¿Qué puedo decirles? Sé que aún no he publicado el capitulo a continuación de mi otra historia, pero estoy preparando una gran trama para esa en particular. Mientras, les dejo lo más nuevo que pasó por mi cabeza en estos últimos días. Espero que les guste...
Disclaimer: Los personajes no me pertencen, son creación de Rumiko Takahashi. FF creado sin fines de lucro.
* Publicación: 29-08-12
129 DÍAS JUNTO A TI
Introducción
Día 31: 15 de Abril de 2012
Una pequeña niña jugaba en medio de un inmenso jardín, sus lacios cabellos se mecían con sus movimientos agitados y ágiles al escalar el grueso tronco de un árbol, el mismo que le daba sombra bajo el intenso sol de mediodía. Sus manitas se aferraban a las ramas con fuerza y sus pies viajaban por las protuberancias del particular roble tomando impulso. Sus zapatos yacían olvidados al pie del árbol, su antes impecable vestido color naranja oscilaba al mismo ritmo de sus cabellos dejando ver rastros de tierra y pasto encima.
—Ya… casi… —dijo la pequeña, jadeante entre el esfuerzo y la adrenalina de llegar a su objetivo.
Un nido se sostenía sobre una de las ramas bajas, donde unos pichones piaban lastimeramente por su madre. Sus deditos se estiraron hasta unos centímetros antes, cuando unos pasos la alertaron, haciendo a sus pies vacilar sin perder el equilibrio por completo.
—Rin —dijo la profunda voz de hombre que se alzó entre los árboles y las flores del jardín.
—¡Llegó!— dijo Rin con los ojos iluminándose al verlo acercarse con una muy, exageradamente muy, ligera sonrisa. El hombre llegó hasta el pie del árbol y esperó, con los brazos a los costados, que ella bajara. Rin bajó presurosa y corrió hasta quedar frente al él.
—Rin pensó que ya no vendría —confesó ella.
Sus pequeños labios se alzaron en un pequeño puchero, aún así sus ojos brillaban con encanto.
—¿Cómo es la ciudad a la que fue, Sesshomaru-sama? ¿Había niños de mi edad? ¿Trajo regalos para Rin?…
Los finos labios de Sesshomaru se curvaron ligeramente, mientras Rin continuaba alargando la lista de preguntas, aún después de tantos años —pensó— le era desconocida la razón por la cuál la niña se refería a él de esa manera… o porqué se refería a sí misma en tercera persona…
—Hn…— fue la única respuesta que la pequeña consiguió y una ceja levantada acusadoramente hacia su aspecto.
No sólo sus ropas mostraban huellas de tierra, una mejilla, las manos y los pies también lo hacían.
—Rin quería verlos de cerca —se excusó Rin señalando al nido de pichones, mientras acercaba con su otra mano uno de los zapatos y se lo ponía, luego repitió la acción con el otro.
Sesshomaru resistió el impulso de llevar su mano a la cara.
—Rin se siente muy feliz por su regreso, Sesshomaru-sama —confesó la pequeña y él se limitó a asentir.
Pronto ambos caminaron uno junto al otro hacia el interior de la casa.
En cuanto atravesaron el umbral de madera, que formaba parte de un gran ventanal de vidrio y madera pintada de blanco, Sesshomaru observó a la mujer de blanca piel que los esperaba en el gran salón. Movía ligeramente un pie en señal de impaciencia. Sus cabellos eran tan lisos, mucho más que los de su hija y más oscuros. El perfecto maquillaje que adornaba su rostro armonizaba con el pantalón negro y la blusa de un suave tono verde que llevaba puestos. Se cruzó de brazos al ver llegar a la niña, que corrió hasta ella dejando un leve rastro de tierra en el piso de mármol cristalizado.
—¿Rin, no habíamos quedado en que te mantendrías limpia hasta la tarde? —reprendió la madre a la niña.
Rin asintió mientras su madre respiraba profundo y tomaba un pequeño pañuelo, se agachaba hasta estar a su altura y empezaba a limpiar su rostro con cariño.
—¿Cómo estuvo tu vuelo, Sesshomaru? —preguntó con cortesía.
—Aceptable —respondió él.
