Devorar a los muertos
¿Cuántas veces
(golpes).
tenía que ver la misma pesadilla? La había perseguido durante años. Mordido sus tobillos incansablemente, como una manada de perros hambrientos. Estaba cansada de sentir miedo. No venía a ella todas las noches… pero aun así lo hacía con demasiada frecuencia.
Cada vez sucedía lo siguiente: se encontraba de pie, en un espacio plano que se extendía hasta el horizonte, sin final a la vista, sin siquiera una pequeña mota de luz para alumbrar su camino. Allá donde pisaba, pétalos de rosa crujían bajo sus botas. O eso pensaba al principio. Luego se daba la vuelta y veía la sangre. Cada pétalo, convertido en un rastro de sangre.
Al darse cuenta de eso, se le hacía difícil respirar. Le temblaba el corazón.
(golpes en la puerta).
Tenía una vaga sensación de que era lo que le esperaba más allá de la cortina de oscuridad. Quería darse la vuelta, echar a correr. Pero su cuerpo solo podía moverse hacia delante. Ni siquiera estaba en control de sus propios ojos, así que tendría que ver. Como al… principio. Como siempre.
(no quiero esto).
La sangre no era suya, pero temblaba como si la hubieran herido de muerte. La desesperación cortaba más profundamente que cualquier espada, porque esa clase de heridas a veces no dejaban de sangrar.
La oscuridad.
Extendió una mano hacia delante. La podía ver, pero tenía una forma extraña. Como si fuera la mano de otra persona.
La oscuridad es una ilusión.
Y al final del camino…
Ruby se despertó. Abrió los ojos de golpe. Se quedó jadeando ligeramente. Flotando entre la realidad y la fantasía, esperando ver por el rabillo del ojo, en cualquier momento…
(ojos plateados, capucha cubierta de rojo).
Nada. Nada.
Apretó los puños. Eso no había sido más que un sueño. Una inofensiva pesadilla. Ahora que estaba de vuelta en la realidad, podía sobreponerse al miedo. A sí misma. ¿Pero era eso cierto? Mama estaba muerta en la realidad y en los sueños. No tenía donde escapar. Ni nada de lo que sacar fuerzas o consuelo.
Al fin y al cabo, algunas heridas nunca dejaban de sangrar.
Se irguió.
La oscuridad, el silencio y, sobre todo, la incertidumbre eran horribles. Una parte de ella no podía evitar preocuparse de que siguiera soñando. Otra parte deseaba que los últimos diez años resultaran ser un mal sueño.
Miro alrededor.
Weiss. Blake. Y Yang, su hermana, su sol. Parecía mentira, pero tenía buenos amigos, amigos que nunca le darían la espalda. Había perdido mucho… pero no todo. Solo deseaba que fuera más fácil recordar la suerte que tenía en los peores momentos.
Puso los pies descalzos en el suelo. Se levantó de la cama.
Ruby se tomó un momento para recomponerse. Para controlar su respiración y calmar sus pensamientos.
La luz del sol se filtraba por las ventanas casi del todo cerradas. Había empezado un nuevo día. Y como siempre, le tocaba a ella darle comienzo de manera oficial. Raramente se despertaba una de las tres antes que ella.
Dio dos palmadas con fuerza.
—¡Equipo RWBY! —Ay, seguía siendo tan extraño decir su nombre de esa manera. Weiss se despertó, al rodar hacía un lado casi se cayó de la cama—. Vamos, vamos. Hoy hay clase. Y la primera hora es con Goodwitch. Que nos mate con la mirada no es buena forma de empezar el día.
—Hermanita… —murmuró Yang, con la cabeza apretada contra su almohada—. Sabes que te quiero con toda mi alma. Pero tu voz es demasiado alta, especialmente por las mañanas. Un poco más y me explota la cabeza.
—Culpa a los «refrescos» que te tomaste anoche —dijo con una sonrisa deslumbrante—. No a mí.
Yang gruño.
Weiss se levantó de la cama, se arrastró hasta su armario. Cuando encontró su uniforme, trato de quitarse el camisón aún medio dormida. Presentía que se iba a quedar atascada, así que se acercó para ayudarla sin decir palabra. Ella ni siquiera pestañeo. Al principio se encerraba en la baño cada vez que tenía que cambiarse, pero no había tardado en acostumbrarse.
—Recuérdame porque tengo que soportar esto todos los días.
—Querías que actuara como una líder. Y aquí estoy, dando órdenes desde primera hora de la mañana.
—No me refería a eso exactamente.
—Bueno, tú eres mi modelo. Siempre pienso «¿Qué haría Weiss en mi lugar?».
—Ay, pobre de mí —dijo mientras se ponía los pantalones—. He creado a un monstruo.
Ruby no pudo reprimir la risa. Era tan raro que Weiss bromeara. Hoy se había levantado de buen humor. Era increíble que estuvieran haciéndola sintiendo mejor casi sin darse cuenta.
La abrazo por detrás y le dio un beso en la mejilla.
—Venga, sabes que no puedes vivir sin mí.
—Sé que no me queda otra. Date prisa, Ruby. Que seas la última en prepararte después de todo esto no me haría ninguna gracia.
—Ya voy.
Ruby agarró su uniforme y lo tiró sobre su cama. Weiss le habría cantado las cuarentas por arrugar ropa planchada incluso antes de ponérsela pero, por suerte, no había estado mirando.
Se vistió, pero no muy apresuradamente.
Mientras enganchaba la capa que llevaba todo el tiempo, excepto cuando se estaba lavando, se imaginó los dedos de su madre sobre sus manos. Enseñándole a hacerlo. Sonriendo como si fuera lo mejor que le había pasado en la vida.
Agacho la cabeza.
Respiro hondo. Volvió a levantarla.
—¿Blake? —la llamó.
Ella saltó de la cama. Literalmente.
Aterrizó de pie. ¿Era racista por su parte atribuirlo a que era en parte una gata y no a sus habilidades? Tenía la sensación de que Blake le diría que no..., pero sí lo era. Menos mal que no lo había dicho en voz alta.
—Estoy despierta.
—Sí, claro —respondió Yang—. Parece que eres tú la que se estuvo emborrachando hasta las tantas de la noche y ha dormido solo cuatro o cinco horas. ¿Cómo lo has conseguido?
Una expresión amarga pasó por el rostro de Blake.
Seguramente había tenido pesadillas. Quería saber de qué se trataban y si podía ayudarla de algún modo. ¿Pero hablaría? ¿De verdad sería eso lo mejor para ella? Ruby no le había hablado a nadie sobre la pesadilla. Ni siquiera Yang sabía que aún la tenía. Entendía que escucharla era lo que ella quería, no Blake. Así que mantendría la boca cerrada. Por ahora.
—Borrachera de segunda mano —dijo mientras se quitaba el pelo de los ojos. Se enderezó.
—Eso es con el tabaco. No te confundas.
—Me refería a tus ronquidos. No todo el mundo puedo dormir en paz con eso de música de fondo.
—Cómprate tapones —Ruby la aconsejó—. Eso o vete acostumbrando.
—¿Y cuánto me va a costar? ¿Los cuatro años que pasaremos en Beacon?
—Puede ser.
Le pareció que Weiss murmuró algo.
La miró. Se había subido la camisa por encima del ombligo y se estaba tocando la tripa con las dos manos.
—¿Qué?
—Creo que estoy engordando —dijo a media voz.
Ruby se hizo sombra en los ojos con una mano.
—Puede ser.
Weiss la fulmino con la mirada.
—Se supone que debes decirme «Que va, son imaginaciones tuyas».
—Ay, lo siento. Que va, son imaginación tuyas.
—Ya es demasiado tarde.
—¿Y qué te esperabas?—intervino Yang—. ¿Mantener el tipo de una bailarina cuando últimamente no haces más que tragarte los pastales y dulces de Jaune? Podrías simplemente pasar de él, como siempre.
—Pero están demasiado buenos.
—Eso sí que es un problema. Comes uno y luego ya no puedes parar. Dentro de poco, si te descuidas, llegaras a clase rodando, no andando.
Weiss le dedicó un gesto muy impropio de una señorita con clase.
—Y tú no llegarás en absoluto, hoy al menos. ¿Qué haces todavía tirada en la cama?
—Cuestionando mis decisiones en la vida.
—Eso está bien. No me esperaba algo tan maduro de ti.
Yang se levantó. Viéndola, parecía que era lo más duro que había hecho en la vida. Podía ser muy dramática e infantil cuando quería.
