Todo le pertenece a George R. R. Martin.
Nota: Esto es un desafío aceptado por mí, de Soly.
Deber y Orden
— Robert, estás llevando la Corona a la quiebra. No puedes costear un torneo tan grande, ni siquiera el festín de bienvenida te puedes permitir.
— No necesito que me digas qué hacer, Stannis, yo soy el Rey y puedo hacer lo que quiera. Si se me da la gana de hacer un torneo que dure todo una luna, lo haré.
Stannis rechinó los dientes y dijo: — ¿Y qué pasa con el dinero? Los dragones de oro no crecen en los árboles.
— Se lo pedimos a Tywin Lannister —Robert hizo un gesto para quitarle importancia—, la Roca es rica y es mía. Tiene que obedecer al Rey.
— Ya le debemos más de tres millones dragones de oro a los Lannister, no podemos pedir más, que Meñique te lo diga.
— Cuando Meñique me lo diga, tal vez lo considere. Tú no eres Consejero de la Moneda, atente a tu cargo—le dirigió una mirada con significado—. Además, es el día del nombre de Tommen y Cersei quiere celebrarlo por lo alto.
— ¡Tommen es apenas un niño! Dentro de unos años no recordará qué hizo. Es una pérdida de tiempo y de oro, Robert.
— Si no quieres participar entonces vete a tu propia roca y te la metes por el culo. Vas amargar la fiesta de mi hijo con tu actitud. Fuera de mi vista—dijo, dando por terminada la conversación. Robert le dio la espalda y siguió limpiando su cuchillo de caza.
Stannis apretó la mandíbula y salió apresurado de los aposentos de Robert. ¿Qué tenía que hacer para que lo tomasen en cuenta? La Corona debía mucho oro a los Lannister y al Banco de Hierro de Braavos, en unos pocos años empezarían a llamar a Robert el Rey Mendigo o algún tonto sobrenombre. Stannis tenía que hacer algo, pero ¿qué?
«Si fuese Renly me creería. Su opinión cuenta más que la mía, después de todo le dio Bastión de las Tormentas y a mí, solo una roca»
Rocadragón era fría e inclemente con sus habitantes. Los dragones tallados por los Targaryen los acusaban con sus miradas de piedra, murmurando «usurpadores, usurpadores» como si el último acto de la antigua dinastía fuese quedar impregnados en las rocas del castillo, sus lamentos y sus glorias, recordando a Stannis a quién perteneció la Isla.
«Ridículo, no existe la magia. Es mi cabeza, me está haciendo imaginar cosas»
No admitiría, sin embargo, que su primera noche en Rocadragón fue una de las peores en su existencia. A un año de la guerra, las pesadillas sobre el asedio en Bastión de las Tormentas todavía le atormentaban: el morir de hambre poco a poco mientras su hermano pequeño lloraba hasta quedarse sin lágrimas, quedando dormido solo por el cansancio y hambre. Claro, Renly nunca lo apreció y Robert tampoco. «Par de malagradecidos»
¿Y qué le importaba tener el afecto de sus hermanos? Él cumplía su deber para con la Corona, era suficiente.
Un guardia con capa roja («roja como la sangre, como la sangre de la princesa Elia y sus hijos») le abrió las puertas de la Sala del Trono. Señores y Damas pululaban en la Sala, como si fuese una fiesta a la que nadie lo había invitado. Jon Arryn, sentado en el trono en el lugar del Rey, lo divisó entre la multitud y le hizo un gesto para que se esperase. Stannis cambió de pie incómodamente, pero se quedó en su lugar. Luego de tres campesinos pidiendo mano de obra, Lord Arryn lo llamó.
— Lord Stannis —lo saludó, secándose el sudor de la frente con un pañuelo. La Mano se veía cada día más cansado y desgastados. «Gajos del oficio», pensó.
— Pasemos de las cortesías, Lord Arryn. ¿Tiene la dirección?
— Por supuesto —Jon Arryn miró hacia los lados, asegurándose que nadie los estuviese escuchando—. Se encuentra en la Calle del Acero, es aprendiz de Tobho Mott, el que dice conocer hechizos sobre el acero valyrio.
Stannis hizo un gesto para quitarle la importancia y dijo: — ¿Vamos?
Lord Arryn asintió y trataron de salir de la Fortaleza con el mayor sigilo posible.