La mujer asintió, enderezándose y guardando el pañuelo. Conocía el carácter y la falta de elocuencia que caracterizaban a su cuñado, por lo que no esperó que acotara más.
—Ve a cambiarte antes de que llegue tu tía, o no hay trato —dijo Kikyo a Rin con suavidad.
La pequeña se volteó con un puchero en los labios para mirar a Sesshomaru. Él hizo un ademán con la cabeza y, no mucho después, ambos observaban a Rin subir apresuradamente los escalones hacia la planta alta de la casa, dando pequeños saltos.
Un apenas perceptible silencio se expandió entre ellos. Kikyo observaba divertida la mirada de aburrimiento que le daba el alto hombre, de hermosos ojos dorados, tan parecidos a los de su marido.
—¿Estuvo trepando el árbol de nuevo no? —preguntó tras unos momentos.
Él afirmó con la cabeza.
—Las niñas no deberían trepar árboles —se lamentó Kikyo—, se parece más a ella que a mí.
—Hn… —respondió simplemente él.
—Ponte cómodo, Sesshomaru —suspiró—. Veré cómo van las cosas en la cocina. Tu padre no debe tardar en llegar. Inuyasha bajará en unos minutos.
Sesshomaru hizo una pequeña reverencia con la cabeza y con pasos elegantes, relajados se acomodó en uno de los blancos sillones de la sala.
Pasó un cuarto de hora, hasta que escuchó el timbre esparcirse por la casa y los pasos Kikyo dirigirse hacia la entrada. Podía oír desde allí, los murmullos de unas mujeres y la gruesa voz de su padre elevándose entre ellas. No tardó mucho para que llegaran hasta la sala común. Sesshomaru se puso de pie, al tiempo que Toga se acercaba a saludarlo junto a su esposa Isayoi —madre de su medio-hermano—. Entre esas estaban: comentando sobre el vuelo de Sesshomaru, las nuevas adquisiciones de la empresa que todavía dirigía su padre, las travesuras de Rin y los deliciosos postres que Isayoi disfrutaba hacer; cuando el timbre volvió a sonar.
Los pasos cortos y rápidos de Rin podían escucharse mientras bajaba las escaleras corriendo hasta la puerta, con un nuevo vestido de color azul cielo.
—¡Rin quiere abrir! —gritó con alegría.
Kikyo disminuyó la velocidad de su paso, y se quedó unos metros atrás de su pequeña hija. Sonrió al ver cómo la pequeña abría la puerta y se lanzaba a los brazos de una joven muy parecida a ambas.
—¡Estás limpia! —dijo la mujer mirando a Rin con sorpresa—. ¡No puedo creerlo! ¡Apuesto a que te acabas de cambiar!
Una gran sonrisa alumbró el rostro de la mujer, que pronto se incorporó.
—¡Es que tiene que verlos, Kagome-sama! —dijo Rin—. ¡Hay un nido lleno de pajaritos en el jardín!
La niña levantaba la cabeza, mirando directamente a los ojos azules de su tía.
—El vestido que le regalaste terminó lleno de tierra —acotó Kikyo riendo al verlas mientras se encogía de hombros.
—No pensé que durara tanto tiempo limpio, de todas maneras —pronunció Kagome entre risas, mientras abrazaba a su hermana—. Siento haber tardado. ¡No encontraba las llaves del auto! Juro que hay duendecillos en ese departamento.
—¿Duendecillos? —preguntó Rin.
Su pequeña ceja se elevaba en signo de interrogación de una manera muy parecida a Sesshomaru.
—Así es: duendecillos —respondió Kagome, cómplice de la mirada de su vivaz sobrina.
—Deja de meterle ideas extrañas en la cabeza, a mi hija —ordenó un hombre parado en lo alto de las escaleras—. No queremos que termine loca como tú… cu-ña-di-ta.
Era Inuyasha que ahora bajaba las escaleras con aire despreocupado, riéndose de lado y con un brillo burlón en los ojos dorados.
—¿Ideas extrañas? —bufó Kagome—. Fuiste tú el que le dijo que si se metía una luciérnaga en la nariz, ella también brillaría —replicó ella frunciendo el ceño—. ¡Se tragó como todo un frasco de ellas!