—Disculpa, pero voy a tener que poner fin a la actuación de nuestro pequeño dúo cómico. No estoy de humor para esto ahora.
Blake ya se había vestido. Ni se había dado cuenta.
—Anda, iros sin mí. Ya os alcanzaré… Puede ser.
Ruby se sentó al lado de su hermana y le dio un fuerte abrazo.
—Hoy estás muy cariñosa, Rubes. ¿Pasa algo?
Sonrió débilmente. La conocía demasiado.
—No. Nada. —Se separó—. Es solo que… me sorprende la suerte que tengo.
Yang la miro a los ojos. Estuvo tanto tiempo sin decir nada que pensó que al final no iba a responder.
—Tienes razón. —Le puso una mano en el hombro, apretó. Una pequeña muestra de apoyo que significaba mucho para ella—. Y me asegurare de que nunca tengas motivos para cambiar de opinión.
—Jaune, ¿estás bien? —pregunto alguien. Pyrrha.
Ruby giró la cabeza para mirarle. Él era su mejor amigo. Bueno, su mejor amigo chico. Y el primero que había hecho por su propia cuenta, el primero de verdad. Aunque pareciera ridículo, si le pasaba algo se sentiría avergonzada de no haberse dado cuenta antes incluso de su propia compañera.
—¿Qué? No, no, no, claro que no. Es que no tengo hambre. —Su voz sonaba casi normal. Deslizo su plato, que apenas había tocado, hacía el lado de Nora—. Es todo tuyo, si te apetece.
—Nah. Yo pasó.
—Creía que tu estomago no tenía fondo. Sin ánimo de ofender.
—No sé si lo tiene o no. Al menos no lo he encontrado. El problema está en que solo me como los gofres de Ren. Comerse los de otra persona sería una traición y yo soy una buena amiga, no haría eso. ¡Lo siento!
Para su sorpresa, Ren sonrió ligeramente.
—Está bien. Entonces…
Ruby extendió las manos.
—Trae para acá, antes de que Weiss te lo quite de las manos. Últimamente esta insaciable.
—¡Ruby! —se quejó la susodicha. Ella no presto atención a eso. A estas alturas, sus estallidos eran casi agradables para ella.
Jaune le pasó el plato sin decir palabra.
No pasó por alto que se había puesto colorado. Ruby entorno los ojos. Sabía que estaba en esa edad, ¿pero de verdad incluso una frase tan inocente le hacía pensar en sexo? Creía que los chicos llevaban mejor la pubertad porque no sangraban cada mes del pene, pero a lo mejor era solo cuestión de intercambiar un problema por otro igual de molesto.
Aprovecho para observarle.
Sus ojos… no le gustaban esos ojos. Parecía haber engañado a los demás, pero ahora ella sabía que le pasaba algo malo sin sombra de duda. Tenía la sensación de que habría comparado su mirada con la que ella tenía al despertarse de la pesadilla, si alguna vez se hubiera mirado al espejo justo después.
¿Qué te ha pasado, Jaune?
Y peor aún. ¿Por qué te lo callas?
Ruby se mordió el labio.
Dudaba que Cardin hubiera vuelto a las andadas después de todo lo que había pasado. Tenía que ser otra cosa. Algo más personal. Ardía en deseos de echarle una mano, pero al final tomo la misma decisión que con Blake. Por ahora, miraría a otro lado. Dejaría que manejara la situación y sus sentimientos como creyera conveniente.
—Que te aproveche.
Se levantó, se despidió, se fue.
No podía parar de pensar en sus ojos. Sus palabras, como las había dicho. Aunque estaba rodeada de sus mejores amigos, dándole vueltas a eso en la cabeza, le parecía que la mesa estaba vacía sin él.
Oyó a alguien llorando.
Se le encogió el corazón. No podía soportar el sufrimiento de nadie. Pero mientras seguía el ruido de los sollozos, le entraron dudas. No se le daba bien hablar con extraños, y mucho menos consolarlos. Quizá lo mejor para esa persona, fuera quien fuera, sería que pasara de largo.
Pero esa era una excusa barata.
Quería convertirse era una persona y una cazadora de la que su madre estaría orgullosa. Summer Rose jamás habría puesto su comodidad por encima de la felicidad de otra persona, aunque se tratara de un extraño.
Por lo tanto, darle la espalda a esa persona sería como traicionar la memoria de su madre. Y la promesa que se hizo a si misma hace años.
Afortunadamente… o desafortunadamente, mejor dicho, no se encontró con un extraño.
Era Jaune. A estas alturas debería haberse dado cuenta de su presencia, pero aún no lo había hecho. Lloraba y temblaba, escondiendo la cabeza en las manos. Ruby dio un paso adelante. Había dicho que dejaría que manejara las cosas solo por el momento. Pero no podía mirar hacia otro lado después de ver esto.
Se sentó a su lado en el banco.
Ahora que lo pensaba, habían pasado por aquí en el día de la iniciación. Parecía que había sido hace mucho tiempo, pero solo se estaba acercando el final del primer semestre. En cierto sentido, era apropiado que se reunieran aquí. Podrían convertirlo en su lugar… Pero ahora tenía que decir algo, no pensar en el futuro.
—¿Jaune?
Él aparto las manos de la cara, levantó la cabeza. Cuando la miró, lo hizo con vergüenza, como si le hubiera pillado con los pantalones bajados hasta las rodillas. Abrió la boca. La cerró. Trago saliva.
Ruby puso la mano encima de una de las suyas.
—No tienes por qué decir nada. No tengo derecho a hurgar en tu privacidad. Si me lo pides, me iré ahora mismo y no se le contare a nadie. Pero si quieres un abrazo, un hombro en el que llorar o desahogarte… aquí estaré. Y hare todo lo que pueda.
De maneras conscientes e inconscientes, estaba imitando a Yang. Por ahora todo iba bien. Todavía no había metido la pata.
Jaune sacudió la cabeza.
Ahí tenía su respuesta. Se levantó, alisó su falda con las manos. Le dirigió una última mirada por encima del hombro. Mirando hacia delante, o a lo mejor al interminable cielo azul que se extendía por encima de sus cabezas, Jaune murmuró:
—Mi madre ha muerto.
Ruby se quedó congelada.
Desde el principio no se había creído preparada, pero eso le venía grande. ¿Eso mismo la atormentaba incluso después de diez años, y pretendía ayudarle?
—¿Cómo fue?
—Un ataque al corazón. Al menos eso fue lo que dijo mi padre. Ella fue una cazadora increíble, de las mejores de su generación… y murió no en el campo de batalla, sino que en el salón de su casa, rodeada de las personas que más quería. Menos yo. Ni siquiera pude despedirme de ella. Mi madre. Mi madre.
Ruby se sentó encima del banco, de rodillas, y le rodeo con sus brazos.
Jaune no dijo nada. No movió ni un musculo.
—Lo siento.
Ahora era cuando le fallaban las palabras. Claro. En el peor momento, justo cuando necesitaba oír algo bueno. ¿Cómo podía ser tan estúpida, tan… tan infantil?
—¿Sabes que fue lo último que le dije? Vete a la mierda, justo antes de cerrarle la puerta en las narices. No quería que fuera a Beacon. Que siguiera el legado de mi familia. Y porque lo único que quería era ser… alguien, casi destroce nuestra relación. Después de tantos años de felicidad, lo único que queda de mi familia dentro de mi corazón son recuerdos y una habitación vacía. No me querrán de vuelta.
—Jaune… Mientras estaba sufriendo por la muerte de su esposa, te llamó. Te quiere. Y estoy segura de que quiere que estés ahí con ellos para el… —Se calló de repente.
Funeral era una palabra pesada como la tapa de una tumba. No se atrevía a decirla.
—Tienes que ir —continuo—. Sino lo haces, lo lamentarás durante el resto de tu vida
Como lo hago yo.
—Supongo que tienes razón. Pero tengo miedo. No sé si seré capaz. Si seré lo bastante fuerte para entrar ahí y mirarles a los ojos. Aunque no ha pasado ni un año desde entonces…
—Iré contigo. Te apoyare a cada paso del camino.
—No tienes porque. Quiero decir, no puedo pedirte eso.
—No me has tenido que pedir nada. Me he ofrecido.
—¡Ya sabes lo que quiero decir! —estalló de repente.
Ruby, muy a su pesar, se encogió. Como si hubiera pensado, aunque solo fuera por un segundo, que iba a pegarle. Como si pudiera hacer una cosa así a nadie, no solo a ella.
