levantó―. Y bien… ¿me quieres contar que sucede? ―dije.

Salimos de mi habitación y nos dirigimos a la pequeña cocina de mi departamento. Yo comencé a hacer café, no sabiendo si él tomaba o no café en la mañana, en realidad nunca había pasado la noche conmigo. Su rostro volvió a desfigurarse como aquella vez lo había hecho y yo temblé en mi lugar, ¿me gritaría de nuevo? Se había disculpado y tampoco es que me hubiera levantado una mano o insultado, solo había sido que el sentimiento de tenerlo frente a mi mientras me gritaba había sido diferente, desconocido y abrumante.

―No.

Yo volteé mi rostro hacia la cafetera, simulando hacer algo por ahí.

―Disculpa por haber llegado sin avisar ―continuó―. Sé que fue repentino, te veías cansada.

Estaba cansada.

―Sí, no importa ―me encogí, sacando tazas de mi lacena y dejándolas junto a la cafetera.

―Importa, fue descortés de mi parte hacerlo, lo siento, cariño.

Se acercó a mí pero no me tocó, aquello no era una relación amorosa, era una relación sexual y no debíamos tocarnos fuera de la habitación a menos que una relación sexual se estuviese llevando acabo.

―He dicho que está bien ―respondí, volteando a verlo y odiando la cercanía de su cuerpo―. ¿Tomás café?

Él asintió y se sentó en la pequeña mesita que había en mi cocina. Yo le puse la taza de café enfrente, leche y azúcar, y me senté frente a él con mi taza de café negro y amargo. Tomé de mi café distraídamente, aun pensando en esa mujer, pensándolos a ambos juntos, abrazados, riendo y comiendo del mismo cono de nieve. Había sido una escena cursi pero yo había querido vivirla con él también. ¿Por qué me sentía de esa forma?

― ¿Cariño?

― ¿Hmm? ―pregunté, levantando mí mirada a un hombre que me veía fijamente.

― ¿Estás bien? ―me examinó.

―Claro ―sonreí, esta vez pude hacerlo―. Pienso en la tarea, es todo ―me encogí.

Él asintió apenas.

― ¿Tú estás bien? Puedes contarme lo que sea ―le dije con sinceridad.

De acuerdo, yo tal vez podía gustar de él… un poco más allá de nuestra relación, cuando no era rudo en la cama, era atento fuera de ella, incluso cuando estábamos teniendo sexo, siempre encontraba la manera de comportarse de una forma caballerosa… incluso cuando me decía zorra al oído. Y si, quería saber todo lo que pasaba por su mente, saber que sentía, en quien pensaba, cosas de su trabajo… sabía poco y ese poco había sido suficiente. Llevábamos una relación de medio año y estaba comenzando a pensar que aquello no era saludable para mí. Él era un hombre dominante, había tenido sumisas en el pasado, yo no era la primera y estaba segura que no sería la última. Él había hecho contratos con otras mujeres, había llamado zorra a otras mujeres y había atado de pies y manos a otras mujeres justo como lo había hecho conmigo. Y ahora que yo empezaba a sentir esto…

―Estoy bien ―respondió.

―Vamos, sé que es por esa mujer. ¿Han peleado? ―insistí saber.

Quería saberlo aunque sabía que me quemaría los adentros saber cualquier detalle.

Él negó levemente con la cabeza.

―No necesitamos hablar de eso, ni siquiera debería estar aquí ―comentó con voz amarga.

Yo bajé mi mirada a mi taza de café y me mordí los labios.

―Si… entiendo, puedes irte en cualquier momento ―le sonreí solo para hacerle saber que aquel comentario agresivo no me había molestado―. Tengo que hacer tarea y después tengo que ir a trabajar, también tengo otras cosas que hacer en la noche… hoy es un día largo ―asentí para mí misma.

Kōga me observó llevar mi taza de café medio vacía hasta el lavabo, ordené unas cosas aquí y allá, volteé a sonreírle y caminé hasta la entrada, haciéndole saber que él debía de irse y que yo también pensaba de esa forma…

―Fue bueno tenerte esta mañana aquí, espero que tengas un buen día ―le dije cuando él se calaba sus zapatos en la entrada.

―Esto no se volverá a repetir, lo siento Ayame ―me vio a los ojos y su mirada era diferente, mierda, ese no era el Kōga con el que había tenido sexo por medio año.

Salió de ahí tan rápido que mi boca se quedó abierta, no estando segura de lo que iba a decir. Me quedé pensativa después de haber cerrado la puerta, ¿qué cosas había omitido de ese contrato en mi memoria? Oh sí, mi mente podía jugarme los trucos más sucios y ahora que me sentía de esa forma no quería permitir que se extendiera, quería borrarlo, esos sentimientos no me llevarían a nada con un hombre que solo quería mi cuerpo. Sabía que había algo en ese contrato que mi mente había agregado o borrado, algo acerca de salir con otras personas.

Corrí hasta mi habitación y abrí cajones de mi escritorio, buscando la carpeta con aquella simple hoja dentro de ella.

―Donde… donde está… ―murmuraba para mí misma, casi quería llorar y patalear, sentirme estúpida y vulnerable por una vez, permitirme sentirme de esa forma―. Sí, aquí, aquí esta ―exclamé al ver la carpeta negra y gruesa. Dentro había un documento con escritos a computadora en negro. Repasé cada uno de los puntos con mi dedo, buscando en alguna parte algo como: se prohíbe mantener una relación con terceros durante la vigencia de este contrato―. No hay nada ―me quedé sentada en la silla de mi escritorio viendo el documento sin verlo realmente, solamente pensando en que mi mente me había prohibido ver a otro individuo cuando mantenía una relación sexual con Kōga.

El maldito contrato no prohibía nada, mi mente me lo había prohibido, pero el contrato no. Maldecí en voz baja cuando mi mirada se enfocó en el punto número uno: Esta relación será estrictamente sexual… eso era algo educado para decir: No, no me interesas de esa forma, solo quiero tu cuerpo. ¿Tenía que gustar de ese hombre en específico? No solo teníamos un contrato que estipulaba que no podía haber una relación más que sexual pero también sabía que él estaba enamorado de alguien más, tal vez hasta la amaba… ¿Quién era yo en todo eso?

Mi mente no tardó en responder a aquello: solo eres su sumisa, Ayame.