—¡Fueron tres! —exclamó Rin, sonriendo orgullosa.
—Se comportan como criaturas —interrumpió Kikyo, mientras acariciaba la cabeza de Rin—. Dejen de pelear y pasemos al comedor. Ya todos deben estar esperándonos ahí.
Kagome tomó la mano de Rin y juntas fueron hasta la gran mesa para doce personas, donde saludaron a todos los presentes. Mientras, Inuyasha y Kikyo se encargaban de que las sirvientas acercaran los platos.
Inuyasha tomó asiento a la cabeza de la mesa, a su mano derecha estaban Toga, Sesshomaru y Rin; a su izquierda estaban Kikyo, Isayoi y Kagome. Al principio el almuerzo transcurrió tranquilo, Inuyasha y Kikyo comentaban los planes de su futura segunda luna de miel. Kagome y Rin iban a un punto aparte, del cual a veces Sesshomaru se hacía partícipe con una o dos palabras, hablando sobre trivialidades de juegos, viajes e historias del Japón antiguo. Así transcurría un típico domingo en familia, el cual no terminaría hasta entrada la noche y no se repetiría hasta el siguiente mes —como era habitual—.
Cuando la noche llegó y Rin empezó a bostezar, Toga e Isayoi decidieron que era hora de retirarse. Se despidieron mientras su madre la arropaba, dándole un pequeño beso sobre la frente al terminar.
Kikyo bajó a la cocina con pasos suaves, allí le esperaba preparada una bandeja con dos tazas de café humeantes y un azucarero.
—Gracias por aceptar cuidar a Rin mientras no estamos —dijo Kikyo mientras entraba a la sala con la bandeja en mano.
—Sabes que para mí es todo un placer quedarme con ella —respondió Kagome echándose en uno de los sofás —. Me encargaré de que no ensucie muchas ropas —dijo y le guiñó uno de sus profundos ojos azules.
—Te lo agradezco —suspiró—. Es una lástima que mamá y Souta no pudieran venir —dijo Kikyo mientras Kagome echaba tres cucharadas de azúcar a su café —. Es difícil reunirlos a todos.
—Aha… —pronunció Kagome incómoda, antes de asomar la taza de café a sus labios y sorber con cuidado. —Por cierto, ¿dónde está Inuyasha?
—Está en el estudio, hablando con Sesshomaru —respondió Kikyo—. Creo que están por cerrar un trato importante y él se encargará de todo por estas dos semanas.
—Ya veo… —dijo Kagome antes de que otro sorbo revitalizante y tibio le recorriera la garganta. —Ese tipo vive aburrido —declaró con una leve muesca—. Creo que la única vez que lo vi sonreír, fue cuando Inuyasha rompió la barandilla del balcón y cayó a la alberca en la boda.
—¡Sí! —exclamó Kikyo—. ¡Y eso fue hace como 6 años!
La musical risa de Kikyo se dejó escuchar mientras Kagome entre risas repetía—: ¡Sí, sí!
—Yo creo que es así porque esta solo —dijo la mayor observando con sabiduría a los ojos azules que le devolvían la mirada extrañados.
—Vamos, Kikyo, está solo porque es así —replicó Kagome cuando dejó de reír—. Me pregunto qué clase de mujer podría llegar a convivir con él.
Kikyo sonrió para sí misma, mientras observaba a Kagome perdiendo su mirada en su, ahora, taza vacía.
—Me pregunto lo mismo, querida hermana.
—Bien —dijo Kagome—, creo que ya es hora de regresar a casa —declaró acomodando la taza sobre la bandeja y levantándose.
Abrazó a Kikyo con todas sus fuerzas.
—Te veré el martes, prometo no llegar tarde esta vez.
—Está bien —dijo Kikyo devolviéndole el abrazo—. Júrame que no vas a perder las llaves de mi casa.
—Lo juro —respondió sonriendo solemnemente y llevando una mano al pecho.
17 de Abril de 2012
El repiqueteador sonido de su despertador la despertó forzosamente.