La rabia de Jaune se fue igual de rápido que vino.
Eso, al menos, no la tomó por sorpresa.
Aunque había reaccionado mal a que le gritara, incluso entonces había entendido que su rabia y su frustración estaban dirigidas únicamente a él mismo.
—Lo siento, no te merecías eso. Estoy hecho un desastre.
El silencio era sofocante.
Aunque era socialmente torpe, era muy consciente que este asunto, esta conversación, en realidad, podría romper su relación o hacerla más fuerte. Y una parte importante de que como saldrían las cosas dependía de ella.
—Escúchame, Jaune. Solo escucha. Si dices algo, me da miedo no poder continuar. Y esto tengo que decirlo. Por mí y por ti.
»Mi madre murió cuando tenía cinco años. Fue en una misión, protegiendo a extraños. A… personas que la mayoría diría que no merecían ser salvadas. Recuerdo como si fuera ayer a mi padre golpeando la puerta de mi habitación para decirme que ella ya no estaba. Y no volvería jamás. Me enfade con él. Con mi hermana, con mi tío. De la noche a la mañana, me convertí en una extraña en mi propia casa. O al menos así era como me sentía.
»Caminando por los pasillos, no podía evitar pensar en que tenía pensamientos, sentimientos y recuerdos asociados con las cosas que me rodeaban. Pero se habían ido con ella. Solo pasamos cinco años juntos. Murió pero lo peor de todo, aunque me costó mucho tiempo entenderlo, es que hay una parte de ella que nunca conoceré. Aunque somos madre e hija. Aunque se suponía que tendríamos todo el tiempo del mundo.
Por impulso, Ruby puso sus dedos bajo la barbilla del chico.
Jaune no aparto la mirada. Y quizá no había sido necesario agarrarle la cara para impedir que lo hiciera.
Le consideraba un buen amigo, pero no le conocía tan bien como le gustaría.
—Aún no lo he superado —prosiguió—. No te voy a mentir, aunque te gustaría oir lo contrario, no creo que algo así se pueda superar de verdad. Estoy mejor ahora, pero esos primeros años… fueron un verdadero infierno. Hice daño a las personas que más quería y sobre todo a misma. No puedo dejar que pases por eso solo, como yo lo hice, si puedo hacer algo al respecto.
—Y si mi familia me acepta, ¿qué harías? ¿Distanciarte? ¿Desearme suerte?
—Sabes lo que quiero decir —respondió con una sonrisa amarga—. Aunque estés rodeado de personas, no significa nada sino hay alguien que te entienda entre ellas. Puedes contarme cosas que no le dirías a tus padres… tu padre o tus hermanas. Porque somos… somos…
Ruby se mordió el labio inferior. Mierda, ¿cómo decirlo? Tenía las ideas claras, pero no era tan fácil transformarlas en palabras como podía parecer.
—Sí. —Jaune le ahorro el esfuerzo—. Entiendo lo que quieres decir. Pero todavía hay algo que me preocupaba. Pueden excusarme de las clases durante unos días por… por la muerte de mi madre, pero no sé si dejarían que te vayas conmigo.
—Ozpin es un buen hombre, aunque un tanto excéntrico. Lo entenderá.
Jaune asintió.
—No quiero que vaya nadie más, ¿vale? Lo siento, ¿pero podrías decírselo tú? Ahora no tengo fuerzas para dar explicaciones.
—No hay problema. Lo entiendo.
—Gracias. Y lo siento.
—Yang, por favor. Puedo hacerlo yo sola.
—Lo sé. Pero déjame. Por los viejos tiempos.
Termino de atar la capa a sus hombros. Debajo llevaba su atuendo de combate. Obviamente no iba a salir a cazar, pero le gustaba llevarlo independientemente de cual fuera la situación. Le recordaba a su madre.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Yang. No por primera vez, y seguramente no sería la última.
—Jaune, nuestro amigo, necesita a alguien y me quiere a mí a su lado. ¿Qué otra cosa podría hacer? —Levanto una mano—. No digas nada. Se lo que estás pensando. Tendrás que conocer a ocho personas nuevas y no precisamente en el mejor momento. Digas lo que digas, ya lo he pensado. Soy muy consciente de donde me estoy metiendo. Pero me meteré. Jaune haría lo mismo por mí.
—Esa no era mi principal preocupación.
Ruby hizo una mueca.
—Jaune es inofensivo. Y aunque intentara algo, no pasaría nada que yo no quisiera que pasara.
—No es eso. Pero gracias por meterme esa imagen en la cabeza.
—Entonces… ah, ya veo. —Sacudió la cabeza—. Esperaba que no la mencionaras.
—Entiéndeme. Me preocupo por ti. Es mi trabajo.
—Piensas que todo eso abrirá viejas heridas, pero ya es demasiado tarde. En cuanto le oí decir que su madre había muerto, esas heridas se abrieron. Incluso… incluso le hable de mama.
—¿De verdad? Estoy orgullosa de ti. Quizá me equivoque, entonces. Quizá, al final, eso resulte ser algo bueno para ti.
—Eso es justo lo que iba a decidir.
Yang asintió distraídamente, miró la hora en su pergamino.
—Ya te tienes que ir. No puedes perder más tiempo.
Ruby la abrazó, apoyando la cabeza contra su pecho, como lo había hecho tantas otras veces, cuando era más pequeña.
—Te quiero. Y también estoy orgullosa. No quiero culpar a nadie, pero durante unos años prácticamente me cuidaste por tu cuenta. A mí y a papa. Sin ti… puede que, a pesar de todo, me hubiera convertido en una persona muy distinta. Soy quien soy gracias a ti. Y gracias a ti soy feliz.
—Ay, para. Me vas a hacer llorar. —Yang la estrecho con más fuerza.
—Solo me arrepiento por haber esperado tanto para decírtelo.
Jaune la estaba esperando.
Su mirada había mejorado un poco, era un poco más como la persona que había sido antes de esa mañana. Quizá el chico que había conocido en su primer día en Beacon estuviera escondido en esas profundidades. Quizá lo que sucediera en los próximos días le obligaría a enterrarlo y olvidarse de lo que fue.
Esperaba que no con todo su corazón.
En ese mismo día, habían viajado a la academia en una nave. Ahora, por supuesto, solo les esperaba un monorraíl como los que había las pistas de esquí. Vacío. Eso les llevaría a Vale. De ahí tendrían que tomar otro transporte.
—¿Ruby?
Dio un brinco. Se había perdido en sus pensamientos como una tonta.
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—…Gracias. —Le alarmó darse cuenta de que estaba a punto de llorar—. He estado intentando esconderlo, pero creo que no me habría atrevido a enfrentarme a mi familia. Habría lamentado el resto de mi vida no ir al funeral, como dijiste. Y la ya de por si dañada relación con mi familia se habría roto definitivamente. Así que gracias. Me… has salvado.
—Eso es lo que hacen los amigos, ¿no?
La miró extrañamente. Durante largos segundos.
—Sí, por supuesto.
—Jaune… Estás temblando.
El chico miró hacia abajo. Una expresión de sorpresa absoluta cruzo por su rostro.
—Oh. Es cierto.
Ruby puso una mano encima de su izquierda y apretó con fuerza, con la esperanza de que sus temblores bajaran en intensidad. Ayudó. No mucho, pero sí que ayudó. Esperaba que hubiera surtido el mismo efecto contra el problema interior.
Ella miró alrededor.
Nadie les estaba mirando. Ni siquiera los que estaban al lado se habían dado cuenta de su pequeño episodio, por llamarlo de algún modo. Mejor así. Probablemente habría reaccionado mal a que unos extraños le vieran… procesando su dolor.
A la mierda con los eufemismos.
Su madre está muerta y él se está muriendo por dentro. Esa es la verdad. Por fea que sea.
—Tranquilízate —le susurró cerca del oído—. Aún nos queda mucha tierra que cruzar. Tienes tiempo para ordenar tus pensamientos y prepararte.
Jaune apretó su mano con fuerza. No respondió. Lo que de por si decía mucho sobre su estado mental.
En otras circunstancias, quizá le habría arrastrado a hablar con los cazadores profesionales que protegerían la nave en caso de que hubiera un ataque de Nevermore o cualquier otra de las escasas especies de Grimm que podían volar para charlar, intercambiar experiencias, pedir consejos o incluso un autógrafo, si se armaba de valor.
Habría reído juntos, tomando algo.
Un día normal pero muy especial.
En otras circunstancias.
Había dicho que quedaba mucho camino por recorrer, pero se terminó en un abrir y cerrar de ojos. Incluso a ella la dejó pensando: Mierda, no. Es demasiado pronto.
Por supuesto, la nave no les había dejado justo en la puerta, tendrían que caminar un poco. Pero sabía que no duraría mucho porque Jaune se había distraído durante un tiempo contándole cosas sobre el poblado en donde había nacido y se había criado.
Salieron de la nave junto con el resto de los pasajeros.
Ella era más bien bajita y sus botas no tenían tacones porque odiaba esas trampas mortales, así que por un momento, apretujada entre el gentío, tuvo miedo de perder de vista a Jaune. Como si fuera una niña otra vez, siempre pegada a la falda de su madre.
Afortunadamente, Jaune no tenía el mismo problema.
No le perdió de vista ni por un segundo.
Y aun así, el corazón le latía a mil por hora. Cuando se quedaron solos otra vez, agarró su mano por impulso. Apretó con fuerza.
—¿Pasa algo?
—No, nada. —Se había mordido la lengua, así que probablemente no se entendió. Agito la cabeza de un lado a otro para dejarlo claro—. Solo estoy un poco nerviosa. ¿Podemos quedarnos así un rato más?
—Está bien —dijo despacio y al cabo de un rato.
Los Arc no vivían en una casa. Vivían en una mansión.
No todas las casas grandes eran mansiones, sí. La distinción le había quedado muy clara al ver la de Weiss en fotos. Así que sabía de lo que hablaba.
Por alguna razón, Jaune se había olvidado de mencionar ese detalle.
Estaba nerviosa, pero ahora se puso mucho peor. Ese mini palacio no desprendía precisamente un aire acogedor.
Respiro hondo.
En fin. Valor y al Ursa. O como se diga.
Se había enfrentado a cosas peores. Ahora mismo no se le ocurría ninguna, pero seguramente estaba en algún lugar de su cabeza. Debería quedarse aquí y ver si podía recordarlo, de hecho. Tener problemas de memoria a su edad sería... bueno, problemático.
Se echó a reír sin razón alguna. Como una boba.
Me estoy viniendo abajo y ni siquiera he entrado por esa puerta.
Quizá Yang tenía razón. Quizá esto me viene grande.
Miro a Jaune. A sus ojos azul puro, el azul del cielo, pero mancillados por las nubes del dolor y la culpa. Quería verlos como usualmente eran, como habían sido el primer día, cuando la ayuda a levantarse del suelo, sonriendo.
Merece la pena, pensó ella.
No tardaron en abrir la puerta.
Detrás se encontraba un solo hombre. Debía ser su padre, pero no se parecía para nada a Jaune. Supuso que había salido más a su madre. Lo que haría las cosas más difíciles para todos en los primeros días posteriores a su muerte, especialmente para Jaune. Para no mentirse a sí misma, ese problema estaría presenta en cada interacción que tuvieran de hoy en adelante, de una manera grande o pequeña.
Después de todo, incluso una década después… no, especialmente por cómo había crecido en esos años, a veces su padre la miraba como si estuviera viendo un fantasma.
—Jaune… —Sonaba cansado. También lo parecía. La miro de soslayo—. ¿Y está chica?
—Ah, me llamo Ruby Rose. —Hizo una reverencia un par de veces, apresuradamente, arruinando el peinado que su hermana había insistido en hacer esta vez, como si se estuviera casando en vez de ir a casa de un amigo—. Soy… bueno, soy…
—Una amiga de Beacon —terminó Jaune, sacándola del apuro.
Normalmente la habría molestado, aunque solo un poco, ser interrumpida. Ahora solo dejo escapar un suspiro de alivio.
—Sé que esto es un asunto familiar —prosiguió—, que puede molestarte tener a una extraña entre nosotros con todo lo que ha pasado…, pero la necesito aquí. Por favor. No, espera. Eso es lo de menos. Debes de pensar que no merezco estar aquí. Y probablemente tienes razón, pero…
—No digas eso. Eres mi hijo, Jaune. —Puso las manos sobre sus mejillas—. Mi querido y único hijo.
—Pero…
—Eso no importa, ¿vale? No sé si tus hermanas serán de la misma opinión, pero haré todo lo posible para suavizar las cosas. Como mínimo, tu madre no habría querido que te echara de casa si esto ocurriera. En cualquier caso, tenemos muchas cosas de las que hablar. Pero dejémoslo para más tarde.
Estaba hablando con Jaune, pero sus ojos estaban fijos en ella, estudiándola casi como si fuera una amenaza. Su estatura y musculatura era intimidante, pero estaba segura de que podría reducirle con facilidad si la atacaba por un ataque de ira. O simplemente esquivar sus puñetazos hasta que se agotara o calmara.
Definitivamente. Ahora que se fijaba, ni siquiera tenía el Aura desbloqueada. No era un Cazador.
Eso explicaba algunas cosas.
Entraron en la casa.
Tuvo su primer vistazo de las hermanas de Jaune.
Estaban todas en el salón, sentadas en sillas o en sofás, muchas de ellas acurrucadas juntas, como si tuvieran que compartir el calor corporal. Eso no estaba muy lejos de la verdad. Allá donde mirara solo veía rostros cubiertos de lágrimas y ojos atormentados. Si había alguien calmado en esa habitación, esa era un bebé que estaba en brazos de la que parecía ser la mayor de las hermanas.
—Chicas —dijo el padre de Jaune, atrayendo la atención sobre ellos. Solo entonces se dio cuenta de que no sabía cómo se llamaba. Conocía el nombre de todas sus hermanas, aunque a lo mejor no podría asociarlos debidamente basándose en sus descripciones, pero no el de su padre. Quizá estaba pensando demasiado, pero eso a lo mejor significaba algo.
Sin saber cómo continuar, ganó tiempo para pensar en algo rascándose la parte de atrás de la cabeza un poco y aclarándose la garganta.
Había esperado que reaccionaran con sorpresa o indignación ante su presencia, pero parecían tan perdidas que ella estaba segura de que ni siquiera se habían dado cuenta de que estaba allí. Se le hizo difícil mirarlas.
Una chica de pelo oscuro que no podía tener más de diez años se levantó y se acercó con pasos inestables, como mareada.
—Hermano…
Jaune la abrazó en silencio.
Un temblor recorrió el cuerpo de la chiquilla de los pies a la cabeza, pero luego se quedó muy quieta y muy callada, escondiendo la cabeza en su pecho.
—Lo siento, Suzzane. —Su voz era tan tenue que al principio creyó que se lo había imaginado—. Lo siento tanto.
Ella sacudió la cabeza suavemente.
Una respuesta que decía más que mil palabras. Aunque no pudiera creérselo, Jaune había vuelto a casa. Ruby tuvo que luchar para reprimir las lágrimas. Estaba feliz por su amigo, pero llorar cuando los demás se estaban esforzando por mantener la compostura y ella no había perdido nada sería un insulto. Si de verdad quería ayudarle, eso era lo menos que podía hacer.
No era ninguna ilusa.
Sabía que esto no era todo, que algunas le guardarían rencor por su decisión y, sobre todo, por no estar allí para ellas cuando más le necesitaban. Pero era una buena señal. El primer paso.
Desafortunadamente, se dio el segundo pasó muy poco después. Y no a favor de Jaune.
Una de sus hermanas –se llamaba Olivia, o eso creía– se levantó de la silla y se fue, dando un portazo al salir.
El silencio envolvió una vez más al salón, pero esta vez fue un silencio pesado, opresivo.
Como la tapa de un ataúd.
Ruby tomó asiento.
A un lado estaba Jaune, que no parecía muy cómodo. Su padre se había colocado al otro lado. Espero que dijera algo. El silencio se alargó hasta volverse incómodo, pero aun así no se atrevió a soltar algo. No sabía qué quería decir o preguntar. Que era apropiado. Estaba tratando con un extraño y eso tenía más inconvenientes que intensificar su miedo a meter la pata.
—Ahora que lo pienso, no he mencionado mi nombre —murmuró al fin—. Me llamó Gabriel. Mi hijo dijo que eras una amiga de Beacon, si la memoria no me falla.
—Sí —respondió. A media voz, pero respondió.
—¿Cómo es él? No quiero tu opinión sobre su carácter, sino que sobre su habilidad en el combate y todo lo importante para alguien que quiere hacerse cazador.
Ruby se revolvió en el asiento.
Le estaba poniendo en una situación incómoda. Jaune estaba mal, así que no quería añadir a su stress y ansiedad, pero tampoco estaba cómoda con la idea de mentir a ese hombre a la cara. Tenía la sensación de que pillaría cualquier mentira al vuelo.