Con una mano lo tiró al piso y se levantó, fregándose los ojos para poder ver su camino. Pateó un par de ropas que estaban en medio y se dirigió al baño para darse una ducha exprés antes de ir a casa de su hermana. Kagome, a sus 25 años, era dueña… Bueno, en realidad alquilaba un pequeño departamento de dos habitaciones y un hermoso balcón, donde vivía. Lo pagaba con su modesto sueldo de mesera en una cafetería a no muchas cuadras de ahí. Salió del baño cubierta con una gran toalla y otra con la cual secaba sus cabellos. Se vistió con apuro tras elegir lo más cómodo que encontró: unos jeans, unos zapatos grises bajos y una blusa ligeramente holgada del busto para abajo a rayas celestes, grises y blancas. Agradeció que ese día sólo tenía que pasar por su trabajo para darle instrucciones a su reemplazo.
Presurosa, manejó hasta la cafetería y se sintió aliviada al encontrar un lugar libre para estacionar frente al local. En ese momento, una joven de cabellos rizados y castaños volteaba el letrero de madera que decía "Abierto".
—¡Buenos días, Ayumi! —saludó Kagome entrando—. ¿Cómo va todo?
—Todo va bien por ahora —respondió Ayumi e hizo un mojín—. ¡Pero este lugar ya te extraña, Kagome!
—¡No te creo! —dijo Kagome riendo—. Apenas van a abrir… ¡Espera a que venga Yuka y verás como no me extrañan para nada!
Observó a una muchacha parada frente al mostrador, ataviada con el uniforme. Se acercó a ella y le preguntó—: ¿Eres Eri?
La joven tenía cabellos negros que le llegaban un poco más arriba de los hombros.
—Sí —respondió la aludida—, tú debes ser Kagome. Es un gusto conocerte.
Eri extendió su mano para estrechar la de Kagome.
—Lo mismo digo —sonrió—. Ahora, vamos. Te mostraré más o menos la dinámica del lugar y así podré irme tranquila.
Ambas pasaron a la cocina del lugar, donde unas amables señoras se encargaban de cocinar los deliciosos pasteles que se servían a la hora del desayuno. Kagome no tardó demasiado en explicarle sus deberes y presentarle a los empleados. Eri asentía con tranquilidad a las instrucciones que Kagome le daba y, pronto, esta última pudo continuar su viaje tras despedirse de todos.
Ella definitivamente odiaba conducir en días así. Más aún cuando tenía que atravesar prácticamente toda la ciudad de Tokyo para llegar a casa de Kikyo e Inuyasha.
—Maldición… —musitó y subió el volumen de la radio.
Empezó a tararear mientras la cola de vehículos empezaba a movilizarse permitiéndole tomar uno de sus famosos "atajos".
A los 20 minutos, arribó a la pequeña mansión, donde la esperaban fuera Inuyasha, Kikyo, Rin, Toga e Isayoi. Las maletas ya reposaban en la cajuela del automóvil y Rin lloraba en brazos de su padre.
—Prométeme que serás una buena niña —pidió Kikyo de cuclillas mientras le acariciaba el cabello—. Tendrás muchos regalos cuando volvamos.
—¡Rin lo promete! ¡La tía Kagome dijo que me traerían un hermanito también! —dijo Rin entre pequeños sollozos, haciendo que Kagome tosiera y que la pareja se sonrojara.
—¡Nosotros también queremos eso de regalo! —exclamó Toga con entusiasmo—. No estaría mal tener más temblorcillos, como mi hermosa nieta, por aquí.
Rin soltó a su madre y se abrazó a las piernas de Toga, quien no dudó en hincharse de orgullo.
—¡Ves que le metes ideas extrañas a mi hija! —gruñó Inuyasha.
—Basta, cariño —interrumpió Kikyo—. Podrán pelear todo el tiempo que quieran… al regresar.
—Feh…
—Es hora de irnos —dijo Kikyo colocando una mano sobre el pecho de su esposo.
Tras un último abrazo a Rin y un par de acotaciones más para Kagome, ambas parejas subieron al auto de Toga para dirigirse al aeropuerto. Ahora Kagome y Rin tenían dos semanas completas para echar la casa por la ventana… Eso si el ama de llaves lo permitía, por supuesto. Sonrieron cómplices mientras se retaban en una carrera a ver quién llegaba primero a la puerta.
Reviews...? :D
* Re-edición: Corrección de errores ortográficos y gramaticales, entre otros.