Por no mencionar que qué dirigiera sus preguntas sobre su hijo a ella cuando lo tenía delante era extraño y un poco sospechoso.
¿El motivo? Ni idea.
Sabía demasiado poco sobre la familia Arc.
—Está mejorando. No es el primero de la clase, pero tampoco el último. Y lo que carece en habilidad lo compensa con su sentido de la estrategia.
—Así es una buena mano derecha.
—No, señor. Es el líder de su equipo.
—Mmm. Ya veo. Me alegra oír eso porque, sabes, mi chico nunca fue a una academia. Ni siquiera a una de poco prestigio. No puedo ni imaginarme cómo es que fue aceptado en Beacon.
Su primer instinto fue negarse rotundamente a creer en sus palabras porque Jaune era su amigo, pero tuvo que admitir que no sonaban como una mentira. Al principio, había pensado que estaba a nivel de un estudiante normal de primer año en Signal. Es decir, hablando en plata, que era un milagro que hubiera pasado la iniciación.
—Así que no se lo contaste. Bueno, entonces dime que vio en ti el director de Beacon, que sucedió exactamente para que te admitieran. No me gusta la idea de que seas cazador, lo admito, pero bueno. El daño ya está hecho. Y si tienes que tomar ejemplo de alguien… —la voz se le quebró—, que sea de tu madre.
—No vio nada —respondió Jaune, simple y llanamente—. Pague a alguien para que falsificara los documentos necesarios. Esa es la verdad.
Ruby se puso furiosa, ¿y cómo no? Había trabajado duro durante años para entrar en Beacon, para seguir el ejemplo de su madre. Lo deseaba más que nada en el mundo. Pero Jaune solo había pagado para entrar. Sin verdadera habilidad, sin estar preparado aunque solo fuera un poco para luchar junto a otras personas. Un civil jugando a ser un cazador no era más que un peligro para sí mismo y las personas que le rodeaban.
Pero se contuvo. Con un gran esfuerzo.
Algo muy malo podría haber sucedido por consecuencia de sus irresponsables decisiones, pero no lo había hecho, y estaba mejorando. No tenía sentido que se enfadara a estas alturas.
Era más fácil decirlo que hacerlo, por supuesto.
Su mente lo entendía. Pero aun así no podía evitar sentirse insultada.
—Eso es… —Gabriel se quedó sin palabras—. Da igual. Después de todo lo que ha pasado, no tengo la energía necesaria para echarte una bronca. Reflexiona sobre el tema y saca las conclusiones que quieras o puedas de ello.
—Sé que estuvo mal. Pero ni siquiera ahora puedo decir que me arrepiento de ello, porque gracias a eso hice amigos por primera vez. Mi vida cambió para mejor.
Gabriel se levantó de repente. Se dio la vuelta y pasó una mano por su pelo.
—Me alegro por ti. Aquí, sin embargo, las cosas han ido de mal en peor desde que te fuiste.
—Padre…
—No digas nada. Discúlpame, no era mi intención dar a entender que fue tu culpa de alguna manera. Influiste, sin duda, pero sobre todo fue cosa nuestra. Y lo de hoy es una tragedia que nadie podría haber evitado.
No sonaba muy convencido de que Jaune no tenía la culpa de todo.
Se esforzaría en no juzgarle por eso. Sabía que durante cierto tiempo después de una perdida, era difícil expresar cualquier emoción de manera convincente, ya fuera felicidad o tristeza.
—Jaune… Cuando el funeral termine, no volverás a Beacon. No te preocupes, me ocupare de todo. Incluido informar al director.
Ruby se puso tensa. Creía que habían resuelto las cosas con su padre. Que tonta podía ser.
—Eso me mataría por dentro —murmuró él. Su usual valentía no estaba presente ni en su cuerpo ni en su rostro. Como era natural. Al fin y al cabo, enfrentarse a un miembro de la propia familia era como poco desagradable.
—¿Y cuál es la alternativa? Vale, quizá Ruby dice la verdad sobre ti, pero ser un cazador no es un juego, Jaune. Tarde o temprano aseguraras la muerte de uno de tus compañeros. Te quiero. Por eso quiero evitarte el dolor de enfrentarte a las consecuencias de tu decisión. No… la verdad es que sobre todo no quiero perderte, menos aún tan pronto después de la muerte de tu madre. Creo que nuestra familia no podría sobrevivir a eso.
Ruby se puso de pie, trago saliva. Quizá debería guardárselo. Quizá con eso metería la pata hasta al fondo. Pero…
—Señor, creo que estás cometiendo un error.
Gabriel se dio la vuelta para mirarla.
—Deberías estar enfadada con él. No defendiéndole.
—Y lo estoy. No me mal intérpretes. Pero también estoy orgullosa. Si su madre era la mitad de buena de lo que Jaune cree, entonces estoy seguro de que ella también estaría orgullosa de él.
Gabriel apretó la mandíbula.
—¿Cómo te atreves a mencionar a mi esposa para intentar manipularme, precisamente hoy? No tienes decencia. ¡Largo de aquí!
—Eso no es lo que pretendía.
—Entonces sugiero que te expliques. Y rápido.
—Como dije antes, está haciendo progresos. Independientemente de sus circunstancias antes de entrar en Beacon, ahora gana peleas de entrenamiento casi tantas veces como pierde. Pero aunque no fuera así, el director Ozpin no es estúpido. Si ve que Jaune no está preparado, no le daría misiones a su equipo. Puede que incluso le expulsara. Asunto resuelto.
Imaginarse que era como un combate le ayudaba a manejar una conversación. Ataques, defensas y contraataques fluyendo uno tras otro. Había ejecutado su primer espléndidamente, con la velocidad y la precisión que la caracterizaba. Era hora de poner a prueba si su guadaña aguantaría los golpes del enemigo.
La parte difícil.
—¿Qué sabes tú? Solo eres una niña.
—¿Qué? —La indignación en su voz sorprendió incluso a si misma por su intensidad —. ¡A los cinco años vi el cadáver mutilado de mi madre! Soy muy consciente de que como es el mundo. Se lo que conllevaba esta vida, porque la recompensa que obtuvo mi madre por ser mejor que las personas que la rodeaban fue un ataúd y un trozo de tierra. Tu eres quien no tiene idea de lo que está hablando.
—No soy un cazador, es cierto. Y nunca lo seré. Pero he vivido al lado de una cazadora durante veintitrés años. Su dolor, su lucha… he visto todo por lo que ha pasado. Estuve ahí cuando soltó su espada y juró que nunca dejaría que sus hijos corrieran hacia la muerte y destruyeran sus almas por creerse héroes.
Ruby se echó hacía atrás.
No porque estuviera gritando como un loco. Porque el insulto a su madre le dolió como si le hubiera dado un puñetazo.
—Papa, baja la voz. No querrás que te oigan así, ¿verdad?
Gabriel miró a su hijo con una expresión difícil de leer.
Mientras el silencio se alargaba, Ruby intentó controlar su agitada respiración y averiguar cómo decir lo que hacía falta decir. Estaba en su cabeza, en alguna parte, pero que pudiera salir por sus labios era más difícil de lo que parecía.
—He conocido a muchas personas como tú. De las que parecen sacar consuelo de su cinismo, de su inteligencia supuestamente superior. ¿Sabes qué? El mundo está jodido. —Se puso colorada. Era un poco vergonzoso, pero no estaba acostumbrada a decir palabras malsonantes—. Eso es cierto. Nosotros, los cazadores, estamos perdiendo la batalla contra las criaturas de Grimm. Y el gobierno no nos hace las cosas más fáciles, precisamente. Hay tanta lucha entre nosotros, tanta política de mierda, cuando solo deberían preocuparse por los ciudadanos. Pero ¿y qué? ¿Y qué? Dime.
»¿Acaso eso es ser fuerte? ¿Tirar la toalla antes de empezar siquiera? No me hagas reír, claro que no. Odio el brillo de superioridad en los ojos de personas que pretenden que son los únicos que saben cómo funciona el mundo.
Respiro hondo.
Le faltaba el aliento. ¿Cómo no iba a hacerlo?
Jaune la estaba mirando con los ojos ensanchados, estupefactos, los labios temblando. Gabriel no sabía cómo reaccionar.
Ni ella misma.
No se podía creer que hubiera soltado todo eso con tanta facilidad, como si hubiera estado preparándose para esa conversación durante todo el trayecto. Quizá era porque
(manos en hombros, atando la capa).
alguien la estaba ayudando.
—La verdad es que esas personas son los débiles. La verdad es que son como niños tras cogerse un berrinche. El mundo es como es. Es responsabilidad de cada uno decidir qué hacer al respecto. A pesar de todo, Jaune ha elegido luchar para construir un mundo mejor para sus hermanas, su familia, todo el mundo. ¿Qué hay de vergonzoso en eso? ¿Qué tiene de malo morir por el futuro? Si todo el mundo pensara como tú, la raza humana se habría extinguido hace siglos.
—¡Basta ya! —grito Gabriel. Estaba fuera de sí.
Ruby estalló en carcajadas, abruptamente.
No era la risa de Summer, ni siquiera se parecía a la de Yang. Era una risa desagradable y cruel, todo lo que ella no quería ser. Pero era un poco ridículo, tenía que admitirlo. ¿De verdad se creía que para intimidarla bastaba con agitar los puños y levantar la voz? Eso, más que otra cosa, la hizo consciente de que vivían en dos mundos distintos. De que estaba separada de la mayor parte de la población, en cierto modo.
—No hables así a mi amiga. Por favor —pidió Jaune.
—¿Pero no la has oído? Acaba de insultar a tu madre, llamándola cobarde, cuando su cuerpo todavía no está frio siquiera. Y ahora se está riendo como si algo de esto fuera gracioso. —Volvió a dirigir su mirada a ella. Era como un cuchillo escondido debajo de la manga—. Ni siquiera puedo soportar mirarte. Me dan arcadas.
—Puede ser. Dejémoslo en que ambos no os habéis comportado como es debido y olvidemos esto, ¿vale?
—Tienes razón —dijo Gabriel—. Lo que has dicho… nunca te perdonaré eso. Pero no es razón para gritarle a una niña. Así que lo siento.
No le parece, con ese insulto velado.
Ruby asintió. No quería empeorar la situación. Y claramente no tendría sentido existir, ese hombre nunca daría su brazo a torcer.
—Yo también lo siento.
Tampoco lo decía en serio. Al menos no del todo. Creía en lo que había dicho firmemente. Que si alguien tenía el poder de ayudar, aunque solo fuera un poco, era su responsabilidad hacerlo. No todo el mundo podía tomar esa decisión y no culparía a nadie por eso, pese a lo que podría parecer por cómo había reaccionado. Pero la verdad no cambiaba solo porque fuera inconveniente.
Gabriel se fue.
Cerro la puerta tras de sí con educación, pero definitivamente aún estaba enfadado con Jaune y ella, especialmente. Se notaba por lo tenso que tenía todo el cuerpo.
Una ola de vergüenza la sacudió.
No estaba lista para retirar sus palabras, pero se suponía que estaba aquí por Jaune, para apoyarle. Lo menos que podía haber hecho era escoger mejor sus palabras. Había salido en su defensa, pero ni de lejos en la mejor manera posible.
—Lo siento —dijo ella.
—No te disculpes. No fue agradable, pero dijiste cosas que él tenía que oír. Y yo también. —Sonrió. O se obligó a sonreír—. Acompáñame. Quiero aprovechar para ensañarte mi casa, aunque no sea la mejor ocasión. Y enseñarte las habitaciones de invitados. No las usa nadie desde hace, así que podrás quedarte con la que más te guste.
Ruby no sabía que decir, así que no dijo nada. Se limitó a asentir.
—Suzanne, sé que estás despierta.
Su hermana no se inmuto. Parecía creer que se estaba marcando un farol, o tal vez sólo estaba siendo testaruda. Jaune soltó un suspiro. Le agarro por un hombro y la sacudió ligeramente, esperando que se diera por vencida. Si esto no funcionaba, se iría y volvería a intentarlo mañana. Quería hablar con ella, pero no presionarla.
Ya había pasado por demasiado como para hacerle eso.
Murmuro y se dio la vuelta, pero nada más. Por mucho que esperara, era una batalla perdida, y era hora de aceptarlo. No debería sorprenderle. Suzanne era la segunda más pequeña de sus hermanas, había cumplido los diez años hace unos pocos meses. No podía entender muchas cosas.
Como por ejemplo, porque se había ido hace casi un año.
Como por ejemplo, porque nunca volvería a ver a su madre.
Jaune se levantó.
Suspiro profundamente. Lo estaba haciendo con demasiada frecuencia e inmediatez. Si seguía así, acabaría mareándose por la falta de oxígeno.
Sonrió, riéndose de sí mismo.
Había tomado la decisión de ir en contra de los deseos de su madre, de toda su familia, siendo plenamente consciente de lo que eso suponía. Y ahora quería recuperarlo todo, como si nada hubiera cambiado, como si su partida no hubiera dañado o permitido que algo vital se pudriera.
—Hermanito…
Jaune se paró en seco.
¿Se había imaginado esa vocecilla? Al girarse, se encontró que la estaba mirando con una expresión vacante.
—Suzanne.
Se acercó a ella.
Le acarició el pelo y las mejillas con una mano, ella se dejó hacer. No podía evitar sentir inquietud. No quería que ninguna de sus hermanas llorara jamás, pero sollozos histéricos habría sido más normal que ese rostro que parecía haber tallado en piedra.
Joder, tenía diez años. Debería ser capaz de leerla como un libro abierto. Y lo había sido.
Pero ya no.
—Te odio —dijo lenta y claramente.
—Lo sé.
—Es culpa tuya que mamá ya no este… o al menos eso dice Alice. Es cierto, ¿Jaune?
Había dicho que le odiaba, pero aún le estaba llamando de esa manera. Era chocante. Por decirlo de algún modo.
—No. Se habría… ido de un modo u otro.
—Pero Alice dice que eso le pasó a mamá porque te quería más a que a todas nosotras.
—No. Por favor, no hables así. —Le dio un beso en la mejilla—. Ella nos quería a todos por igual. Éramos sus queridos hijos.
—¿Y ahora no?
—…Suzanne, ella está muerta.
—¿Qué significa eso?
—Que «no está», que no pensara ni sentirá nunca más.
—Oh. —Apretó los labios—. Entonces, a lo mejor yo también estoy muerta.
Aquello le rompió el corazón. Fue sorprendente difícil luchar contras las ganas de llorar. Había esperado que la muerte de mama no le afectara tanto porque era demasiado pequeña, pero ahora se vio obligado a aceptar que los niños entendían mucho más de lo que parecía, aunque no supieran expresarlo.
Jaune clavó la mirada en el techo, como si allí pudiera encontrar la respuesta. Los latidos de su corazón eran como golpes de martillo, le sudaban las manos, el aliento se le había descontrolado en algún momento.
Sintió algo suave sobre sus manos.
Las manos de una niña pequeña.
Volvió a mirarla.
—Entonces puedo seguir queriéndote, ¿verdad? Eso no tiene nada de malo.
—Claro que no —respondió en una voz suave.
Ella le abrazo, apretó la cabeza contra su pecho. Temblaba de los pies a la cabeza. Tuvo que ahogar un sollozo.
—Me alegro. —Dos palabras, apenas audibles, pero significaron mucho para él.
El sol brillaba intensamente.
Envolvía el mundo con su luz, hacía resplandecer las hojas de los árboles como dust verde, si existiera tal cosa. Por todas partes cantaban los pájaros, llenando el aire de una agradable melodía. No había ni una pequeña nube en el cielo.
En otras palabras, era la mañana perfecta.
En esa mañana, la clase de mañana que hacía que uno quisiera salir y reafirmar su amor por la vida, la familia Arc lo hizo para recordar lo que habían perdido. Por supuesto, ella les acompaño cuando llegó el momento.
Esperaba que Gabriel entrara en cólera nada más verla, pero no fue así. Se limitó a fingir que no existía. No era precisamente enterrar el hacha de guerra, pero se conformaría con eso. De hecho, era lo máximo que podía pedir, dadas las circunstancias.
Estaba un poco nerviosa, la verdad.
Esta era la primera vez que asistía a un funeral, técnicamente, ya era demasiado pequeña cuando murió su madre para recordar gran cosa. Así que no sabía qué esperar. Había leído en alguna parte que en mistral los que lloraban la muerte del difunto se vestían de negro para demostrarlo. Pero en Vale no existía esa extraña tradición, porque los demás también se habían vestido normalmente.
Muchas personas atendieron al funeral.
Más de lo que esperaba. Era agobiante, honestamente. Deseaba un descanso y todo esto no había hecho más que empezar.
Al menos Jaune estaba a su lado.
Mientras la ceremonia progresaba, iba recordando el funeral de mama. A lo mejor no eran del todo correctos, ya que seguramente su mente se había dedicado a llenar los huecos en sus viejos recuerdos. En cualquier caso, empeoraron su estado emocional. Se sentía atrapada.
Un hombre se colocó frente a la multitud y leyó unas palabras de despedida a una mujer que no estaba aquí ni en ninguna parte.
No fue el único.
Hombres, mujeres, cazadores… incluso algunos niños tuvieron su turno para hablar. Todos ellos se sentían agradecidos por diversos motivos. Su empatía y generosidad, su entrega a la comunidad.
Incluso después de ser cazadora, había hecho mucho bien en el mundo.
Por alguna razón, algo sobre eso la molesto, aunque debería haberla hecho feliz.
Mierda, la mitad de las veces no se entendía a sí misma. Solo sabía a ciencia cierta que le picaban los ojos y no se sentía bien. Discretamente, se enjugó las lágrimas con el dorso de una mano.
Se sentía sola. Débil.
Había dejado a Rosa Creciente en la casa, y de repente lamentaba mucho esa decisión. Necesitaba a su bebe para mantener la calma en ciertas situaciones. No le gustaba, pero había aceptado ese hecho sobre ella hace años.
Miro a Jaune.
Pronto, no pudo apartar los ojos de él. Se sentía como si estuviera mirando el mundo que le rodeaba a través de una cámara. Cuando el ataúd de su madre fue bajado al trozo de tierra, esa fachada recibió un duro golpe, casi quebrándose.
Él se lamió los labios para humedecerlos.
—¡Esperad! —grito Jaune.
Habían estado a punto de empezar a echar la tierra sobre el ataúd, pero se pararon. Más de un par de ojos se giró hacía él, y pareció marchitarse bajo el peso de esas miradas. Ruby le cogió de la mano y le dio un apretón.
Jaune la miro. Asintió.
El mensaje estaba claro.
Se levantó de su silla, sobresaliendo del mar de personas sentadas que le rodeaban. Se acercó al trozo de tierra. Al ataúd.
—Antes de eso, tengo que decir unas palabras. Seré todo lo breve posible.
»La historia de mi madre es muy sencilla y se repite en cada esquina de los reinos. De pequeña, quiso ser una heroína y se esforzó por hacer ese sueño realidad, con valor y esperanza en su corazón. Más adelante, el mundo le dio la espalda. Acabo ensuciándose las manos con la sangre de seres humanos, no Grimm, que era para lo que se había entrenado. Entonces reconoció la cara oculta del mundo que siempre se negó a aceptar. Aunque tuvo una buena razón, no pudo soportarlo y dejó que su espada se convirtiera simplemente en una reliquia familiar. Algunos dirían que se rindió…, pero eso no es cierto.
»La verdad es que mi madre fue una heroína. Y solo espero que… —Su voz se quebró—. Solo espero convertirme en un hombre del que ella estaría orgullosa.
Silencio.
Ruby se levantó y se acercó a él con los brazos extendidos a los lados. Jaune aceptó su abrazo sin palabras, finalmente se derrumbó, en todos los sentidos de la palabra. Cayó de rodillas y se echó a llorar.
Como siguiendo su ejemplo, el resto de la familia se unió al abrazo.
Hubo lágrimas. Gritos.
Golpes.
Le dolía la cabeza, pero dolor era una palabra insignificante, no podía describir lo que estaba sintiendo. Era como si un ciempiés se estuviera arrastrando por el interior de su calavera, preparándose para anidar en su cerebro.
Golpes en la puerta.
El extraño llevaba la ropa de su tío Qrow, tenía su misma cara, sus ojos, pero supo de inmediato que se trataba de alguna otra cosa.
¿mama?
El lugar carecía de olor, pero sentía algo en el aire, tan apreciable como los latidos de su corazón. La muerte, la decadencia.
¡Madre!
De alguna manera, acabo donde no debía. Vio, tumbada sobre una mesa, una mujer vestida de blanco, el brillo de un ojo plateado que colgaba de su cuenca como piel muerta. Su expresión era una instantánea de horror y dolor, pero había algo casi hermoso sobre el maquillaje rojo
sangre
que cubría su rostro en abundancia. Su brazo izquierdo estaba en trozos. Las entrañas le colgaban por fuera, a través de los agujeros en su ropa sucia y desgastada. Sus piernas estaban retorcidas en ángulos extraños. Y los ojos
¡Oh, madre!
Los había vuelto a abrir.
Sintió que alguien, algo, la agarraba por el cuello. Las frías manos de su madre. Una cálida sonrisa que le daba la bienvenida a casa.
Se despertó de golpe. Chillando, gritando, ahogada en sudor y completamente sola en la fría y agría oscuridad de la noche.
Busco a ciegas el interruptor de la lámpara de noche, impedida por su ciego pánico. Al principio no lo encontró, se puso aún más aterrada si cabe, pero al final dio con él. Sin embargo, los fantasmas de su mente estaban ahí para quedarse, y la luz no le trajo el consuelo esperado. Ruby se hizo un ovillo, se abrazó las rodillas y empezó a mecerse adelante y hacía atrás rápidamente, como una niña pequeña que necesitaba a su mama. No podía parar de temblar, por alguna razón.
no es real, no lo es.
Ya no. Pero lo había sido. Por eso la luz no había hecho nada por ella, porque, igual que siempre, no podía decirse que solo había sido una pesadilla.
Sintió ganas de vomitar, pero no se levantó para ir al baño. Sabía que era una estupidez, pero tenía la sensación de que podría pasarle cualquier cosa si se adentraba en la oscuridad exterior. Incluso, por poner un ejemplo… toparse con monstruos que no existían.
Al final, se deshizo de ese miedo irracional, por el momento, y se fue.
No vómito. Pero casi.
Mejor no volver a la habitación. Sabía que no podría dormirse después de pasar por algo como eso, una variación tan intensa y horrenda de su usual pesadilla. O una continuación, mejor dicho. Siempre podía matar el tiempo navegando por la red o contemplando como debería mejorar su arma, ya que no creía en eso de que no podía ser mejor.
Estaba harta de sentir miedo.
Bajo al salón a oscuras, procurando no hacer ruido para no molestar a nadie. Se sentó en uno de los sofás y miro por la ventana. Por lo oscuro que estaba fuera, aún quedaban unas cuantas horas para el amanecer.
Mañana, volverían a Beacon y, poco a poco, todo volvería a ser como antes.
Tenía que creer que las cosas no cambiarían para siempre, aunque costara. Mantener la esperanza.
Se había olvidado del pergamino en la habitación, así que adiós a eso de navegar por la red. No tenía ganas de volver sobre sus pasos solo para buscarlo. Tendría que usar la imaginación para mantenerse ocupada. Qué remedio.
Lo intento, pero no fue capaz.
Su semblanza reflejaba su espíritu. En otras palabras, no estaba acostumbrada a quedarse quieta, a no hacer o pensar en nada en particular. Siempre tenía que tener algo entre manos, hasta el punto que por falta de ello a veces simplemente se ponía a dar vueltas en círculos, como un perro persiguiéndose la cola.
Así que al final, aunque no quería quedarse dormida, empezó a contar ovejas por eso.
No era lo peor que había hecho estando muerta de aburrimiento, pero hizo que quisiera dormirse, aunque no funciono para eso.
Oyó un golpe. Lejos, en el piso de arriba.
El corazón se le subió a la garganta. Al principio pensó que se lo había imaginado, que era un sonido que había escupido su cerebro mientras se quedaba dormida, pero luego hubo una serie de pasos.
Alguien se había despertado también. ¿Y que tenía de raro eso en una casa donde había diez personas?
Respiro hondo. Soltó el aíre.
Esperaba que la persona, fuera quien fuera, volviese a su habitación. No estaba de humor para mantener una conversación con alguien ahora. Si era Jaune… tendría que obligarse a hacerlo.
Más pasos. El sonido de la madera al crujir.
Si, ese alguien estaba bajando por las escaleras. Mierda.
A través del cristal de la puerta, vio pasar a Jaune por el pasillo. No al salón, se desvió. Había dos o tres cuartos de baño arriba, así que no creía que hubiera bajado por eso. Pero ¿entonces porque?
Se levantó.
Se acercó a la puerta, la abrió lentamente, para que no chirriara.
Justo a tiempo para ver como Jaune salía a la calle. No se le ocurría que podía hacer a estas horas de la noche, pero espero un poco y le siguió fuera.
No, en realidad sí que tenía algunas ideas.
No podía seguir engañandose a sí misma.
El vago miedo de que estuviera pensando en suicidarse que la había perseguido desde que se enteró de la muerte de su madre se cristalizó gracias a esto. Por eso estaba manteniendo la distancia. Si lo intentaba, como mucho se temía, intervendría y podría lidiar con el problema. Si aparecía antes de eso, Jaune lo pospondría y no sería capaz de ayudarle. Al menos eso era lo que estaba pensando.
Nunca se había visto en esta situación antes. No lo tenía todo claro.
Había luna llena. Aparte de la difusa luz de la luna, solo había alguna que otra farola para iluminar el camino. Le ataco el impulso de volver a Rosa Creciente para sentirse más segura. Luchó contra él.
Si perdía tiempo, a lo mejor también perdería a una persona que le importaba mucho.
No se había fijado en por dónde iban o hacía donde, así que se dio cuenta por sorpresa de que había llegado al cementerio donde enterraron a su madre.
¿Quería visitarla? Es decir, ¿visitar su tumba?
Eso no quitaba que fuera para poder despedirse de ella antes de morir, claro. Pero, por alguna razón, esa idea consiguió tranquilizarla. Pensaba que si alguna vez caía en la desesperación y consideraba seriamente el suicidio, aun así no tendría valor para hacerlo el lugar donde descansaba su madre. Aunque creía que la vida después de la muerte no era más que una mentira reconfortante en la que todo el mundo quería creer.
Cuando Jaune se paró, se sentó sobre la hierba, delante de la tumba de su madre.
No se oyó nada, pero seguramente estaba hablando con ella dentro de su corazón. O pensando en que decir.
Ruby se armó de valor y salió de su escondite.
—Es una noche preciosa, ¿no crees? —Jaune habló antes de que ella pudiera decir nada.
Al principio dudo, pensando que estaba hablando con la tumba, pero incluso con la penumbra no tardó en darse cuenta de que había girado la cabeza hacía ella.
—¿Desde cuándo sabes que estoy aquí?
—Desde el principio. No tenía ganas de hablar, por eso no dije nada. Pero ahora… cambie de opinión, supongo.
Ruby dudo por un momento. Se sentó a su lado, abrazando las rodillas contra el pecho. No le gustaba ensuciarse su falda de combate cuando podía evitarlo, pero hoy haría una excepción.
—Jaune… —dijo dubitativamente—. ¿Estás pensando en… suicidarte?
Él estalló en carcajadas. Un sonido repentino, discordante. Y muy falso.
—No. Ni siquiera se me paso por la cabeza. Me siento mal, pero hacerle eso a mi familia, y tan pronto después de la muerte de mama… No. Nunca.
Ruby no se lo creía del todo.
No estaba segura de sí el mismo se creía, a decir verdad. Ella había estado en su situación en otro tiempo e incluso peor, aunque no estaba bien decirlo. ¿Qué le habría dicho su psicóloga?
Ni idea.
Mientras el silencio se alargaba hasta pasar de incómodo, intento pensar en algo que le hiciera sentir mejor, aunque solo fuera un poco.
En cierto modo, era arrogante pensar que podía conseguirlo. Solo le conocía por un semestre, casi. ¿Cómo se atrevía a pensar que conseguiría lo que su padre y sus hermanos no habían podido? Al principio, había estado tan segura que su presencia sería buena para Jaune. Ahora ni siquiera entendía la razón de su convicción.
—Dijiste que tu madre también murió. Que viste su cadáver mutilado. ¿Cómo puedes sonreír abiertamente con tanta facilidad?
Ruby esbozo una pequeña y triste sonrisa.
—Porque a ti te parece fácil. No hay otra razón. Puedo y sonrió con naturalidad, no me mal intérpretes. Pero costó años de práctica, de engañarme a mi misma. Incluso hoy en día, a veces tengo que recordar a la niña pequeña que fui hace todos esos años e imitarla para conseguirlo.
Me gustaría decirte que el tiempo cura todas las heridas, pero no es así, no del todo. Aún me persiguen las pesadillas. Aún sueño con lo que podía haber sido. No hay respuestas fáciles para cosas como estas. Pero siento que debes oír que… no es tan difícil, el día a día, a pesar de lo que pueda parecer ahora. Puedes seguir adelante.
—Pero no superarlo.
—Es una idea hermosa, y por eso las personas quieren creer en ella, pero no es posible. Al menos no lo creo. Como mucho, puedes conformarte con el hueco entre la persona que eras antes y en la que te convertirás.
Jaune la miro a los ojos desde que empezaron a hablar. La luz de la luna le dio a su cabello un aspecto etéreo, como si estuviera sumergido en agua.
—¿Qué crees que supondrá eso para mí?
—Tú eres tú, Jaune. Pase lo que pase, siempre tendrás un corazón fuerte y amable.
Jaune se inclinó para besarla.
Ruby se echó atrás apresuradamente, apartó la cabeza.
—Lo siento —balbuceó—. Pensé que te gustaba.
—Y me gustas. Pero…
—¿No eres tú, soy yo?
—Sí. Suena como una excusa, pero es la verdad. Veras, Jaune, no entre en Beacon porque quería ser famosa o por necesidades económicas. Quería ser una heroína como mi madre. Una relación íntima con alguien sería una distracción, y se me quedara embarazada todo mi esfuerzo y sacrificio se iría por la borda.
—Eso no es cierto. O no del todo. Tienes miedo, ¿verdad? De casarte, tener una familia… y un día dejar solo a los hijos que tenga. Porque siempre existe ese riesgo en este trabajo. Porque eso es lo que hizo tu madre.
Ruby se quedó helada.
Por mucho que quisiera negarlo, había dado en el clavo. Tener una familia era de uno de sus mayores deseos, pero sabía que más probable era que muriese como su madre. No podía hacerles eso a su hijo o hija y su marido, fuera quien fuera. Sería más doloroso que cualquier cosa.
—Supongo que tienes razón —murmuró insegura—. Pero no importa. De un modo u otro, no quiero correr ese riesgo. No quiero ni pensar en construir una relación hasta que me gradúe.
Jaune asintió distraídamente.
Se acercó aún más a ella, la abrazó con fuerza.
—Jaune, no. En serio. Quizás haríamos buena pareja, pero no es el momento. No me obligues a… apartarte.
—Dijiste que te gusto.
—Como amigo, puede que como algo más. No lo sé. Solo tengo quince años y el romance es la menor de mis preocupaciones, así que no he pasado el tiempo suficiente pensando para averiguar cómo se llama lo que siento por ti. Además… —La voz le tembló—, la última vez que intentaste camelar a Weiss fue hace seis días. Si tienes que conformarte conmigo, entonces es mejor que no estemos juntos.
Jaune reaccionó como si le hubiera dado una bofetada.
—No es eso. Me he dado cuenta de lo mucho que significas para mí, que eres la chica en la que debería haberme fijado desde el principio. Weiss no fue más que el encaprichamiento de un niño estúpido que ni siquiera sabía lo que es el amor.
—Te creo —dijo despacio y al cabo de un rato—. Aun así, si acabamos juntos o no se verá con el tiempo. No cambiare de opinión por eso.
—Está bien. —Suspiro—. Lo siento.
—Hablas como si hubieras estado a punto de tirarme al suelo y violarme —dijo con voz suave—. Te sientes un poco perdido y necesitado, eso es todo. No tienes que castigarte por algo que no tiene importancia.
Él se llevó una mano a la cabeza.
—La tiene para mí. Sabía que era débil, pero no hasta este punto. La verdad es que necesito a alguien y me habría bastado con cualquiera. Eso no significa que te haya mentido, pero…
—No te esfuerces. Entiendo lo que quieres decir.
Jaune asintió.
—Esa oferta, la de un hombro en el que llorar… ¿sigue abierta?
—Sí. Claro que sí. Ven aquí.
Ruby le abrazó sin reservaciones, a pesar de lo que había intentado hacer solo hace un momento.
Durante un tiempo estuvo con la cabeza contra su hombro, muy quieto y muy callado, pero al final se derrumbó, llorando de una manera en la había creído que solo podían llorar los niños pequeños antes de conocer el dolor de verdad.
Quizá podría llegar a amarle, pensó.
Bajo la luz de la luna, a su lado, muy juntos, ella se echó a llorar silenciosamente. Y se sintió más cercana a él que a cualquier otra persona en toda su vida.
fin.
